Ciudad de México—A medida que los comicios presidenciales de 2012 se acercan en México, la pregunta insistente es: ¿presentarán el gobierno de centro-derecha del PAN y la izquierda opositora del PRD un candidato común, como lo han hecho en varias elecciones a gobernadores, contra el PRI, que encabeza las encuestas?
Tras conversar con un amplio espectro de mexicanos, incluido el presidente Felipe Calderón, políticos, empresarios, comentaristas y gente de a pie, mi impresión es que hay altas probabilidades de un candidato común. El PAN y el PRD podrían impedir el regreso al poder de un partido, el PRI, que no se ha reformado a pesar de llevar once años fuera del gobierno federal aunque su candidato probable, el carismático gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, hable el lenguaje del cambio. Una coalición contra el PRI podría fortalecer la modernización de la izquierda que un ala importante del PRD parece haber emprendido: la que representa, entre otros, el alcalde de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard.
El raciocinio detrás de esta coalición potencial tiene en cuenta que dos administraciones consecutivas del PAN, que lograron una reforma política (México goza de libertades de las que careció durante la mayor parte del siglo 20), no han podido llevar a cabo reformas económicas de gran calado.
En 2008, por ejemplo, Calderón intentó una reforma de la industria petrolera, mayúsculo tabú. La producción venía en picada desde 2004 y las reservas disminuían por las escasas inversiones de capital de PEMEX, corrupto e ineficiente gigante estatal. El objetivo era permitir que el capital privado construyese refinerías y compartiera algunos de los beneficios de la exploración y producción. La oposición del PRD, alentada de modo hipócrita por el PRI, hizo que se aprobara una versión muy disminuida: PEMEX apenas adjudicaría a algunas empresas petroleras una cantidad fija por cada barril producido.
¿El resultado? México produce 800.000 barriles diarios menos que en 2004 e importa un 40 por ciento de su combustible, lo que neutraliza cualquier beneficio derivado de la vertiginosa subida del petróleo.
Muchos otros esfuerzos, incluyendo la reforma fiscal y laboral, que eran de por sí tímidos, fueron debilitados de manera similar por el PRI y el PRD.
El entorno económico relativamente abierto ha permitido al país, no obstante, lograr una recuperación después de haber sido golpeado con saña por la crisis financiera de 2008 y la consiguiente recesión. El año pasado la economía creció un saludable 5,5 por ciento, desempeño que probablemente se repita este año. Alrededor de 700.000 puestos de trabajo se han creado en un año.
Nada consolidará más la recuperación y le dará un alcance más permanente que desbrozar la selva política. El PRI, a juzgar por los estados que gobierna y su comportamiento en la oposición, ofrece pocas esperanzas para una reforma, independientemente de lo que Peña Nieto proponga. Su partido sigue siendo una maraña de intereses creados antes que una institución política moderna.
La división del PRD, mientras tanto, ha abierto una oportunidad. Una poderosa corriente que ha promovido coaliciones electorales exitosas con el PAN en varios estados está dispuesta a abrazar el mundo post-Muro de Berlín y modernizarse.
El ala jurásica del PRD encabezada por el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador está amenazando con escindirse del partido si la tendencia hacia la coalición de derecha-izquierda continúa. Lo desvela el estado de México, donde en julio habrá elecciones para reemplazar a Peña Nieto. Si el PAN y el PRD acuerdan finalmente proponer un candidato común, el PRD se dividirá. López Obrador sabe que el próximo paso sería una coalición para los comicios presidenciales, dejándolo fuera del juego.
Las coaliciones entre la derecha y la izquierda son animales caprichosos. Pocas sobreviven, pero hay precedentes interesantes. El famoso pacto griego de 1989 permitió a los conservadores y los comunistas sacar al Primer Ministro socialista Andreas Papandreu del poder. Una coalición más sustancial es la formada en Gran Bretaña por los conservadores y los liberales demócratas, que hoy hace posible la reforma fiscal más audaz del mundo desarrollado en muchos años.
Teniendo en cuenta las muchas diferencias, el PRI es a México lo que el peronismo es a la Argentina: gran responsable de que el salto al desarrollo no haya sido posible. Hasta que su poderosa influencia en la cultura política mexicana sea superada, el cambio es poco probable. Incluso la desquiciada ala radical del PRD fue desovada por el PRI.
No hay garantía de que una coalición presidencial entre el PAN y el PRD se lleve a cabo o tenga éxito. Pero dejar al PRI fuera del poder por un tiempo más para dar al país una oportunidad y acelerar la evolución de una de las principales facciones de la izquierda hacia la democracia liberal y la economía de mercado bien podría valer la pena.
(c) 2011, The Washington Post Writers Group
México: La solución británica
Ciudad de México—A medida que los comicios presidenciales de 2012 se acercan en México, la pregunta insistente es: ¿presentarán el gobierno de centro-derecha del PAN y la izquierda opositora del PRD un candidato común, como lo han hecho en varias elecciones a gobernadores, contra el PRI, que encabeza las encuestas?
Tras conversar con un amplio espectro de mexicanos, incluido el presidente Felipe Calderón, políticos, empresarios, comentaristas y gente de a pie, mi impresión es que hay altas probabilidades de un candidato común. El PAN y el PRD podrían impedir el regreso al poder de un partido, el PRI, que no se ha reformado a pesar de llevar once años fuera del gobierno federal aunque su candidato probable, el carismático gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, hable el lenguaje del cambio. Una coalición contra el PRI podría fortalecer la modernización de la izquierda que un ala importante del PRD parece haber emprendido: la que representa, entre otros, el alcalde de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard.
El raciocinio detrás de esta coalición potencial tiene en cuenta que dos administraciones consecutivas del PAN, que lograron una reforma política (México goza de libertades de las que careció durante la mayor parte del siglo 20), no han podido llevar a cabo reformas económicas de gran calado.
En 2008, por ejemplo, Calderón intentó una reforma de la industria petrolera, mayúsculo tabú. La producción venía en picada desde 2004 y las reservas disminuían por las escasas inversiones de capital de PEMEX, corrupto e ineficiente gigante estatal. El objetivo era permitir que el capital privado construyese refinerías y compartiera algunos de los beneficios de la exploración y producción. La oposición del PRD, alentada de modo hipócrita por el PRI, hizo que se aprobara una versión muy disminuida: PEMEX apenas adjudicaría a algunas empresas petroleras una cantidad fija por cada barril producido.
¿El resultado? México produce 800.000 barriles diarios menos que en 2004 e importa un 40 por ciento de su combustible, lo que neutraliza cualquier beneficio derivado de la vertiginosa subida del petróleo.
Muchos otros esfuerzos, incluyendo la reforma fiscal y laboral, que eran de por sí tímidos, fueron debilitados de manera similar por el PRI y el PRD.
El entorno económico relativamente abierto ha permitido al país, no obstante, lograr una recuperación después de haber sido golpeado con saña por la crisis financiera de 2008 y la consiguiente recesión. El año pasado la economía creció un saludable 5,5 por ciento, desempeño que probablemente se repita este año. Alrededor de 700.000 puestos de trabajo se han creado en un año.
Nada consolidará más la recuperación y le dará un alcance más permanente que desbrozar la selva política. El PRI, a juzgar por los estados que gobierna y su comportamiento en la oposición, ofrece pocas esperanzas para una reforma, independientemente de lo que Peña Nieto proponga. Su partido sigue siendo una maraña de intereses creados antes que una institución política moderna.
La división del PRD, mientras tanto, ha abierto una oportunidad. Una poderosa corriente que ha promovido coaliciones electorales exitosas con el PAN en varios estados está dispuesta a abrazar el mundo post-Muro de Berlín y modernizarse.
El ala jurásica del PRD encabezada por el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador está amenazando con escindirse del partido si la tendencia hacia la coalición de derecha-izquierda continúa. Lo desvela el estado de México, donde en julio habrá elecciones para reemplazar a Peña Nieto. Si el PAN y el PRD acuerdan finalmente proponer un candidato común, el PRD se dividirá. López Obrador sabe que el próximo paso sería una coalición para los comicios presidenciales, dejándolo fuera del juego.
Las coaliciones entre la derecha y la izquierda son animales caprichosos. Pocas sobreviven, pero hay precedentes interesantes. El famoso pacto griego de 1989 permitió a los conservadores y los comunistas sacar al Primer Ministro socialista Andreas Papandreu del poder. Una coalición más sustancial es la formada en Gran Bretaña por los conservadores y los liberales demócratas, que hoy hace posible la reforma fiscal más audaz del mundo desarrollado en muchos años.
Teniendo en cuenta las muchas diferencias, el PRI es a México lo que el peronismo es a la Argentina: gran responsable de que el salto al desarrollo no haya sido posible. Hasta que su poderosa influencia en la cultura política mexicana sea superada, el cambio es poco probable. Incluso la desquiciada ala radical del PRD fue desovada por el PRI.
No hay garantía de que una coalición presidencial entre el PAN y el PRD se lleve a cabo o tenga éxito. Pero dejar al PRI fuera del poder por un tiempo más para dar al país una oportunidad y acelerar la evolución de una de las principales facciones de la izquierda hacia la democracia liberal y la economía de mercado bien podría valer la pena.
(c) 2011, The Washington Post Writers Group
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