En 1973, Alain Peyrefitte, varias veces ministro en distintos gobiernos franceses, publicó un libro intitulado Quand la Chine s’éveillera le monde tremblera (Cuando China despierte el mundo temblará) en base a una cita atribuida a Napoleón. Actualmente, se considera ampliamente que China ha despertado, y que su economía despegó hace unos 10 o 20 años atrás. A menudo se culpa al crecimiento chino por el incremento de los productos primarios (commodities) en los mercados mundiales. La semana pasada, un cable de la agencia France-Presse repetía el mantra: los precios de los minerales son incrementados por los consumidores chinos.
Hay indicios de que la demanda china esté haciendo subir los precios de los productos primarios. Desde 1989 (el año medio en el que se supone que comenzó el galopante crecimiento chino), los precios del cobre y del plomo han subido cerca de un tercio, el del níquel un 13%, y los precios del acero se han disparado (hasta hace unos pocos meses atrás.) No obstante, no hay razón alguna para preocuparse respecto del arribo de un quinto de la humanidad a los mercados mundiales.
Ante todo, ha sido solamente durante los dos últimos años que los precios de los productos primarios y de las materias primas han estado de fiesta, y la tendencia mayor es hacia la baja. Tal como lo demuestran los principales gráficos, los precios reales (en dólares estadounidenses constantes de julio de 2005, desvalorizados conforme el índice de precios al consumidor de los EE.UU.) todos los metales comercializados en la Bolsa de Metales de Londres han caído dramáticamente durante los pasados 15 años: el cobre en un 15%, el plomo en un 16%, el níquel un 29%, el aluminio un 40% y el zinc un 51%.
Si es que ha habido un impacto chino alcista sobre los productos básicos y las materias primas, el mismo debe haber ocurrido tan solo recientemente. Considérese el cobre, el cual resulta emblemático del supuesto impacto chino. En precios reales (dólares constantes), el mismo comenzó a crecer solamente en el año 2003, tras caer generalmente desde fines de la década del 80. El petróleo comenzó a descender casi una década antes. Por supuesto que es posible que el precio de los recursos hubiese disminuido aún más sin la demanda agregada del Imperio Medio. Una influencia de la demanda china no debe ser descartada, pero tampoco debe ser exagerada.
¿Podría el crecimiento chino haber comenzado mucho antes de lo que las afirmaciones previas del gobierno chino sugieren? Solamente cuando la metodología teórica y estadística de la información es conocida, criticada y debatida le podemos conceder algún crédito a los números gubernamentales. ¿No somos un poco ingenuos con lo que el gobierno chino le dice a sus súbditos y a nosotros? Sin embargo, la información acerca de que China se ha convertido en el cuarto mayor exportador y en el tercer importador más grande son verificables, y consistentes con un despegue económico.
El crecimiento chino, además, no tiene garantizado continuar. Es parcialmente artificial y por ende frágil. Los precios relativos son manipuleados por el estado y están lejos de representar las preferencias de los consumidores chinos y de las verdaderas escaseces económicas. Si el estado chino no libera sus controles sobre la información (Internet, por ejemplo), no abroga las restricciones a la libertad individual y a la movilidad del trabajo (como sus permisos de residencia interior), no reduce el enorme número de empresas estatales, no liberaliza el sistema bancario y no permita que aflore el espíritu emprendedor, el crecimiento económico rápidamente colisionará contra la muralla china.
Si el crecimiento chino continua a tasas elevadas, la producción interna de algunas materias primas se incrementará, poniendo una presión descendente sobre algunos precios. En verdad, la producción de China es ya tan grande o mayor que su consumo de aluminio (sector en el que se escucharon temores de políticas de precios por debajo del costo), los productos derivados del acero y el carbón. Como lo sugiere Priscila Kalevar de TD Economics, la influencia de la demanda china debe ser considerada producto primario por producto primario, materia prima por materia prima, y cada metal base debe ser examinado individualmente.
En cualquier caso, un aumento en los precios del recurso no es per se un problema económico. Tan solo significa que, con relación a ellos, los precios de otros bienes y servicios están bajando (incluso si la inflación general puede ocultar este fenómeno detrás de un velo monetario.) Es a través de los cambios en los precios relativos que los mercados se adaptan a las cambiantes circunstancias, transmitiendo información útil y transmitiendo señales de incentivos.
Dicho eso, si el pasado es indicativo del futuro, los recursos se volverán menos, no más, escasos y sus precios reales continuarán cayendo. Considérese el precio del aluminio, el cual es actualmente de $0,84 por libra; en dólares de 2004, el mismo era de $1,74 en 1980, $4,50 en 1913 y varias veces ese precio en el siglo 19. De manera más general, el índice de la revista The Economist (el gráfico más bajo) indica que los precios de los productos básicos (excluidos el petróleo y los metales preciosos, pero incluidos los comestibles) cayeron un 70% entre 1845 y comienzos de 2005.
Si nos olvidamos de los precios relativos y en su lugar consideramos al estándar de vida general, la llegada de nuevos productores solamente puede alimentar a la prosperidad general (a pesar de que debemos admitir que existirán algunos perdedores entre aquellos que no se adapten). Los amplios beneficios son generados por el intercambio y la división del trabajo. Las tasas del tipo de cambio ajustan a las ventajas absolutas, y los precios relativos gobiernan el comercio según las ventajas comparativas. Esto nos recuerda a la Ley de Say: la oferta crea su propia demanda.
Un camino alternativo a fin de exorcizar a los temores maltusianos es la de percatarse de que el precio relativo del trabajo (es decir, relativo a los bienes y servicios del consumidor) se incrementa a medida que el crecimiento avanza, de modo tal que pueden ser adquiridos más bienes elaborados con los recursos. Por ejemplo, el precio del petróleo o del cobre en termino de los salarios ha caído un 90% desde la década de 1860.
De esta forma, no hay razón alguna para temer que la demanda china haga subir a los precios de los recursos. Incluso si los precios relativos de algunos recursos se incrementan, ello puede muy bien ser un fenómeno transitorio. Si no lo es, lo opuesto a la secular tendencia a la baja simplemente indicaría que, no obstante un estándar de vida más alto, algunos recursos se han tornado más escasos y deberían ser consumidos más frugalmente.
Traducido por Gabriel Gasave
La creciente economía de China puede elevar los precios en el corto plazo, pero la tendencia histórica en materia de recursos ha sido firmemente descendente
En 1973, Alain Peyrefitte, varias veces ministro en distintos gobiernos franceses, publicó un libro intitulado Quand la Chine s’éveillera le monde tremblera (Cuando China despierte el mundo temblará) en base a una cita atribuida a Napoleón. Actualmente, se considera ampliamente que China ha despertado, y que su economía despegó hace unos 10 o 20 años atrás. A menudo se culpa al crecimiento chino por el incremento de los productos primarios (commodities) en los mercados mundiales. La semana pasada, un cable de la agencia France-Presse repetía el mantra: los precios de los minerales son incrementados por los consumidores chinos.
Hay indicios de que la demanda china esté haciendo subir los precios de los productos primarios. Desde 1989 (el año medio en el que se supone que comenzó el galopante crecimiento chino), los precios del cobre y del plomo han subido cerca de un tercio, el del níquel un 13%, y los precios del acero se han disparado (hasta hace unos pocos meses atrás.) No obstante, no hay razón alguna para preocuparse respecto del arribo de un quinto de la humanidad a los mercados mundiales.
Ante todo, ha sido solamente durante los dos últimos años que los precios de los productos primarios y de las materias primas han estado de fiesta, y la tendencia mayor es hacia la baja. Tal como lo demuestran los principales gráficos, los precios reales (en dólares estadounidenses constantes de julio de 2005, desvalorizados conforme el índice de precios al consumidor de los EE.UU.) todos los metales comercializados en la Bolsa de Metales de Londres han caído dramáticamente durante los pasados 15 años: el cobre en un 15%, el plomo en un 16%, el níquel un 29%, el aluminio un 40% y el zinc un 51%.
Si es que ha habido un impacto chino alcista sobre los productos básicos y las materias primas, el mismo debe haber ocurrido tan solo recientemente. Considérese el cobre, el cual resulta emblemático del supuesto impacto chino. En precios reales (dólares constantes), el mismo comenzó a crecer solamente en el año 2003, tras caer generalmente desde fines de la década del 80. El petróleo comenzó a descender casi una década antes. Por supuesto que es posible que el precio de los recursos hubiese disminuido aún más sin la demanda agregada del Imperio Medio. Una influencia de la demanda china no debe ser descartada, pero tampoco debe ser exagerada.
¿Podría el crecimiento chino haber comenzado mucho antes de lo que las afirmaciones previas del gobierno chino sugieren? Solamente cuando la metodología teórica y estadística de la información es conocida, criticada y debatida le podemos conceder algún crédito a los números gubernamentales. ¿No somos un poco ingenuos con lo que el gobierno chino le dice a sus súbditos y a nosotros? Sin embargo, la información acerca de que China se ha convertido en el cuarto mayor exportador y en el tercer importador más grande son verificables, y consistentes con un despegue económico.
El crecimiento chino, además, no tiene garantizado continuar. Es parcialmente artificial y por ende frágil. Los precios relativos son manipuleados por el estado y están lejos de representar las preferencias de los consumidores chinos y de las verdaderas escaseces económicas. Si el estado chino no libera sus controles sobre la información (Internet, por ejemplo), no abroga las restricciones a la libertad individual y a la movilidad del trabajo (como sus permisos de residencia interior), no reduce el enorme número de empresas estatales, no liberaliza el sistema bancario y no permita que aflore el espíritu emprendedor, el crecimiento económico rápidamente colisionará contra la muralla china.
Si el crecimiento chino continua a tasas elevadas, la producción interna de algunas materias primas se incrementará, poniendo una presión descendente sobre algunos precios. En verdad, la producción de China es ya tan grande o mayor que su consumo de aluminio (sector en el que se escucharon temores de políticas de precios por debajo del costo), los productos derivados del acero y el carbón. Como lo sugiere Priscila Kalevar de TD Economics, la influencia de la demanda china debe ser considerada producto primario por producto primario, materia prima por materia prima, y cada metal base debe ser examinado individualmente.
En cualquier caso, un aumento en los precios del recurso no es per se un problema económico. Tan solo significa que, con relación a ellos, los precios de otros bienes y servicios están bajando (incluso si la inflación general puede ocultar este fenómeno detrás de un velo monetario.) Es a través de los cambios en los precios relativos que los mercados se adaptan a las cambiantes circunstancias, transmitiendo información útil y transmitiendo señales de incentivos.
Dicho eso, si el pasado es indicativo del futuro, los recursos se volverán menos, no más, escasos y sus precios reales continuarán cayendo. Considérese el precio del aluminio, el cual es actualmente de $0,84 por libra; en dólares de 2004, el mismo era de $1,74 en 1980, $4,50 en 1913 y varias veces ese precio en el siglo 19. De manera más general, el índice de la revista The Economist (el gráfico más bajo) indica que los precios de los productos básicos (excluidos el petróleo y los metales preciosos, pero incluidos los comestibles) cayeron un 70% entre 1845 y comienzos de 2005.
Si nos olvidamos de los precios relativos y en su lugar consideramos al estándar de vida general, la llegada de nuevos productores solamente puede alimentar a la prosperidad general (a pesar de que debemos admitir que existirán algunos perdedores entre aquellos que no se adapten). Los amplios beneficios son generados por el intercambio y la división del trabajo. Las tasas del tipo de cambio ajustan a las ventajas absolutas, y los precios relativos gobiernan el comercio según las ventajas comparativas. Esto nos recuerda a la Ley de Say: la oferta crea su propia demanda.
Un camino alternativo a fin de exorcizar a los temores maltusianos es la de percatarse de que el precio relativo del trabajo (es decir, relativo a los bienes y servicios del consumidor) se incrementa a medida que el crecimiento avanza, de modo tal que pueden ser adquiridos más bienes elaborados con los recursos. Por ejemplo, el precio del petróleo o del cobre en termino de los salarios ha caído un 90% desde la década de 1860.
De esta forma, no hay razón alguna para temer que la demanda china haga subir a los precios de los recursos. Incluso si los precios relativos de algunos recursos se incrementan, ello puede muy bien ser un fenómeno transitorio. Si no lo es, lo opuesto a la secular tendencia a la baja simplemente indicaría que, no obstante un estándar de vida más alto, algunos recursos se han tornado más escasos y deberían ser consumidos más frugalmente.
Traducido por Gabriel Gasave
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