TIAHUANACU (Bolivia)—La decisión del presidente boliviano Evo Morales de prohibirle al embajador de los Estados Unidos el ingreso al palacio presidencial por un comentario burlón que efectuó recientemente lo ha vuelto a colocar en la palestra internacional.
No obstante, la relación entre los Estados Unidos y Bolivia no es el tema que concentra la atención de los bolivianos hoy. Pese a los esfuerzos de Morales, aliado de Hugo Chávez, por provocar a Washington, los Estados Unidos lo están ignorando. Dado que la mayor parte de la cocaína derivada de las plantaciones de coca bolivianas se dirige al Brasil y a Europa antes que a Norteamérica, incluso la DEA, la agencia antidrogas norteamericana, está manteniendo un bajo perfil por estos lares.
Hoy en día el tema decisivo para los bolivianos es si Morales impondrá, mediante una nueva constitución, un sistema que, pretendiendo reivindicar a la población indígena, concentrará aun más poder en La Paz y socavará el Estado de Derecho, la propiedad privada y los intercambios internacionales.
Después de conversar con bolivianos de todos los estamentos sociales en lugares que van desde la parte rural de Santa Cruz, en el oriente, hasta Cochabamba, en el centro, y de las selvas del Chapare hasta la Tiahanacu, la antigua ciudadela poblada de indígenas, estoy persuadido de que el gobierno de Morales gobierna en base a mitos. Esos mitos deben ser expuestos antes que otros países andinos, donde las divisiones étnicas y sociales son también abrasivas, sigan el ejemplo.
El mayor mito es que la población de Bolivia es ajena a los modos occidentales impuestos por trescientos años de mandato colonial y dos siglos de vida republicana. Según el último censo, la mayoría de los bolivianos son mestizos. A la vez que son orgullosos de su rico pasado, se sienten cómodos con la cultura occidental que transpira el lenguaje que hablan, la forma en que se ganan la vida y su adopción de todas las novedades tecnológicas. Como me comentaron en Cochabamba varios quechuas que se enfrentaron con simpatizantes de Morales cuando estos últimos incendiaron la oficina del prefecto hace algunos meses, el actual presidente, un aymara, ni siquiera habla quechua. Los aymaras y quechuas pelearon entre sí antes de la llegada de los españoles en el siglo 16. Muchos mestizos con fuertes raíces quechuas no ven necesariamente a Morales como alguien con quien tienen más en común que con los bolivianos “blancos”.
El segundo mito entronizado por Morales es que los bolivianos desean la propiedad comunal. Tito Choque, un indígena boliviano nacido en la extrema pobreza en Oruro, la misma región donde nació el presidente, me invitó a su parcela de Santa Cruz, donde cultiva caña de azúcar, soja y arroz. “La propiedad comunal”, me comentó, “es la que convirtió a Oruro en un desastre cuando la minería entró en decadencia; la agricultura se arruinó porque nadie podía ser dueño de nada; ahora están tratando de destruir a Santa Cruz”. Choque suele alentar a sus trabajadores a emplear sus modestos ahorros en adquirir sus propias parcelas de tierra.
En El Alto, un pueblo con vista a la capital situado a casi cuatro mil metros de altura, muchos de los bolivianos que en años recientes ayudaron a Morales a derribar a sucesivos gobiernos como parte de la “revuelta indígena” practican el capitalismo vendiendo joyas a los Estados Unidos.
Otro mito es que la regiones que exigen autonomía desean escindirse de Bolivia. Cristián, un muchacho de diecisiete años, fue asesinado en Cochabamba en enero de 2007 cuando una turba de cocaleros que había venido desde el Chapare alentada por el partido de Morales lo arrinconó en la calle Mayor Rocha. Parado junto al árbol del cual fue colgado el muchacho, el tío de Cristián me dice: “Todo lo que pedimos es más autonomía, ninguna otra opción es viable: ¡estamos situados en el medio del país!”
Un último mito es que la nacionalización del gas natural en las tierras bajas del sudeste liberará a la población indígena. Durante cientos de años, las tierras bajas fueron desatendidas por lo verdaderos centros de poder económico —las tierras altiplánicas de Oruro, La Paz y Potosí— porque la economía de Bolivia dependía de sus minas de estaño. El surgimiento económico de las regiones del sudeste que actualmente exigen más autonomía es bastante reciente. Además, las empresas que invertían en esas áreas antes de que Morales nacionalizara el gas natural todavía están operando, aunque bajo impuestos más altos, porque el mandatario se dio cuenta, tras tomar el control de ellas brevemente, de que la empresa estatal de hidrocarburos era incapaz de hacer la tarea.
El “indigenismo”, la ideología que busca retrotraer a los Andes a un mundo no mancillado por la civilización occidental, le hace un flaco favor al pueblo indígena cuando se aparta de la legítima reivindicación de su portentoso pasado y se dedica a importar las ideas políticas y económicas socialistas fabricadas por el Occidente.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
Entre los bolivianos
TIAHUANACU (Bolivia)—La decisión del presidente boliviano Evo Morales de prohibirle al embajador de los Estados Unidos el ingreso al palacio presidencial por un comentario burlón que efectuó recientemente lo ha vuelto a colocar en la palestra internacional.
No obstante, la relación entre los Estados Unidos y Bolivia no es el tema que concentra la atención de los bolivianos hoy. Pese a los esfuerzos de Morales, aliado de Hugo Chávez, por provocar a Washington, los Estados Unidos lo están ignorando. Dado que la mayor parte de la cocaína derivada de las plantaciones de coca bolivianas se dirige al Brasil y a Europa antes que a Norteamérica, incluso la DEA, la agencia antidrogas norteamericana, está manteniendo un bajo perfil por estos lares.
Hoy en día el tema decisivo para los bolivianos es si Morales impondrá, mediante una nueva constitución, un sistema que, pretendiendo reivindicar a la población indígena, concentrará aun más poder en La Paz y socavará el Estado de Derecho, la propiedad privada y los intercambios internacionales.
Después de conversar con bolivianos de todos los estamentos sociales en lugares que van desde la parte rural de Santa Cruz, en el oriente, hasta Cochabamba, en el centro, y de las selvas del Chapare hasta la Tiahanacu, la antigua ciudadela poblada de indígenas, estoy persuadido de que el gobierno de Morales gobierna en base a mitos. Esos mitos deben ser expuestos antes que otros países andinos, donde las divisiones étnicas y sociales son también abrasivas, sigan el ejemplo.El mayor mito es que la población de Bolivia es ajena a los modos occidentales impuestos por trescientos años de mandato colonial y dos siglos de vida republicana. Según el último censo, la mayoría de los bolivianos son mestizos. A la vez que son orgullosos de su rico pasado, se sienten cómodos con la cultura occidental que transpira el lenguaje que hablan, la forma en que se ganan la vida y su adopción de todas las novedades tecnológicas. Como me comentaron en Cochabamba varios quechuas que se enfrentaron con simpatizantes de Morales cuando estos últimos incendiaron la oficina del prefecto hace algunos meses, el actual presidente, un aymara, ni siquiera habla quechua. Los aymaras y quechuas pelearon entre sí antes de la llegada de los españoles en el siglo 16. Muchos mestizos con fuertes raíces quechuas no ven necesariamente a Morales como alguien con quien tienen más en común que con los bolivianos “blancos”.
El segundo mito entronizado por Morales es que los bolivianos desean la propiedad comunal. Tito Choque, un indígena boliviano nacido en la extrema pobreza en Oruro, la misma región donde nació el presidente, me invitó a su parcela de Santa Cruz, donde cultiva caña de azúcar, soja y arroz. “La propiedad comunal”, me comentó, “es la que convirtió a Oruro en un desastre cuando la minería entró en decadencia; la agricultura se arruinó porque nadie podía ser dueño de nada; ahora están tratando de destruir a Santa Cruz”. Choque suele alentar a sus trabajadores a emplear sus modestos ahorros en adquirir sus propias parcelas de tierra.
En El Alto, un pueblo con vista a la capital situado a casi cuatro mil metros de altura, muchos de los bolivianos que en años recientes ayudaron a Morales a derribar a sucesivos gobiernos como parte de la “revuelta indígena” practican el capitalismo vendiendo joyas a los Estados Unidos.
Otro mito es que la regiones que exigen autonomía desean escindirse de Bolivia. Cristián, un muchacho de diecisiete años, fue asesinado en Cochabamba en enero de 2007 cuando una turba de cocaleros que había venido desde el Chapare alentada por el partido de Morales lo arrinconó en la calle Mayor Rocha. Parado junto al árbol del cual fue colgado el muchacho, el tío de Cristián me dice: “Todo lo que pedimos es más autonomía, ninguna otra opción es viable: ¡estamos situados en el medio del país!”
Un último mito es que la nacionalización del gas natural en las tierras bajas del sudeste liberará a la población indígena. Durante cientos de años, las tierras bajas fueron desatendidas por lo verdaderos centros de poder económico —las tierras altiplánicas de Oruro, La Paz y Potosí— porque la economía de Bolivia dependía de sus minas de estaño. El surgimiento económico de las regiones del sudeste que actualmente exigen más autonomía es bastante reciente. Además, las empresas que invertían en esas áreas antes de que Morales nacionalizara el gas natural todavía están operando, aunque bajo impuestos más altos, porque el mandatario se dio cuenta, tras tomar el control de ellas brevemente, de que la empresa estatal de hidrocarburos era incapaz de hacer la tarea.
El “indigenismo”, la ideología que busca retrotraer a los Andes a un mundo no mancillado por la civilización occidental, le hace un flaco favor al pueblo indígena cuando se aparta de la legítima reivindicación de su portentoso pasado y se dedica a importar las ideas políticas y económicas socialistas fabricadas por el Occidente.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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