Los problemas que llevaron a la Guerra Civil son los mismos problemas de la actualidad—un gobierno grande y entrometido. La razón por la cual no nos enfrentamos al espectro de otra Guerra Civil es debido a que los estadounidenses de hoy día no poseen el espíritu de libertad y el respeto constitucional de antaño, y el arte político de gobernar está escaseando.
En realidad, la guerra de 1861 no fue una guerra civil. Una guerra civil es un conflicto entre dos o más facciones que procuran asumir el gobierno. En 1861, el Presidente Confederado Jefferson Davis no estaba más interesado en hacerse cargo del gobierno en Washington que lo que George Washington estaba interesado en asumir el poder en Inglaterra en 1776. Como Washington, Davis estaba buscando la independencia. De esta forma, la guerra de 1861 debería llamarse “La Guerra Entre los Estados” o la “Guerra por la Independencia Sureña.” El sureño más ácido podría llamarla “La Guerra de la Agresión Norteña.”
Los libros de historia han engañado a los actuales estadounidenses haciéndoles creer que la guerra se peleó a efectos de liberar a los esclavos. Declaraciones de la época sugieren otra cosa. En el primer discurso inaugural del Presidente Lincoln, él afirmaba: “No tengo propósito alguno, directa o indirectamente, de interferir con la institución de la esclavitud en los estados donde la misma existe. Considero que no tengo ningún derecho legítimo para hacerlo.” Durante la guerra, en una carta de 1862 dirigida a Horace Greeley, director del periódico New York Daily Tribune, Lincoln decía: “Mi objetivo supremo en esta lucha es el de salvar la Unión, y el mismo no implica ni salvar ni destruir la esclavitud.” Un reciente artículo del Profesor Thomas DiLorenzo del Loyola College de Baltimore, intitulado “The Great Centralizer,” publicado en The Independent Review (Otoño 1998) da cuenta, cita tras cita, de un sentimiento norteño similar respecto de la esclavitud.
Las intenciones de Lincoln, así como también la de muchos de los políticos del norte, fue sintetizada por Stephen Douglas durante los debates presidenciales. Douglas acusó a Lincoln de desear “imponer sobre la nación una uniformidad de leyes e instituciones locales y una hegemonía moral dictada por el gobierno central” que “planteaban un reto a las intenciones de los fundadores de la república.” Douglas estaba en lo cierto, y la visión de Lincoln para nuestra nación ha sido alcanzada en la actualidad más allá de cualquier cosa que él hubiese posiblemente soñado.
Un hecho precursor para una Guerra Entre los Estados tuvo lugar en 1832, cuando Carolina del Sur convocó a una convención a fin de declarar nulas las leyes de aranceles de 1828 y 1832, a las que se solía llamar los “Aranceles de las Abominaciones.” Se alcanzó un compromiso para disminuir los aranceles, alejando así la secesión y la posible guerra. El norte favorecía los aranceles proteccionistas para sus industrias manufactureras. El sur, que exportaba productos agrícolas a Europa y que importaba de allí bienes manufacturados, favorecía el libre comercio y era perjudicado por los aranceles. Además, un Congreso dominado por los norteños sancionó leyes similares a las Leyes de la Navegación británicas para proteger los intereses navieros del norte.
Al poco tiempo tras la elección de Lincoln, el Congreso sancionó los aranceles Morrill, altamente proteccionistas. Allí fue cuando el sur se separó, estableciendo un nuevo gobierno. Su constitución era prácticamente idéntica a la Constitución de los Estados Unidos excepto que la misma declaraba ilegales los aranceles proteccionistas y las ayudas monetarias a las empresas, y establecía el voto de una mayoría de dos-tercios para todas las medidas que implicasen gastos.
Lo único bueno que dejó la Guerra Entre los Estados fue la abolición de la esclavitud. El gran principio enunciado en la Declaración de la Independencia de que “Los gobiernos son instituidos entre los Hombres, derivando sus facultades de la voluntad de los gobernados” fue derrocado mediante la fuerza de las armas. Al destruir el derecho de los estados a la secesión, Abraham Lincoln le abrió la puerta a la clase de gobierno ilimitado, despótico y arrogante que tenemos actualmente, algo que los artífices de la Constitución no podrían haber imaginado como algo posible.
Los estados deberían nuevamente desafiar las leyes inconstitucionales de Washington mediante su declaración de nulidad. Pero dígame usted dónde podemos encontrar líderes con el amor, el coraje y respeto por nuestra Constitución como Thomas Jefferson, James Madison y John C. Calhoun.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Qué llevó a la Guerra Civil?
Los problemas que llevaron a la Guerra Civil son los mismos problemas de la actualidad—un gobierno grande y entrometido. La razón por la cual no nos enfrentamos al espectro de otra Guerra Civil es debido a que los estadounidenses de hoy día no poseen el espíritu de libertad y el respeto constitucional de antaño, y el arte político de gobernar está escaseando.
En realidad, la guerra de 1861 no fue una guerra civil. Una guerra civil es un conflicto entre dos o más facciones que procuran asumir el gobierno. En 1861, el Presidente Confederado Jefferson Davis no estaba más interesado en hacerse cargo del gobierno en Washington que lo que George Washington estaba interesado en asumir el poder en Inglaterra en 1776. Como Washington, Davis estaba buscando la independencia. De esta forma, la guerra de 1861 debería llamarse “La Guerra Entre los Estados” o la “Guerra por la Independencia Sureña.” El sureño más ácido podría llamarla “La Guerra de la Agresión Norteña.”
Los libros de historia han engañado a los actuales estadounidenses haciéndoles creer que la guerra se peleó a efectos de liberar a los esclavos. Declaraciones de la época sugieren otra cosa. En el primer discurso inaugural del Presidente Lincoln, él afirmaba: “No tengo propósito alguno, directa o indirectamente, de interferir con la institución de la esclavitud en los estados donde la misma existe. Considero que no tengo ningún derecho legítimo para hacerlo.” Durante la guerra, en una carta de 1862 dirigida a Horace Greeley, director del periódico New York Daily Tribune, Lincoln decía: “Mi objetivo supremo en esta lucha es el de salvar la Unión, y el mismo no implica ni salvar ni destruir la esclavitud.” Un reciente artículo del Profesor Thomas DiLorenzo del Loyola College de Baltimore, intitulado “The Great Centralizer,” publicado en The Independent Review (Otoño 1998) da cuenta, cita tras cita, de un sentimiento norteño similar respecto de la esclavitud.
Las intenciones de Lincoln, así como también la de muchos de los políticos del norte, fue sintetizada por Stephen Douglas durante los debates presidenciales. Douglas acusó a Lincoln de desear “imponer sobre la nación una uniformidad de leyes e instituciones locales y una hegemonía moral dictada por el gobierno central” que “planteaban un reto a las intenciones de los fundadores de la república.” Douglas estaba en lo cierto, y la visión de Lincoln para nuestra nación ha sido alcanzada en la actualidad más allá de cualquier cosa que él hubiese posiblemente soñado.
Un hecho precursor para una Guerra Entre los Estados tuvo lugar en 1832, cuando Carolina del Sur convocó a una convención a fin de declarar nulas las leyes de aranceles de 1828 y 1832, a las que se solía llamar los “Aranceles de las Abominaciones.” Se alcanzó un compromiso para disminuir los aranceles, alejando así la secesión y la posible guerra. El norte favorecía los aranceles proteccionistas para sus industrias manufactureras. El sur, que exportaba productos agrícolas a Europa y que importaba de allí bienes manufacturados, favorecía el libre comercio y era perjudicado por los aranceles. Además, un Congreso dominado por los norteños sancionó leyes similares a las Leyes de la Navegación británicas para proteger los intereses navieros del norte.
Al poco tiempo tras la elección de Lincoln, el Congreso sancionó los aranceles Morrill, altamente proteccionistas. Allí fue cuando el sur se separó, estableciendo un nuevo gobierno. Su constitución era prácticamente idéntica a la Constitución de los Estados Unidos excepto que la misma declaraba ilegales los aranceles proteccionistas y las ayudas monetarias a las empresas, y establecía el voto de una mayoría de dos-tercios para todas las medidas que implicasen gastos.
Lo único bueno que dejó la Guerra Entre los Estados fue la abolición de la esclavitud. El gran principio enunciado en la Declaración de la Independencia de que “Los gobiernos son instituidos entre los Hombres, derivando sus facultades de la voluntad de los gobernados” fue derrocado mediante la fuerza de las armas. Al destruir el derecho de los estados a la secesión, Abraham Lincoln le abrió la puerta a la clase de gobierno ilimitado, despótico y arrogante que tenemos actualmente, algo que los artífices de la Constitución no podrían haber imaginado como algo posible.
Los estados deberían nuevamente desafiar las leyes inconstitucionales de Washington mediante su declaración de nulidad. Pero dígame usted dónde podemos encontrar líderes con el amor, el coraje y respeto por nuestra Constitución como Thomas Jefferson, James Madison y John C. Calhoun.
Traducido por Gabriel Gasave
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