Washington, DC—Han pasado décadas desde que alguien ha intentado revertir el crecimiento del Estado en los países desarrollados. Cuando algún líder ha profesado un celo reformista, ha sido a escala local: por ejemplo, la loable cruzada de Michelle Rhee, jefa del Sistema de Escuelas Públicas del Distrito de Columbia, contra la burocracia educativa. Dada la sequía reformista en los países ricos, los esfuerzos del Primer Ministro David Cameron en Gran Bretaña merecen atención.
En la oposición, Cameron sonaba a político versado en la jerga del “New Age”, dispuesto a complacer a todos. Su exigua victoria en las elecciones y la consiguiente alianza con el Partido Liberal Demócrata parecían presagiar un empantanamiento político bajo la tiranía del statu quo. Pero Cameron ha iniciado la acometida más audaz contra el gasto público y la burocracia centralizada que se dé hoy en ninguna parte. Ya era hora. Si se la compara con los Estados Unidos y el resto de Europa, tiene aura de revolución.
La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria calcula que el déficit causado por la catástrofe financiera y la consiguiente recesión asciende a 6 por ciento del tamaño de la economía: unos 90 mil millones de libras. El anterior gobierno proponía tapar el agujero para 2016. Las medidas del Canciller del Exchequer, George Osborne, reducirán drásticamente el endeudamiento en 40 mil millones libras más de las que el gobierno laborista había planeado. La última vez que los conservadores afrontaron un déficit, a principios de los 90´, repartieron la carga a medias entre el recorte de gastos y el aumento de impuestos. Ahora el 80 por ciento pasa por la reducción de gastos.
Más importante aún, por ir contra la esencia del Estado de Bienestar es que el peso de los recortes recaerá en los servicios públicos. Los presupuestos de las dependencias oficiales sufrirán en teoría una reducción del 15 por ciento. Pero como los presupuestos de la salud y asistencia se mantendrán, el recorte real promedio en los demás departamentos alcanzará el 25 por ciento. Incluso áreas tan sensibles como la defensa y la educación sentirán la furia del hacha.
El objetivo de este plan ha llevado a Rowena Crawford y Gemma Tetlow, del Institute for Fiscal Studies, a hablar del “más largo y más profundo período sostenido de recorte de gastos en los servicios públicos desde por lo menos la Segunda Guerra Mundial”.
Incluso el sagrado Servicio Nacional de Salud, la joya del Estado de Bienestar británico de la posguerra, será puesto de cabeza para ampliar las opciones del público y descentralizar el manejo. El plan del Secretario de Salud, Andrew Lansley, ya ha provocado aullidos de indignación, pero el Primer Ministro no se ha echado para atrás. Pese a que no se hace mención a las finanzas en el largo plazo—y éstas son insostenibles—, el gobierno propone lo que Lord Norman Tebbit, legendario thatcherista que critica a menudo a la coalición gobernante por tímida, llama “la demolición de la estructura administrativa establecida por el laborismo”.
Las cacofónicas “autoridades sanitarias estratégicas” y “coaliciones para la atención primaria” serán eliminadas, y el dinero que actualmente se destina a estos entes irá derecho a los 35.000 médicos de familia, quienes tomarán las decisiones junto a los pacientes. A su vez, los pacientes tendrán mayores opciones para elegir médico. Todos los hospitales se convertirán en fundaciones fideicomisarias. Se regirán a sí mismas y buscarán alternativas innovadoras para complementar sus finanzas estatales, las cuales, dado el contexto austero, disminuirán inevitablemente aun si el gobierno no lo está pregonando.
Últimamente, David Cameron ha hecho noticia internacional por meterse con el bloqueo israelí de Gaza, denunciar la colaboración de Pakistán con al Qaeda durante una visita a India y situar a la relación especial con Estados Unidos en la perspectiva más amplia de un mundo con nuevos actores importantes. Todo esto palidece en importancia comparado con lo que Cameron se ha propuesto hacer en su país. Si tiene éxito, muchos otros podrían emularlo.
Todos sabemos que las estructuras estatistas de la posguerra ya no son financiables o compatibles con las necesidades de la globalización competitiva; que la crisis financiera y económica de 2007/2008 fue hija de la cultura del despilfarro; y que el modelo de prestaciones sociales prevaleciente es una ilusión política. Pero nadie parecía dispuesto a poner en juego su carrera política actuando contra estas verdades.
Es muy pronto para decir sí Cameron cumplirá o no, y resulta imposible hacer demasiadas predicciones acerca de la rara coalición que lo sostiene. Pero los disparos iniciales del Primer Ministro contrastan admirablemente con las perogrulladas y clichés que estamos acostumbrados a escuchar en las reuniones del G-20.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
El sorprendente Sr. Cameron
Washington, DC—Han pasado décadas desde que alguien ha intentado revertir el crecimiento del Estado en los países desarrollados. Cuando algún líder ha profesado un celo reformista, ha sido a escala local: por ejemplo, la loable cruzada de Michelle Rhee, jefa del Sistema de Escuelas Públicas del Distrito de Columbia, contra la burocracia educativa. Dada la sequía reformista en los países ricos, los esfuerzos del Primer Ministro David Cameron en Gran Bretaña merecen atención.
En la oposición, Cameron sonaba a político versado en la jerga del “New Age”, dispuesto a complacer a todos. Su exigua victoria en las elecciones y la consiguiente alianza con el Partido Liberal Demócrata parecían presagiar un empantanamiento político bajo la tiranía del statu quo. Pero Cameron ha iniciado la acometida más audaz contra el gasto público y la burocracia centralizada que se dé hoy en ninguna parte. Ya era hora. Si se la compara con los Estados Unidos y el resto de Europa, tiene aura de revolución.
La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria calcula que el déficit causado por la catástrofe financiera y la consiguiente recesión asciende a 6 por ciento del tamaño de la economía: unos 90 mil millones de libras. El anterior gobierno proponía tapar el agujero para 2016. Las medidas del Canciller del Exchequer, George Osborne, reducirán drásticamente el endeudamiento en 40 mil millones libras más de las que el gobierno laborista había planeado. La última vez que los conservadores afrontaron un déficit, a principios de los 90´, repartieron la carga a medias entre el recorte de gastos y el aumento de impuestos. Ahora el 80 por ciento pasa por la reducción de gastos.
Más importante aún, por ir contra la esencia del Estado de Bienestar es que el peso de los recortes recaerá en los servicios públicos. Los presupuestos de las dependencias oficiales sufrirán en teoría una reducción del 15 por ciento. Pero como los presupuestos de la salud y asistencia se mantendrán, el recorte real promedio en los demás departamentos alcanzará el 25 por ciento. Incluso áreas tan sensibles como la defensa y la educación sentirán la furia del hacha.
El objetivo de este plan ha llevado a Rowena Crawford y Gemma Tetlow, del Institute for Fiscal Studies, a hablar del “más largo y más profundo período sostenido de recorte de gastos en los servicios públicos desde por lo menos la Segunda Guerra Mundial”.
Incluso el sagrado Servicio Nacional de Salud, la joya del Estado de Bienestar británico de la posguerra, será puesto de cabeza para ampliar las opciones del público y descentralizar el manejo. El plan del Secretario de Salud, Andrew Lansley, ya ha provocado aullidos de indignación, pero el Primer Ministro no se ha echado para atrás. Pese a que no se hace mención a las finanzas en el largo plazo—y éstas son insostenibles—, el gobierno propone lo que Lord Norman Tebbit, legendario thatcherista que critica a menudo a la coalición gobernante por tímida, llama “la demolición de la estructura administrativa establecida por el laborismo”.
Las cacofónicas “autoridades sanitarias estratégicas” y “coaliciones para la atención primaria” serán eliminadas, y el dinero que actualmente se destina a estos entes irá derecho a los 35.000 médicos de familia, quienes tomarán las decisiones junto a los pacientes. A su vez, los pacientes tendrán mayores opciones para elegir médico. Todos los hospitales se convertirán en fundaciones fideicomisarias. Se regirán a sí mismas y buscarán alternativas innovadoras para complementar sus finanzas estatales, las cuales, dado el contexto austero, disminuirán inevitablemente aun si el gobierno no lo está pregonando.
Últimamente, David Cameron ha hecho noticia internacional por meterse con el bloqueo israelí de Gaza, denunciar la colaboración de Pakistán con al Qaeda durante una visita a India y situar a la relación especial con Estados Unidos en la perspectiva más amplia de un mundo con nuevos actores importantes. Todo esto palidece en importancia comparado con lo que Cameron se ha propuesto hacer en su país. Si tiene éxito, muchos otros podrían emularlo.
Todos sabemos que las estructuras estatistas de la posguerra ya no son financiables o compatibles con las necesidades de la globalización competitiva; que la crisis financiera y económica de 2007/2008 fue hija de la cultura del despilfarro; y que el modelo de prestaciones sociales prevaleciente es una ilusión política. Pero nadie parecía dispuesto a poner en juego su carrera política actuando contra estas verdades.
Es muy pronto para decir sí Cameron cumplirá o no, y resulta imposible hacer demasiadas predicciones acerca de la rara coalición que lo sostiene. Pero los disparos iniciales del Primer Ministro contrastan admirablemente con las perogrulladas y clichés que estamos acostumbrados a escuchar en las reuniones del G-20.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
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