El hecho más importante con relación a la caída de Enron difícilmente haya sido destacado en los medios: la desintegración de una compañía tan enorme que dominaba tanto a sus mercados debía traerles confusión a sus proveedores y clientes. Sin embargo, los precios de la energía y de los combustibles permanecen bajos y estables. Continúan siendo determinados por la oferta y la demanda, tanto allí donde Enron comerciaba como donde no lo hacía.
Paradójicamente, los mercados competitivos en cuya construcción Enron jugara un importante rol, han minimizado el impacto que sobre los precios tuvo su desaparición. Por consiguiente, los medios se concentraron en cambio en el “drama” de la debacle de Enron-y hay drama en abundancia, protagonizado por una compañía a la que la revista Fortune bautizó como la más innovadora de los Estados Unidos durante seis años, una que constantemente está inventando formas de comerciar con bienes y tomar riesgos, lo que hizo cambiar a las principales industrias de los EE.UU.. Alrededor de ese escenario se encuentran miles de empleados desplazados con activos de retiro carentes de valor. Y ningún novelista podría haber inventado a su presidente Kenneth Lay, quien transformó a un oleoducto común y corriente en una compañía digital y sin distancias, la que podría haber dominado este siglo. Ahora Lay cayó en desgracia y su compañía se encuentra en la mayor bancarrota de la historia.
Sí, hay drama. Pero la pregunta es: ¿Y qué? La verdadera historia está en el legado de Enron.
La competencia alivia el dolor
Los mercados ofrecen opciones y flexibilidad a individuos que de otra forma tendrían poco de ambas. La competencia les permite a los compradores declarar su independencia de cualquier vendedor, y les permite a los vendedores competir por el negocio de los compradores. A medida que los mercados de los combustibles y de la energía se desarrollaron, las únicas barreras para los nuevos competidores fueron aquellas de la ingenuidad. ¿Podían los competidores entender cómo vencer a Enron (y a algún otro) comprando a precios más altos, vendiendo a precios más bajos, absorbiendo mejor el riesgo o diseñando transacciones más atractivas? Aparentemente, un número de ellos lo hizo. Donde existe tal competencia, la angustia por un proveedor vencido está localizada, incluso si el mismo es del tamaño de Enron.
Mientras la compañía marchaba en caída libre, los reporteros enhebraban historias respecto de cómo su situación podía trastornar el abastecimiento energético de la nación en un momento crítico. Estaban equivocados: los compradores, los vendedores, los servicios públicos y los gobiernos locales no tuvieron ningún problema en encontrar reemplazos a casi los mismos precios de Enron. En vez de engendrar un apagón nacional, la ausencia de Enron no se trató más que de una interrupción de tipo menor en el suministro. La única lucha feroz en la estela de Enron es por parte de sus competidores por la participación de la empresa en el mercado.
El pasado se ha ido para bien
Habrá muchísimos interrogantes acerca de las prácticas contables de Enron, del comportamiento de sus ejecutivos, del trato a sus empleados, de su influencia política. Algunas respuestas sobre la firma no lucirán bien, pero varios de quienes la cuestionen no serán más que competidores perdedores que anhelan al mundo tal como era antes del ascenso de Enron.
Los “viejos buenos días” no regresarán, y esa es una buena noticia para los consumidores. La mayoría de nosotros estamos muy alejados de los mercados mayoristas de la electricidad, pero gracias a esos mercados nuestra energía es más barata y más confiable. En gran parte de los estados, las empresas comunes y los hogares aún no pueden acceder a estos mercados por sí mismos, pero el cambio está llegando. Enron presionó constantemente sobre los legisladores y los reglamentadores estaduales para que le dieran a la gente más opciones. El del consumo eléctrico es el último de los grandes monopolios, y la presión para reformarlo no terminará con la desaparición de Enron.
En el otro extremo, observamos a California, la cual se ha proporcionado a sí misma una pesada dosis de los “buenos viejos días.” Su gobierno respondió a la crisis energética del pasado año confinándose en contratos a 20 años (ninguno de ellos con Enron). Algunos precios se encuentran tanto como un 300% por encima de los niveles del mercado, pero como parte de su “reforma”, California también revocó el derecho de los consumidores a elegir a los proveedores. Esta no es tan sólo una cuestión para los grandes consumidores industriales; los californianos que estaban deseosos de pagar un premio mayor por una energía ambientalmente limpia ya no tienen más esa opción.
Tanto Enron como California encontraron sus destinos por sus propias manos, rodeados de mercados aún pujantes. En el caso de Enron, la tragedia es que la misma inventó gran parte de lo que hace que esos mercados funcionen bien en la estela de su propio colapso.
Traducido por Gabriel Gasave
Aún después de Enron, los mercados energéticos prosperan
El hecho más importante con relación a la caída de Enron difícilmente haya sido destacado en los medios: la desintegración de una compañía tan enorme que dominaba tanto a sus mercados debía traerles confusión a sus proveedores y clientes. Sin embargo, los precios de la energía y de los combustibles permanecen bajos y estables. Continúan siendo determinados por la oferta y la demanda, tanto allí donde Enron comerciaba como donde no lo hacía.
Paradójicamente, los mercados competitivos en cuya construcción Enron jugara un importante rol, han minimizado el impacto que sobre los precios tuvo su desaparición. Por consiguiente, los medios se concentraron en cambio en el “drama” de la debacle de Enron-y hay drama en abundancia, protagonizado por una compañía a la que la revista Fortune bautizó como la más innovadora de los Estados Unidos durante seis años, una que constantemente está inventando formas de comerciar con bienes y tomar riesgos, lo que hizo cambiar a las principales industrias de los EE.UU.. Alrededor de ese escenario se encuentran miles de empleados desplazados con activos de retiro carentes de valor. Y ningún novelista podría haber inventado a su presidente Kenneth Lay, quien transformó a un oleoducto común y corriente en una compañía digital y sin distancias, la que podría haber dominado este siglo. Ahora Lay cayó en desgracia y su compañía se encuentra en la mayor bancarrota de la historia.
Sí, hay drama. Pero la pregunta es: ¿Y qué? La verdadera historia está en el legado de Enron.
La competencia alivia el dolor
Los mercados ofrecen opciones y flexibilidad a individuos que de otra forma tendrían poco de ambas. La competencia les permite a los compradores declarar su independencia de cualquier vendedor, y les permite a los vendedores competir por el negocio de los compradores. A medida que los mercados de los combustibles y de la energía se desarrollaron, las únicas barreras para los nuevos competidores fueron aquellas de la ingenuidad. ¿Podían los competidores entender cómo vencer a Enron (y a algún otro) comprando a precios más altos, vendiendo a precios más bajos, absorbiendo mejor el riesgo o diseñando transacciones más atractivas? Aparentemente, un número de ellos lo hizo. Donde existe tal competencia, la angustia por un proveedor vencido está localizada, incluso si el mismo es del tamaño de Enron.
Mientras la compañía marchaba en caída libre, los reporteros enhebraban historias respecto de cómo su situación podía trastornar el abastecimiento energético de la nación en un momento crítico. Estaban equivocados: los compradores, los vendedores, los servicios públicos y los gobiernos locales no tuvieron ningún problema en encontrar reemplazos a casi los mismos precios de Enron. En vez de engendrar un apagón nacional, la ausencia de Enron no se trató más que de una interrupción de tipo menor en el suministro. La única lucha feroz en la estela de Enron es por parte de sus competidores por la participación de la empresa en el mercado.
El pasado se ha ido para bien
Habrá muchísimos interrogantes acerca de las prácticas contables de Enron, del comportamiento de sus ejecutivos, del trato a sus empleados, de su influencia política. Algunas respuestas sobre la firma no lucirán bien, pero varios de quienes la cuestionen no serán más que competidores perdedores que anhelan al mundo tal como era antes del ascenso de Enron.
Los “viejos buenos días” no regresarán, y esa es una buena noticia para los consumidores. La mayoría de nosotros estamos muy alejados de los mercados mayoristas de la electricidad, pero gracias a esos mercados nuestra energía es más barata y más confiable. En gran parte de los estados, las empresas comunes y los hogares aún no pueden acceder a estos mercados por sí mismos, pero el cambio está llegando. Enron presionó constantemente sobre los legisladores y los reglamentadores estaduales para que le dieran a la gente más opciones. El del consumo eléctrico es el último de los grandes monopolios, y la presión para reformarlo no terminará con la desaparición de Enron.
En el otro extremo, observamos a California, la cual se ha proporcionado a sí misma una pesada dosis de los “buenos viejos días.” Su gobierno respondió a la crisis energética del pasado año confinándose en contratos a 20 años (ninguno de ellos con Enron). Algunos precios se encuentran tanto como un 300% por encima de los niveles del mercado, pero como parte de su “reforma”, California también revocó el derecho de los consumidores a elegir a los proveedores. Esta no es tan sólo una cuestión para los grandes consumidores industriales; los californianos que estaban deseosos de pagar un premio mayor por una energía ambientalmente limpia ya no tienen más esa opción.
Tanto Enron como California encontraron sus destinos por sus propias manos, rodeados de mercados aún pujantes. En el caso de Enron, la tragedia es que la misma inventó gran parte de lo que hace que esos mercados funcionen bien en la estela de su propio colapso.
Traducido por Gabriel Gasave
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