Friedrich Hayek, quien falleciera el 23 de marzo de 1992 a la edad de 92 años, fue posiblemente el más grande científico social del siglo veinte. Al momento de su muerte, su fundamental forma de pensamiento había suplantado al sistema de John Maynard Keynes—su principal rival intelectual del siglo—en la batalla desde los años 30 por las mentes de los economistas y por las políticas gubernamentales.
Las ideas de Hayek, las cuales le hicieran ganar un Premio Nobel en 1974, influyeron en la política que hacía hincapié en la oferta de Ronald Reagan y en el programa de privatizaciones de Margaret Thatcher. El (junto con Milton Friedman) es actualmente el economista más respetado en Europa Oriental. Más significativamente aún, sus ideas han sido confirmadas por los acontecimientos. Sus análisis de las sociedades socialistas así como también de las no socialistas han probado ser asombrosamente correctos con el quiebre de la Europa Oriental comunista.
Sin embargo, la influencia de Hayek ha ido mucho más allá de la economía. Durante las últimas décadas, su sistema de pensamiento—edificado sobre la base de las ideas de David Hume, Adam Smith, y otros pensadores escoceses del siglo dieciocho—se ha filtrado penetrantemente dentro de los escritos académicos. Ha influido no solamente sobre la economía, las ciencias políticas y la filosofía contemporáneas, sino también sobre la sociología, la psicología y la antropología. Y esta influencia se acrecienta cada año.
En los años 40 y 50, Freud y Keynes eran los nombres a los cuales se debía evocar—literalmente. Ningún académico de la corriente mayoritaria dudaba acerca de la validez básica de sus sistemas. Aquellos pocos escritores que argumentaban que las ideas keynesianas o freudianas eran teóricamente defectuosas, o que carecían de la validación de la experiencia empírica, eran considerados chiflados. Por entonces parecía impensable que para los años 80 tanto Freud o Keynes se encontrarían largamente desacreditados. No obstante, ese cambio para mejor ha ocurrido.
La gran obra de Hayek mana en su totalidad de la visión fundamental de la economía clásica y de la ciencia política a la cual Hayek denomina «orden espontáneo.» Este principio evolutivo (originalmente enunciado en 1705 por Bernard Mandeville) agrega al desarrollo de la sociedad y de la economía a lo que Adam Ferguson—colega de David Hume y de Adam Smith—llamaba “la acción humana pero no el designio humano,” pero conocido más comúnmente como la “mano invisible” de Smith.
Hayek de manera flexible y pragmática adaptó este principio a varias condiciones de la cotidianavida moderna . Y derivó de este principio el corolario de que debido a que cada conjunto de circunstancias es diferente, establecer políticas generales a la distancia resulta usualmente inferior a las decisiones efectuadas en el terreno por las partes interesadas. Sobre estos enfoques, junto con su fundamental valor de la libertad personal bajo la ley, Hayek construye de manera consistente su sistema de política y economía.
El punto central de Hayek respecto de la política es el de que la actividad económica no puede ser planeada eficazmente y coordinada desde una oficina central. El socialismo inevitablemente se basa en la imposibilidad de que aún las computadoras más grandes recaben y analicen de manera eficaz la información atinente a las preferencias individuales y grupales, las habilidades, y las percepciones de sus circunstancias. Solamente un sistema descentralizado para la toma de decisiones y de cooperación inducida a través del intercambio—la “mano invisible”—es viable para una moderna economía compleja.
Hayek enseñaba que el progreso surge de un proceso evolutivo, el del “descubrimiento,” en el cual las distintas firmas y consumidores experimentan con una variedad de actividades en busca de lucro. La gran mayoría de los innovadores fracasan en el mercado, a su propio costo. Pero algunos triunfan, para beneficio del público.
Los periodistas rutinariamente le colocaron a Hayek la etiqueta de “conservador.” Pero uno de sus escritos más perspicaces se intitula “Why I Am Not a Conservative” (“Por qué No soy un conservador”.) Afirmaba que los conservadores se oponen al cambio y promueven la autoridad, pero que él no lo hace. En cambio, él—como Milton Friedman—prefirieron la etiqueta de “liberal,” con las connotaciones que la misma tenía en Gran Bretaña a comienzos del siglo diecinueve.
Hayek era pragmático y no dogmático, y sus juicios eran generalmente moderados. La gran excepción fue su aserción de que un país no puede ser “apenas un poco” socialista, y de que no existe ningún “camino intermedio” entre el socialismo y la libre empresa. Creía que cualquier elemento del socialismo tiende a propagar sus tentáculos hasta que el mismo corrompe a la sociedad en su totalidad.
El juicio de Hayek probó ser acertado en la mayor parte de los aspectos. Su aseveración en los años 30 acerca de las posibilidades del socialismo, ha resultado ser totalmente correcta. Afortunadamente, Hayek vivió lo suficiente para ver la confirmación de su análisis en la Europa Oriental.
Un elemento dificultoso en el pensamiento de Hayek es su aparente condena al cambio de las políticas emprendidas. Pero Hayek no estaba en contra del cambio social auto-consciente. En verdad, consideraba la elaboración de normas generales e imparciales basadas en el derecho para regir la conducta humana, como siendo quizás la tarea más importante y desafiante en una sociedad. El simplemente deseaba que fuésemos cautelosos al realizar los cambios sociales hasta que hayamos plasmado nuestro mejor plan a fin de determinar si existen sutiles beneficios ocultos en las costumbres y sistemas aparentemente disfuncionales o irrelevantes.
Siguiendo a Hume, Hayek nos dijo que nunca sabemos porqué muchas costumbres y sistemas valiosos e importantes evolucionaron. Por lo tanto, esperaba que le concediésemos a las practicas rudimentarias el beneficio de nuestra duda, y quizás un poco más. Su visión puede sintetizarse en una frase atribuida a Robert Frost: nunca derribes una cerca hasta que sepas porqué fue erigida.
Para concluir, una pizca de algo típicamente hayekiano: tras recibir el Premio Nobel, Hayek escribió que dicho galardón no debería ser otorgado en el área de la economía. ¿Sus razones? Una vez que una persona recibe el premio, el o ella es inevitablemente consultada por los periodistas rsepecto de temas que se encuentran fuera de su especial conocimiento. Y demasiado a menudo el laureado responde a tales interrogantes. Las respuestas tienen una buena posibilidad de provocar daño debido a que las mismas son tomadas como declaraciones de parte de un conocedor experto, aún cuando no sean nada más que opiniones desinformadas. La modestia personal de Hayek, reflejada en esta visión del Premio Nobel, es parte esencial de su aborrecimiento a la “fatal arrogancia”—el titulo de su último libro—de considerar que las facultades de razonamiento de los individuos más inteligentes sean capaces de rehacer exitosamente a la sociedad a su antojo.
Traducido por Gabriel Gasave
El camino de Hayek llega a su fin
Friedrich Hayek, quien falleciera el 23 de marzo de 1992 a la edad de 92 años, fue posiblemente el más grande científico social del siglo veinte. Al momento de su muerte, su fundamental forma de pensamiento había suplantado al sistema de John Maynard Keynes—su principal rival intelectual del siglo—en la batalla desde los años 30 por las mentes de los economistas y por las políticas gubernamentales.
Las ideas de Hayek, las cuales le hicieran ganar un Premio Nobel en 1974, influyeron en la política que hacía hincapié en la oferta de Ronald Reagan y en el programa de privatizaciones de Margaret Thatcher. El (junto con Milton Friedman) es actualmente el economista más respetado en Europa Oriental. Más significativamente aún, sus ideas han sido confirmadas por los acontecimientos. Sus análisis de las sociedades socialistas así como también de las no socialistas han probado ser asombrosamente correctos con el quiebre de la Europa Oriental comunista.
Sin embargo, la influencia de Hayek ha ido mucho más allá de la economía. Durante las últimas décadas, su sistema de pensamiento—edificado sobre la base de las ideas de David Hume, Adam Smith, y otros pensadores escoceses del siglo dieciocho—se ha filtrado penetrantemente dentro de los escritos académicos. Ha influido no solamente sobre la economía, las ciencias políticas y la filosofía contemporáneas, sino también sobre la sociología, la psicología y la antropología. Y esta influencia se acrecienta cada año.
En los años 40 y 50, Freud y Keynes eran los nombres a los cuales se debía evocar—literalmente. Ningún académico de la corriente mayoritaria dudaba acerca de la validez básica de sus sistemas. Aquellos pocos escritores que argumentaban que las ideas keynesianas o freudianas eran teóricamente defectuosas, o que carecían de la validación de la experiencia empírica, eran considerados chiflados. Por entonces parecía impensable que para los años 80 tanto Freud o Keynes se encontrarían largamente desacreditados. No obstante, ese cambio para mejor ha ocurrido.
La gran obra de Hayek mana en su totalidad de la visión fundamental de la economía clásica y de la ciencia política a la cual Hayek denomina «orden espontáneo.» Este principio evolutivo (originalmente enunciado en 1705 por Bernard Mandeville) agrega al desarrollo de la sociedad y de la economía a lo que Adam Ferguson—colega de David Hume y de Adam Smith—llamaba “la acción humana pero no el designio humano,” pero conocido más comúnmente como la “mano invisible” de Smith.
Hayek de manera flexible y pragmática adaptó este principio a varias condiciones de la cotidianavida moderna . Y derivó de este principio el corolario de que debido a que cada conjunto de circunstancias es diferente, establecer políticas generales a la distancia resulta usualmente inferior a las decisiones efectuadas en el terreno por las partes interesadas. Sobre estos enfoques, junto con su fundamental valor de la libertad personal bajo la ley, Hayek construye de manera consistente su sistema de política y economía.
El punto central de Hayek respecto de la política es el de que la actividad económica no puede ser planeada eficazmente y coordinada desde una oficina central. El socialismo inevitablemente se basa en la imposibilidad de que aún las computadoras más grandes recaben y analicen de manera eficaz la información atinente a las preferencias individuales y grupales, las habilidades, y las percepciones de sus circunstancias. Solamente un sistema descentralizado para la toma de decisiones y de cooperación inducida a través del intercambio—la “mano invisible”—es viable para una moderna economía compleja.
Hayek enseñaba que el progreso surge de un proceso evolutivo, el del “descubrimiento,” en el cual las distintas firmas y consumidores experimentan con una variedad de actividades en busca de lucro. La gran mayoría de los innovadores fracasan en el mercado, a su propio costo. Pero algunos triunfan, para beneficio del público.
Los periodistas rutinariamente le colocaron a Hayek la etiqueta de “conservador.” Pero uno de sus escritos más perspicaces se intitula “Why I Am Not a Conservative” (“Por qué No soy un conservador”.) Afirmaba que los conservadores se oponen al cambio y promueven la autoridad, pero que él no lo hace. En cambio, él—como Milton Friedman—prefirieron la etiqueta de “liberal,” con las connotaciones que la misma tenía en Gran Bretaña a comienzos del siglo diecinueve.
Hayek era pragmático y no dogmático, y sus juicios eran generalmente moderados. La gran excepción fue su aserción de que un país no puede ser “apenas un poco” socialista, y de que no existe ningún “camino intermedio” entre el socialismo y la libre empresa. Creía que cualquier elemento del socialismo tiende a propagar sus tentáculos hasta que el mismo corrompe a la sociedad en su totalidad.
El juicio de Hayek probó ser acertado en la mayor parte de los aspectos. Su aseveración en los años 30 acerca de las posibilidades del socialismo, ha resultado ser totalmente correcta. Afortunadamente, Hayek vivió lo suficiente para ver la confirmación de su análisis en la Europa Oriental.
Un elemento dificultoso en el pensamiento de Hayek es su aparente condena al cambio de las políticas emprendidas. Pero Hayek no estaba en contra del cambio social auto-consciente. En verdad, consideraba la elaboración de normas generales e imparciales basadas en el derecho para regir la conducta humana, como siendo quizás la tarea más importante y desafiante en una sociedad. El simplemente deseaba que fuésemos cautelosos al realizar los cambios sociales hasta que hayamos plasmado nuestro mejor plan a fin de determinar si existen sutiles beneficios ocultos en las costumbres y sistemas aparentemente disfuncionales o irrelevantes.
Siguiendo a Hume, Hayek nos dijo que nunca sabemos porqué muchas costumbres y sistemas valiosos e importantes evolucionaron. Por lo tanto, esperaba que le concediésemos a las practicas rudimentarias el beneficio de nuestra duda, y quizás un poco más. Su visión puede sintetizarse en una frase atribuida a Robert Frost: nunca derribes una cerca hasta que sepas porqué fue erigida.
Para concluir, una pizca de algo típicamente hayekiano: tras recibir el Premio Nobel, Hayek escribió que dicho galardón no debería ser otorgado en el área de la economía. ¿Sus razones? Una vez que una persona recibe el premio, el o ella es inevitablemente consultada por los periodistas rsepecto de temas que se encuentran fuera de su especial conocimiento. Y demasiado a menudo el laureado responde a tales interrogantes. Las respuestas tienen una buena posibilidad de provocar daño debido a que las mismas son tomadas como declaraciones de parte de un conocedor experto, aún cuando no sean nada más que opiniones desinformadas. La modestia personal de Hayek, reflejada en esta visión del Premio Nobel, es parte esencial de su aborrecimiento a la “fatal arrogancia”—el titulo de su último libro—de considerar que las facultades de razonamiento de los individuos más inteligentes sean capaces de rehacer exitosamente a la sociedad a su antojo.
Traducido por Gabriel Gasave
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