Washington, DC—Tres analistas fuimos invitados al Departamento de Estado norteamericano para compartir nuestros puntos de vista con los diplomáticos que se desempeñan en el hemisferio occidental. Los tres concordamos en casi todo con respecto al impacto de la crisis internacional en la región.
A pesar de las alarmas, la crisis financiera y la recesión estadounidense pillaron desprevenida a América Latina. Sus gobiernos creían que las épocas en que Estados Unidos estornudaba y la región se resfriaba habían quedado atrás.
Qué ilusión. Muchas de las cosas que estaban beneficiando a las economías latinoamericanas —el acceso a los mercados de capital, las inversiones extranjeras, las remesas de los inmigrantes, el precio de las materias primas— dependen de la salud del mercado global. Cuando los mercados bursátiles estadounidenses pierden 30 billones de dólares (trfillones en inglés), diez veces lo que produce toda América Latina en un año, es inevitable que la onda expansiva alcance al sur del Rio Grande.
En vez de emprender la reforma del Estado, recortar el gasto corriente del Estado y guardar algún dinero para las épocas de vacas flacas, los gobiernos preservaron la herencia recibida y aumentaron el dispendio fiscal un 10 por ciento cada año, adoptando onerosos compromisos. Excepto Chile, que administró prudentemente los ingresos por sus ventas de cobre, muchos de los países que producen petróleo (México, Venezuela, Ecuador), minerales (Brasil, Perú) o productos agrícolas (Argentina, Brasil, Uruguay) se entregaron a la farra. Ahora varios de ellos estarán cortos de fondos en el momento preciso en que sus autoridades ofrecen un nuevo despilfarro fiscal para defenderse de la recesión global. La tentación de financiarlo mediante la inflación será irresistible.
El hecho de que el capital extranjero fluyera hacia la región en los últimos años (unos 100 mil millones en 2007) llevó a estos gobiernos a considerar que no eran necesarias nuevas reformas. Pero no obstante el buen desempeño de Brasil, los niveles de inversión en ese país no alcanzaron más del 18 por ciento del PBI, la mitad del nivel de los países asiáticos en sus mejores años. En “Can Latin America Compete”, un libro editado por Jerry Haar y John Price, se explica que entre 2003 y 2006 la economía de la región creció un 54 por ciento pero la productividad lo hizo apenas un 4 por ciento.
Recibir algo de capital extranjero y utilizar los beneficios de la bonanza exportadora en iniciativas asistenciales inspiradas en “Oportunidades”, el programa mexicano, no bastaba para que América Latina aprovechase al máximo eso buenos años y se protegiera de la mala pata internacional. Para seguir creciendo se necesitaba remover obstáculos al espíritu emprendedor y la innovación: los relacionados con los impuestos, la burocracia, las leyes labores y la interferencia política en las instituciones jurídicas. También, cambiar la estructura del erario público, abrumadoramente orientado al gasto corriente en lugar de la inversión. Pero no ocurrió.
Ahora, los efectos de la crisis llegaron al continente. Claudio Loser, del Inter-American Dialogue, calcula que las pérdidas totales de la región este año equivalen a 60 por ciento de su PBI.
México, cuya economía está entrelazada con la de los Estados Unidos, sufrirá, al igual que América Central. Los países dependientes de los “commodities” las verán negras. Brasil, que depende de ellos sólo para la tercera parte de sus exportaciones, está, sin embargo, estrechamente vinculado a los mercados financieros. Muchas de sus empresas invirtieron en instrumentos crediticios —los que desataron la hecatombe— para cubrirse contra los vaivenes monetarios. La Bolsa brasileña ya ha perdido la mitad de su valor. Otros países que habían diversificado sus exportaciones, como el Perú, tendrán problemas por la caída de la demanda.
Hay un lado positivo. A Caracas le será difícil financiar su farsa bolivariana alrededor del continente. El presupuesto de Hugo Chávez asume que el barril de petróleo costará 90 dólares; el precio del espeso crudo venezolano está hoy por debajo de los 35 dólares. La otra buena noticia es que el modelo populista del gobierno argentino, un caso tragicómico de autodestrucción, ya hace agua. Finalmente, las relaciones entre la izquierda vegetariana y la izquierda carnívora serán bastante tensas, lo que aislará más a la segunda. Venezuela y Ecuador —dos carnívoros— han declarado la guerra política a Brasil —un vegetariano— y se niegan a saldar sus deudas con el banco brasileño de fomento (BNDES), fuente de financiamiento para proyectos de infraestructura en América del Sur.
El peligro para América Latina no es tanto la revolución como la irrelevancia. Muchos afirman que los Estados Unidos no le prestan suficiente atención a la región. Eran los latinoamericanos los que no se la prestaban a su vecino.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
La América Latina de Obama
Washington, DC—Tres analistas fuimos invitados al Departamento de Estado norteamericano para compartir nuestros puntos de vista con los diplomáticos que se desempeñan en el hemisferio occidental. Los tres concordamos en casi todo con respecto al impacto de la crisis internacional en la región.
A pesar de las alarmas, la crisis financiera y la recesión estadounidense pillaron desprevenida a América Latina. Sus gobiernos creían que las épocas en que Estados Unidos estornudaba y la región se resfriaba habían quedado atrás.
Qué ilusión. Muchas de las cosas que estaban beneficiando a las economías latinoamericanas —el acceso a los mercados de capital, las inversiones extranjeras, las remesas de los inmigrantes, el precio de las materias primas— dependen de la salud del mercado global. Cuando los mercados bursátiles estadounidenses pierden 30 billones de dólares (trfillones en inglés), diez veces lo que produce toda América Latina en un año, es inevitable que la onda expansiva alcance al sur del Rio Grande.
En vez de emprender la reforma del Estado, recortar el gasto corriente del Estado y guardar algún dinero para las épocas de vacas flacas, los gobiernos preservaron la herencia recibida y aumentaron el dispendio fiscal un 10 por ciento cada año, adoptando onerosos compromisos. Excepto Chile, que administró prudentemente los ingresos por sus ventas de cobre, muchos de los países que producen petróleo (México, Venezuela, Ecuador), minerales (Brasil, Perú) o productos agrícolas (Argentina, Brasil, Uruguay) se entregaron a la farra. Ahora varios de ellos estarán cortos de fondos en el momento preciso en que sus autoridades ofrecen un nuevo despilfarro fiscal para defenderse de la recesión global. La tentación de financiarlo mediante la inflación será irresistible.
El hecho de que el capital extranjero fluyera hacia la región en los últimos años (unos 100 mil millones en 2007) llevó a estos gobiernos a considerar que no eran necesarias nuevas reformas. Pero no obstante el buen desempeño de Brasil, los niveles de inversión en ese país no alcanzaron más del 18 por ciento del PBI, la mitad del nivel de los países asiáticos en sus mejores años. En “Can Latin America Compete”, un libro editado por Jerry Haar y John Price, se explica que entre 2003 y 2006 la economía de la región creció un 54 por ciento pero la productividad lo hizo apenas un 4 por ciento.
Recibir algo de capital extranjero y utilizar los beneficios de la bonanza exportadora en iniciativas asistenciales inspiradas en “Oportunidades”, el programa mexicano, no bastaba para que América Latina aprovechase al máximo eso buenos años y se protegiera de la mala pata internacional. Para seguir creciendo se necesitaba remover obstáculos al espíritu emprendedor y la innovación: los relacionados con los impuestos, la burocracia, las leyes labores y la interferencia política en las instituciones jurídicas. También, cambiar la estructura del erario público, abrumadoramente orientado al gasto corriente en lugar de la inversión. Pero no ocurrió.
Ahora, los efectos de la crisis llegaron al continente. Claudio Loser, del Inter-American Dialogue, calcula que las pérdidas totales de la región este año equivalen a 60 por ciento de su PBI.
México, cuya economía está entrelazada con la de los Estados Unidos, sufrirá, al igual que América Central. Los países dependientes de los “commodities” las verán negras. Brasil, que depende de ellos sólo para la tercera parte de sus exportaciones, está, sin embargo, estrechamente vinculado a los mercados financieros. Muchas de sus empresas invirtieron en instrumentos crediticios —los que desataron la hecatombe— para cubrirse contra los vaivenes monetarios. La Bolsa brasileña ya ha perdido la mitad de su valor. Otros países que habían diversificado sus exportaciones, como el Perú, tendrán problemas por la caída de la demanda.
Hay un lado positivo. A Caracas le será difícil financiar su farsa bolivariana alrededor del continente. El presupuesto de Hugo Chávez asume que el barril de petróleo costará 90 dólares; el precio del espeso crudo venezolano está hoy por debajo de los 35 dólares. La otra buena noticia es que el modelo populista del gobierno argentino, un caso tragicómico de autodestrucción, ya hace agua. Finalmente, las relaciones entre la izquierda vegetariana y la izquierda carnívora serán bastante tensas, lo que aislará más a la segunda. Venezuela y Ecuador —dos carnívoros— han declarado la guerra política a Brasil —un vegetariano— y se niegan a saldar sus deudas con el banco brasileño de fomento (BNDES), fuente de financiamiento para proyectos de infraestructura en América del Sur.
El peligro para América Latina no es tanto la revolución como la irrelevancia. Muchos afirman que los Estados Unidos no le prestan suficiente atención a la región. Eran los latinoamericanos los que no se la prestaban a su vecino.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
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