No existen pruebas de que el hombre produzca el recalentamiento global

La variación natural se ajusta más a los hechos
28 de diciembre, 2010

Las negociaciones internacionales sobre el clima colapsaron en diciembre de 2009 en Copenhague (apodada en seguida “Flopenhagen”)— y la ronda que acaba de concluir en Cancún, México, logró poco. Básicamente, el público ya no confía en la ciencia suministrada por las Naciones Unidas. También, los principales países en desarrollo, entre ellos China y la India, se niegan a sacrificar el crecimiento económico en aras de una meta incierta.

Sin embargo, en la mayoría de las discusiones políticas—y en la película de Al Gore—todavía se asume, sin lugar a dudas, que la tendencia al calentamiento, desde alrededor de 1900, es de origen humano. Pero no existe ninguna buena evidencia para apoyar esta creencia excepto la constante repetición del mantra “La ciencia está confirmada”. El resumen del informe de 2007 del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC es su sigla en inglés) de la ONU sostiene como su principal conclusión: “La mayor parte del incremento observado en las temperaturas globales promedio desde mediados del siglo 20 es muy probable que se deba al aumento observado en las concentraciones antropogénicas de los gases de efecto invernadero”. Pero la evidencia que presentan no es del todo convincente—y, de hecho, hay evidencia en contrario que el IPCC arrogantemente ignora. La realidad sostenida de un calentamiento global hecho por el hombre o antropogénico (AGW como se lo conoce en inglés) es de obvia importancia y resulta clave para cualquier política de mitigación del cambio climático.

Una “prueba” comúnmente citada para el AGW afirma que existe un “consenso científico”—basado principalmente en un estudio defectuoso de la historiadora de la ciencia Naomi Oreskes de la University of California, publicado en la revista Science en diciembre de 2004. Sin embargo, una encuesta de 2003 realizada por investigadores alemanes entre 530 climatólogos en 27 países mostró que sólo el 34,7 por ciento apoyaba la hipótesis del AGW, mientras que el 20,5 por ciento la rechazaba—con el resto indeciso. En una encuesta de 2006 de 793 miembros efectuada por el Registro Nacional de Profesionales del Medio Ambiente, el 41 por ciento no estuvo de acuerdo en que el calentamiento reciente “pueda ser, en gran medida, atribuido a la actividad humana”. Hay declaraciones de agrupaciones científicas y sociedades profesionales a ambos lados de la cuestión.

Pero incluso si la mayoría de los científicos hubiese votado a favor del AGW, no es así como funciona la ciencia. A diferencia de la política, la mayoría no gobierna. De hecho, cada avance en la ciencia ha provenido de una minoría que observó que los hechos contradecían la hipótesis prevaleciente. A veces tan sólo se necesita un científico; piense en Galileo o Einstein.

Otra supuesta “prueba” para el AGW: Los glaciares se están derritiendo y el hielo marino del Artico está desapareciendo. Pero esto es una consecuencia necesaria de calentamiento y no dice nada acerca de su causa. Cualquier calentamiento—ya sea causado por el hombre o natural—derretirá el hielo. Confundir la causa y el efecto es una lógica defectuosa.

Algunos mencionan el hecho de que el clima se ha calentado desde 1900 y el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera ha aumentado. Es cierto—pero la correlación nunca es prueba del agente causal. En Europa, la tasa de natalidad está disminuyendo y también lo está el número de cigüeñas. ¿Esta correlación demuestra que las cigüeñas son las que traen a los bebés? Además, el clima se enfrió durante gran parte del siglo 20, de 1940 a 1975, incluso mientras el CO2 se encontraba aumentando rápidamente—y no se ha recalentado en la última década.

Qué hay acerca de los 20 modelos climáticos de efecto invernadero, todos prediciendo el calentamiento—desde un nivel tan bajo como los 1,4 grados Celsius hasta llegar a los 11,5 grados Celsius, para una duplicación del CO2 atmosférico. Sin embargo, nadie nos puede decir cuál de estas respuestas es la correcta—si la hubiere. Y, ninguno de estos modelos puede explicar por qué el clima se enfrió desde 1940 hasta 1975 sin emplear supuestos especiales ad-hoc. En cualquier caso, los resultados del modelo no son nunca pruebas; sólo cuentan las observaciones reales.

Crucialmente, los modelos de efecto invernadero no pueden explicar los patrones observados de las tendencias del calentamiento de la temperatura en diferentes latitudes y altitudes. Estos datos, publicados en un informe científico del gobierno de los EE.UU. en mayo de 2006, me llevan a concluir que la contribución humana no es significativa. La mayor parte del calentamiento actual por lo tanto tiene que surgir de causas naturales; bien puede ser parte de un ciclo de 1.500 años de calentamiento y enfriamiento impulsado por el sol que ha sido documentado en los núcleos de hielo, los sedimentos oceánicos, etc., y que se remonta a un millón de años.

Si en verdad la mayor parte del calentamiento actual es natural—no causado por la emisión humana de gases de efecto invernadero—entonces no tiene mucho sentido reducir las emisiones de CO2 que se originan en la quema de combustibles fósiles. El Protocolo de Kyoto—respecto del cual existe un acuerdo general de que es absolutamente ineficaz en el control del aumento del CO2 atmosférico—sería incluso menos eficaz para frenar la tasa de calentamiento.

Todos aceptan que Kyoto, nunca ratificado por los EE.UU. y que expirará en 2012, podría reducir el aumento de la temperatura calculada para el año 2050 en sólo 0,05 grados Celsius—una inmensurable vigésima parte de un grado. Los programas y las políticas asociadas con Kyoto deberían por lo tanto ser desechadas—incluidas las fuentes alternativas de energía no rentables, los esfuerzos de captura y secuestro del carbono y los costosos esquemas de comercialización de emisiones. Todos estos planes derrochan dinero y desperdician los escasos recursos sin que en modo alguno impacten sobre el clima. Los humanos se han adaptado a los cambios climáticos naturales en el pasado; no deberíamos tener problema en hacerlo en el futuro.

Traducido por Gabriel Gasave

  • (1924–2020) fue Investigador Asociado en el Independent Institute, y Profesor Emérito de Ciencias Medioambientales en la University of Virginia.

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