Docenas de jefes de estado se están reuniendo en Nueva York esta semana para una cumbre de las Naciones Unidas en la cual se discutirá, entre otras cosas, la ayuda exterior. Según un informe parcial de la ONU, casi con certeza los Objetivos de Desarrollo para el Milenio, uno de los cuales es reducir a la mitad la pobreza extrema para el año 2015, no serán alcanzados. Pese a la circunstancia de que en 2004 la ayuda exterior alcanzó la cifra récord de 80 mil millones de dólares, el informe concluye que “en los países de bajos ingresos resultan necesarios mayores niveles de asistencia”.
La asistencia externa fue inventada en 1948 con el Programa de Cuatro Puntos del Presidente Truman. En casi seis décadas, unos 2,3 billones de dólares han sido otorgados a los países pobres por parte de los ricos—¡cerca de la mitad del costo de la Segunda Guerra Mundial! En ese tiempo, ni un solo país ha reducido la pobreza de manera significativa como resultado de la ayuda exterior.
Si examinamos la ayuda externa estadounidense durante la década pasada, advertimos que no existe relación alguna entre estas transferencias y la reducción de la pobreza. En Egipto, la pobreza extrema como porcentaje de la población se ha mantenido igual a pesar del dinero otorgado a ese país, el segundo mayor beneficiario de la prodigalidad de los Estados Unidos. China, que recibe dos mil veces menos ayuda que Egipto, redujo la pobreza extrema a la mitad. Bolivia, uno de los once mayores beneficiarios de la ayuda estadounidense, ha logrado duplicar el porcentaje de individuos en situación de extrema pobreza.
Si los principales líderes mundiales careciesen de información respecto de las causas de la riqueza de las naciones, uno podría entender por qué la cumbre de esta semana esta llena de retórica con mala conciencia. Pero las causas de la riqueza de las naciones son bien conocidas: economías abiertas y derechos de propiedad protegidos. Los países que se están moviendo en esa dirección están reduciendo la pobreza; aquellos que no lo hacen están empeorando. (En promedio, el primer tipo de países redujo la pobreza del 60 al 19 por ciento de la población en las tres últimas décadas, mientras que los del segundo tipo han conseguido tan sólo una reducción del doce por ciento). Lo que ha ayudado a Chile a transitar hacia el desarrollo no es la ayuda externa, que ha recibido en cantidades insignificantes, sino las reformas económicas que han atraído 100 mil millones de dólares de inversiones productivas desde mediados de la década del 70.
Uno se pregunta por qué un hombre alerta como Jeffrey Sachs, quien hasta hace unos pocos años aconsejaba a los países abrir sus economías, es en la actualidad el motor intelectual detrás del enfoque relacionado con los Objetivos de Desarrollo para el Milenio. Está alentando a los países ricos a dedicar el 0,7 por ciento de su PBI a la ayuda exterior. Sostiene que la cifra no es arbitraria en virtud de que se precisaría del 0,6 por ciento del PBI de estos países para suministrar un dólar diario a los más de mil millones de indigentes en el mundo. Pero, tal como ha respondido el economista Surjit Bhalla, si se toma en cuenta el hecho de que un dólar permite comprar distintas cantidades de bienes y servicios en los diferentes países, en términos de poder adquisitivo la ayuda exterior ¡ya equivale al doble de la suma que se necesita para darle un dólar por día a cada persona indigente!
En verdad, la asistencia a los países menos desarrollados ha subido de manera consistente en términos absolutos. En los pasados quince años, los EE.UU. han duplicado la asistencia brindada a esas naciones. El Reino Unido la ha casi triplicado. Australia, Alemania, Holanda y España han expandido su ayuda entre un 50 y un 60 por ciento.
La ayuda exterior se ha vuelto una herramienta de propaganda. No tiene tanto que ver con el alivio de la pobreza como con culpar a los países ricos por ser ricos. Resulta interesante destacar que el informe de la ONU incluye listados detallados de cuánta asistencia está otorgando cada país donante pero no de cuánta ayuda esta obteniendo cada país beneficiario. En otras palabras, ¡los donantes, en vez de los beneficiarios, son responsables del dinero!
No es una sorpresa que la pobreza extrema no vaya a ser reducida a la mitad para el año 2015. Debemos a sólo dos países que han estado abriendo sus economías –China e India- el que la pobreza extrema ha sido modestamente reducida en números totales desde 1990. En el Africa subsahariana, destino de una vasta porción de la ayuda exterior, la pobreza extrema se ha elevado en dos puntos porcentuales; en América Latina ha declinado apenas por encima del uno por ciento. Muy pocos países en el Africa subsahariana se han comprometido con reformas importantes; y en América Latina, las reformas han carecido de entusiasmo o han sido mal encauzadas en comparación con las reformas de Europa Central y del este de Asia.
La perversión de la ayuda exterior es que crea una dependencia que hace muy difícil eliminarla en el futuro por el sufrimiento que ello podría acarrear. Esto no implica sostener que los individuos en los países ricos no deberían ser libres de realizar donaciones privadas. Por su puesto, deberían serlo y de hecho las hacen. Pero a diferencia de los donantes privados, los gobiernos ceden a la presión política y persisten en sus políticas a expensas de ciudadanos que no tienen elección alguna en la materia.
Lo políticos tienden a idolatrar a la pobreza. Pero la pobreza es una condición horrible. Precisamente porque deshacerse de ella es una meta muy valiosa, la ONU debería concentrarse en las reformas y en aquellos aspectos de su informe que son más pertinentes para el desarrollo, como la necesidad de reducir el proteccionismo. Actualmente, un tercio de las exportaciones de las naciones en desarrollo están sujetas a barreras comerciales en las naciones pudientes. ¿Por qué no dirigir toda esa energía política a la eliminación de las barreras comerciales en vez de recomendar a las naciones ricas arrojar más capital en un pozo sin fondo?
El fracaso del milenio
Docenas de jefes de estado se están reuniendo en Nueva York esta semana para una cumbre de las Naciones Unidas en la cual se discutirá, entre otras cosas, la ayuda exterior. Según un informe parcial de la ONU, casi con certeza los Objetivos de Desarrollo para el Milenio, uno de los cuales es reducir a la mitad la pobreza extrema para el año 2015, no serán alcanzados. Pese a la circunstancia de que en 2004 la ayuda exterior alcanzó la cifra récord de 80 mil millones de dólares, el informe concluye que “en los países de bajos ingresos resultan necesarios mayores niveles de asistencia”.
La asistencia externa fue inventada en 1948 con el Programa de Cuatro Puntos del Presidente Truman. En casi seis décadas, unos 2,3 billones de dólares han sido otorgados a los países pobres por parte de los ricos—¡cerca de la mitad del costo de la Segunda Guerra Mundial! En ese tiempo, ni un solo país ha reducido la pobreza de manera significativa como resultado de la ayuda exterior.
Si examinamos la ayuda externa estadounidense durante la década pasada, advertimos que no existe relación alguna entre estas transferencias y la reducción de la pobreza. En Egipto, la pobreza extrema como porcentaje de la población se ha mantenido igual a pesar del dinero otorgado a ese país, el segundo mayor beneficiario de la prodigalidad de los Estados Unidos. China, que recibe dos mil veces menos ayuda que Egipto, redujo la pobreza extrema a la mitad. Bolivia, uno de los once mayores beneficiarios de la ayuda estadounidense, ha logrado duplicar el porcentaje de individuos en situación de extrema pobreza.
Si los principales líderes mundiales careciesen de información respecto de las causas de la riqueza de las naciones, uno podría entender por qué la cumbre de esta semana esta llena de retórica con mala conciencia. Pero las causas de la riqueza de las naciones son bien conocidas: economías abiertas y derechos de propiedad protegidos. Los países que se están moviendo en esa dirección están reduciendo la pobreza; aquellos que no lo hacen están empeorando. (En promedio, el primer tipo de países redujo la pobreza del 60 al 19 por ciento de la población en las tres últimas décadas, mientras que los del segundo tipo han conseguido tan sólo una reducción del doce por ciento). Lo que ha ayudado a Chile a transitar hacia el desarrollo no es la ayuda externa, que ha recibido en cantidades insignificantes, sino las reformas económicas que han atraído 100 mil millones de dólares de inversiones productivas desde mediados de la década del 70.
Uno se pregunta por qué un hombre alerta como Jeffrey Sachs, quien hasta hace unos pocos años aconsejaba a los países abrir sus economías, es en la actualidad el motor intelectual detrás del enfoque relacionado con los Objetivos de Desarrollo para el Milenio. Está alentando a los países ricos a dedicar el 0,7 por ciento de su PBI a la ayuda exterior. Sostiene que la cifra no es arbitraria en virtud de que se precisaría del 0,6 por ciento del PBI de estos países para suministrar un dólar diario a los más de mil millones de indigentes en el mundo. Pero, tal como ha respondido el economista Surjit Bhalla, si se toma en cuenta el hecho de que un dólar permite comprar distintas cantidades de bienes y servicios en los diferentes países, en términos de poder adquisitivo la ayuda exterior ¡ya equivale al doble de la suma que se necesita para darle un dólar por día a cada persona indigente!
En verdad, la asistencia a los países menos desarrollados ha subido de manera consistente en términos absolutos. En los pasados quince años, los EE.UU. han duplicado la asistencia brindada a esas naciones. El Reino Unido la ha casi triplicado. Australia, Alemania, Holanda y España han expandido su ayuda entre un 50 y un 60 por ciento.
La ayuda exterior se ha vuelto una herramienta de propaganda. No tiene tanto que ver con el alivio de la pobreza como con culpar a los países ricos por ser ricos. Resulta interesante destacar que el informe de la ONU incluye listados detallados de cuánta asistencia está otorgando cada país donante pero no de cuánta ayuda esta obteniendo cada país beneficiario. En otras palabras, ¡los donantes, en vez de los beneficiarios, son responsables del dinero!
No es una sorpresa que la pobreza extrema no vaya a ser reducida a la mitad para el año 2015. Debemos a sólo dos países que han estado abriendo sus economías –China e India- el que la pobreza extrema ha sido modestamente reducida en números totales desde 1990. En el Africa subsahariana, destino de una vasta porción de la ayuda exterior, la pobreza extrema se ha elevado en dos puntos porcentuales; en América Latina ha declinado apenas por encima del uno por ciento. Muy pocos países en el Africa subsahariana se han comprometido con reformas importantes; y en América Latina, las reformas han carecido de entusiasmo o han sido mal encauzadas en comparación con las reformas de Europa Central y del este de Asia.
La perversión de la ayuda exterior es que crea una dependencia que hace muy difícil eliminarla en el futuro por el sufrimiento que ello podría acarrear. Esto no implica sostener que los individuos en los países ricos no deberían ser libres de realizar donaciones privadas. Por su puesto, deberían serlo y de hecho las hacen. Pero a diferencia de los donantes privados, los gobiernos ceden a la presión política y persisten en sus políticas a expensas de ciudadanos que no tienen elección alguna en la materia.
Lo políticos tienden a idolatrar a la pobreza. Pero la pobreza es una condición horrible. Precisamente porque deshacerse de ella es una meta muy valiosa, la ONU debería concentrarse en las reformas y en aquellos aspectos de su informe que son más pertinentes para el desarrollo, como la necesidad de reducir el proteccionismo. Actualmente, un tercio de las exportaciones de las naciones en desarrollo están sujetas a barreras comerciales en las naciones pudientes. ¿Por qué no dirigir toda esa energía política a la eliminación de las barreras comerciales en vez de recomendar a las naciones ricas arrojar más capital en un pozo sin fondo?
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