Todos los desastres naturales, al igual que el proverbial nubarrón, supuestamente tienen su lado positivo.
Las imágenes de la devastación que se desató sobre Haití a raíz del fuerte terremoto que sacudió recientemente a la isla, han despertado efusiones de sentida simpatía por las decenas de miles de personas que perdieron la vida y promesas de ayuda para aquellos que milagrosamente sobrevivieron.
Pero tras el duelo por las víctimas humanas, algunos comentaristas han señalado la dorada oportunidad que la tragedia ofrece para impulsar el desarrollo económico en el país más pobre del hemisferio.
¡Piénsese en todos los puestos de trabajo que se crearán en la reconstrucción del palacio presidencial de Puerto Príncipe, sus instalaciones portuarias y otras infraestructuras destruidas por la furia de la naturaleza! Lloverá dinero desde los Estados Unidos, China y Europa Occidental para socorrer a las víctimas del terremoto y para financiar las reparaciones y las nuevas construcciones. Haití se levantará de las cenizas y saldrá de la pobreza. O al menos eso dice la historia.
Nada podría estar más lejos de la verdad.
En un panfleto intitulado ”Lo que se ve y lo que no se ve”, publicado en 1850, Federico Bastiat cuenta la historia de un joven que es atrapado cuando rompía la vidriera de una panadería local. Observando los cristales rotos en la acera, los transeúntes concuerdan: «No hay mal que por bien no venga. Este tipo de accidentes mantienen a la industria en marcha. . . ¿Qué sería de los vidrieros si nunca nadie rompiese una ventana?”
Llaman a un vidriero para reemplazar el vidrio por un importe de, digamos, 100 dólares, quien camino de regreso a su casa va orando en silencio por los delincuentes juveniles. Observando sólo esto, los transeúntes llegan erróneamente a la conclusión de que, en virtud de que un trabajo ha sido “creado”, la rotura de la vidriera no fue tan mala después de todo.
Sin embargo, lo que los transeúntes no ven es que el panadero ha perdido 100 dólares. Debido a que se ha visto obligado a reemplazar la vidriera rota, no podrá gastar esa suma en otra cosa, como un nuevo delantal, la harina necesaria para hornear más pan o la bonificación prometida a sus empleados. El vidriero está mejor, pero el panadero se encuentra equivalentemente peor. Antes de la aparición en escena del joven vándalo, el panadero tenía 100 dólares en el banco y una vidriera en buen estado; después solamente tiene una vidriera.
La historia de Bastiat enseña que no hay ningún beneficio para la sociedad en general cuando la propiedad es destruida, ya sea por jóvenes vándalos o por la madre naturaleza. El gasto necesario para reemplazar los activos existentes no puede ser utilizado para generar otros nuevos.
Dado que su reconstrucción será financiada en gran parte con fondos transferidos de los contribuyentes que residen fuera del alcance del terremoto, Haití, al igual que el vidriero, recibirá una inyección de riqueza. Sin embargo, la conclusión de que el mundo como un todo estará mejor cae en la falacia de la ventana rota. Por el contrario, como el panadero, las naciones donantes empeoran su situación. Antes del terremoto, los Estados Unidos tenían los 100 millones de dólares que se han comprometido a gastar y Puerto Príncipe era habitable; después, tendremos una nación reconstruida, pero no los 100 millones de dólares.
Las inyecciones masivas de nuevos fondos destinados al socorro y la reconstrucción también llevarán de manera predecible a la corrupción y el despilfarro. Por ende, los donantes pueden esperar menores beneficios para Haití de los que pensaban que estaban sufragando.
Es absurdo decir que el terremoto será beneficioso para la economía de Haití. Si eso fuera cierto, ¿por qué el mundo habría de esperar a los desastres naturales? Si Haití necesitaba un impulso económico, deberíamos haberlo bombardeado en masa hace años. El hecho evidente es que los desastres vuelven a todo el mundo más pobre de forma permanente por los valores de las vidas y propiedades que destruyen. Los terremotos no tienen un lado positivo.
Traducido por Gabriel Gasave
Terremotos y desarrollo económico
Todos los desastres naturales, al igual que el proverbial nubarrón, supuestamente tienen su lado positivo.
Las imágenes de la devastación que se desató sobre Haití a raíz del fuerte terremoto que sacudió recientemente a la isla, han despertado efusiones de sentida simpatía por las decenas de miles de personas que perdieron la vida y promesas de ayuda para aquellos que milagrosamente sobrevivieron.
Pero tras el duelo por las víctimas humanas, algunos comentaristas han señalado la dorada oportunidad que la tragedia ofrece para impulsar el desarrollo económico en el país más pobre del hemisferio.
¡Piénsese en todos los puestos de trabajo que se crearán en la reconstrucción del palacio presidencial de Puerto Príncipe, sus instalaciones portuarias y otras infraestructuras destruidas por la furia de la naturaleza! Lloverá dinero desde los Estados Unidos, China y Europa Occidental para socorrer a las víctimas del terremoto y para financiar las reparaciones y las nuevas construcciones. Haití se levantará de las cenizas y saldrá de la pobreza. O al menos eso dice la historia.
Nada podría estar más lejos de la verdad.
En un panfleto intitulado ”Lo que se ve y lo que no se ve”, publicado en 1850, Federico Bastiat cuenta la historia de un joven que es atrapado cuando rompía la vidriera de una panadería local. Observando los cristales rotos en la acera, los transeúntes concuerdan: «No hay mal que por bien no venga. Este tipo de accidentes mantienen a la industria en marcha. . . ¿Qué sería de los vidrieros si nunca nadie rompiese una ventana?”
Llaman a un vidriero para reemplazar el vidrio por un importe de, digamos, 100 dólares, quien camino de regreso a su casa va orando en silencio por los delincuentes juveniles. Observando sólo esto, los transeúntes llegan erróneamente a la conclusión de que, en virtud de que un trabajo ha sido “creado”, la rotura de la vidriera no fue tan mala después de todo.
Sin embargo, lo que los transeúntes no ven es que el panadero ha perdido 100 dólares. Debido a que se ha visto obligado a reemplazar la vidriera rota, no podrá gastar esa suma en otra cosa, como un nuevo delantal, la harina necesaria para hornear más pan o la bonificación prometida a sus empleados. El vidriero está mejor, pero el panadero se encuentra equivalentemente peor. Antes de la aparición en escena del joven vándalo, el panadero tenía 100 dólares en el banco y una vidriera en buen estado; después solamente tiene una vidriera.
La historia de Bastiat enseña que no hay ningún beneficio para la sociedad en general cuando la propiedad es destruida, ya sea por jóvenes vándalos o por la madre naturaleza. El gasto necesario para reemplazar los activos existentes no puede ser utilizado para generar otros nuevos.
Dado que su reconstrucción será financiada en gran parte con fondos transferidos de los contribuyentes que residen fuera del alcance del terremoto, Haití, al igual que el vidriero, recibirá una inyección de riqueza. Sin embargo, la conclusión de que el mundo como un todo estará mejor cae en la falacia de la ventana rota. Por el contrario, como el panadero, las naciones donantes empeoran su situación. Antes del terremoto, los Estados Unidos tenían los 100 millones de dólares que se han comprometido a gastar y Puerto Príncipe era habitable; después, tendremos una nación reconstruida, pero no los 100 millones de dólares.
Las inyecciones masivas de nuevos fondos destinados al socorro y la reconstrucción también llevarán de manera predecible a la corrupción y el despilfarro. Por ende, los donantes pueden esperar menores beneficios para Haití de los que pensaban que estaban sufragando.
Es absurdo decir que el terremoto será beneficioso para la economía de Haití. Si eso fuera cierto, ¿por qué el mundo habría de esperar a los desastres naturales? Si Haití necesitaba un impulso económico, deberíamos haberlo bombardeado en masa hace años. El hecho evidente es que los desastres vuelven a todo el mundo más pobre de forma permanente por los valores de las vidas y propiedades que destruyen. Los terremotos no tienen un lado positivo.
Traducido por Gabriel Gasave
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