En declaraciones públicas, el Presidente George W. Bush a menudo ha señalado su personal fe religiosa, y desde comienzos de su administración, ha buscado atraer a iglesias y a otras organizaciones religiosas dentro de la órbita de la provisión de bienes y servicios del gobierno—de ahí, las supuestas iniciativas basadas en la fe. Bush insiste en que tales proveedores religiosos tienen excelentes antecedentes en ayudar a los adictos a las drogas y a otros que se han descarriado, a que sus vidas retornen a la buena senda. Aunque el Presidente debe aun anunciar formalmente que su política exterior también descansa pesadamente en la fe, esta realidad se ha vuelto cada vez más evidente a medida que su ejercicio del cargo se va desarrollando.
Cuando la administración dio a conocer su al Congreso “Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América” el verano pasado, la grandiosidad de las intenciones expresadas en el documento dejó atónitos a muchos observadores—como lo destacó el historiador Joseph Stromberg del Mises Institute, “debe ser leída para ser creída.” La estrategia equivale a una agenda formidablemente presuntuosa para la dominación del mundo entero, no solamente arrogante por el vasto alcance de las específicas ambiciones enumeradas sino también descarada en la asunción implícita de que el presidente de los Estados Unidos y sus lugartenientes se encuentran moralmente facultados para gobernar al planeta. Implica mucha fe en la propia rectitud el declarar, entre otras cosas, que “nuestra mejor defensa es una buena ofensa” (No estoy inventándolo, está en el documento). No es de extrañar entonces que George Bush cierre su introducción al documento recurriendo a una metáfora religiosa, refiriéndose a su política exterior como a “esta gran misión.”
Bien podríamos recordar, sin embargo, que los cruzados avanzaban en sus misiones inspiradas en la fe, pesadamente armados e impacientes por combatir, y en esos aspectos la administración Bush revela un alarmante parecido con ellos. “Como una cuestión de sentido común y de autodefensa, los Estados Unidos actuarán contra. . . las amenazas emergentes antes de que las mismas estén completamente formadas,“ declara el presidente. En una perturbadora retórica orwelliana, afirma que “el único sendero hacia la paz y la seguridad es el sendero de la acción”—el sendero, implica, lanzar ataques militares no provocados contra otros países. Esta prevención en curso, apoyada por la fe de la administración de que puede identificar correctamente a las amenazas aún antes de que ellas florezcan, será, advierte el presidente, “una empresa global de incierta duración.” Podemos presumir que una vez que Eurasia haya sido preventivamente liquidada, los Estados Unidos fijarán sus vistas militares en Asia Oriental.
La fe de la administración en la guerra preventiva, se expresa actualmente en el plan para la conquista militar de Irak, un país que no ha amenazado a los Estados Unidos y que no posee en modo alguno los medios para hacerlo eficazmente (en parte debido a que los Estados Unidos han estado haciéndole una guerra de bajo nivel y aplicando un embargo económico en su contra durante unos doce años). El selecto grupo de Cheney—Rumsfeld—Wolfowitz—Perle, evidentemente tiene fe en que los Estados Unidos pueden conquistar rápidamente a Irak y después convertirlo en la vidriera de una democracia estable y floreciente. Lo puramente absurdo de esta expectativa, insinúa que la misma se encuentra más alimentada por el fanatismo cuasi religioso que por la lógica y la evidencia. Lo que sea que ocurra con Irak, no es ciertamente una historia de suceso democrático la que será contada por los cruzados estadounidenses. De hecho, dados los violentos conflictos étnicos, religiosos, y políticos que asolan a este desafortunado país, el mismo no puede ser viable bajo otra forma de gobierno que no sea la dictadura—nada en su historia sugiere lo contrario.
No obstante, el Presidente Bush, después de haber insistido no hace mucho tiempo atrás con que él se oponía a empantanar a nuestro país en utópicas “edificaciones de naciones,” ha soltado ahora a los neoconservadores fanáticos para transformar el Oriente Medio de una manera fantástica y que ellos encuentren placentera, modelando al propio Irak en algo extraordinario como las apacibles democracias sociales de América del Norte y de Europa Occidental. Si usted sospecha que los iraquíes carecen de las piezas necesarias para componer este artilugio visionario, bien, usted tan solo necesita tener fe. Como le escribiera San Pablo a los Hebreos (11:1), “la fe es la sustancia de las cosas que esperamos, la evidencia de las cosas no vistas”—una caracterización que encaja perfectamente en la vertiginosa concepción de la administración de la reconstrucción en la post-conquista de Irak.
Finalmente, la administración Bush tiene fe en que puede continuar arrastrando al pueblo estadounidense por el sendero de la guerra perpetua para la paz perpetua y la edificación sin fin de naciones. Quizás pueda: para la mayoría, el pueblo hasta ahora se ha dado ciertamente vuelta y dejado manipular, especialmente si juzgamos por las acciones de sus pusilánimes representantes en el Congreso, quienes apresuraron la sanción de una resolución que inconstitucionalmente delegó al presidente su facultad de declarar la guerra contra Irak.
En el pasado, sin embargo, el público estadounidense se ha alzado de tanto en tanto para insistir, con respecto a ciertas aventuras exteriores desastrosas, con que basta significa basta. Lo hizo eventualmente de ese modo durante la Guerra de Corea, y lo hizo nuevamente durante la Guerra de Vietnam. Desafortunadamente, en ambos casos el público reaccionó tan solo después de una enorme pérdida de vidas y de que otras devastaciones humanas y materiales habían sido sostenidas. Más recientemente, con respecto a la misión militar de EE.UU. en Somalia, el público se ubicó rápidamente en contra de un derramamiento adicional de sangre en un esfuerzo aparentemente desesperanzado de edificar a la nación.
Quisiera creer que tarde o temprano el pueblo estadounidense se opondrá, y que se opondrá fuertemente, a la cruzada de la administración Bush para la dominación global en general y a su actual plan para conquistar y para reconstruir Irak en particular. Aunque sin embargo, como están dadas las cosas hoy en día, no tengo mucha fe en la mayoría de mis conciudadanos.
Traducido por Gabriel Gasave
La política exterior basada en la fe de George Bush
En declaraciones públicas, el Presidente George W. Bush a menudo ha señalado su personal fe religiosa, y desde comienzos de su administración, ha buscado atraer a iglesias y a otras organizaciones religiosas dentro de la órbita de la provisión de bienes y servicios del gobierno—de ahí, las supuestas iniciativas basadas en la fe. Bush insiste en que tales proveedores religiosos tienen excelentes antecedentes en ayudar a los adictos a las drogas y a otros que se han descarriado, a que sus vidas retornen a la buena senda. Aunque el Presidente debe aun anunciar formalmente que su política exterior también descansa pesadamente en la fe, esta realidad se ha vuelto cada vez más evidente a medida que su ejercicio del cargo se va desarrollando.
Cuando la administración dio a conocer su al Congreso “Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América” el verano pasado, la grandiosidad de las intenciones expresadas en el documento dejó atónitos a muchos observadores—como lo destacó el historiador Joseph Stromberg del Mises Institute, “debe ser leída para ser creída.” La estrategia equivale a una agenda formidablemente presuntuosa para la dominación del mundo entero, no solamente arrogante por el vasto alcance de las específicas ambiciones enumeradas sino también descarada en la asunción implícita de que el presidente de los Estados Unidos y sus lugartenientes se encuentran moralmente facultados para gobernar al planeta. Implica mucha fe en la propia rectitud el declarar, entre otras cosas, que “nuestra mejor defensa es una buena ofensa” (No estoy inventándolo, está en el documento). No es de extrañar entonces que George Bush cierre su introducción al documento recurriendo a una metáfora religiosa, refiriéndose a su política exterior como a “esta gran misión.”
Bien podríamos recordar, sin embargo, que los cruzados avanzaban en sus misiones inspiradas en la fe, pesadamente armados e impacientes por combatir, y en esos aspectos la administración Bush revela un alarmante parecido con ellos. “Como una cuestión de sentido común y de autodefensa, los Estados Unidos actuarán contra. . . las amenazas emergentes antes de que las mismas estén completamente formadas,“ declara el presidente. En una perturbadora retórica orwelliana, afirma que “el único sendero hacia la paz y la seguridad es el sendero de la acción”—el sendero, implica, lanzar ataques militares no provocados contra otros países. Esta prevención en curso, apoyada por la fe de la administración de que puede identificar correctamente a las amenazas aún antes de que ellas florezcan, será, advierte el presidente, “una empresa global de incierta duración.” Podemos presumir que una vez que Eurasia haya sido preventivamente liquidada, los Estados Unidos fijarán sus vistas militares en Asia Oriental.
La fe de la administración en la guerra preventiva, se expresa actualmente en el plan para la conquista militar de Irak, un país que no ha amenazado a los Estados Unidos y que no posee en modo alguno los medios para hacerlo eficazmente (en parte debido a que los Estados Unidos han estado haciéndole una guerra de bajo nivel y aplicando un embargo económico en su contra durante unos doce años). El selecto grupo de Cheney—Rumsfeld—Wolfowitz—Perle, evidentemente tiene fe en que los Estados Unidos pueden conquistar rápidamente a Irak y después convertirlo en la vidriera de una democracia estable y floreciente. Lo puramente absurdo de esta expectativa, insinúa que la misma se encuentra más alimentada por el fanatismo cuasi religioso que por la lógica y la evidencia. Lo que sea que ocurra con Irak, no es ciertamente una historia de suceso democrático la que será contada por los cruzados estadounidenses. De hecho, dados los violentos conflictos étnicos, religiosos, y políticos que asolan a este desafortunado país, el mismo no puede ser viable bajo otra forma de gobierno que no sea la dictadura—nada en su historia sugiere lo contrario.
No obstante, el Presidente Bush, después de haber insistido no hace mucho tiempo atrás con que él se oponía a empantanar a nuestro país en utópicas “edificaciones de naciones,” ha soltado ahora a los neoconservadores fanáticos para transformar el Oriente Medio de una manera fantástica y que ellos encuentren placentera, modelando al propio Irak en algo extraordinario como las apacibles democracias sociales de América del Norte y de Europa Occidental. Si usted sospecha que los iraquíes carecen de las piezas necesarias para componer este artilugio visionario, bien, usted tan solo necesita tener fe. Como le escribiera San Pablo a los Hebreos (11:1), “la fe es la sustancia de las cosas que esperamos, la evidencia de las cosas no vistas”—una caracterización que encaja perfectamente en la vertiginosa concepción de la administración de la reconstrucción en la post-conquista de Irak.
Finalmente, la administración Bush tiene fe en que puede continuar arrastrando al pueblo estadounidense por el sendero de la guerra perpetua para la paz perpetua y la edificación sin fin de naciones. Quizás pueda: para la mayoría, el pueblo hasta ahora se ha dado ciertamente vuelta y dejado manipular, especialmente si juzgamos por las acciones de sus pusilánimes representantes en el Congreso, quienes apresuraron la sanción de una resolución que inconstitucionalmente delegó al presidente su facultad de declarar la guerra contra Irak.
En el pasado, sin embargo, el público estadounidense se ha alzado de tanto en tanto para insistir, con respecto a ciertas aventuras exteriores desastrosas, con que basta significa basta. Lo hizo eventualmente de ese modo durante la Guerra de Corea, y lo hizo nuevamente durante la Guerra de Vietnam. Desafortunadamente, en ambos casos el público reaccionó tan solo después de una enorme pérdida de vidas y de que otras devastaciones humanas y materiales habían sido sostenidas. Más recientemente, con respecto a la misión militar de EE.UU. en Somalia, el público se ubicó rápidamente en contra de un derramamiento adicional de sangre en un esfuerzo aparentemente desesperanzado de edificar a la nación.
Quisiera creer que tarde o temprano el pueblo estadounidense se opondrá, y que se opondrá fuertemente, a la cruzada de la administración Bush para la dominación global en general y a su actual plan para conquistar y para reconstruir Irak en particular. Aunque sin embargo, como están dadas las cosas hoy en día, no tengo mucha fe en la mayoría de mis conciudadanos.
Traducido por Gabriel Gasave
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