El problema de hacer una analogía entre el programa de atención de la salud del presidente y el servicio de correos es que el Servicio Postal de los EE.UU. se va a pique pues carece de rentabilidad.
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Cuando el presidente Obama manifestó ante los asistentes a una reunión sobre la atención de la salud celebrada en el ayuntamiento que «UPS y FedEx lo están haciendo muy bien, ¿verdad? . . . Es la oficina de correos la que siempre tiene problemas», tenía razón respecto de los hechos, pero extrajo la conclusión equivocada de ellos.
Como parece indicarlo el torbellino de apariciones en los programas dominicales de su agenda, sigue sin entender la realidad.
Obama estaba tratando de destacar que las compañías privadas de seguros de salud no tienen nada que temer si su plan de reforma de la atención de salud las obliga a competir con la «opción» de un seguro financiado públicamente y basado en el patrón del Medicare. Pero falló en reconocer que los éxitos de United Parcel Service y Federal Express—o los fracasos del Servicio Postal de los EE.UU.—tienen poco que ver con la competencia que existe entre ellos.
UPS y FedEx se desempeñan muy bien porque son de propiedad privada. Su supervivencia y éxito dependen de su capacidad para ofrecer sus servicios al precio que los clientes están dispuestos a pagar y que cubran los costos de la red global de personas y equipos necesarios para recoger y entregar las encomiendas en los plazos prometidos. Motivados por la búsqueda de beneficios para sus accionistas, los directivos y empleados de las dos empresas poseen poderosos incentivos para tratar bien a sus clientes y a la vez mantener los bajos costos.
El Servicio Postal de los EE.UU. no lo está haciendo «muy bien» porque es de propiedad pública, lo cual significa que carece de verdaderos propietarios. Como resultado de ello, el Servicio Postal no tiene una línea mínima de rentabilidad que respetar ni accionista alguno que lo responsabilice por no operar de manera eficaz. A pesar de detentar el monopolio exclusivo de la correspondencia de primera clase y masiva, la oficina de correos pierde dinero de manera crónica—alrededor de 7 mil millones de dólares (billones en inglés) este año, con otros 7 mil millones de dólares ya previstos para el año próximo.
Pero ¿por qué sus directivos y empleados deberían preocuparse? Ellos saben que pueden confiar en que sus pérdidas operativas están siendo cubiertas por una combinación de subsidios del Congreso (financiados por los contribuyentes) y aumentos de las tarifas, que serán aprobados sin titubear por la denominada Comisión de Regulación Postal.
Los precios de las estampillas han subido mucho más rápido que la tasa de inflación. En 1950 una estampilla de primera clase costaba apenas tres centavos de dólar. Según la calculadora de inflación “online” del American Institute for Economic Research, si el costo de un sello de primera clase meramente se hubiese mantenido actualizado con la inflación, costaría hoy día 27 centavos de dólar—nueve veces lo que costaba en 1950—y no 44 centavos.
Los generosos salarios para los empleados del Servicio Postal, las restrictivas normas laborales negociadas por los sindicatos que los representan, la dilatada explotación de miles de oficinas de correos obsoletas y emplazadas en pequeñas localidades y la falta de adaptación a un mundo en el que las personas se comunican por correo electrónico en lugar de correo de primera clase y pagan sus facturas a través de Internet, ayudan en conjunto a explicar por qué el Servicio Postal no funciona—y posiblemente no pueda hacerlo—con rentabilidad.
La solución para el problema del control de costos brindada por el Director General del Servicio Postal John Potter es dejar de despachar correspondencia los días sábados, ofreciendo así un peor servicio a 44 centavos que aquel que los clientes alguna vez obtenían por tres centavos.
Si el Servicio Postal de los EE.UU. fuese propiedad privada, habría salido del negocio hace mucho tiempo.
Si el presidente hubiese comprendido mejor la lección que estaba tratando de enseñarle a su audiencia en la sede municipal, habría afirmado que si fuese incluida una opción pública en el paquete de reforma de la atención de la salud que emerge del Congreso, una opción que actualmente parece ser cada vez menos probable, ella funcionará más como el Servicio Postal de los EE.UU. que como FedEx o UPS.
Los partidarios del seguro de salud financiado públicamente sostienen que sus costos administrativos serán inferiores a los de las aseguradoras privadas, en parte debido a que un plan público «no tendría que obtener un beneficio», como si el «lucro» fuese un costo de hacer negocios en vez de una recompensa para los propietarios que proveen un producto o servicio ventajoso a un precio atractivo.
Los problemas del Servicio Postal de los EE.UU. (que no difieren de los problemas del Medicare y Medicaid) deberían darnos una clara advertencia de que los costos de cualquier programa gubernamental de seguro de salud se incrementarán enormemente, precisamente porque el programa de seguros del gobierno no tendría necesidad de obtener un beneficio. No tener afán de lucro significa que no hay incentivos para innovar, optimizar y ofrecer un producto de calidad a un precio competitivo.
Traducido por Gabriel Gasave
Obama se torna postal
El problema de hacer una analogía entre el programa de atención de la salud del presidente y el servicio de correos es que el Servicio Postal de los EE.UU. se va a pique pues carece de rentabilidad.
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Cuando el presidente Obama manifestó ante los asistentes a una reunión sobre la atención de la salud celebrada en el ayuntamiento que «UPS y FedEx lo están haciendo muy bien, ¿verdad? . . . Es la oficina de correos la que siempre tiene problemas», tenía razón respecto de los hechos, pero extrajo la conclusión equivocada de ellos.
Como parece indicarlo el torbellino de apariciones en los programas dominicales de su agenda, sigue sin entender la realidad.
Obama estaba tratando de destacar que las compañías privadas de seguros de salud no tienen nada que temer si su plan de reforma de la atención de salud las obliga a competir con la «opción» de un seguro financiado públicamente y basado en el patrón del Medicare. Pero falló en reconocer que los éxitos de United Parcel Service y Federal Express—o los fracasos del Servicio Postal de los EE.UU.—tienen poco que ver con la competencia que existe entre ellos.
UPS y FedEx se desempeñan muy bien porque son de propiedad privada. Su supervivencia y éxito dependen de su capacidad para ofrecer sus servicios al precio que los clientes están dispuestos a pagar y que cubran los costos de la red global de personas y equipos necesarios para recoger y entregar las encomiendas en los plazos prometidos. Motivados por la búsqueda de beneficios para sus accionistas, los directivos y empleados de las dos empresas poseen poderosos incentivos para tratar bien a sus clientes y a la vez mantener los bajos costos.
El Servicio Postal de los EE.UU. no lo está haciendo «muy bien» porque es de propiedad pública, lo cual significa que carece de verdaderos propietarios. Como resultado de ello, el Servicio Postal no tiene una línea mínima de rentabilidad que respetar ni accionista alguno que lo responsabilice por no operar de manera eficaz. A pesar de detentar el monopolio exclusivo de la correspondencia de primera clase y masiva, la oficina de correos pierde dinero de manera crónica—alrededor de 7 mil millones de dólares (billones en inglés) este año, con otros 7 mil millones de dólares ya previstos para el año próximo.
Pero ¿por qué sus directivos y empleados deberían preocuparse? Ellos saben que pueden confiar en que sus pérdidas operativas están siendo cubiertas por una combinación de subsidios del Congreso (financiados por los contribuyentes) y aumentos de las tarifas, que serán aprobados sin titubear por la denominada Comisión de Regulación Postal.
Los precios de las estampillas han subido mucho más rápido que la tasa de inflación. En 1950 una estampilla de primera clase costaba apenas tres centavos de dólar. Según la calculadora de inflación “online” del American Institute for Economic Research, si el costo de un sello de primera clase meramente se hubiese mantenido actualizado con la inflación, costaría hoy día 27 centavos de dólar—nueve veces lo que costaba en 1950—y no 44 centavos.
Los generosos salarios para los empleados del Servicio Postal, las restrictivas normas laborales negociadas por los sindicatos que los representan, la dilatada explotación de miles de oficinas de correos obsoletas y emplazadas en pequeñas localidades y la falta de adaptación a un mundo en el que las personas se comunican por correo electrónico en lugar de correo de primera clase y pagan sus facturas a través de Internet, ayudan en conjunto a explicar por qué el Servicio Postal no funciona—y posiblemente no pueda hacerlo—con rentabilidad.
La solución para el problema del control de costos brindada por el Director General del Servicio Postal John Potter es dejar de despachar correspondencia los días sábados, ofreciendo así un peor servicio a 44 centavos que aquel que los clientes alguna vez obtenían por tres centavos.
Si el Servicio Postal de los EE.UU. fuese propiedad privada, habría salido del negocio hace mucho tiempo.
Si el presidente hubiese comprendido mejor la lección que estaba tratando de enseñarle a su audiencia en la sede municipal, habría afirmado que si fuese incluida una opción pública en el paquete de reforma de la atención de la salud que emerge del Congreso, una opción que actualmente parece ser cada vez menos probable, ella funcionará más como el Servicio Postal de los EE.UU. que como FedEx o UPS.
Los partidarios del seguro de salud financiado públicamente sostienen que sus costos administrativos serán inferiores a los de las aseguradoras privadas, en parte debido a que un plan público «no tendría que obtener un beneficio», como si el «lucro» fuese un costo de hacer negocios en vez de una recompensa para los propietarios que proveen un producto o servicio ventajoso a un precio atractivo.
Los problemas del Servicio Postal de los EE.UU. (que no difieren de los problemas del Medicare y Medicaid) deberían darnos una clara advertencia de que los costos de cualquier programa gubernamental de seguro de salud se incrementarán enormemente, precisamente porque el programa de seguros del gobierno no tendría necesidad de obtener un beneficio. No tener afán de lucro significa que no hay incentivos para innovar, optimizar y ofrecer un producto de calidad a un precio competitivo.
Traducido por Gabriel Gasave
Burocracia y gobiernoDefensa de la competencia y monopoliosDespilfarro gubernamental/ClientelismoGobierno y políticaPrivatizaciónReglamentación
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