Cuando el Representante republicano de Carolina del Sur Joe Wilson gritó «¡miente!» durante el reciente discurso del Presidente Obama sobre el Estado de la Nación, la respuesta instintiva del establishment de Washington fue (supuestamente) de conmoción y consternación. ¡Que descortesía! ¡Que soez! ¡Estamos horrorizados! Los demócratas exigieron una disculpa inmediata—la cual obtuvieron—que al parecer no fue lo suficientemente buena como para aliviar sus dañadas sensibilidades. Una «resolución de desaprobación» parlamentaria fue luego aprobada condenando el arrebato de Wilson.
¿Pero fue realmente inapropiado el arrebato de Wilson? Difícilmente. El hecho es que Presidente Obama estaba mintiendo acerca de la cobertura médica para los inmigrantes ilegales esbozada en el proyecto (borrador) de ley sobre la cobertura del seguro medico que estaba siendo tratado por la Cámara de Representantes, y lo hacía ante los cómplices y haraganes medios de comunicación nacionales que nunca se hubiesen percatado de la falsedad ni habrían responsabilizado al presidente por ella. Sostengo que Joe Wilson le prestó un servicio a la nación y que necesitamos más, mucho más, de esa clase de arrebatos.
Aquellos que amamos la libertad y condenamos la intromisión gubernamental en casi todos los aspectos de la vida, somos demasiado respetuosos y deferentes para con nuestros enemigos ideológicos. Casi nunca decimos que «mienten» en los debates sobre políticas públicas a pesar de que nuestros adversarios en esas cuestiones mienten explícitamente todo el tiempo. En cambio, nuestra decisión de respetar las reglas del decoro nos hace cómplices de un proceso que casi siempre produce resultados desfavorables.
Piense en ello. La agenda política estatista, si llega a ser implementada, lógicamente conducirá a un control total de la economía y un estándar de vida mucho más bajo para nosotros y nuestros hijos; no obstante de alguna manera se espera de nosotros que le ofrezcamos a las cleptómanas pretensiones estatistas un debate honesto y razonado dentro del marco de las normas. A menudo fingimos que las posiciones estatistas son simplemente «erróneas» y que quienes las defienden realmente pueden ser persuadidos de no acometer su suprema misión mediante algún argumento respaldado por los hechos o citas ingeniosas en un artículo académico. Sin embargo, dados los recientes acontecimientos en materia de políticas públicas (Ej.: los proyectos de ley sobre los rescates financieros y los estímulos a la economía), esa creencia parece extremadamente ingenua.
El debate sobre la atención de la salud confirma la regla. ¿Qué frenó en seco al gigante de la salud, al menos por el momento? ¿Fue que analizaron diligentemente los trabajos de investigación que tomaban otra posición y/o artículos de opinión de libertarios bien intencionados (me incluyó entre ellos)? Difícilmente. Fue, en cambio, la demostrable y apasionada indignación de los ciudadanos de a pie en las reuniones celebradas en los ayuntamientos de todo este país la que hizo callar a los oradores expresando, en efecto, «Usted miente». Fue el ruido, no la razón, lo que hizo que finalmente les prestaran atención.
Ahora, no estoy afirmando que el argumento razonado no importe; lejos de eso. Sino que estoy diciendo que aunque sea necesario, no es una condición suficiente para la reversión de nuestras fortunas legislativas; porque si lo fuera, hace mucho tiempo que la batalla se hubiese ganado. ¿De acuerdo? Así que este es mi saludo de agradecimiento hacia aquellos deseosos de exponer física y verbalmente sus creencias en un foro público. Ustedes son quienes hacen la diferencia.
¿Qué viene después? Pues bien, la lista de los funcionarios públicos que podrían toparse con los gritos de «¡Usted miente!» es casi infinita. Cuando vemos al Presidente de la Reserva Federal Bernanke mover los labios, podemos estar casi seguros que no dice la verdad. Bernanke, usted miente. Lo mismo respecto de Hillary Clinton y Robert Gates acerca de las guerras de Irak y Afganistán. Y, por supuesto, Barney Frank y Chris Dodd bien podrían aparecer en un afiche sobre los embustes públicos. Señores, han hecho de la mentira una forma de arte.
Aquellos de nosotros menos propensos a gritar, necesitamos miles de remeras con la expresión «¡Usted miente!» que puedan lucirse en todas las reuniones municipales y tertulias sociales acerca de la atención de salud. Ese simple mensaje enfrentará a los políticos (y la prensa) con su propia mendacidad y dirá, en efecto: cuando los observamos mover los labios, sabemos que es probable que no nos estén diciendo la verdad.
Traducido por Gabriel Gasave
Si sus labios se mueven: ¡Usted miente!
Cuando el Representante republicano de Carolina del Sur Joe Wilson gritó «¡miente!» durante el reciente discurso del Presidente Obama sobre el Estado de la Nación, la respuesta instintiva del establishment de Washington fue (supuestamente) de conmoción y consternación. ¡Que descortesía! ¡Que soez! ¡Estamos horrorizados! Los demócratas exigieron una disculpa inmediata—la cual obtuvieron—que al parecer no fue lo suficientemente buena como para aliviar sus dañadas sensibilidades. Una «resolución de desaprobación» parlamentaria fue luego aprobada condenando el arrebato de Wilson.
¿Pero fue realmente inapropiado el arrebato de Wilson? Difícilmente. El hecho es que Presidente Obama estaba mintiendo acerca de la cobertura médica para los inmigrantes ilegales esbozada en el proyecto (borrador) de ley sobre la cobertura del seguro medico que estaba siendo tratado por la Cámara de Representantes, y lo hacía ante los cómplices y haraganes medios de comunicación nacionales que nunca se hubiesen percatado de la falsedad ni habrían responsabilizado al presidente por ella. Sostengo que Joe Wilson le prestó un servicio a la nación y que necesitamos más, mucho más, de esa clase de arrebatos.
Aquellos que amamos la libertad y condenamos la intromisión gubernamental en casi todos los aspectos de la vida, somos demasiado respetuosos y deferentes para con nuestros enemigos ideológicos. Casi nunca decimos que «mienten» en los debates sobre políticas públicas a pesar de que nuestros adversarios en esas cuestiones mienten explícitamente todo el tiempo. En cambio, nuestra decisión de respetar las reglas del decoro nos hace cómplices de un proceso que casi siempre produce resultados desfavorables.
Piense en ello. La agenda política estatista, si llega a ser implementada, lógicamente conducirá a un control total de la economía y un estándar de vida mucho más bajo para nosotros y nuestros hijos; no obstante de alguna manera se espera de nosotros que le ofrezcamos a las cleptómanas pretensiones estatistas un debate honesto y razonado dentro del marco de las normas. A menudo fingimos que las posiciones estatistas son simplemente «erróneas» y que quienes las defienden realmente pueden ser persuadidos de no acometer su suprema misión mediante algún argumento respaldado por los hechos o citas ingeniosas en un artículo académico. Sin embargo, dados los recientes acontecimientos en materia de políticas públicas (Ej.: los proyectos de ley sobre los rescates financieros y los estímulos a la economía), esa creencia parece extremadamente ingenua.
El debate sobre la atención de la salud confirma la regla. ¿Qué frenó en seco al gigante de la salud, al menos por el momento? ¿Fue que analizaron diligentemente los trabajos de investigación que tomaban otra posición y/o artículos de opinión de libertarios bien intencionados (me incluyó entre ellos)? Difícilmente. Fue, en cambio, la demostrable y apasionada indignación de los ciudadanos de a pie en las reuniones celebradas en los ayuntamientos de todo este país la que hizo callar a los oradores expresando, en efecto, «Usted miente». Fue el ruido, no la razón, lo que hizo que finalmente les prestaran atención.
Ahora, no estoy afirmando que el argumento razonado no importe; lejos de eso. Sino que estoy diciendo que aunque sea necesario, no es una condición suficiente para la reversión de nuestras fortunas legislativas; porque si lo fuera, hace mucho tiempo que la batalla se hubiese ganado. ¿De acuerdo? Así que este es mi saludo de agradecimiento hacia aquellos deseosos de exponer física y verbalmente sus creencias en un foro público. Ustedes son quienes hacen la diferencia.
¿Qué viene después? Pues bien, la lista de los funcionarios públicos que podrían toparse con los gritos de «¡Usted miente!» es casi infinita. Cuando vemos al Presidente de la Reserva Federal Bernanke mover los labios, podemos estar casi seguros que no dice la verdad. Bernanke, usted miente. Lo mismo respecto de Hillary Clinton y Robert Gates acerca de las guerras de Irak y Afganistán. Y, por supuesto, Barney Frank y Chris Dodd bien podrían aparecer en un afiche sobre los embustes públicos. Señores, han hecho de la mentira una forma de arte.
Aquellos de nosotros menos propensos a gritar, necesitamos miles de remeras con la expresión «¡Usted miente!» que puedan lucirse en todas las reuniones municipales y tertulias sociales acerca de la atención de salud. Ese simple mensaje enfrentará a los políticos (y la prensa) con su propia mendacidad y dirá, en efecto: cuando los observamos mover los labios, sabemos que es probable que no nos estén diciendo la verdad.
Traducido por Gabriel Gasave
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