En 1997, mi artículo “Regime Uncertainty” (“La incertidumbre de régimen”) apareció en The Independent Review. En ese trabajo, procuré explicar y profundizar sobre una idea que yo creía, y sigo creyendo, ayuda considerablemente a comprender por qué la Gran Depresión se prolongó durante más de una década. Debido a que la idea básica puede ser invocada con provecho a fin de entender episodios similares, como la lenta recuperación del colapso económico de 2007-2009, en los últimos años he hecho muchos esfuerzos para convencer a mis colegas economistas y otros de que el carácter incompleto de la actual recuperación fue originado de manera significativa por el papel que jugó la incertidumbre de régimen en desalentar inversiones privadas adicionales, especialmente las de largo plazo, y en desalentar nuevas contrataciones, especialmente la contratación para puestos permanentes de tiempo completo.
En vista de mi campaña de dieciséis años tendiente a lograr una comprensión de la idea de la “incertidumbre de régimen”, se podría pensar que me encontraría gratificado por la creciente importancia que ha cobrado la idea íntimamente relacionada (pero más estrecha) de la “incertidumbre política” respecto de la actual recuperación, inusualmente lenta. Sin embargo, la mayoría de los analistas y comentaristas que actualmente están hablando de incertidumbre política lo hacen de una manera que me parece engañosa y contraproducente.
En particular, muchos comentaristas (por ejemplo, Andy Sullivan, escribiendo recientemente para Reuters) están interpretando los efectos negativos de la incertidumbre política actual como que tienen algo que ver sobre todo con las reyertas parlamentarias sobre incautaciones, bloqueos y otros horrores imaginados relacionados con la incapacidad del Congreso para redactar un presupuesto anual y aferrarse a él sin continuos ajustes de emergencia (por ejemplo, los aumentos en el límite legal de la deuda pública). Estos comentaristas suponen que tal incertidumbre política perjudica la recuperación, dado que obstruye la confianza del público respecto de los incesantes aumentos del gasto público, al cual consideran siguiendo la tónica keynesiana, una contribución positiva al crecimiento económico.
Por el contrario, mi concepto de incertidumbre de régimen es algo muy diferente. Es una forma de la incertidumbre relacionada con la confianza del público—especialmente la de los inversores privados—en la seguridad futura de los derechos de propiedad privada, la cual puede verse afectada por futuros cambios regulatorios (por ejemplo, la ley Dodd-Frank y las regulaciones del Obamacare), decisiones judiciales, altibajos administrativos, incrementos impositivos en varias formas (por ejemplo, las sanciones del Obamacare implementadas a través del sistema del impuesto a las ganancias), los cambios de política monetaria que amenazan el poder adquisitivo del dólar y distorsionan la asignación de créditos, y los cambios de personal en el cuerpo ejecutivo del gobierno, jueces y capos varios.
A diferencia de la mayoría de los comentaristas recientes, no percibo a las reducciones o interrupciones en el gasto del gobierno como un asunto que amerite una desasosiego crítico, excepto para los miembros de los grupos de intereses especiales, incluyendo en particular a los empleados y contratistas del gobierno. Para la inmensa mayoría de la población, la reducción del gasto público es un regalo del cielo, aunque muchas personas no sepan que lo es, ya que ayuda a reducir la escala y el alcance de la destructiva intromisión gubernamental en la vida económica y porque reduce el desplazamiento de las actividades privadas productivas, tales como la provisión privada de educación y de asistencia privada a los pobres y otros que pasan por dificultades económicas.
El pasaje de los recursos desde el gobierno a los particulares y a las empresas de libre mercado es siempre un desarrollo beneficioso, dado que el gobierno no sólo desperdicia muchos recursos, sino que en verdad utiliza recursos de maneras destructivas que perjudican el bienestar del público en general.
Los comentaristas de la corriente mayoritaria de opinión parecen sulfurarse sobre todo cuando los empleados públicos son licenciados o algún tipo de dádiva gubernamental es temporalmente suspendida. Más allá de la perspectiva cortoplacista, sin embargo, estos avances son positivos, no negativos. Es bueno que la gente deje de percibir subsidios, y si la mala gestión presupuestaria produce este resultado, tanto mejor a favor de la mala gestión.
Por encima de todo, la gente tiene que aprender a evaluar este tipo de incidentes sin caer de nuevo en el marco engañoso del análisis keynesiano. En particular, la inclusión de las compras gubernamentales de bienes y servicios recientemente producidos en el cálculo del PBI ha causado mucho daño en los últimos años. El actual lamento y crujir de dientes acerca de la incapacidad del gobierno para producir sus presupuestos de manera responsable y en la fecha prevista es tan sólo la más reciente ocasión para tal interpretación errónea del papel del gobierno en la economía.
Si tan sólo las personas pudiesen llegar a ver al gobierno por lo que, en definitiva, es—una fuerza a favor del saqueo, el despilfarro y la destrucción—podrían entonces tener el buen tino de preocuparse menos por los recortes del gasto público y de preocuparse más por las variadas formas en las que el gobierno genera lo que yo denomino la incertidumbre de régimen y que impide por lo tanto la verdadera recuperación económica y el progreso sostenido a largo plazo.
Traducido por Gabriel Gasave
El gasto público y la incertidumbre de régimen
En 1997, mi artículo “Regime Uncertainty” (“La incertidumbre de régimen”) apareció en The Independent Review. En ese trabajo, procuré explicar y profundizar sobre una idea que yo creía, y sigo creyendo, ayuda considerablemente a comprender por qué la Gran Depresión se prolongó durante más de una década. Debido a que la idea básica puede ser invocada con provecho a fin de entender episodios similares, como la lenta recuperación del colapso económico de 2007-2009, en los últimos años he hecho muchos esfuerzos para convencer a mis colegas economistas y otros de que el carácter incompleto de la actual recuperación fue originado de manera significativa por el papel que jugó la incertidumbre de régimen en desalentar inversiones privadas adicionales, especialmente las de largo plazo, y en desalentar nuevas contrataciones, especialmente la contratación para puestos permanentes de tiempo completo.
En vista de mi campaña de dieciséis años tendiente a lograr una comprensión de la idea de la “incertidumbre de régimen”, se podría pensar que me encontraría gratificado por la creciente importancia que ha cobrado la idea íntimamente relacionada (pero más estrecha) de la “incertidumbre política” respecto de la actual recuperación, inusualmente lenta. Sin embargo, la mayoría de los analistas y comentaristas que actualmente están hablando de incertidumbre política lo hacen de una manera que me parece engañosa y contraproducente.
En particular, muchos comentaristas (por ejemplo, Andy Sullivan, escribiendo recientemente para Reuters) están interpretando los efectos negativos de la incertidumbre política actual como que tienen algo que ver sobre todo con las reyertas parlamentarias sobre incautaciones, bloqueos y otros horrores imaginados relacionados con la incapacidad del Congreso para redactar un presupuesto anual y aferrarse a él sin continuos ajustes de emergencia (por ejemplo, los aumentos en el límite legal de la deuda pública). Estos comentaristas suponen que tal incertidumbre política perjudica la recuperación, dado que obstruye la confianza del público respecto de los incesantes aumentos del gasto público, al cual consideran siguiendo la tónica keynesiana, una contribución positiva al crecimiento económico.
Por el contrario, mi concepto de incertidumbre de régimen es algo muy diferente. Es una forma de la incertidumbre relacionada con la confianza del público—especialmente la de los inversores privados—en la seguridad futura de los derechos de propiedad privada, la cual puede verse afectada por futuros cambios regulatorios (por ejemplo, la ley Dodd-Frank y las regulaciones del Obamacare), decisiones judiciales, altibajos administrativos, incrementos impositivos en varias formas (por ejemplo, las sanciones del Obamacare implementadas a través del sistema del impuesto a las ganancias), los cambios de política monetaria que amenazan el poder adquisitivo del dólar y distorsionan la asignación de créditos, y los cambios de personal en el cuerpo ejecutivo del gobierno, jueces y capos varios.
A diferencia de la mayoría de los comentaristas recientes, no percibo a las reducciones o interrupciones en el gasto del gobierno como un asunto que amerite una desasosiego crítico, excepto para los miembros de los grupos de intereses especiales, incluyendo en particular a los empleados y contratistas del gobierno. Para la inmensa mayoría de la población, la reducción del gasto público es un regalo del cielo, aunque muchas personas no sepan que lo es, ya que ayuda a reducir la escala y el alcance de la destructiva intromisión gubernamental en la vida económica y porque reduce el desplazamiento de las actividades privadas productivas, tales como la provisión privada de educación y de asistencia privada a los pobres y otros que pasan por dificultades económicas.
El pasaje de los recursos desde el gobierno a los particulares y a las empresas de libre mercado es siempre un desarrollo beneficioso, dado que el gobierno no sólo desperdicia muchos recursos, sino que en verdad utiliza recursos de maneras destructivas que perjudican el bienestar del público en general.
Los comentaristas de la corriente mayoritaria de opinión parecen sulfurarse sobre todo cuando los empleados públicos son licenciados o algún tipo de dádiva gubernamental es temporalmente suspendida. Más allá de la perspectiva cortoplacista, sin embargo, estos avances son positivos, no negativos. Es bueno que la gente deje de percibir subsidios, y si la mala gestión presupuestaria produce este resultado, tanto mejor a favor de la mala gestión.
Por encima de todo, la gente tiene que aprender a evaluar este tipo de incidentes sin caer de nuevo en el marco engañoso del análisis keynesiano. En particular, la inclusión de las compras gubernamentales de bienes y servicios recientemente producidos en el cálculo del PBI ha causado mucho daño en los últimos años. El actual lamento y crujir de dientes acerca de la incapacidad del gobierno para producir sus presupuestos de manera responsable y en la fecha prevista es tan sólo la más reciente ocasión para tal interpretación errónea del papel del gobierno en la economía.
Si tan sólo las personas pudiesen llegar a ver al gobierno por lo que, en definitiva, es—una fuerza a favor del saqueo, el despilfarro y la destrucción—podrían entonces tener el buen tino de preocuparse menos por los recortes del gasto público y de preocuparse más por las variadas formas en las que el gobierno genera lo que yo denomino la incertidumbre de régimen y que impide por lo tanto la verdadera recuperación económica y el progreso sostenido a largo plazo.
Traducido por Gabriel Gasave
Burocracia y gobiernoEconomíaGobierno y políticaImpuestos y presupuestoPolítica fiscal/EndeudamientoPolítica presupuestaria federal
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