El Presidente Clinton afirma que espera estimular a la economía de los Estados Unidos a fin de aliviar el prolongado desempleo y de incrementar la lenta tasa de crecimiento. ¿Pero cuáles son las perspectivas de que las políticas gubernamentales moderadamente agresivas puedan mejorar de manera significativa a la economía? ¿Necesita en verdad la economía de un envión?
El Sr. Clinton ha mencionado un programa anual de obras públicas de $20 mil millones (billones en inglés), en su mayoría gastos en infraestructura, como un componente fundamental de su programa económico. Pero históricamente, los intentos gubernamentales de eliminar al desempleo a través de la política fiscal han tenido muy poco éxito.
Los gastos en obras públicas tendientes a aliviar el desempleo fueron un jalón de la estrategia para combatir a la Gran Depresión de los Presidentes Herbert Hoover y Franklin Roosevelt. Pero cinco años después de que el Sr. Roosevelt lanzara su New Deal con agencias creadoras de infraestructura tales como la Works Progress Administration y la Tennessee Valley Authority, el índice de desocupación de la nación todavía superaba el 19 por ciento.
Más recientemente, programas similares en los años 70 se vieron acompañados por tasas más altas de desempleo-no más bajas-de las que habían prevalecido durante las tres décadas anteriores.
Dos factores que coadyuvan a hacer que el gasto en obras públicas sea ineficaz para lidiar con el desempleo son la oportunidad y el efecto de exclusión.
Por lo general, pasan años entre el momento en que las decisiones para construir nuevas carreteras, escuelas, o sistemas de cloacas son tomadas y el momento en que las obras verdaderamente se inician. Esto es especialmente cierto en la actualidad con la miríada de reglamentaciones relacionadas con el medioambiente, con la acción-afirmativa y de otras clases, para no mencionar el tiempo que le insume al Congreso actuar.
Además, el financiamiento del nuevo gasto federal requiere de impuestos, los que directamente reducen la capacidad de endeudamiento de los particulares al elevar las tasas de interés, reduciendo también la actividad del sector privado.
Nuestra investigación evidencia también que la desocupación crece cuando sube el precio de la mano de obra para los empleadores. Si en un período el salario real ajustado sube (los salarios ajustados por las variaciones en los precios y en la productividad), el desempleo aumentará.
Por lo tanto, ¿es sabio siquiera intentar darle un impulso a la economía? La reciente recesión surgió cuando el salario real ajustado se incrementó, a causa de los erráticos cambios en los precios y a las demandas salariales debido a las políticas gubernamentales que empujaban a los salarios hacia arriba, incluido un salario mínimo federal más alto.
Durante el año pasado, no obstante, el salario real ajustado ha venido cayendo. Los incrementos salariales han sido moderados, siendo compensados por la inflación. Los aumentos en la productividad laboral han reducido los costos de la mano de obra por dólar de producción, mejorando las ganancias y haciendo que sea rentable el contratar a nuevos trabajadores.
Los cambios en la desocupación vienen retrazados con respecto a los cambios en el salario real ajustado, y en base a la variación salarial acaecida en los meses recientes, podemos predecir lo que pasará con la tasa de desempleo-independientemente de cualquier respuesta por parte de la política gubernamental.
Estimamos que la tasa de desocupación caerá hasta ubicarse cerca del 6,5 por ciento a comienzos del próximo verano-aproximadamente un retroceso a mitad de camino entre la tasa pico del 7,8 por ciento de mayo al nivel que tenía antes de la recesión cercano al 5,3 por ciento. Además, preliminarmente los indicios son de que la tasa debería continuar cayendo. Históricamente, la evidencia muestra que la interferencia gubernamental en los mercados por lo general agrava la desaceleración y frena el crecimiento.
Por ejemplo, durante la Depresión, tanto Hoover como Roosevelt favorecieron las políticas de salarios altos para mantener el poder adquisitivo. Sus políticas salariales prolongaron innecesariamente a la Gran Depresión.
Similarmente, los cambios erráticos en la política monetaria son proclives a ser desestabilizadores, tal como lo demuestran las abruptas modificaciones en la tasa de inflación tanto a comienzos de los años 20 como en los inicios de la década del 80.
En el largo plazo, es imposible crear empleos y elevar los estándares de vida sin incrementar la productividad laboral. Clinton parecería percatarse de esto, y debería favorecer los cambios que puedan tener algún impacto positivo.
La reforma de nuestro ineficiente y monopólico sistema de oferta educativa en nuestras escuelas públicas, debería ayudar a la creación de capital humano, y la revisión de nuestro arcaico sistema de gravar al capital físico resulta imperiosa. La tasa impositiva efectiva sobre las ganancias de capital excede a veces el 100 por ciento (debido a que se gravan ganancias ficticias generadas por efecto de la inflación.)
Los presidentes—y George Bush es un ejemplo excelente—sucumben a menudo ante las políticas de planificación debido a una perspectiva de corto plazo, dictada por la necesidad de postularse para la reelección cada cuatro años. Mientras que no pueden ignorarse las consideraciones sobre la seguridad del empleo presidencial, un líder visionario podría alcanzar un lugar reverenciado en la historia si atendiese las necesidades de largo plazo.
Clinton precisa solucionar un problema que empequeñece al del presupuesto y al de los déficits comerciales, el problema del delito y el del malestar en nuestras ciudades. El presidente electo debe resolver la amenaza a nuestro bienestar económico, a nuestros estándares de vida, y a las oportunidades laborales que plantea la virtual falta de crecimiento de la productividad durante los dos décadas pasadas.
Al hacerlo, sin embargo, Clinton debería aprender las lecciones de la economía y de la historia, a saber: que los mercados usualmente realizan un mejor trabajo en la asignación de los recursos que las bien intencionadas pero embarazosas burocracias gubernamentales.
Traducido por Gabriel Gasave
No hay necesidad de un “envión”
El Presidente Clinton afirma que espera estimular a la economía de los Estados Unidos a fin de aliviar el prolongado desempleo y de incrementar la lenta tasa de crecimiento. ¿Pero cuáles son las perspectivas de que las políticas gubernamentales moderadamente agresivas puedan mejorar de manera significativa a la economía? ¿Necesita en verdad la economía de un envión?
El Sr. Clinton ha mencionado un programa anual de obras públicas de $20 mil millones (billones en inglés), en su mayoría gastos en infraestructura, como un componente fundamental de su programa económico. Pero históricamente, los intentos gubernamentales de eliminar al desempleo a través de la política fiscal han tenido muy poco éxito.
Los gastos en obras públicas tendientes a aliviar el desempleo fueron un jalón de la estrategia para combatir a la Gran Depresión de los Presidentes Herbert Hoover y Franklin Roosevelt. Pero cinco años después de que el Sr. Roosevelt lanzara su New Deal con agencias creadoras de infraestructura tales como la Works Progress Administration y la Tennessee Valley Authority, el índice de desocupación de la nación todavía superaba el 19 por ciento.
Más recientemente, programas similares en los años 70 se vieron acompañados por tasas más altas de desempleo-no más bajas-de las que habían prevalecido durante las tres décadas anteriores.
Dos factores que coadyuvan a hacer que el gasto en obras públicas sea ineficaz para lidiar con el desempleo son la oportunidad y el efecto de exclusión.
Por lo general, pasan años entre el momento en que las decisiones para construir nuevas carreteras, escuelas, o sistemas de cloacas son tomadas y el momento en que las obras verdaderamente se inician. Esto es especialmente cierto en la actualidad con la miríada de reglamentaciones relacionadas con el medioambiente, con la acción-afirmativa y de otras clases, para no mencionar el tiempo que le insume al Congreso actuar.
Además, el financiamiento del nuevo gasto federal requiere de impuestos, los que directamente reducen la capacidad de endeudamiento de los particulares al elevar las tasas de interés, reduciendo también la actividad del sector privado.
Nuestra investigación evidencia también que la desocupación crece cuando sube el precio de la mano de obra para los empleadores. Si en un período el salario real ajustado sube (los salarios ajustados por las variaciones en los precios y en la productividad), el desempleo aumentará.
Por lo tanto, ¿es sabio siquiera intentar darle un impulso a la economía? La reciente recesión surgió cuando el salario real ajustado se incrementó, a causa de los erráticos cambios en los precios y a las demandas salariales debido a las políticas gubernamentales que empujaban a los salarios hacia arriba, incluido un salario mínimo federal más alto.
Durante el año pasado, no obstante, el salario real ajustado ha venido cayendo. Los incrementos salariales han sido moderados, siendo compensados por la inflación. Los aumentos en la productividad laboral han reducido los costos de la mano de obra por dólar de producción, mejorando las ganancias y haciendo que sea rentable el contratar a nuevos trabajadores.
Los cambios en la desocupación vienen retrazados con respecto a los cambios en el salario real ajustado, y en base a la variación salarial acaecida en los meses recientes, podemos predecir lo que pasará con la tasa de desempleo-independientemente de cualquier respuesta por parte de la política gubernamental.
Estimamos que la tasa de desocupación caerá hasta ubicarse cerca del 6,5 por ciento a comienzos del próximo verano-aproximadamente un retroceso a mitad de camino entre la tasa pico del 7,8 por ciento de mayo al nivel que tenía antes de la recesión cercano al 5,3 por ciento. Además, preliminarmente los indicios son de que la tasa debería continuar cayendo. Históricamente, la evidencia muestra que la interferencia gubernamental en los mercados por lo general agrava la desaceleración y frena el crecimiento.
Por ejemplo, durante la Depresión, tanto Hoover como Roosevelt favorecieron las políticas de salarios altos para mantener el poder adquisitivo. Sus políticas salariales prolongaron innecesariamente a la Gran Depresión.
Similarmente, los cambios erráticos en la política monetaria son proclives a ser desestabilizadores, tal como lo demuestran las abruptas modificaciones en la tasa de inflación tanto a comienzos de los años 20 como en los inicios de la década del 80.
En el largo plazo, es imposible crear empleos y elevar los estándares de vida sin incrementar la productividad laboral. Clinton parecería percatarse de esto, y debería favorecer los cambios que puedan tener algún impacto positivo.
La reforma de nuestro ineficiente y monopólico sistema de oferta educativa en nuestras escuelas públicas, debería ayudar a la creación de capital humano, y la revisión de nuestro arcaico sistema de gravar al capital físico resulta imperiosa. La tasa impositiva efectiva sobre las ganancias de capital excede a veces el 100 por ciento (debido a que se gravan ganancias ficticias generadas por efecto de la inflación.)
Los presidentes—y George Bush es un ejemplo excelente—sucumben a menudo ante las políticas de planificación debido a una perspectiva de corto plazo, dictada por la necesidad de postularse para la reelección cada cuatro años. Mientras que no pueden ignorarse las consideraciones sobre la seguridad del empleo presidencial, un líder visionario podría alcanzar un lugar reverenciado en la historia si atendiese las necesidades de largo plazo.
Clinton precisa solucionar un problema que empequeñece al del presupuesto y al de los déficits comerciales, el problema del delito y el del malestar en nuestras ciudades. El presidente electo debe resolver la amenaza a nuestro bienestar económico, a nuestros estándares de vida, y a las oportunidades laborales que plantea la virtual falta de crecimiento de la productividad durante los dos décadas pasadas.
Al hacerlo, sin embargo, Clinton debería aprender las lecciones de la economía y de la historia, a saber: que los mercados usualmente realizan un mejor trabajo en la asignación de los recursos que las bien intencionadas pero embarazosas burocracias gubernamentales.
Traducido por Gabriel Gasave
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