Cristina

16 de noviembre, 2007

Poco antes del triunfo de Cristina Fernández en los recientes comicios presidenciales en Argentina, el escritor Marcos Aguinis me dijo en Buenos Aires: “Algunos piensan que podría ser un poco mejor que su esposo porque le gusta la haute couture y reunirse con los ricos y famosos, pero quién sabe”. Se refería a la esperanza de que su bien conocida afición por el glamour impida que la presidenta electa, que también es ex senadora, sea tan populista, anti-estadounidense y globafóbico como lo ha sido su marido, el presidente Néstor Kirchner.

El glamour, sin embargo, no evitará la crisis que golpeará a la Argentina si no revierte las políticas de su consorte. A la clásica usanza peronista, la pareja Kirchner se ha empeñado en el clientelismo político, manipulado las instituciones del país y alentado a los grupos de la izquierda radical para que asuman un rol preponderante mientras presiden un fortuito auge económico.

Lo que los Kirchner consideran que es su “nuevo modelo” para América Latina es esencialmente el beneficio de corto plazo resultante de la masiva devaluación de la moneda un año y medio antes de que Néstor Kirchner asumiera el cargo, los vertiginosos precios de los productos primarios del país y la decisión del presidente de saldar apenas un tercio del valor nominal de los títulos de la deuda gubernamental de 140 mil millones de dólares.

Los precios de los cereales, combustibles y minerales argentinos han experimentado un incremento de dos dígitos este año, siguiendo una tendencia que, junto con el turismo barato, ha ayudado a generar tasas de crecimiento del PBI de entre 7 y 9 por ciento en los últimos cuatro años.

Pero estas bendiciones esconden dos problemas fundamentales. El primero es un contexto institucional totalmente inadecuado. El segundo problema es un producto del primero: una economía plagada de cuellos de botella políticos que están consumiendo el capital acumulado en la década anterior y alimentando la inflación.

La presidencia de Kirchner ha socavado de manera sistemática el sistema de pesos y contrapesos. Gracias a una ley que fue sancionada con el apoyo de su esposa en el Senado, Kirchner modificó la estructura del Consejo de la Magistratura y puso al poder judicial bajo el control peronista. También puso bajo su mando a la arrolladora maquinaria política de la provincia de Buenos Aires, que representa casi el 40 por ciento del voto nacional y solía estar en manos del ex presidente Eduardo Duhalde, un rival peronista. Eso se logró haciendo que Cristina Fernández se postulase para una banca en el Senado por la provincia de Buenos Aires en lugar de Santa Cruz. A la tradicional manera corporativista, Cristina habla ahora de un “pacto social” mediante el cual el gobierno negociará las leyes y políticas con grupos que supuestamente representan a la sociedad civil pero que en realidad trabajan para mantener contenta a la clientela peronista.

Luego está la economía. A primera vista, las cosas no podrían estar mejor. Después de una crisis que convirtió a un país de clase media en una nación del Tercer Mundo, Argentina ha visto salir de la pobreza, es decir volver a las condiciones de los años 90, a alrededor de 11 millones de personas. Incrementando el gasto publico un 50 por ciento por año y los salarios un 40 por ciento en los últimos cuatro años, manteniendo bajas a las tasas de interés, controlando la mitad de los precios que componen el índice de precios al consumidor y nacionalizando o creando empresas estatales en ocho sectores importantes de la economía, el gobierno ha conseguido un artificio populista. Tal como lo evidencian los resultados de las elecciones presidenciales, los argentinos no creen en esta ilusión de prosperidad en los principales centros urbanos (la capital de la nación, Córdoba, Santa Fe y otras), pero sí en el resto de la nación.

La verdad es que la inversión es muy baja y la inflación muy alta—y las demandas sociales de una población a la que se le ha prometido un paraíso, infinitas. A pesar de que Kirchner ha procurado ocultar las cifras de la inflación reemplazando al director del instituto nacional de estadísticas, ninguna de las personas con las que conversé en Argentina cree que la inflación está por debajo del 20 por ciento. La crisis energética, consecuencia de la decisión de Kirchner de seguir congelando las tarifas a un tercio del valor de mercado y por tanto desalentando la inversión en una época de creciente demanda debido al rebote económico, está haciendo estragos. La inversión extranjera directa ha caído cerca de un 30 por ciento en los últimos tres años, mientras que en Chile, el vecino de Argentina, se elevado casi un 50 por ciento.

El hecho de que una mujer sofisticada y atractiva sea la próxima presidenta debería haber sido motivo de regocijo en una región del mundo donde la política ha sido siempre una empresa notoriamente machista. Pero hay pocas razones para ser optimistas. Se necesitará un milagro, es decir un acto de traición política por parte de Cristina contra el legado de su marido, para evitar el iceberg hacia el cual se encamina la Argentina.

Traducido por Gabriel Gasave

Artículos relacionados