La primera convención nacional del Tea Party (Partido del Té) se celebró la semana pasada en Nashville, Tennessee. El movimiento del Tea Party es el resultado de grupos populares que cobraron bríos ante el crecimiento del poder federal durante los últimos años de la administración del presidente George W. Bush y comienzos de la presidencia de Barack Obama.
En consonancia con las primigenias inquietudes del movimiento, los oradores de la convención comprometieron su adhesión a la libertad individual, el gobierno limitado, la disciplina fiscal y otros nobles principios constitucionales. Y expresaron su decepción respecto de que ni el partido republicano ni el demócrata comparten el apego de los activistas del Tea Party a esas ideas.
Los organizadores del Tea Party afirman procurar una resurgimiento versión siglo 21 del espíritu que llevó a los bostonianos a botar el té británico en el puerto de Boston en diciembre de 1773. Si analizamos la historia, hay paralelismos, pero también existen diferencias.
Para poder apreciar al Tea Party de Boston, uno debe entender un rasgo de la Constitución británica. En virtud de que no era escrita, la Constitución británica necesariamente se basaba más en las costumbres o los precedentes que la moderna Constitución de los EE.UU..
Cuando los súbditos temían que el Parlamento o el rey estuviese tratando de introducir una innovación peligrosa en el orden constitucional, estaban compelidos a sentar un “antecedente” de protestas. Si no lo hacían, un rey o parlamento posterior podría basarse en ese precedente.
El Tea Party de Boston es un excelente ejemplo de la importancia de los precedentes. Aunque la Ley del Té de 1773 redujo el precio del té, los colonos se vieron obligados a tomar medidas para evitar que el Parlamento sentase un precedente respecto de los ingresos del gobierno. Según las normas comerciales, a un navío que ingresaba en un puerto colonial no se le permitía zarpar sin antes haber descargado su cargamento. Si el té era descargado, se pagaría el impuesto. Si no era descargado dentro de los 20 días, la carga podía ser incautada por los funcionarios aduaneros que retendrían una parte de la mercancía para satisfacer el gravamen.
El Tea Party de Boston surgió cuando habían transcurrido 19 días desde que los buques que transportaban el té se encontraban en el puerto. Los colonos destruyeron el té para que no fuese confiscado por los funcionarios de aduanas y el arancel técnicamente “pagado” para crear un precedente.
Con este entendimiento de lo que es el precedente, se arroja nueva luz sobre el Tea Party de Boston y su contraparte moderna. Al igual que los patriotas de Boston, el movimiento del Tea Party está trabajando para poner fin a la creación de precedentes peligrosos. Los activistas del Tea Party entienden el “efecto trinquete”—es decir, una vez que el gobierno expande su poder y se instalan nuevas burocracias, es difícil desbaratarlas.
No obstante, una crítica justa implica decir que los asistentes a la convención de Nashville llegaron, perdón por el juego de palabras, tarde a la fiesta (“party”). Mucho antes de que Bush promulgase el rescate financiero en 2008, su administración había propiciado soluciones federales para todo e incrementado el poder federal.
El Tea Party estuvo en lo correcto al apuntarle a la legislación sobre el salvataje financiero, pero uno se pregunta dónde estaban los dirigentes del Tea Party cuando Bush creó perniciosos precedentes al presionar para imponer un nuevo beneficio de medicamentos recetados del Medicare y la ley educativa “No Child Left Behind”.
A los patriotas americanos de las décadas de 1760 y 1770, no les importaba si el gobierno del rey George III estaba encabezado por un conservador (“Tory”) como George Grenville o un liberal (“Whig”) como William Pitt. Los colonos lucharon denodadamente contra los esfuerzos del gobierno central británico por ampliar su poder.
En la actualidad, el Tea Party moderno parece entender lo que Samuel Adams y John Hancock dieron por sentado: el poder del gobierno a menudo atropella los derechos fundamentales sin importar quién esté en el poder—Whigs o Tories, republicanos o demócratas.
Consecuentemente, lo que deberíamos aprender de la reciente convención del Tea Party es que los principios de libertad individual y gobierno limitado deben permanecer inviolables, no importa qué partido ocupe la Casa Blanca. De lo contrario, se establecerán peligrosos precedentes difíciles de desbaratar.
Traducido por Gabriel Gasave
El movimiento del Tea Party no sabe de lealtades partidarias
La primera convención nacional del Tea Party (Partido del Té) se celebró la semana pasada en Nashville, Tennessee. El movimiento del Tea Party es el resultado de grupos populares que cobraron bríos ante el crecimiento del poder federal durante los últimos años de la administración del presidente George W. Bush y comienzos de la presidencia de Barack Obama.
En consonancia con las primigenias inquietudes del movimiento, los oradores de la convención comprometieron su adhesión a la libertad individual, el gobierno limitado, la disciplina fiscal y otros nobles principios constitucionales. Y expresaron su decepción respecto de que ni el partido republicano ni el demócrata comparten el apego de los activistas del Tea Party a esas ideas.
Los organizadores del Tea Party afirman procurar una resurgimiento versión siglo 21 del espíritu que llevó a los bostonianos a botar el té británico en el puerto de Boston en diciembre de 1773. Si analizamos la historia, hay paralelismos, pero también existen diferencias.
Para poder apreciar al Tea Party de Boston, uno debe entender un rasgo de la Constitución británica. En virtud de que no era escrita, la Constitución británica necesariamente se basaba más en las costumbres o los precedentes que la moderna Constitución de los EE.UU..
Cuando los súbditos temían que el Parlamento o el rey estuviese tratando de introducir una innovación peligrosa en el orden constitucional, estaban compelidos a sentar un “antecedente” de protestas. Si no lo hacían, un rey o parlamento posterior podría basarse en ese precedente.
El Tea Party de Boston es un excelente ejemplo de la importancia de los precedentes. Aunque la Ley del Té de 1773 redujo el precio del té, los colonos se vieron obligados a tomar medidas para evitar que el Parlamento sentase un precedente respecto de los ingresos del gobierno. Según las normas comerciales, a un navío que ingresaba en un puerto colonial no se le permitía zarpar sin antes haber descargado su cargamento. Si el té era descargado, se pagaría el impuesto. Si no era descargado dentro de los 20 días, la carga podía ser incautada por los funcionarios aduaneros que retendrían una parte de la mercancía para satisfacer el gravamen.
El Tea Party de Boston surgió cuando habían transcurrido 19 días desde que los buques que transportaban el té se encontraban en el puerto. Los colonos destruyeron el té para que no fuese confiscado por los funcionarios de aduanas y el arancel técnicamente “pagado” para crear un precedente.
Con este entendimiento de lo que es el precedente, se arroja nueva luz sobre el Tea Party de Boston y su contraparte moderna. Al igual que los patriotas de Boston, el movimiento del Tea Party está trabajando para poner fin a la creación de precedentes peligrosos. Los activistas del Tea Party entienden el “efecto trinquete”—es decir, una vez que el gobierno expande su poder y se instalan nuevas burocracias, es difícil desbaratarlas.
No obstante, una crítica justa implica decir que los asistentes a la convención de Nashville llegaron, perdón por el juego de palabras, tarde a la fiesta (“party”). Mucho antes de que Bush promulgase el rescate financiero en 2008, su administración había propiciado soluciones federales para todo e incrementado el poder federal.
El Tea Party estuvo en lo correcto al apuntarle a la legislación sobre el salvataje financiero, pero uno se pregunta dónde estaban los dirigentes del Tea Party cuando Bush creó perniciosos precedentes al presionar para imponer un nuevo beneficio de medicamentos recetados del Medicare y la ley educativa “No Child Left Behind”.
A los patriotas americanos de las décadas de 1760 y 1770, no les importaba si el gobierno del rey George III estaba encabezado por un conservador (“Tory”) como George Grenville o un liberal (“Whig”) como William Pitt. Los colonos lucharon denodadamente contra los esfuerzos del gobierno central británico por ampliar su poder.
En la actualidad, el Tea Party moderno parece entender lo que Samuel Adams y John Hancock dieron por sentado: el poder del gobierno a menudo atropella los derechos fundamentales sin importar quién esté en el poder—Whigs o Tories, republicanos o demócratas.
Consecuentemente, lo que deberíamos aprender de la reciente convención del Tea Party es que los principios de libertad individual y gobierno limitado deben permanecer inviolables, no importa qué partido ocupe la Casa Blanca. De lo contrario, se establecerán peligrosos precedentes difíciles de desbaratar.
Traducido por Gabriel Gasave
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