Cuando el Presidente Bush anunció su intención de desplegar más de 20.000 efectivos adicionales en Irak—la mayoría de ellos para la seguridad de Bagdad—declaró que “habrá 18 brigadas del Ejército y la Policía Nacional Iraquí comprometidas con este esfuerzo” pero también que “para tener éxito, nuestros comandantes afirman que los iraquíes necesitarán nuestra ayuda”. Que los iraquíes siguen teniendo una desesperada necesidad de ayuda estadounidense fue evidente cuando las fuerzas de seguridad iraquíes fueron prácticamente apabulladas por renegados milicianos combatientes en una reciente batalla cerca de Najaf. Según el vice-gobernador de la provincia de Najaf, las fuerzas milicianas “tenían más capacidades que el gobierno”. El hecho de que tanto las fuerzas de aire como de tierra de los Estados Unidos tuvieron que ser convocadas para impedir la derrota resulta significativo en virtud de que hace tan solo un mes la autoridad de la seguridad sobre Najaf fue traspasada a los iraquíes en lo que fue aclamado como un paso trascendente hacia una mejora en la seguridad y el fortalecimiento de la autoridad del gobierno.
Si la batalla en Najaf es un indicio del estado de las capacidades iraquíes, ¿cuánta fe deberemos tener cuando el presidente asevera que el incremento propuesto proporciona “los niveles de fuerza que necesitamos” y que “prevaleceremos”—especialmente cuando hace más de un año el Vicepresidente Cheney declaró genialmente en el programa “Larry King Live” de CNN que la insurgencia en Irak estaba “en los últimos trances”?
Efectivamente, los antecedentes de la administración y sus porristas precisan ser analizados de cerca. El ex Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, quien fue el mayor defensor del Pentágono en favor de llevar al país a la guerra con Irak y que sostuvo que los ingresos petroleros iraquíes pagarían la reconstrucción tras la invasión, es ahora el presidente del Banco Mundial. El ex Subsecretario de la Defensa para la Política Douglas Feith, quien encabezó la desastrosa Oficina de Planes Especiales responsable por preparar los libros acerca de la amenaza planteada por Irak y fue un defensor del embaucador iraquí Ahmed Chalabi, es un distinguido profesional en política de la seguridad nacional en la Georgetown University. Bill Kristol, el catedrático de la neoconservadora Weekly Standard, ha sido designado columnista para la revista Time. Y Thomas Friedman—que lideró la arremetida del halcón liberal en Irak, a menudo junto con Bill Kristol—es todavía una luminaria en las páginas del New York Times. Si alguna de estas personas era su agente de bolsa y le dijo que apueste su rancho a Enron a finales de 2001, ¿les seguiría permitiendo que le brinden consejo financiero?
Lo cierto es que un incremento de 20.000 efectivos o más es improbable que produzca alguna diferencia significativa en Irak. Actualmente, los Estados Unidos tienen cerca de 130.000 tropas en Irak. Por lo tanto, el incremento llevará el total a 150.000 efectivos, lo que es casi el mismo número que teníamos en Irak durante el otoño de 2005. Pero sí 150.000 soldados estadounidenses no pudieron imponer la seguridad hace más de un año, ¿por qué deberíamos esperar que serán capaces de hacerlo ahora? La dura realidad es que—desde la perspectiva de una táctica operacional militar inflexible—para siquiera tener una oportunidad de triunfar en ponerle fin a la violencia en Irak es necesaria una fuerza terrestre mucho más grande. La historia de la experiencia británica en Irlanda del Norte (un paralelo cercano con la precaria posición de los Estados Unidos en Irak) sugiere una necesidad de al menos unos 20 soldados cada 1.000 civiles para tener una esperanza realista de restaurar la seguridad y estabilidad. Con una población total de alrededor de 25 millones de personas, eso se traduce en una fuerza de 500.000 efectivos en Irak. Solamente Bagdad (6 millones de personas) requeriría 120.000 soldados o prácticamente todas las fuerzas terrestres actuales desplegadas en Irak.
Además, la basta mayoría de los efectivos precisará ser tropas de combate para patrullar las calles y mantener una tapa sobre la violencia. Pero la estimación más optimista de la denominada relación “diente-cola” de las unidades de apoyo de combate en Irak es de 1 a 1, lo cual significa que solamente la mitad de las tropas son unidades de combate—o 75.000 de los 150.000 soldados estadounidenses en Irak tras el incremento. Una estimación del “mejor de los casos” es una relación de 1 a 4, que significa solamente 30.000 tropas de combate de una fuerza total de 150.000. Como sea que haga las matemáticas, el incremento resulta escaso.
Más allá del número de efectivos necesario, la realidad de la ocupación exige una voluntad de emplear tácticas indiscriminadas y severas, incluso brutales, para suprimir toda violencia y oposición a efectos de imponer la seguridad y el orden—en gran medida como hicieron los británicos para aplastar la Rebelión de Mau Mau en Kenya en los años 50. Y si la experiencia británica es una buena guía, las fuerzas de los EE.UU. tendrán que permanecer en Irak durante los años venideros—quizás una década o más.
En última instancia, el incremento no hará más que acrecentar las filas de la insurgencia para expulsar a la yunta de la ocupación militar extranjera, resultando en incluso más violencia dirigida a las tropas estadounidenses y civiles iraquíes. Y más y más musulmanes alrededor del mundo odiarán a los Estados Unidos, ofreciéndoles un motivo poderoso para volverse terroristas. Con más de mil millones de musulmanes en el mundo, el éxito táctico (si pudiese ser alcanzado) en Irak daría lugar a una mayor y tal vez catastrófica derrota estratégica —en gran medida similar a la que le ocurrió a los israelíes tras su incursión en el Líbano que resultó en un apoyo aún mayor en favor de Hezbollah.
Traducido por Gabriel Gasave
El incremento de las tropas en Irak: Otra falsa promesa
Cuando el Presidente Bush anunció su intención de desplegar más de 20.000 efectivos adicionales en Irak—la mayoría de ellos para la seguridad de Bagdad—declaró que “habrá 18 brigadas del Ejército y la Policía Nacional Iraquí comprometidas con este esfuerzo” pero también que “para tener éxito, nuestros comandantes afirman que los iraquíes necesitarán nuestra ayuda”. Que los iraquíes siguen teniendo una desesperada necesidad de ayuda estadounidense fue evidente cuando las fuerzas de seguridad iraquíes fueron prácticamente apabulladas por renegados milicianos combatientes en una reciente batalla cerca de Najaf. Según el vice-gobernador de la provincia de Najaf, las fuerzas milicianas “tenían más capacidades que el gobierno”. El hecho de que tanto las fuerzas de aire como de tierra de los Estados Unidos tuvieron que ser convocadas para impedir la derrota resulta significativo en virtud de que hace tan solo un mes la autoridad de la seguridad sobre Najaf fue traspasada a los iraquíes en lo que fue aclamado como un paso trascendente hacia una mejora en la seguridad y el fortalecimiento de la autoridad del gobierno.
Si la batalla en Najaf es un indicio del estado de las capacidades iraquíes, ¿cuánta fe deberemos tener cuando el presidente asevera que el incremento propuesto proporciona “los niveles de fuerza que necesitamos” y que “prevaleceremos”—especialmente cuando hace más de un año el Vicepresidente Cheney declaró genialmente en el programa “Larry King Live” de CNN que la insurgencia en Irak estaba “en los últimos trances”?
Efectivamente, los antecedentes de la administración y sus porristas precisan ser analizados de cerca. El ex Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, quien fue el mayor defensor del Pentágono en favor de llevar al país a la guerra con Irak y que sostuvo que los ingresos petroleros iraquíes pagarían la reconstrucción tras la invasión, es ahora el presidente del Banco Mundial. El ex Subsecretario de la Defensa para la Política Douglas Feith, quien encabezó la desastrosa Oficina de Planes Especiales responsable por preparar los libros acerca de la amenaza planteada por Irak y fue un defensor del embaucador iraquí Ahmed Chalabi, es un distinguido profesional en política de la seguridad nacional en la Georgetown University. Bill Kristol, el catedrático de la neoconservadora Weekly Standard, ha sido designado columnista para la revista Time. Y Thomas Friedman—que lideró la arremetida del halcón liberal en Irak, a menudo junto con Bill Kristol—es todavía una luminaria en las páginas del New York Times. Si alguna de estas personas era su agente de bolsa y le dijo que apueste su rancho a Enron a finales de 2001, ¿les seguiría permitiendo que le brinden consejo financiero?
Lo cierto es que un incremento de 20.000 efectivos o más es improbable que produzca alguna diferencia significativa en Irak. Actualmente, los Estados Unidos tienen cerca de 130.000 tropas en Irak. Por lo tanto, el incremento llevará el total a 150.000 efectivos, lo que es casi el mismo número que teníamos en Irak durante el otoño de 2005. Pero sí 150.000 soldados estadounidenses no pudieron imponer la seguridad hace más de un año, ¿por qué deberíamos esperar que serán capaces de hacerlo ahora? La dura realidad es que—desde la perspectiva de una táctica operacional militar inflexible—para siquiera tener una oportunidad de triunfar en ponerle fin a la violencia en Irak es necesaria una fuerza terrestre mucho más grande. La historia de la experiencia británica en Irlanda del Norte (un paralelo cercano con la precaria posición de los Estados Unidos en Irak) sugiere una necesidad de al menos unos 20 soldados cada 1.000 civiles para tener una esperanza realista de restaurar la seguridad y estabilidad. Con una población total de alrededor de 25 millones de personas, eso se traduce en una fuerza de 500.000 efectivos en Irak. Solamente Bagdad (6 millones de personas) requeriría 120.000 soldados o prácticamente todas las fuerzas terrestres actuales desplegadas en Irak.
Además, la basta mayoría de los efectivos precisará ser tropas de combate para patrullar las calles y mantener una tapa sobre la violencia. Pero la estimación más optimista de la denominada relación “diente-cola” de las unidades de apoyo de combate en Irak es de 1 a 1, lo cual significa que solamente la mitad de las tropas son unidades de combate—o 75.000 de los 150.000 soldados estadounidenses en Irak tras el incremento. Una estimación del “mejor de los casos” es una relación de 1 a 4, que significa solamente 30.000 tropas de combate de una fuerza total de 150.000. Como sea que haga las matemáticas, el incremento resulta escaso.
Más allá del número de efectivos necesario, la realidad de la ocupación exige una voluntad de emplear tácticas indiscriminadas y severas, incluso brutales, para suprimir toda violencia y oposición a efectos de imponer la seguridad y el orden—en gran medida como hicieron los británicos para aplastar la Rebelión de Mau Mau en Kenya en los años 50. Y si la experiencia británica es una buena guía, las fuerzas de los EE.UU. tendrán que permanecer en Irak durante los años venideros—quizás una década o más.
En última instancia, el incremento no hará más que acrecentar las filas de la insurgencia para expulsar a la yunta de la ocupación militar extranjera, resultando en incluso más violencia dirigida a las tropas estadounidenses y civiles iraquíes. Y más y más musulmanes alrededor del mundo odiarán a los Estados Unidos, ofreciéndoles un motivo poderoso para volverse terroristas. Con más de mil millones de musulmanes en el mundo, el éxito táctico (si pudiese ser alcanzado) en Irak daría lugar a una mayor y tal vez catastrófica derrota estratégica —en gran medida similar a la que le ocurrió a los israelíes tras su incursión en el Líbano que resultó en un apoyo aún mayor en favor de Hezbollah.
Traducido por Gabriel Gasave
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