Washington, DC—Tres imágenes de los Juegos Olímpicos de Beijing me dan vueltas en la cabeza: la de Becky Hammon, una estadounidense de cepa, obteniendo la medalla de bronce con el equipo ruso de baloncesto femenino; la de Liang Chow, el entrenador chino del equipo estadounidense de gimnasia femenina, abrazando a su pupila Shawn Johnson, cuando ganó la medalla de oro en la barra de equilibrio tras derrotar a una competidora china; y la de Kobe Bryant, el astro de la NBA, hablando con los corresponsales de la televisión europea en italiano y español.
El año pasado, Hammon, una jugadora de las Silver Stars de San Antonio que a los 30 años sabía que ésta sería su última oportunidad de alcanzar la gloria olímpica, se enteró de que no formaría parte de la selección estadounidense. Mientras jugaba para el CSKA de Moscú durante el receso de la liga norteamericana, le ofrecieron la ciudadanía rusa para que pudiese incorporarse la selección de ese país (también retuvo la estadounidense.) Era la única manera de competir en Beijing y, sin detenerse en cuestiones políticas, aprovechó la oportunidad.
Hammon fue vilipendiada por muchas personas del mundo del deporte, incluida Anne Donovan, la entrenadora del equipo norteamericano de baloncesto, quien sostuvo que “no era una patriota”.
La decisión de Hammon contiene un mensaje moral. Nos enseña que la soberanía individual es un espacio que ninguna fuerza colectiva debe violar. Invocar argumentos nacionalistas para condenar a una muchacha que persigue un sueño sin perjudicar a nadie es situar a la soberanía nacional por encima de la individual: la semilla de la ideología totalitaria. Hammon no quiere menos a sus ancestros, a su familia, a sus compañeras de las Silver Stars o a sus amigas de la selección estadounidense por haber aprovechado la oportunidad de participar en Beijing. “Este es un partido de baloncesto”, dijo al defender su decisión, “no es asunto de vida o muerte”. ¿Una traidora? No, una heredera de la más señera tradición de los Estados Unidos: el derecho a la búsqueda de la felicidad.
Esa tradición estadounidense también permitió a Chow, un ex campeón chino de gimnasia que llegó a los Estados Unidos en 1990, dirigir al equipo norteamericano de gimnasia femenina contra el plantel de China en su país natal y ante miles de sus compatriotas. Alentar, felicitar o consolar a sus pupilas estadounidenses en Beijing como si nada le importase más en el mundo no fue un acto de traición a China. Fue una lección de libertad individual. Pese a toda su apertura económica, el Partido Comunista chino encubre la supresión de la libertad individual bajo el manto de la propaganda nacionalista. Precisamente por ello, el simbolismo de Chow abrazando a Johnson en Beijing cuando la estadounidense ganó la medalla de oro en la barra de equilibrio es más potente que los intentos de protesta de algunos manifestantes por la represión en el Tíbet durante los juegos.
Y luego está Kobe Bryant hablando con la prensa europea en italiano, idioma que aprendió mientras crecía en Italia, y en español, que su compañero Pau Gasol en Los Angeles Lakers lo está ayudando a aprender. Lo hace en un momento en el que fuertes corrientes nacionalistas en los Estados Unidos influyen en el debate público, expresadas de distinta forma: el sentimiento anti-inmigrante, la reacción proteccionista contra la globalización, la controversia por los antecedentes multiculturales del candidato Barack Obama. ¿Es Kobe Bryant menos estadounidense por el hecho de reivindicar parte de su herencia cultural expresándose en una de las dos lenguas con las que creció? Vayan y díganselo a los millones de estadounidenses que aplaudieron la victoria sobre España con la que la estrella de la NBA y el equipo de norteamericano obtuvieron la presea dorada.
Pese a las mejores intenciones del Barón de Coubertin, el aristócrata francés a quien se atribuye el mérito de haber logrado el resurgimiento de los Juegos Olímpicos en el siglo 19, la competencia internacional tiene tanto que ver con el nacionalismo colectivista como con la fraternidad universal. Cualquier acto individual, aunque sea pequeño, que derrumbe una barrera nacionalista durante las Olimpíadas debe ser celebrado pues ayuda a restaurar el verdadero significado de los juegos.
En “Salut au Monde,” uno de los poemas de Hojas de Hierba, Walt Whitman escribió: “Contemplo condiciones, colores, barbaries, civilizaciones, deambulo entre ellas, me mezclo indiscriminadamente, y saludo a todos los habitantes de la tierra”. Ese es el espíritu con el que Hammon, Chow y Bryant nos dieron algo para recordar.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
Verdaderos patriotas
Washington, DC—Tres imágenes de los Juegos Olímpicos de Beijing me dan vueltas en la cabeza: la de Becky Hammon, una estadounidense de cepa, obteniendo la medalla de bronce con el equipo ruso de baloncesto femenino; la de Liang Chow, el entrenador chino del equipo estadounidense de gimnasia femenina, abrazando a su pupila Shawn Johnson, cuando ganó la medalla de oro en la barra de equilibrio tras derrotar a una competidora china; y la de Kobe Bryant, el astro de la NBA, hablando con los corresponsales de la televisión europea en italiano y español.
El año pasado, Hammon, una jugadora de las Silver Stars de San Antonio que a los 30 años sabía que ésta sería su última oportunidad de alcanzar la gloria olímpica, se enteró de que no formaría parte de la selección estadounidense. Mientras jugaba para el CSKA de Moscú durante el receso de la liga norteamericana, le ofrecieron la ciudadanía rusa para que pudiese incorporarse la selección de ese país (también retuvo la estadounidense.) Era la única manera de competir en Beijing y, sin detenerse en cuestiones políticas, aprovechó la oportunidad.
Hammon fue vilipendiada por muchas personas del mundo del deporte, incluida Anne Donovan, la entrenadora del equipo norteamericano de baloncesto, quien sostuvo que “no era una patriota”.
La decisión de Hammon contiene un mensaje moral. Nos enseña que la soberanía individual es un espacio que ninguna fuerza colectiva debe violar. Invocar argumentos nacionalistas para condenar a una muchacha que persigue un sueño sin perjudicar a nadie es situar a la soberanía nacional por encima de la individual: la semilla de la ideología totalitaria. Hammon no quiere menos a sus ancestros, a su familia, a sus compañeras de las Silver Stars o a sus amigas de la selección estadounidense por haber aprovechado la oportunidad de participar en Beijing. “Este es un partido de baloncesto”, dijo al defender su decisión, “no es asunto de vida o muerte”. ¿Una traidora? No, una heredera de la más señera tradición de los Estados Unidos: el derecho a la búsqueda de la felicidad.
Esa tradición estadounidense también permitió a Chow, un ex campeón chino de gimnasia que llegó a los Estados Unidos en 1990, dirigir al equipo norteamericano de gimnasia femenina contra el plantel de China en su país natal y ante miles de sus compatriotas. Alentar, felicitar o consolar a sus pupilas estadounidenses en Beijing como si nada le importase más en el mundo no fue un acto de traición a China. Fue una lección de libertad individual. Pese a toda su apertura económica, el Partido Comunista chino encubre la supresión de la libertad individual bajo el manto de la propaganda nacionalista. Precisamente por ello, el simbolismo de Chow abrazando a Johnson en Beijing cuando la estadounidense ganó la medalla de oro en la barra de equilibrio es más potente que los intentos de protesta de algunos manifestantes por la represión en el Tíbet durante los juegos.
Y luego está Kobe Bryant hablando con la prensa europea en italiano, idioma que aprendió mientras crecía en Italia, y en español, que su compañero Pau Gasol en Los Angeles Lakers lo está ayudando a aprender. Lo hace en un momento en el que fuertes corrientes nacionalistas en los Estados Unidos influyen en el debate público, expresadas de distinta forma: el sentimiento anti-inmigrante, la reacción proteccionista contra la globalización, la controversia por los antecedentes multiculturales del candidato Barack Obama. ¿Es Kobe Bryant menos estadounidense por el hecho de reivindicar parte de su herencia cultural expresándose en una de las dos lenguas con las que creció? Vayan y díganselo a los millones de estadounidenses que aplaudieron la victoria sobre España con la que la estrella de la NBA y el equipo de norteamericano obtuvieron la presea dorada.
Pese a las mejores intenciones del Barón de Coubertin, el aristócrata francés a quien se atribuye el mérito de haber logrado el resurgimiento de los Juegos Olímpicos en el siglo 19, la competencia internacional tiene tanto que ver con el nacionalismo colectivista como con la fraternidad universal. Cualquier acto individual, aunque sea pequeño, que derrumbe una barrera nacionalista durante las Olimpíadas debe ser celebrado pues ayuda a restaurar el verdadero significado de los juegos.
En “Salut au Monde,” uno de los poemas de Hojas de Hierba, Walt Whitman escribió: “Contemplo condiciones, colores, barbaries, civilizaciones, deambulo entre ellas, me mezclo indiscriminadamente, y saludo a todos los habitantes de la tierra”. Ese es el espíritu con el que Hammon, Chow y Bryant nos dieron algo para recordar.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
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