Guatemala – Para el visitante que arriba a Venezuela, sobre todo si tiene curiosidad acerca de la Revolución Bolivariana que supuestamente se vive allí, no pueden ser mayores los contrastes ni las sorpresas que encuentra desde que llega al país. Caracas está atestada de automóviles, los supermercados no se ven vacíos y se vive un clima de intensa actividad económica que se percibe a primera vista en las calles de la ciudad. Pero entretanto el presidente Chávez insiste en que el país marcha hacia el socialismo del siglo XXI, está planteada una reforma constitucional que promete hacer de la venezolana una constitución muy parecida a la de Cuba y son constantes las amenazas a la propiedad privada en todos sus niveles y formas. ¿Qué clase de revolución es esta que se vive en un clima de aparente libertad mientras se amenaza con medidas que, sin exageración alguna, pueden definirse como totalitarias?
Para entender estos contrastes hay que tener en cuenta algunos factores de importancia, bien conocidos por todos, pero cuyas repercusiones a veces suelen pasarse por alto. El primero es que en Venezuela, como país petrolero, el Estado recibe una suma inconcebiblemente alta de ingresos fiscales. Sin necesidad de ninguna presión impositiva y fuera de todo control, el gobierno cuenta con decenas de miles de millones de dólares que llegan a sus arcas y de los que puede disponer, en buena medida, a su entera discreción. No hay ninguna institución que impida que una parte de estos ingresos lleguen directamente a los bolsillos de los altos funcionarios del régimen mientras, por otra parte, se ponen en práctica programas de ayuda social (las llamadas Misiones) que reparten modestas sumas a millones de personas. El dinero alcanza, además, para comprar inmensas cantidades de armas -incluso submarinos y aviones- para ofrecer jugosos contratos a proveedores del gobierno sobre los que no existe ningún tipo de control y para promover internacionalmente a la revolución de Chávez, asegurando la voluntad de organizaciones y gobiernos aliados a lo largo de toda la región.
Pero el presidente Chávez, además, cuenta ya con la suma del poder político. Controla de un modo absoluto todas las instituciones del estado, que se pliegan dócilmente a su voluntad, incluyendo la totalidad del congreso y del poder judicial, así como el organismo encargado de supervisar las votaciones, el Consejo Nacional Electoral. La economía, por otra parte, está completamente intervenida por el gobierno: existe un rígido control de cambios, hay precios oficiales –absurdamente bajos- para una enorme gama de productos y se han estatizado ya casi todas las compañías de servicios, como los teléfonos, el agua y la electricidad. Esto explica por qué, en medio de una economía boyante, es casi imposible conseguir huevos o leche, frijoles o arroz, pollo o carne. Abundan los automóviles de las mejores marcas y se construyen viviendas de lujo –para los jerarcas del régimen o para los “empresarios” favorecidos- pero la pobreza sigue reinando en el país y la gente se ve precisada a hacer largas colas o a visitar infinidad de comercios para conseguir los productos básicos de la dieta diaria.
¿Hasta cuando podrá seguir en pie un régimen así, tan contradictorio y donde son tan evidentes los privilegios de la minoría gobernante? La respuesta que suele darse es que, mientras duren los altos precios petroleros, Chávez continuará obteniendo el apoyo de quienes reciben las dádivas estatales y que, con el control del sistema electoral, podrá hacer aprobar todas las reformas constitucionales que desee, incluso aquella que le garantizará una presidencia vitalicia y un control personal y directo sobre todas las ramas del gobierno. Pero cuando consume este proyecto y comiencen a aparecer las leyes verdaderamente socialistas que están ya preparadas ¿cómo podrá reaccionar el amplio sector que adversa al chavismo pero que, por ahora, no encuentra formas de expresarse y de luchar contra sus medidas? ¿Qué sucederá cuando se estaticen los colegios y las clínicas privadas, cuando se impongan restricciones al libre movimiento de las personas y se comiencen a expropiar masivamente las viviendas urbanas?
El pronóstico, sinceramente, es pesimista. La gente no podrá hacer mucho para oponerse a un régimen que controla todos los resortes del poder y tendrá que aceptar que la aventura socialista emprendida desde hace tiempo afectará de un modo directo su forma de vida, la educación de sus hijos y sus libertades básicas. Venezuela se encamina directamente hacia un sistema donde se suprimirán la mayoría de las libertades y donde no habrá ninguna posibilidad de realizar cambios pacíficos al sistema imperante. Cuando llegue el momento, y se sienta el malestar por la inflación, el desabastecimiento y las nuevas restricciones a la libertad personal, el gobierno tendrá en sus manos todos los resortes que necesita para reprimir las posibles protestas ciudadanas e imponerse por la fuerza. Las naciones democráticas deberían aprender del triste destino de Venezuela para oponerse, con firmeza, a la ola socialista que recorre nuestra región y es tomada todavía a la ligera por muchos analistas, gobernantes y observadores.
Las dos caras de la Revolución Bolivariana
Guatemala – Para el visitante que arriba a Venezuela, sobre todo si tiene curiosidad acerca de la Revolución Bolivariana que supuestamente se vive allí, no pueden ser mayores los contrastes ni las sorpresas que encuentra desde que llega al país. Caracas está atestada de automóviles, los supermercados no se ven vacíos y se vive un clima de intensa actividad económica que se percibe a primera vista en las calles de la ciudad. Pero entretanto el presidente Chávez insiste en que el país marcha hacia el socialismo del siglo XXI, está planteada una reforma constitucional que promete hacer de la venezolana una constitución muy parecida a la de Cuba y son constantes las amenazas a la propiedad privada en todos sus niveles y formas. ¿Qué clase de revolución es esta que se vive en un clima de aparente libertad mientras se amenaza con medidas que, sin exageración alguna, pueden definirse como totalitarias?
Para entender estos contrastes hay que tener en cuenta algunos factores de importancia, bien conocidos por todos, pero cuyas repercusiones a veces suelen pasarse por alto. El primero es que en Venezuela, como país petrolero, el Estado recibe una suma inconcebiblemente alta de ingresos fiscales. Sin necesidad de ninguna presión impositiva y fuera de todo control, el gobierno cuenta con decenas de miles de millones de dólares que llegan a sus arcas y de los que puede disponer, en buena medida, a su entera discreción. No hay ninguna institución que impida que una parte de estos ingresos lleguen directamente a los bolsillos de los altos funcionarios del régimen mientras, por otra parte, se ponen en práctica programas de ayuda social (las llamadas Misiones) que reparten modestas sumas a millones de personas. El dinero alcanza, además, para comprar inmensas cantidades de armas -incluso submarinos y aviones- para ofrecer jugosos contratos a proveedores del gobierno sobre los que no existe ningún tipo de control y para promover internacionalmente a la revolución de Chávez, asegurando la voluntad de organizaciones y gobiernos aliados a lo largo de toda la región.
Pero el presidente Chávez, además, cuenta ya con la suma del poder político. Controla de un modo absoluto todas las instituciones del estado, que se pliegan dócilmente a su voluntad, incluyendo la totalidad del congreso y del poder judicial, así como el organismo encargado de supervisar las votaciones, el Consejo Nacional Electoral. La economía, por otra parte, está completamente intervenida por el gobierno: existe un rígido control de cambios, hay precios oficiales –absurdamente bajos- para una enorme gama de productos y se han estatizado ya casi todas las compañías de servicios, como los teléfonos, el agua y la electricidad. Esto explica por qué, en medio de una economía boyante, es casi imposible conseguir huevos o leche, frijoles o arroz, pollo o carne. Abundan los automóviles de las mejores marcas y se construyen viviendas de lujo –para los jerarcas del régimen o para los “empresarios” favorecidos- pero la pobreza sigue reinando en el país y la gente se ve precisada a hacer largas colas o a visitar infinidad de comercios para conseguir los productos básicos de la dieta diaria.
¿Hasta cuando podrá seguir en pie un régimen así, tan contradictorio y donde son tan evidentes los privilegios de la minoría gobernante? La respuesta que suele darse es que, mientras duren los altos precios petroleros, Chávez continuará obteniendo el apoyo de quienes reciben las dádivas estatales y que, con el control del sistema electoral, podrá hacer aprobar todas las reformas constitucionales que desee, incluso aquella que le garantizará una presidencia vitalicia y un control personal y directo sobre todas las ramas del gobierno. Pero cuando consume este proyecto y comiencen a aparecer las leyes verdaderamente socialistas que están ya preparadas ¿cómo podrá reaccionar el amplio sector que adversa al chavismo pero que, por ahora, no encuentra formas de expresarse y de luchar contra sus medidas? ¿Qué sucederá cuando se estaticen los colegios y las clínicas privadas, cuando se impongan restricciones al libre movimiento de las personas y se comiencen a expropiar masivamente las viviendas urbanas?
El pronóstico, sinceramente, es pesimista. La gente no podrá hacer mucho para oponerse a un régimen que controla todos los resortes del poder y tendrá que aceptar que la aventura socialista emprendida desde hace tiempo afectará de un modo directo su forma de vida, la educación de sus hijos y sus libertades básicas. Venezuela se encamina directamente hacia un sistema donde se suprimirán la mayoría de las libertades y donde no habrá ninguna posibilidad de realizar cambios pacíficos al sistema imperante. Cuando llegue el momento, y se sienta el malestar por la inflación, el desabastecimiento y las nuevas restricciones a la libertad personal, el gobierno tendrá en sus manos todos los resortes que necesita para reprimir las posibles protestas ciudadanas e imponerse por la fuerza. Las naciones democráticas deberían aprender del triste destino de Venezuela para oponerse, con firmeza, a la ola socialista que recorre nuestra región y es tomada todavía a la ligera por muchos analistas, gobernantes y observadores.
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