Durante los pasados cinco años, llegaron a los Estados más inmigrantes nuevos como nunca antes en nuestra historia-casi 8 millones, según un nuevo estudio realizado por el Center for Immigration Studies. Esta afluencia ha motivado un vasto debate público. Pero antes de que adoptemos nuevas políticas, los políticos deben distinguir claramente entre los verdaderos problemas causados por la inmigración y aquellos que no son tales y que se basan en mitos populares.
Probablemente el concepto erróneo numero uno respecto de la inmigración es el de que la misma perjudica a nuestra economía. En realidad, estimaciones conservadoras ubican a la ganancia neta para la economía estadounidense en virtud de la inmigración actual en cerca de los $20 mil millones (billones en inglés). En lugar de reconocer este beneficio a nivel general, quienes critican a la inmigración típicamente sostienen que los inmigrantes le quitan empleos a los estadounidenses, deprimen los salarios y agotan nuestros dólares de los impuestos al consumir servicios sociales.
Una verdad fundamental acerca de nuestra economía es que en la medida en que deseamos más bienes y servicios de los que tenemos, el numero de empleos resulta prácticamente ilimitado. En verdad, cuando contamos con más trabajadores, creamos más empleos. El empleo total y el tamaño de la fuerza laboral se han seguido recíprocamente bastante de cerca durante los últimos 50 años a pesar de los cambios dramáticos en los flujos inmigratorios.
Es un hecho bien conocido que muchos de los trabajos que los inmigrantes vienen a cubrir aquí son empleos que los estadounidenses no están aceptando. Y cuando evitamos que los inmigrantes realicen estas tareas, los fabricantes y los consumidores estadounidenses padecen las consecuencias. Por ejemplo, debido a los faltantes de mano de obra causados en parte por los mayores controles fronterizos, solamente el 30 por ciento de la cosecha de lechuga del último otoño en Arizona fue levantada. Las perdidas estuvieron cercanas a los mil millones (billón en inglés) de dólares. Simplemente no habían los suficientes trabajadores estadounidenses para recoger las cosechas a precios que las hubiesen hecho rentables.
Menos conocida es la circunstancia de que muchos empleos que cubren los inmigrantes hubiesen sido de otro modo deslocalizados. Casi un tercio de los trabajadores estadounidenses de la industria del vestido son inmigrantes. De manera creciente, estamos recurriendo al comercio internacional para asegurarnos nuestras vestimentas. Si no fuese por la inmigración, probablemente estaríamos importando aun más indumentaria. Similarmente, en ocupaciones que precisan altas destrezas, tales como la ingeniería en materia de software, cuando a las empresas no se les permite traer inmigrantes a los Estados Unidos, ellas le envían la tarea al trabajador. La compañía Microsoft de Bill Gates ha dicho que la eliminación de los topes sobre las visas H1-B alentaría a su empresa a deslocalizar menos empleos.
¿Qué ocurre con los salarios? La inmigración incrementa la oferta interna de mano de obra. El razonamiento económico básico demuestra que cuando usted aumenta la oferta de cualquier bien, manteniendo constantes a las otras cosas, su precio debería bajar. Sin embargo, la inmigración trae varios efectos secundarios que compensan a esa oferta incrementada. De manera inmediata, cuando los inmigrantes ganan dinero, demandan bienes y servicios. Esto incrementa la de manda de mano de obra, lo cual a su vez crea más empleos e impulsa los salarios nuevamente hacia arriba.
Una consecuencia menos obvia, pero no menos importante, de la inmigración es la de que con una mayor oferta de mano de obra, más bienes y servicios son producidos. Esto conduce a precios más bajos, y a un aumento en el poder de compra de los salarios estadounidenses existentes. Finalmente, una fuerza laboral más grande puede elevar la rentabilidad de las inversiones de capital. Si los mayores flujos de capital igualan a la fuerza laboral incrementada, los salarios no son impulsados a la baja. Incluso el economista de Harvard George Borjas, un critico prominente de la inmigración, admite que si el stock de capital se incrementa lo suficiente como para mantener constantes a los retornos, la inmigración no reducirá los ingresos de los locales en promedio.
Las consecuencias secundarias de la inmigración están corroboradas por la literatura económica profesional. Un extenso sondeo de la literatura sobre la inmigración, publicado en el Journal of Economic Perspectives llegó a la siguiente conclusión: “A pesar de la creencia popular de que los inmigrantes tienen un gran impacto adverso sobre los salarios y las oportunidades laborales de la población local, la literatura sobre esta cuestión no ofrece mucho apoyo para esa conclusión.”
El argumento económico en favor de una inmigración abierta no difiere fundamentalmente del argumento a favor del libre comercio o a favor de la libre movilidad del capital. El hecho de permitir que los bienes y servicios, el capital, y el trabajo fluyan libremente les permite ser canalizados hacia sus usos más eficientes y trae beneficios en general tanto para la economía interna como para la mundial.
La objeción de que la inmigración cuesta algunos dólares tiene cierto mérito. Dado que varios de los servicios financiados con impuestos que consumen los inmigrantes son solventados en el nivel local y que gran parte de los impuestos que los inmigrantes pagan van al gobierno federal, la inmigración es una carga tributaria sobre algunas comunidades. Este es fundamentalmente un problema de las políticas públicas, no de la economía. Las reformas políticas podrían enmendarlo al disminuir los servicios sociales a los que los inmigrantes y sus hijos puedan acceder.
No debemos temer que lo inmigrantes agobien a nuestra economía, ocupen más empleos de los que generan, o depriman nuestros salarios. Muy por el contrario, la inmigración trae beneficios económicos, por lo tanto no debería ser limitada artificialmente. Las actuales propuestas de trabajadores temporarios del Presidente Bush y del Senado no avanzan lo suficiente. Una reforma verdaderamente beneficiosa se concentraría en la creación de una política de inmigración abierta a la vez que lidiaría con los verdaderos problemas que el aumento de la inmigración podría presentar. Esto involucraría a la limitación del gasto en prestaciones y podría exigir más restricciones sobre la capacidad de los inmigrantes para eventualmente votar.
Traducido por Gabriel Gasave
Los pseudo problemas económicos de la inmigración
Durante los pasados cinco años, llegaron a los Estados más inmigrantes nuevos como nunca antes en nuestra historia-casi 8 millones, según un nuevo estudio realizado por el Center for Immigration Studies. Esta afluencia ha motivado un vasto debate público. Pero antes de que adoptemos nuevas políticas, los políticos deben distinguir claramente entre los verdaderos problemas causados por la inmigración y aquellos que no son tales y que se basan en mitos populares.
Probablemente el concepto erróneo numero uno respecto de la inmigración es el de que la misma perjudica a nuestra economía. En realidad, estimaciones conservadoras ubican a la ganancia neta para la economía estadounidense en virtud de la inmigración actual en cerca de los $20 mil millones (billones en inglés). En lugar de reconocer este beneficio a nivel general, quienes critican a la inmigración típicamente sostienen que los inmigrantes le quitan empleos a los estadounidenses, deprimen los salarios y agotan nuestros dólares de los impuestos al consumir servicios sociales.
Una verdad fundamental acerca de nuestra economía es que en la medida en que deseamos más bienes y servicios de los que tenemos, el numero de empleos resulta prácticamente ilimitado. En verdad, cuando contamos con más trabajadores, creamos más empleos. El empleo total y el tamaño de la fuerza laboral se han seguido recíprocamente bastante de cerca durante los últimos 50 años a pesar de los cambios dramáticos en los flujos inmigratorios.
Es un hecho bien conocido que muchos de los trabajos que los inmigrantes vienen a cubrir aquí son empleos que los estadounidenses no están aceptando. Y cuando evitamos que los inmigrantes realicen estas tareas, los fabricantes y los consumidores estadounidenses padecen las consecuencias. Por ejemplo, debido a los faltantes de mano de obra causados en parte por los mayores controles fronterizos, solamente el 30 por ciento de la cosecha de lechuga del último otoño en Arizona fue levantada. Las perdidas estuvieron cercanas a los mil millones (billón en inglés) de dólares. Simplemente no habían los suficientes trabajadores estadounidenses para recoger las cosechas a precios que las hubiesen hecho rentables.
Menos conocida es la circunstancia de que muchos empleos que cubren los inmigrantes hubiesen sido de otro modo deslocalizados. Casi un tercio de los trabajadores estadounidenses de la industria del vestido son inmigrantes. De manera creciente, estamos recurriendo al comercio internacional para asegurarnos nuestras vestimentas. Si no fuese por la inmigración, probablemente estaríamos importando aun más indumentaria. Similarmente, en ocupaciones que precisan altas destrezas, tales como la ingeniería en materia de software, cuando a las empresas no se les permite traer inmigrantes a los Estados Unidos, ellas le envían la tarea al trabajador. La compañía Microsoft de Bill Gates ha dicho que la eliminación de los topes sobre las visas H1-B alentaría a su empresa a deslocalizar menos empleos.
¿Qué ocurre con los salarios? La inmigración incrementa la oferta interna de mano de obra. El razonamiento económico básico demuestra que cuando usted aumenta la oferta de cualquier bien, manteniendo constantes a las otras cosas, su precio debería bajar. Sin embargo, la inmigración trae varios efectos secundarios que compensan a esa oferta incrementada. De manera inmediata, cuando los inmigrantes ganan dinero, demandan bienes y servicios. Esto incrementa la de manda de mano de obra, lo cual a su vez crea más empleos e impulsa los salarios nuevamente hacia arriba.
Una consecuencia menos obvia, pero no menos importante, de la inmigración es la de que con una mayor oferta de mano de obra, más bienes y servicios son producidos. Esto conduce a precios más bajos, y a un aumento en el poder de compra de los salarios estadounidenses existentes. Finalmente, una fuerza laboral más grande puede elevar la rentabilidad de las inversiones de capital. Si los mayores flujos de capital igualan a la fuerza laboral incrementada, los salarios no son impulsados a la baja. Incluso el economista de Harvard George Borjas, un critico prominente de la inmigración, admite que si el stock de capital se incrementa lo suficiente como para mantener constantes a los retornos, la inmigración no reducirá los ingresos de los locales en promedio.
Las consecuencias secundarias de la inmigración están corroboradas por la literatura económica profesional. Un extenso sondeo de la literatura sobre la inmigración, publicado en el Journal of Economic Perspectives llegó a la siguiente conclusión: “A pesar de la creencia popular de que los inmigrantes tienen un gran impacto adverso sobre los salarios y las oportunidades laborales de la población local, la literatura sobre esta cuestión no ofrece mucho apoyo para esa conclusión.”
El argumento económico en favor de una inmigración abierta no difiere fundamentalmente del argumento a favor del libre comercio o a favor de la libre movilidad del capital. El hecho de permitir que los bienes y servicios, el capital, y el trabajo fluyan libremente les permite ser canalizados hacia sus usos más eficientes y trae beneficios en general tanto para la economía interna como para la mundial.
La objeción de que la inmigración cuesta algunos dólares tiene cierto mérito. Dado que varios de los servicios financiados con impuestos que consumen los inmigrantes son solventados en el nivel local y que gran parte de los impuestos que los inmigrantes pagan van al gobierno federal, la inmigración es una carga tributaria sobre algunas comunidades. Este es fundamentalmente un problema de las políticas públicas, no de la economía. Las reformas políticas podrían enmendarlo al disminuir los servicios sociales a los que los inmigrantes y sus hijos puedan acceder.
No debemos temer que lo inmigrantes agobien a nuestra economía, ocupen más empleos de los que generan, o depriman nuestros salarios. Muy por el contrario, la inmigración trae beneficios económicos, por lo tanto no debería ser limitada artificialmente. Las actuales propuestas de trabajadores temporarios del Presidente Bush y del Senado no avanzan lo suficiente. Una reforma verdaderamente beneficiosa se concentraría en la creación de una política de inmigración abierta a la vez que lidiaría con los verdaderos problemas que el aumento de la inmigración podría presentar. Esto involucraría a la limitación del gasto en prestaciones y podría exigir más restricciones sobre la capacidad de los inmigrantes para eventualmente votar.
Traducido por Gabriel Gasave
Derecho y libertadEconomíaEconomía de libre mercadoInmigraciónInmigraciónTrabajo y empleo
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