Washington, DC.- Recibí una generosa carta del presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial esta semana comunicándome que había sido seleccionado como un Joven Líder Global 2007 por un jurado internacional presidido por la Reina Rania de Jordania. Un amigo mío bromeó diciendo que he sido “capturado por la conspiración del Nuevo Orden Mundial”. Contesté con otra broma: es hora de infiltrar liberales entre los conspiradores.
La mayor parte de las propuestas para solucionar la pobreza en los países atrasados provienen de personas convencidas de que existe, en efecto, una “conspiración” internacional contra la prosperidad de los pobres liderada por gobiernos, corporaciones y dirigentes vinculados al Foro Económico Mundial. Precisamente porque millones de latinoamericanos consideran que la prosperidad es un juego de suma cero en el que sólo se puede ganar lo que otros pierden, hay varios demagogos en el poder hoy en día.
Hace poco, la revista trimestral de la Reserva Federal de Mineápolis reprodujo un trabajo poco conocido sobre América Latina, escrito por un equipo de cuatro economistas capitaneados por Harold Cole y Lee Ohanian. Apareció originalmente en una publicación especializada en el 2005. A diferencia de tantos estudios sobre por qué algunos países siguen siendo pobres, este análisis desdeña las teorías conspirativas y muerde la nuez del problema.
Primero, los autores comparan a doce países latinoamericanos con veintidós naciones de otras regiones que son culturalmente similares pero más prósperas. Luego desechan varias explicaciones posibles acerca de este desfase. Hay quienes piensan que la región está estancada debido a que un número relativamente pequeño de personas tiene trabajo. Pero el índice de ocupación de América Latina es el 70 por ciento del de Europa: una brecha modesta en comparación con la enorme brecha en el desempeño. El problema no es que sean pocos los que trabajan, sino que no producen lo suficiente. Durante los últimos cincuenta años, la productividad de un latinoamericano promedio ha equivalido a un tercio de la productividad de un estadounidense. En cambio, hace cincuenta años un europeo producía poco más de un tercio de lo que producía un estadounidense y hoy produce el 80 por ciento.
¿Qué explica la baja productividad de América Latina? ¿Será acaso la escasez de capital físico, es decir una baja proporción entre maquinarias y trabajadores? No: en los últimos cuarenta años, la proporción entre el capital físico y la producción en América Latina no ha sido muy distinta a la de los Estados Unidos, así que esa no puede ser la razón. La diferencia debe estar en la eficiencia con la que los latinoamericanos utilizan su trabajo y su capital. ¿Pero qué explica esa diferencia?
La opinión convencional sostiene que la educación –el “capital humano”– es el factor clave. Sin embargo, los autores descubrieron que, desde 1960, la educación y la capacidad laboral han venido trepando más rápido en América Latina que en Europa y en Asia (aun cuando el nivel, por supuesto, sigue siendo inferior). La educación ayuda a un país a competir una vez que está a la par con otras naciones, pero la mejora educativa de América Latina en estas décadas no se ha visto reflejada en el rendimiento económico de la región.
La causa determinante del atraso es la compleja red de barreras con las que América Latina impide que sus ciudadanos compitan en serio. Abundan los desincentivos para hacer un uso más eficiente de la tecnología y gatillar la productividad. Algunas de estas barreras afectan la relación con el mundo exterior: aranceles, cuotas, múltiples tipos de cambio y una excesiva reglamentación contra los productores extranjeros. Otros obstáculos atacan de puertas para adentro: barreras contra el surgimiento de competidores en ciertas industrias, la supervivencia de empresas estatales y la vigencia de sistemas financieros ineficientes. En el último siglo, por ejemplo, hubo varias ocasiones en las que las barreras comerciales de América Latina fueron casi cuatro veces más altas que las del Asia. Otro ejemplo: desde la nacionalización del petróleo en Venezuela, la productividad petrolera de ese país ha permanecido en la mitad de su nivel anterior.
¿Por qué América Latina ha erigido más barreras que otras regiones? Los autores prefieren dejarlo como pregunta abierta, sugiriendo que podría ser un tema interesante para explorar. Pero la razón probablemente sea esta: los intereses creados —en el mundo político, empresarial y sindical— han gozado en América Latina de una posición más ventajosa que en otras partes para obligar a las instituciones políticas y legales a protegerlos.
La conclusión persuasiva que se desprende del estudio es que el desarrollo económico es, ante todo, un acto de purga legislativa para remover obstáculos. Suena mucho más fácil de lo que es.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
¿Cuál conspiración?
Washington, DC.- Recibí una generosa carta del presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial esta semana comunicándome que había sido seleccionado como un Joven Líder Global 2007 por un jurado internacional presidido por la Reina Rania de Jordania. Un amigo mío bromeó diciendo que he sido “capturado por la conspiración del Nuevo Orden Mundial”. Contesté con otra broma: es hora de infiltrar liberales entre los conspiradores.
La mayor parte de las propuestas para solucionar la pobreza en los países atrasados provienen de personas convencidas de que existe, en efecto, una “conspiración” internacional contra la prosperidad de los pobres liderada por gobiernos, corporaciones y dirigentes vinculados al Foro Económico Mundial. Precisamente porque millones de latinoamericanos consideran que la prosperidad es un juego de suma cero en el que sólo se puede ganar lo que otros pierden, hay varios demagogos en el poder hoy en día.
Hace poco, la revista trimestral de la Reserva Federal de Mineápolis reprodujo un trabajo poco conocido sobre América Latina, escrito por un equipo de cuatro economistas capitaneados por Harold Cole y Lee Ohanian. Apareció originalmente en una publicación especializada en el 2005. A diferencia de tantos estudios sobre por qué algunos países siguen siendo pobres, este análisis desdeña las teorías conspirativas y muerde la nuez del problema.
Primero, los autores comparan a doce países latinoamericanos con veintidós naciones de otras regiones que son culturalmente similares pero más prósperas. Luego desechan varias explicaciones posibles acerca de este desfase. Hay quienes piensan que la región está estancada debido a que un número relativamente pequeño de personas tiene trabajo. Pero el índice de ocupación de América Latina es el 70 por ciento del de Europa: una brecha modesta en comparación con la enorme brecha en el desempeño. El problema no es que sean pocos los que trabajan, sino que no producen lo suficiente. Durante los últimos cincuenta años, la productividad de un latinoamericano promedio ha equivalido a un tercio de la productividad de un estadounidense. En cambio, hace cincuenta años un europeo producía poco más de un tercio de lo que producía un estadounidense y hoy produce el 80 por ciento.
¿Qué explica la baja productividad de América Latina? ¿Será acaso la escasez de capital físico, es decir una baja proporción entre maquinarias y trabajadores? No: en los últimos cuarenta años, la proporción entre el capital físico y la producción en América Latina no ha sido muy distinta a la de los Estados Unidos, así que esa no puede ser la razón. La diferencia debe estar en la eficiencia con la que los latinoamericanos utilizan su trabajo y su capital. ¿Pero qué explica esa diferencia?
La opinión convencional sostiene que la educación –el “capital humano”– es el factor clave. Sin embargo, los autores descubrieron que, desde 1960, la educación y la capacidad laboral han venido trepando más rápido en América Latina que en Europa y en Asia (aun cuando el nivel, por supuesto, sigue siendo inferior). La educación ayuda a un país a competir una vez que está a la par con otras naciones, pero la mejora educativa de América Latina en estas décadas no se ha visto reflejada en el rendimiento económico de la región.
La causa determinante del atraso es la compleja red de barreras con las que América Latina impide que sus ciudadanos compitan en serio. Abundan los desincentivos para hacer un uso más eficiente de la tecnología y gatillar la productividad. Algunas de estas barreras afectan la relación con el mundo exterior: aranceles, cuotas, múltiples tipos de cambio y una excesiva reglamentación contra los productores extranjeros. Otros obstáculos atacan de puertas para adentro: barreras contra el surgimiento de competidores en ciertas industrias, la supervivencia de empresas estatales y la vigencia de sistemas financieros ineficientes. En el último siglo, por ejemplo, hubo varias ocasiones en las que las barreras comerciales de América Latina fueron casi cuatro veces más altas que las del Asia. Otro ejemplo: desde la nacionalización del petróleo en Venezuela, la productividad petrolera de ese país ha permanecido en la mitad de su nivel anterior.
¿Por qué América Latina ha erigido más barreras que otras regiones? Los autores prefieren dejarlo como pregunta abierta, sugiriendo que podría ser un tema interesante para explorar. Pero la razón probablemente sea esta: los intereses creados —en el mundo político, empresarial y sindical— han gozado en América Latina de una posición más ventajosa que en otras partes para obligar a las instituciones políticas y legales a protegerlos.
La conclusión persuasiva que se desprende del estudio es que el desarrollo económico es, ante todo, un acto de purga legislativa para remover obstáculos. Suena mucho más fácil de lo que es.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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