La administración Bush puede vivir en una burbuja de “irrealidad”, respecto de su política exterior en Irak, pero los neoconservadores habitan un universo paralelo con relación a Irán. Increíblemente, a pesar del hecho de que el atolladero estadounidense en Irak ha debilitado enormemente la posición de los EE.UU. respecto de Irán, los neoconservadores están impulsando una acción militar contra el régimen teocrático. Según el New York Times, David Wurmser, uno de los principales consejeros del vicepresidente Dick Cheney, comentó a los grupos conservadores la aserción de Cheney de que el esfuerzo diplomático de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice de detener el programa nuclear de Irán estaba flaqueando. Cheney aseveró además que para la primavera de 2008 el Presidente Bush podría que tener que decidir sí emplear o no la fuerza militar contra esa nación, según el informe.
Sin embargo, afortunadamente el Times informa también que los amigos y asociados de la Secretaria Rice sostienen que ella considera que un ataque militar contra Irán sería “desastroso” y hasta ahora está ganando el debate interno de la administración. Incluso más alentadora es la decisión del Presidente Bush a fines de 2002 y comienzos de 2003, cuando decidió no darle a Corea del Norte un ultimátum ni amenazó con atacar a esa nación en virtud de su expulsión de los inspectores nucleares internacionales y de los planes para crear plutonio de tipo armamentístico que podría convertirse en bombas nucleares. Corea del Norte prosiguió con sus planes, y se cree actualmente que posee suficiente combustible para ocho armas o más, e hizo explotar un artefacto nuclear en el otoño de 2006. No obstante, durante la época de la decisión de Bush, Corea del Norte ya poseía suficiente material fisible para elaborar algunas armas nucleares, mientras que Irán no lo tiene. Es decir, la realidad de ir a la guerra con una nación nuclear resulta mucho más moderada que ir a la guerra con una nación que todavía está entre tres y ocho años lejos de generar el material fisionable necesario para producir un arma atómica.
Incluso si los Estados Unidos lanzaran ataques aéreos contra Irán, probablemente tan solo demorarían lo inevitable. Sería improbable que tales ataques eliminen todas las instalaciones nucleares de Irán, debido a que los Estados Unidos desconocen dónde se encuentran ubicadas; además, algunas han sido enterradas profundamente, e incluso otras están en áreas densamente pobladas. Los ataques aéreos probablemente congregarán a la joven población iraní, sedientos de cambio, alrededor de los fósiles autocráticos y teocráticos que actualmente manejan al gobierno de Irán—eliminando toda esperanza de que el cambio de régimen terminará con el programa nuclear iraní. En verdad, dicha beligerancia estadounidense, o incluso el blandir del sable, es uno de los principales factores que motivan a Irán para obtener las armas.
Si alguien duda de este efecto, a fines de 2002 y comienzos de 2003, Corea del Norte redobló sus esfuerzos nucleares, una jugada que coincidió con la conclusión de los norcoreanos de lo que le iba a pasar a un Irak no-nuclear. Como resultado, el acuerdo más reciente de Corea del Norte para volver a admitir a los inspectores internacionales de armas y detener su programa nuclear, a cambio de asistencia y el descongelamiento de sus activos, debería ser tomado como un grano de sal. Corea del Norte hizo trampas con el ultimo de tales acuerdos que efectuó con la administración Clinton. Más importante aún, el acuerdo no exigía a los norcoreanos entregar el material fisionable ya generado.
Además, a menos que los Estados Unidos estén listos para lanzar improbables invasiones terrestres en ambas naciones, a fin de neutralizar todas sus instalaciones nucleares, material fisionable o armas, lo que haría a la invasión y ocupación de Irak lucir como un día en la playa, Irán y Corea del Norte probablemente obtendrán o mantendrán armas nucleares, respectivamente.
Esta realidad no debería impedir a los Estados Unidos intentar negociar un “gran pacto” con estas naciones: hacer que abandonen sus armas nucleares a cambio de una plena normalización de las relaciones, para integrarlas a la economía mundial mediante el levantamiento de las sanciones económicas y garantizar que los Estados Unidos no las atacará. Sin embargo, a raíz de la invasión de los EE.UU. de un Irak no-nuclear y la existencia de rivales regionales—algunos con armas nucleares o armas potenciales—resulta improbable que tanto Irán como Corea del Norte negocien sus programas nucleares.
Así, los Estados Unidos probablemente tendrán que disuadir un ataque nuclear iraní o coreano, o la entrega o venta de estas armas nucleares a los terroristas, empleando el arsenal nuclear más poderoso del mundo. Una disuasión así fue emprendida eficazmente contra Estados más grandes y más poderosos—la China maoísta y la USSR—hasta que moderaron su comportamiento o se desintegraron, respectivamente. En el caso de la China maoísta, los Estados Unidos disuadieron a una nación radical que indirectamente amenazaba con una guerra nuclear contra occidente. Si los Estados Unidos disuadieron a tan grandes potencias, ciertamente deberían ser capaces de disuadir a las más pequeñas y más pobres Irán y Corea del Norte. Es también una buena apuesta que ambos gobiernos impopulares y autocráticos colapsarán en algún momento en el futuro. Además, los Estados Unidos podrían ofrecer a estas dos potencias nucleares asistencia limitada en la salvaguardia de sus armas nucleares contra robo y consejos sobre cómo mantener el control de ellas a efectos de evitar un lanzamiento accidental o no autorizado.
La aceptación, la disuasión y una asistencia técnica limitada son políticas más inteligentes que el contraproducente blandir del sable y la beligerancia estadounidenses, que meramente provocan que más países inicien o aceleren programas nucleares secretos a fin de obtener la última arma para mantener a raya a los Estados Unidos.
Traducido por Gabriel Gasave
Aceptemos la realidad: Irán y Corea del Norte no se privarán de armas nucleares
La administración Bush puede vivir en una burbuja de “irrealidad”, respecto de su política exterior en Irak, pero los neoconservadores habitan un universo paralelo con relación a Irán. Increíblemente, a pesar del hecho de que el atolladero estadounidense en Irak ha debilitado enormemente la posición de los EE.UU. respecto de Irán, los neoconservadores están impulsando una acción militar contra el régimen teocrático. Según el New York Times, David Wurmser, uno de los principales consejeros del vicepresidente Dick Cheney, comentó a los grupos conservadores la aserción de Cheney de que el esfuerzo diplomático de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice de detener el programa nuclear de Irán estaba flaqueando. Cheney aseveró además que para la primavera de 2008 el Presidente Bush podría que tener que decidir sí emplear o no la fuerza militar contra esa nación, según el informe.
Sin embargo, afortunadamente el Times informa también que los amigos y asociados de la Secretaria Rice sostienen que ella considera que un ataque militar contra Irán sería “desastroso” y hasta ahora está ganando el debate interno de la administración. Incluso más alentadora es la decisión del Presidente Bush a fines de 2002 y comienzos de 2003, cuando decidió no darle a Corea del Norte un ultimátum ni amenazó con atacar a esa nación en virtud de su expulsión de los inspectores nucleares internacionales y de los planes para crear plutonio de tipo armamentístico que podría convertirse en bombas nucleares. Corea del Norte prosiguió con sus planes, y se cree actualmente que posee suficiente combustible para ocho armas o más, e hizo explotar un artefacto nuclear en el otoño de 2006. No obstante, durante la época de la decisión de Bush, Corea del Norte ya poseía suficiente material fisible para elaborar algunas armas nucleares, mientras que Irán no lo tiene. Es decir, la realidad de ir a la guerra con una nación nuclear resulta mucho más moderada que ir a la guerra con una nación que todavía está entre tres y ocho años lejos de generar el material fisionable necesario para producir un arma atómica.
Incluso si los Estados Unidos lanzaran ataques aéreos contra Irán, probablemente tan solo demorarían lo inevitable. Sería improbable que tales ataques eliminen todas las instalaciones nucleares de Irán, debido a que los Estados Unidos desconocen dónde se encuentran ubicadas; además, algunas han sido enterradas profundamente, e incluso otras están en áreas densamente pobladas. Los ataques aéreos probablemente congregarán a la joven población iraní, sedientos de cambio, alrededor de los fósiles autocráticos y teocráticos que actualmente manejan al gobierno de Irán—eliminando toda esperanza de que el cambio de régimen terminará con el programa nuclear iraní. En verdad, dicha beligerancia estadounidense, o incluso el blandir del sable, es uno de los principales factores que motivan a Irán para obtener las armas.
Si alguien duda de este efecto, a fines de 2002 y comienzos de 2003, Corea del Norte redobló sus esfuerzos nucleares, una jugada que coincidió con la conclusión de los norcoreanos de lo que le iba a pasar a un Irak no-nuclear. Como resultado, el acuerdo más reciente de Corea del Norte para volver a admitir a los inspectores internacionales de armas y detener su programa nuclear, a cambio de asistencia y el descongelamiento de sus activos, debería ser tomado como un grano de sal. Corea del Norte hizo trampas con el ultimo de tales acuerdos que efectuó con la administración Clinton. Más importante aún, el acuerdo no exigía a los norcoreanos entregar el material fisionable ya generado.
Además, a menos que los Estados Unidos estén listos para lanzar improbables invasiones terrestres en ambas naciones, a fin de neutralizar todas sus instalaciones nucleares, material fisionable o armas, lo que haría a la invasión y ocupación de Irak lucir como un día en la playa, Irán y Corea del Norte probablemente obtendrán o mantendrán armas nucleares, respectivamente.
Esta realidad no debería impedir a los Estados Unidos intentar negociar un “gran pacto” con estas naciones: hacer que abandonen sus armas nucleares a cambio de una plena normalización de las relaciones, para integrarlas a la economía mundial mediante el levantamiento de las sanciones económicas y garantizar que los Estados Unidos no las atacará. Sin embargo, a raíz de la invasión de los EE.UU. de un Irak no-nuclear y la existencia de rivales regionales—algunos con armas nucleares o armas potenciales—resulta improbable que tanto Irán como Corea del Norte negocien sus programas nucleares.
Así, los Estados Unidos probablemente tendrán que disuadir un ataque nuclear iraní o coreano, o la entrega o venta de estas armas nucleares a los terroristas, empleando el arsenal nuclear más poderoso del mundo. Una disuasión así fue emprendida eficazmente contra Estados más grandes y más poderosos—la China maoísta y la USSR—hasta que moderaron su comportamiento o se desintegraron, respectivamente. En el caso de la China maoísta, los Estados Unidos disuadieron a una nación radical que indirectamente amenazaba con una guerra nuclear contra occidente. Si los Estados Unidos disuadieron a tan grandes potencias, ciertamente deberían ser capaces de disuadir a las más pequeñas y más pobres Irán y Corea del Norte. Es también una buena apuesta que ambos gobiernos impopulares y autocráticos colapsarán en algún momento en el futuro. Además, los Estados Unidos podrían ofrecer a estas dos potencias nucleares asistencia limitada en la salvaguardia de sus armas nucleares contra robo y consejos sobre cómo mantener el control de ellas a efectos de evitar un lanzamiento accidental o no autorizado.
La aceptación, la disuasión y una asistencia técnica limitada son políticas más inteligentes que el contraproducente blandir del sable y la beligerancia estadounidenses, que meramente provocan que más países inicien o aceleren programas nucleares secretos a fin de obtener la última arma para mantener a raya a los Estados Unidos.
Traducido por Gabriel Gasave
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