Los medios a menudo informan acerca de acontecimientos en el exterior, pero no siempre exploran sus causas subyacentes, las que, en muchos casos, convenientemente dejan al gobierno de los Estados Unidos al margen de toda culpa. La reciente violencia destructiva en Somalia ofrece un ejemplo clásico.
Los medios estadounidenses se han concentrado hasta la fecha casi exclusivamente en el emergente movimiento islamista en Somalia y la asistencia estadounidense “encubierta” a la invasión etiope que apoyaba al gobierno de transición de Somalia contra los islamistas más fuertes. Los medios deberían estar concentrándose en una de las principales causas de la confusión somalí: el entrometimiento del gobierno de los EE.UU..
Después del 11/09, la administración Bush temía que la ausencia de un gobierno fuerte en el “estado fallido” de Somalia podía convertir al pequeño país del este africano—ligeramente más pequeño que Texas—en un refugio para los terroristas. La administración ignoraba el hecho de que otros estados con gobiernos débiles no se han vuelto santuarios para los terroristas. Incluso si Somalia se hubiese convertido en un enclave terrorista, los terroristas, ante la ausencia de cualquier provocación estadounidense, probablemente no hubiesen atacado a los lejanos Estados Unidos.
Como resultado del infundado temor de la administración, los Estados Unidos comenzaron a apoyar a caudillos impopulares en la nación subdesarrollada. Ahí es cuando el verdadero problema se inició.
Los islamistas radicales en Somalia nunca tuvieron muchos seguidores hasta que el pueblo somalí se percató de que una potencia exterior estaba apoyando a los corruptos y despiadados caciques militares. La popularidad del movimiento islamista entonces surgió, permitiendo a los islamistas tomar el control de gran parte del país. En suma, donde no existía previamente problema alguno con los islamistas radicales, el gobierno de los EE.UU. ayudó a crear uno.
En muchos aspectos, el episodio somalí es una repetición de otras horriblemente contraproducentes intervenciones estadounidenses pasadas. En los años 80, por ejemplo, el gobierno estadounidense apoyó al grupo radical islamista Majadeen—que por entonces combatía a los ocupantes soviéticos no–musulmanese en el musulmán Afganistán—que se transformó en al Qaeda, que actualmente está atacando a los Estados Unidos por su presencia militar no–musulmana en el Golfo Pérsico.
La historia siguió un patrón similar en Irak. La administración Bush justificó la invasión estadounidense de Irak en parte por el supuesto vínculo de al Qaeda con Saddam Hussein—un gamberro, sin duda, pero uno que había sido lo suficientemente sabio, en realidad, para apoyar a grupos que no concentraban sus ataques sobre los Estados Unidos. Ahora, en Irak, donde antes no había terroristas islámicos anti–estadounidenses, tenemos muchos para combatir.
Somalia es el tercer ejemplo de creación por parte de los Estados Unidos de una amenaza islamista potencialmente anti–estadounidense donde previamente no existía ninguna. La invasión etiope apoyada por los EE.UU. debilitó a los islamistas somalíes, pero ellos siguen luchando ferozmente para controlar a Mogadiscio, la capital. Al igual que aquellos en Irak, todo lo que los islamistas somalíes tienen que hacer es esperar hasta que el ocupante extranjero se canse y marche. Cuando eso ocurra, los islamistas podrían muy bien convertirse en la fuerza política dominante del país, capitalizando su “patriótica” resistencia a los odiados ocupantes etíopes y sus benefactores estadounidenses.
Los etíopes respaldados por los EE.UU., ya impopulares, se han vuelto aún más abominados como consecuencia de su supuesto bombardeo indiscriminado de las áreas civiles de Mogadiscio, al que los grupos de derechos humanos están denominando un crimen de guerra. A diferencia del periodo en el que los islamistas controlaban Mogadiscio, el gobierno de transición ha sido incapaz de mantener el orden, socavando tanto su credibilidad como su apoyo público. Como resultado, muchos en Somalia consideran al periodo del gobierno islámico como los buenos tiempos, y ahora anhelan su regreso.
Y eso es probablemente lo que ocurrirá. Como el resurgente Taliban en Afganistán, cuya buena suerte reciente fue provocada por la continuada ocupación extranjera de ese país, probablemente veremos regresar a los islamistas somalíes.
Las experiencias de los Estados Unidos en Afganistán, Irak y Somalia deberían enseñar a los expertos en política exterior y al público estadounidense que el entrometimiento de los EE.UU. en el exterior es a menudo contraproducente y peligroso. No obstante, los medios de comunicación estadounidenses ayudan al gobierno de los Estados Unidos a disfrazar estos fracasos políticos al no exponer las causas subyacentes de la violencia, permitiéndole al gobierno de los EE.UU. cometer los mismo errores una y otra vez.
Traducido por Gabriel Gasave
La confusión hecha en los EE.UU. de Somalia
Los medios a menudo informan acerca de acontecimientos en el exterior, pero no siempre exploran sus causas subyacentes, las que, en muchos casos, convenientemente dejan al gobierno de los Estados Unidos al margen de toda culpa. La reciente violencia destructiva en Somalia ofrece un ejemplo clásico.
Los medios estadounidenses se han concentrado hasta la fecha casi exclusivamente en el emergente movimiento islamista en Somalia y la asistencia estadounidense “encubierta” a la invasión etiope que apoyaba al gobierno de transición de Somalia contra los islamistas más fuertes. Los medios deberían estar concentrándose en una de las principales causas de la confusión somalí: el entrometimiento del gobierno de los EE.UU..
Después del 11/09, la administración Bush temía que la ausencia de un gobierno fuerte en el “estado fallido” de Somalia podía convertir al pequeño país del este africano—ligeramente más pequeño que Texas—en un refugio para los terroristas. La administración ignoraba el hecho de que otros estados con gobiernos débiles no se han vuelto santuarios para los terroristas. Incluso si Somalia se hubiese convertido en un enclave terrorista, los terroristas, ante la ausencia de cualquier provocación estadounidense, probablemente no hubiesen atacado a los lejanos Estados Unidos.
Como resultado del infundado temor de la administración, los Estados Unidos comenzaron a apoyar a caudillos impopulares en la nación subdesarrollada. Ahí es cuando el verdadero problema se inició.
Los islamistas radicales en Somalia nunca tuvieron muchos seguidores hasta que el pueblo somalí se percató de que una potencia exterior estaba apoyando a los corruptos y despiadados caciques militares. La popularidad del movimiento islamista entonces surgió, permitiendo a los islamistas tomar el control de gran parte del país. En suma, donde no existía previamente problema alguno con los islamistas radicales, el gobierno de los EE.UU. ayudó a crear uno.
En muchos aspectos, el episodio somalí es una repetición de otras horriblemente contraproducentes intervenciones estadounidenses pasadas. En los años 80, por ejemplo, el gobierno estadounidense apoyó al grupo radical islamista Majadeen—que por entonces combatía a los ocupantes soviéticos no–musulmanese en el musulmán Afganistán—que se transformó en al Qaeda, que actualmente está atacando a los Estados Unidos por su presencia militar no–musulmana en el Golfo Pérsico.
La historia siguió un patrón similar en Irak. La administración Bush justificó la invasión estadounidense de Irak en parte por el supuesto vínculo de al Qaeda con Saddam Hussein—un gamberro, sin duda, pero uno que había sido lo suficientemente sabio, en realidad, para apoyar a grupos que no concentraban sus ataques sobre los Estados Unidos. Ahora, en Irak, donde antes no había terroristas islámicos anti–estadounidenses, tenemos muchos para combatir.
Somalia es el tercer ejemplo de creación por parte de los Estados Unidos de una amenaza islamista potencialmente anti–estadounidense donde previamente no existía ninguna. La invasión etiope apoyada por los EE.UU. debilitó a los islamistas somalíes, pero ellos siguen luchando ferozmente para controlar a Mogadiscio, la capital. Al igual que aquellos en Irak, todo lo que los islamistas somalíes tienen que hacer es esperar hasta que el ocupante extranjero se canse y marche. Cuando eso ocurra, los islamistas podrían muy bien convertirse en la fuerza política dominante del país, capitalizando su “patriótica” resistencia a los odiados ocupantes etíopes y sus benefactores estadounidenses.
Los etíopes respaldados por los EE.UU., ya impopulares, se han vuelto aún más abominados como consecuencia de su supuesto bombardeo indiscriminado de las áreas civiles de Mogadiscio, al que los grupos de derechos humanos están denominando un crimen de guerra. A diferencia del periodo en el que los islamistas controlaban Mogadiscio, el gobierno de transición ha sido incapaz de mantener el orden, socavando tanto su credibilidad como su apoyo público. Como resultado, muchos en Somalia consideran al periodo del gobierno islámico como los buenos tiempos, y ahora anhelan su regreso.
Y eso es probablemente lo que ocurrirá. Como el resurgente Taliban en Afganistán, cuya buena suerte reciente fue provocada por la continuada ocupación extranjera de ese país, probablemente veremos regresar a los islamistas somalíes.
Las experiencias de los Estados Unidos en Afganistán, Irak y Somalia deberían enseñar a los expertos en política exterior y al público estadounidense que el entrometimiento de los EE.UU. en el exterior es a menudo contraproducente y peligroso. No obstante, los medios de comunicación estadounidenses ayudan al gobierno de los Estados Unidos a disfrazar estos fracasos políticos al no exponer las causas subyacentes de la violencia, permitiéndole al gobierno de los EE.UU. cometer los mismo errores una y otra vez.
Traducido por Gabriel Gasave
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