El Secretario de Defensa Robert Gates realizó recientemente una visita a la ciudad de Abilene, Kansas, sede de la Biblioteca Presidencial Dwight D. Eisenhower. Allí pronunció un discurso que invocó la “creencia apasionada de que los EE.UU. deberían gastar tanto como fuese necesario en la defensa nacional—pero ni un centavo más” del presidente homónimo.
Gates anunció luego que estaba dirigiendo al Departamento de Defensa—tanto a los componentes militares como los civiles—para efectuar un análisis detallado de sus supuestas necesidades “a fin de recortar nuestros gastos generales y transferir esos ahorros para aplicarlos a la estructura y modernización dentro del presupuesto programado”. A esto se lo describe como un “gran recorte” en el presupuesto.
La realidad es que los ahorros probablemente serán de entre 10 mil y 15 mil millones dólares—ciertamente un montón de dinero, pero menos del 3 por ciento de los 570 mil millones dólares proyectados como referencia para el presupuesto de defensa del año fiscal 2012.
Para ser un Secretario de Defensa en funciones, Gates formuló algunas preguntas inesperadamente agudas:
“¿Deberíamos en verdad alzarnos en armas contra un déficit proyectado temporal de unos 100 aviones de combate de la Armada y la Infantería de Marina en relación con el número de portaaviones, cuando las fuerzas armadas de los Estados Unidos poseen más de 3.200 aviones de combate táctico de todo tipo? ¿El número de buques de guerra que poseemos y estamos construyendo pone realmente a los Estados Unidos en situación de riesgo cuando la flota de guerra de los EE.UU. es mayor que la de las 13 armadas que le siguen combinadas, 11 de las cuales pertenecen a aliados y socios? ¿Es una amenaza horrorosa el hecho de que en 2020 los Estados Unidos sólo tendrán aviones de combate sigilosos 20 veces más avanzados que China?”
Desafortunadamente, no pudo o no quiso expresar la respuesta, la cual es simplemente “no”.
Desde el final de la Guerra Fría, el gasto en defensa esencialmente se ha duplicado. No obstante, las verdaderas amenazas militares directas a los Estados Unidos han disminuido.
Ha desaparecido la ex Unión Soviética, y ninguna superpotencia hegemónica ha surgido en su lugar. Desde luego, Rusia aún cuenta con un arsenal de armas nucleares de largo alcance, pero el arsenal estratégico de los EE.UU. actúa como una poderosa disuasión—no sólo contra Rusia, sino también contra China y cualquier otro país con armas nucleares. Por otra parte, ningún país posee medios convencionales de largo alcance para cruzar tanto el océano Pacífico como el Atlántico para invadir a los EE.UU.. En otras palabras, estamos relativamente seguros.
Por lo tanto, no necesitamos las grandes fuerzas armadas que hemos conservado desde el final de la Guerra Fría. Y no precisamos mantener a esas fuerzas armadas desplegadas en los cuatro rincones del planeta para tener a raya a una amenaza inexistente. Las amenazas militares que existen son en gran medida de naturaleza regional, y deberíamos dejar que los países de esas regiones—en su mayoría aliados ricos más que capaces de pagar por su propia defensa—carguen con el peso de su propia seguridad.
No se trata simplemente de una cuestión de dólares. La enorme huella de las fuerzas armadas estadounidenses es en realidad un perjuicio para la seguridad nacional de los EE.UU.. Incluso más allá de las actuales ocupaciones innecesarias en Irak y Afganistán, la presencia militar de los EE.UU. en el extranjero—un reflejo de la política exterior intervencionista practicada por republicanos y demócratas por igual —actúa como un pararrayos para agitar el vehemente sentimiento anti-estadounidense que es un paso hacia el terrorismo.
El deseo de Gates de recortar el gasto en defensa es sin duda admirable. De hecho, cuestionó si las formas en que despilfarra el Departamento de Defensa son “respetuosas de los contribuyentes estadounidenses en un momento de apremios económicos y fiscales”. Pero su enfoque—recortar los gastos generales para ayudar a financiar nuevos proyectos—equivale, en el mejor de los casos, a perder los dólares por cuidar los centavos.
Traducido por Gabriel Gasave
Un centavo ahorrado es un dólar desperdiciado en defensa
El Secretario de Defensa Robert Gates realizó recientemente una visita a la ciudad de Abilene, Kansas, sede de la Biblioteca Presidencial Dwight D. Eisenhower. Allí pronunció un discurso que invocó la “creencia apasionada de que los EE.UU. deberían gastar tanto como fuese necesario en la defensa nacional—pero ni un centavo más” del presidente homónimo.
Gates anunció luego que estaba dirigiendo al Departamento de Defensa—tanto a los componentes militares como los civiles—para efectuar un análisis detallado de sus supuestas necesidades “a fin de recortar nuestros gastos generales y transferir esos ahorros para aplicarlos a la estructura y modernización dentro del presupuesto programado”. A esto se lo describe como un “gran recorte” en el presupuesto.
La realidad es que los ahorros probablemente serán de entre 10 mil y 15 mil millones dólares—ciertamente un montón de dinero, pero menos del 3 por ciento de los 570 mil millones dólares proyectados como referencia para el presupuesto de defensa del año fiscal 2012.
Para ser un Secretario de Defensa en funciones, Gates formuló algunas preguntas inesperadamente agudas:
“¿Deberíamos en verdad alzarnos en armas contra un déficit proyectado temporal de unos 100 aviones de combate de la Armada y la Infantería de Marina en relación con el número de portaaviones, cuando las fuerzas armadas de los Estados Unidos poseen más de 3.200 aviones de combate táctico de todo tipo? ¿El número de buques de guerra que poseemos y estamos construyendo pone realmente a los Estados Unidos en situación de riesgo cuando la flota de guerra de los EE.UU. es mayor que la de las 13 armadas que le siguen combinadas, 11 de las cuales pertenecen a aliados y socios? ¿Es una amenaza horrorosa el hecho de que en 2020 los Estados Unidos sólo tendrán aviones de combate sigilosos 20 veces más avanzados que China?”
Desafortunadamente, no pudo o no quiso expresar la respuesta, la cual es simplemente “no”.
Desde el final de la Guerra Fría, el gasto en defensa esencialmente se ha duplicado. No obstante, las verdaderas amenazas militares directas a los Estados Unidos han disminuido.
Ha desaparecido la ex Unión Soviética, y ninguna superpotencia hegemónica ha surgido en su lugar. Desde luego, Rusia aún cuenta con un arsenal de armas nucleares de largo alcance, pero el arsenal estratégico de los EE.UU. actúa como una poderosa disuasión—no sólo contra Rusia, sino también contra China y cualquier otro país con armas nucleares. Por otra parte, ningún país posee medios convencionales de largo alcance para cruzar tanto el océano Pacífico como el Atlántico para invadir a los EE.UU.. En otras palabras, estamos relativamente seguros.
Por lo tanto, no necesitamos las grandes fuerzas armadas que hemos conservado desde el final de la Guerra Fría. Y no precisamos mantener a esas fuerzas armadas desplegadas en los cuatro rincones del planeta para tener a raya a una amenaza inexistente. Las amenazas militares que existen son en gran medida de naturaleza regional, y deberíamos dejar que los países de esas regiones—en su mayoría aliados ricos más que capaces de pagar por su propia defensa—carguen con el peso de su propia seguridad.
No se trata simplemente de una cuestión de dólares. La enorme huella de las fuerzas armadas estadounidenses es en realidad un perjuicio para la seguridad nacional de los EE.UU.. Incluso más allá de las actuales ocupaciones innecesarias en Irak y Afganistán, la presencia militar de los EE.UU. en el extranjero—un reflejo de la política exterior intervencionista practicada por republicanos y demócratas por igual —actúa como un pararrayos para agitar el vehemente sentimiento anti-estadounidense que es un paso hacia el terrorismo.
El deseo de Gates de recortar el gasto en defensa es sin duda admirable. De hecho, cuestionó si las formas en que despilfarra el Departamento de Defensa son “respetuosas de los contribuyentes estadounidenses en un momento de apremios económicos y fiscales”. Pero su enfoque—recortar los gastos generales para ayudar a financiar nuevos proyectos—equivale, en el mejor de los casos, a perder los dólares por cuidar los centavos.
Traducido por Gabriel Gasave
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