A pesar de que David Petraeus, el máximo comandante estadounidense en Afganistán, recientemente divulgaba la idea de que los máximos caciques talibanes se habían puesto en contacto con altos funcionarios del gobierno afgano acerca de la posibilidad de iniciar conversaciones de reconciliación, dichas conversaciones de paz en estos momentos es probable que sean una exageración.
Al hacer públicos este tipo de contactos, Petraeus está inteligentemente implicando, pero no afirmando, que el Talibán está asustado, porque el largamente demorado ataque de los EE.UU. contra Kandahar, la ciudad de origen de los talibanes, y sus alrededores está poniendo presión sobre los islamistas. Petraeus también opinó que la negociación con los insurgentes es el modo en que estas pequeñas guerras sucias guerrilleras suelen terminar, citando la experiencia del Reino Unido en Irlanda del Norte y su propio “éxito” en Irak. Al menos debería darse a Petraeus el crédito por percatarse de que los aspectos políticos de la guerra de guerrillas son mucho más importantes que los militares—algo raro en una cultura militar estadounidense que de manera rutinaria persigue la victoria militar y la rendición incondicional en su propio beneficio. Petraeus astutamente se da cuenta de que no puede ganar militarmente el conflicto afgano, especialmente en el poco tiempo que tiene a su disposición antes de que el público estadounidense cansado de la guerra termine con el conflicto desde casa.
Al igual que en Vietnam, la última ofensiva está diseñada para inclinar la balanza en el campo de batalla a fin de conseguir un acuerdo mejor de parte de los talibanes durante cualquier conversación de paz. El paralelo con Vietnam no termina allí. Los presidentes Lyndon Baines Johnson y Richard Nixon desataron la furia de años de ataques aéreos contra Vietnam del Norte—más toneladas de bombas fueron arrojadas en la Guerra de Vietnam que durante toda la mucho más grande Segunda Guerra Mundial—induciendo a los norvietnamitas a participar de prolongadas conversaciones de paz. Sin embargo, los norvietnamitas tan sólo simulaban negociar, ganando tiempo para desarrollar sus fuerzas convencionales para una gran ofensiva en un Vietnam post-Estados Unidos. Las fuerzas terrestres de los EE.UU. ya se estaban reduciendo, y los norvietnamitas sabían que el apoyo interno en los EE.UU. a favor de la guerra estaba agotado. Eventualmente, los norvietnamitas suscribieron un acuerdo de paz que nunca tuvieron la intención de respetar, lanzando una invasión final de Vietnam del Sur en 1975, dos años después de que los Estados Unidos habían retirado sus tropas.
Los norvietnamitas no estaban negociando desde una posición de debilidad, como los presidentes Lyndon Johnson y Nixon creían. Aunque la lejana conflagración era limitada para los Estados Unidos, fue total para los vietnamitas dado que, en sus mentes, estaban liberando a su nación de otra potencia imperialista (después de haberse librado de los japoneses y los franceses). Los norvietnamitas practicaron el arte de la negociación—o pretendieron negociar—mientras luchaban, percatándose de que en cualquier conflicto de guerrillas que los insurgentes no estén perdiendo, probablemente ganarán la larga guerra cuando la potencia extranjera se agote y se marche a casa.
Como los norvietnamitas, los talibanes son feroces guerreros, recuérdese cómo los imperialistas británicos perdieron tres guerras en Afganistán y los soviéticos una, y tienen todo el tiempo del mundo para tan solo aguardar y ganar por ser los últimos dispuestos a luchar. Como en Vietnam, los Estados Unidos ya han dado señales de que se encaminan hacia la salida a partir del próximo año. Pero incluso si el presidente Barack Obama no hubiese hecho eso para satisfacer a su base demócrata que se opone a la guerra, el Talibán puede leer las encuestas de opinión pública en los Estados Unidos acerca de la guerra tal como pudieron hacerlo los norvietnamitas. Por lo tanto, el Talibán tiene incentivos para negociar mientras sigue combatiendo, andando con rodeos mientras gana fuerza e incluso se acumula más presión en los Estados Unidos para llevar a los muchachos y muchachos a casa. Y, por supuesto, tomando el ejemplo de Vietnam, el Talibán sabe que una vez que los EE.UU. se marchan, probablemente no regresarán para rescatar a su régimen clientelar—y de esa forma haciendo a un falso acuerdo de paz atractivo también para los talibanes.
Y a pesar de la ofensiva estadounidense en torno a Kandahar, los talibanes han estado cosechando ganancias. Los Estados Unidos todavía no tienen suficientes tropas sobre el terreno para implementar con éxito una estrategia de contrainsurgencia de la “mancha de aceite” que “despeja, mantiene y construye” un área de control cada vez mayor. En El Salvador en la década de 1980, los Estados Unidos alentaron al gobierno salvadoreño para llevar a cabo esta estrategia con una deficiencia similar de tropas. Los guerrilleros comunistas del FMLN simplemente se mudaron a donde no se encontraban las fuerzas del gobierno. Del mismo modo, en Afganistán, el Talibán ha estado atacando en el norte y el oeste—áreas fuera de los pastunes del sur y del este, que es el corazón del territorio tribal tradicional del movimiento talibán.
Finalmente, uno de los hechos menos apreciados acerca de la insurgencia talibana es su base tribal. Aunque el presidente afgano, Hamid Karzai es un pastún, la mayor parte de los funcionarios de alto rango de su gobierno han sido uzbekos y tayikos, grupos étnicos rivales de los pastunes. Muchos pastunes consideran que su única voz en la sociedad es a través del Talibán. No obstante, en un mal presagio, los talibanes parecen actualmente estar recibiendo apoyo por sus ataques en las áreas dominadas por los tayikos y uzbekos en el norte y el oeste. Si el Talibán se convierte en un movimiento para liberación nacional del invasor extranjero, las ya bajas posibilidades de una “victoria” estadounidense se desplomarán aún más. Históricamente, la mayor ventaja que los movimientos guerrilleros pueden sacar es presentándose como luchadores por la liberación nacional.
Por lo tanto, no se equivoque, la implicación de Petraeus de que el Talibán está contra las cuerdas debería tomarse como lo que es—una fantasía no realista o un engaño deliberado.
Traducido por Gabriel Gasave
El Talibán: ¿Obligarlo a negociar mientras va ganando?
A pesar de que David Petraeus, el máximo comandante estadounidense en Afganistán, recientemente divulgaba la idea de que los máximos caciques talibanes se habían puesto en contacto con altos funcionarios del gobierno afgano acerca de la posibilidad de iniciar conversaciones de reconciliación, dichas conversaciones de paz en estos momentos es probable que sean una exageración.
Al hacer públicos este tipo de contactos, Petraeus está inteligentemente implicando, pero no afirmando, que el Talibán está asustado, porque el largamente demorado ataque de los EE.UU. contra Kandahar, la ciudad de origen de los talibanes, y sus alrededores está poniendo presión sobre los islamistas. Petraeus también opinó que la negociación con los insurgentes es el modo en que estas pequeñas guerras sucias guerrilleras suelen terminar, citando la experiencia del Reino Unido en Irlanda del Norte y su propio “éxito” en Irak. Al menos debería darse a Petraeus el crédito por percatarse de que los aspectos políticos de la guerra de guerrillas son mucho más importantes que los militares—algo raro en una cultura militar estadounidense que de manera rutinaria persigue la victoria militar y la rendición incondicional en su propio beneficio. Petraeus astutamente se da cuenta de que no puede ganar militarmente el conflicto afgano, especialmente en el poco tiempo que tiene a su disposición antes de que el público estadounidense cansado de la guerra termine con el conflicto desde casa.
Al igual que en Vietnam, la última ofensiva está diseñada para inclinar la balanza en el campo de batalla a fin de conseguir un acuerdo mejor de parte de los talibanes durante cualquier conversación de paz. El paralelo con Vietnam no termina allí. Los presidentes Lyndon Baines Johnson y Richard Nixon desataron la furia de años de ataques aéreos contra Vietnam del Norte—más toneladas de bombas fueron arrojadas en la Guerra de Vietnam que durante toda la mucho más grande Segunda Guerra Mundial—induciendo a los norvietnamitas a participar de prolongadas conversaciones de paz. Sin embargo, los norvietnamitas tan sólo simulaban negociar, ganando tiempo para desarrollar sus fuerzas convencionales para una gran ofensiva en un Vietnam post-Estados Unidos. Las fuerzas terrestres de los EE.UU. ya se estaban reduciendo, y los norvietnamitas sabían que el apoyo interno en los EE.UU. a favor de la guerra estaba agotado. Eventualmente, los norvietnamitas suscribieron un acuerdo de paz que nunca tuvieron la intención de respetar, lanzando una invasión final de Vietnam del Sur en 1975, dos años después de que los Estados Unidos habían retirado sus tropas.
Los norvietnamitas no estaban negociando desde una posición de debilidad, como los presidentes Lyndon Johnson y Nixon creían. Aunque la lejana conflagración era limitada para los Estados Unidos, fue total para los vietnamitas dado que, en sus mentes, estaban liberando a su nación de otra potencia imperialista (después de haberse librado de los japoneses y los franceses). Los norvietnamitas practicaron el arte de la negociación—o pretendieron negociar—mientras luchaban, percatándose de que en cualquier conflicto de guerrillas que los insurgentes no estén perdiendo, probablemente ganarán la larga guerra cuando la potencia extranjera se agote y se marche a casa.
Como los norvietnamitas, los talibanes son feroces guerreros, recuérdese cómo los imperialistas británicos perdieron tres guerras en Afganistán y los soviéticos una, y tienen todo el tiempo del mundo para tan solo aguardar y ganar por ser los últimos dispuestos a luchar. Como en Vietnam, los Estados Unidos ya han dado señales de que se encaminan hacia la salida a partir del próximo año. Pero incluso si el presidente Barack Obama no hubiese hecho eso para satisfacer a su base demócrata que se opone a la guerra, el Talibán puede leer las encuestas de opinión pública en los Estados Unidos acerca de la guerra tal como pudieron hacerlo los norvietnamitas. Por lo tanto, el Talibán tiene incentivos para negociar mientras sigue combatiendo, andando con rodeos mientras gana fuerza e incluso se acumula más presión en los Estados Unidos para llevar a los muchachos y muchachos a casa. Y, por supuesto, tomando el ejemplo de Vietnam, el Talibán sabe que una vez que los EE.UU. se marchan, probablemente no regresarán para rescatar a su régimen clientelar—y de esa forma haciendo a un falso acuerdo de paz atractivo también para los talibanes.
Y a pesar de la ofensiva estadounidense en torno a Kandahar, los talibanes han estado cosechando ganancias. Los Estados Unidos todavía no tienen suficientes tropas sobre el terreno para implementar con éxito una estrategia de contrainsurgencia de la “mancha de aceite” que “despeja, mantiene y construye” un área de control cada vez mayor. En El Salvador en la década de 1980, los Estados Unidos alentaron al gobierno salvadoreño para llevar a cabo esta estrategia con una deficiencia similar de tropas. Los guerrilleros comunistas del FMLN simplemente se mudaron a donde no se encontraban las fuerzas del gobierno. Del mismo modo, en Afganistán, el Talibán ha estado atacando en el norte y el oeste—áreas fuera de los pastunes del sur y del este, que es el corazón del territorio tribal tradicional del movimiento talibán.
Finalmente, uno de los hechos menos apreciados acerca de la insurgencia talibana es su base tribal. Aunque el presidente afgano, Hamid Karzai es un pastún, la mayor parte de los funcionarios de alto rango de su gobierno han sido uzbekos y tayikos, grupos étnicos rivales de los pastunes. Muchos pastunes consideran que su única voz en la sociedad es a través del Talibán. No obstante, en un mal presagio, los talibanes parecen actualmente estar recibiendo apoyo por sus ataques en las áreas dominadas por los tayikos y uzbekos en el norte y el oeste. Si el Talibán se convierte en un movimiento para liberación nacional del invasor extranjero, las ya bajas posibilidades de una “victoria” estadounidense se desplomarán aún más. Históricamente, la mayor ventaja que los movimientos guerrilleros pueden sacar es presentándose como luchadores por la liberación nacional.
Por lo tanto, no se equivoque, la implicación de Petraeus de que el Talibán está contra las cuerdas debería tomarse como lo que es—una fantasía no realista o un engaño deliberado.
Traducido por Gabriel Gasave
AfganistánDefensa y política exterior
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