Los Estados Unidos promulgaron su ley de salario mínimo en 1938. No abarcaba a todos los trabajadores, y sigue sin hacerlo. El “principio” parece ser el de que algunos niveles salariales son demasiado bajos como para ser autorizados, incluso si el empleado y el empleador están de acuerdo con ellos.
Tengo que poner “principio” entrecomillado porque algunos empleos no están alcanzados por la ley de salario mínimo, de modo tal que el “principio” no rige para todos.
Ahora, en el otro extremo del espectro, Washington está adoptando una política de salario máximo. El “zar de los pagos” del presidente Obama, Kenneth Feinberg, está ordenando sustanciales recortes salariales para los ejecutivos de los bancos y empresas automotrices que recibieron dinero del rescate federal.
Además, el presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke ha propuesto un plan para limitar la compensación de todos los banqueros—no sólo de aquellos que recibieron dinero federal—en un esfuerzo por evitar las inversiones de riesgo de parte de los bancos.
Durante décadas el gobierno federal ha aplicado una ley de salario mínimo para impedir que a la gente se le pague demasiado poco. Actualmente está estableciendo un salario máximo para evitar que a algunos se les pague demasiado. Al igual que la ley de salario mínimo, no abarca a todos, pero con un pie en la puerta, será un pequeño paso hacia una cobertura más amplia. Feinberg dijo que esperaba que sus directrices “pudiesen ser adoptadas voluntariamente en otros lugares”.
La participación de Bernanke en la nueva política de salario máximo es tal vez lo más espeluznante, porque carece de pautas. La Fed examinará cada remuneración y decidirá a discreción del presidente si el sistema de retribución de un banco es aceptable o no.
El decreto de Feinberg abarca tan sólo a un número relativamente pequeño de ejecutivos de las empresas que recibieron dinero del rescate federal. No obstante, sus esperanzas de que el decreto sea ampliado a otros lugares no son descabelladas.
Por un lado, es raro que un programa gubernamental, una vez iniciado, no se expanda. Por otra parte, no parece sostenible la idea de exigir que se remunere a los ejecutivos de las empresas rescatadas por debajo del salario de mercado, mientras se permite a las empresas que compiten con las firmas asistidas por el gobierno contratar libremente a los ejecutivos que desean incorporar a los niveles de compensación mutuamente acordados. Los mejores talentos naturalmente abandonarán a las empresas en problemas para ir hacia donde la paga es mejor.
¿Cuán difícil es prever que una vez que la primera fase de la política de salarios máximos esté vigente, los funcionarios de gobierno procurarán ampliarla a fin de “nivelar el campo de juego”? Ciertamente no diré que los paquetes de compensación de las empresas sean perfectos, pero diría que son mejores que los limites a las remuneraciones corporativas ordenados por el gobierno, por tres razones.
Primero, las empresas tienen un incentivo para establecer la paga corporativa del modo tal que se maximice su ventaja competitiva. Si no lo hacen, se encontrarán a sí mismas perdiendo terreno gradualmente frente a las que sí lo hagan. Su participación en el mercado se tornará cada vez más pequeña hasta desaparecer.
Segundo, las empresas tienen un mejor conocimiento sobre cómo estructurar efectivamente los paquetes remunerativos que aquellos que se desempeñan en el gobierno. No estoy diciendo que lo hagan perfectamente, estoy diciendo que hacen un mejor trabajo que el que harían los burócratas del gobierno. Los burócratas del gobierno no sólo tienen pocos incentivos para diseñar paquetes de compensación efectivos, sino que también poseen mucho menos conocimiento y experiencia sobre las empresas estadounidenses y el entorno competitivo en cual operan.
Tercero, y quizás lo más significativo, la nueva política de salario máximo compromete la libertad individual de contratar. La libertad debe incluir la libertad para cometer errores, y no sólo la “libertad” para seguir las reglas del gobierno. Una vez que la libertad de algunos se ve comprometida, no pasará mucho tiempo para limitar la libertad de muchos.
Ahora es el momento de detener el desatino de los salarios máximos.
Traducido por Gabriel Gasave
Pongámosle fin al desatino del salario máximo
Los Estados Unidos promulgaron su ley de salario mínimo en 1938. No abarcaba a todos los trabajadores, y sigue sin hacerlo. El “principio” parece ser el de que algunos niveles salariales son demasiado bajos como para ser autorizados, incluso si el empleado y el empleador están de acuerdo con ellos.
Tengo que poner “principio” entrecomillado porque algunos empleos no están alcanzados por la ley de salario mínimo, de modo tal que el “principio” no rige para todos.
Ahora, en el otro extremo del espectro, Washington está adoptando una política de salario máximo. El “zar de los pagos” del presidente Obama, Kenneth Feinberg, está ordenando sustanciales recortes salariales para los ejecutivos de los bancos y empresas automotrices que recibieron dinero del rescate federal.
Además, el presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke ha propuesto un plan para limitar la compensación de todos los banqueros—no sólo de aquellos que recibieron dinero federal—en un esfuerzo por evitar las inversiones de riesgo de parte de los bancos.
Durante décadas el gobierno federal ha aplicado una ley de salario mínimo para impedir que a la gente se le pague demasiado poco. Actualmente está estableciendo un salario máximo para evitar que a algunos se les pague demasiado. Al igual que la ley de salario mínimo, no abarca a todos, pero con un pie en la puerta, será un pequeño paso hacia una cobertura más amplia. Feinberg dijo que esperaba que sus directrices “pudiesen ser adoptadas voluntariamente en otros lugares”.
La participación de Bernanke en la nueva política de salario máximo es tal vez lo más espeluznante, porque carece de pautas. La Fed examinará cada remuneración y decidirá a discreción del presidente si el sistema de retribución de un banco es aceptable o no.
El decreto de Feinberg abarca tan sólo a un número relativamente pequeño de ejecutivos de las empresas que recibieron dinero del rescate federal. No obstante, sus esperanzas de que el decreto sea ampliado a otros lugares no son descabelladas.
Por un lado, es raro que un programa gubernamental, una vez iniciado, no se expanda. Por otra parte, no parece sostenible la idea de exigir que se remunere a los ejecutivos de las empresas rescatadas por debajo del salario de mercado, mientras se permite a las empresas que compiten con las firmas asistidas por el gobierno contratar libremente a los ejecutivos que desean incorporar a los niveles de compensación mutuamente acordados. Los mejores talentos naturalmente abandonarán a las empresas en problemas para ir hacia donde la paga es mejor.
¿Cuán difícil es prever que una vez que la primera fase de la política de salarios máximos esté vigente, los funcionarios de gobierno procurarán ampliarla a fin de “nivelar el campo de juego”? Ciertamente no diré que los paquetes de compensación de las empresas sean perfectos, pero diría que son mejores que los limites a las remuneraciones corporativas ordenados por el gobierno, por tres razones.
Primero, las empresas tienen un incentivo para establecer la paga corporativa del modo tal que se maximice su ventaja competitiva. Si no lo hacen, se encontrarán a sí mismas perdiendo terreno gradualmente frente a las que sí lo hagan. Su participación en el mercado se tornará cada vez más pequeña hasta desaparecer.
Segundo, las empresas tienen un mejor conocimiento sobre cómo estructurar efectivamente los paquetes remunerativos que aquellos que se desempeñan en el gobierno. No estoy diciendo que lo hagan perfectamente, estoy diciendo que hacen un mejor trabajo que el que harían los burócratas del gobierno. Los burócratas del gobierno no sólo tienen pocos incentivos para diseñar paquetes de compensación efectivos, sino que también poseen mucho menos conocimiento y experiencia sobre las empresas estadounidenses y el entorno competitivo en cual operan.
Tercero, y quizás lo más significativo, la nueva política de salario máximo compromete la libertad individual de contratar. La libertad debe incluir la libertad para cometer errores, y no sólo la “libertad” para seguir las reglas del gobierno. Una vez que la libertad de algunos se ve comprometida, no pasará mucho tiempo para limitar la libertad de muchos.
Ahora es el momento de detener el desatino de los salarios máximos.
Traducido por Gabriel Gasave
Burocracia y gobiernoDerecho y libertadEconomíaEconomía de libre mercadoElección públicaEmpresa e iniciativa empresarialFilosofía y religiónGobierno y políticaLeyes y reglamentaciones laboralesLeyes y reglamentaciones laboralesLibertadReglamentaciónTrabajo y empleo
Artículos relacionados
¿No lo saben?
Muchos de nosotros, que recordamos cuando los europeos del este eran encarcelados tras...
Los controles de precios y el gasto público no solucionarán la inflación
Los Estados Unidos experimentaron el año pasado su mayor tasa de inflación en...
El mundo se enfrenta a la hora de la verdad inflacionaria
La inflación de precios de dos dígitos ya está aquí. Cualquiera que preste...
El milagro de Milei: Argentina podría desencadenar un apasionado abrazo a la libertad individual y la prosperidad
Artículos de tendencia
Blogs de tendencia