Justo cuando la presidente argentina Cristina Kirchner pensaba que todo lo que podía salir mal con su gobierno ya había acontecido, le diagnosticaron un coágulo de sangre en su cerebro. Tuvo que someterse a una cirugía de emergencia y ahora ha recibido la orden de guardar reposo—esto apenas unos días antes de las elecciones legislativas del domingo, que acabarán con sus posibilidades de reformar la Constitución a fin de que le permita postularse de nuevo en 2015.
Como suele ocurrir cuando un líder peronista está en declive, los disidentes han comenzado a cuestionarla, especialmente Sergio Massa, cuya lista es casi seguro que derrote a la liderada por un títere de Kirchner en la provincia de Buenos Aires, la cual representa casi el 40 por ciento del voto nacional. El gobierno también perderá en provincias clave como Santa Fe, Córdoba y Mendoza, además de en la propia ciudad de Buenos Aires. Terminará con mucho menos de la mayoría de dos tercios necesaria en el Congreso para anular los límites constitucionales que impiden al presidente un tercer mandato consecutivo. Esto acelerará la estampida que estamos empezando a ver entre los partidarios y colaboradores de Kirchner, y la lucha interna que ha plagado el gobierno.
Este es el principio del fin del modelo socioeconómico Kirchner, el último de muchos experimentos populistas en la historia argentina. El modelo ha obligado al campo a subsidiar a las ciudades, ordeñando impuestos de la vaca agrícola y repartiendo todo tipo de subsidios a los votantes. Los precios de muchos bienes y servicios se encuentran controlados. De tanto en tanto, las empresas privadas han sido nacionalizadas o vendidas a amigotes presidenciales bajo presión, incluidas las amenazas, las huelgas organizadas por el gobierno y una constante lluvia de vitriolo dirigida a las empresas privadas. (Un circuito cerrado de empresarios evitó la humillación, solo que sus miembros tienden a cambiar de vez en cuando).
No es de extrañar que el gasto público, que representaba el 35 por ciento del PBI hace cinco años, ascienda ahora al 46 por ciento. O que con el fin de financiar el modelo Kirchner, el gobierno tuvo que asumir el control de las pensiones privadas, donde se concentraban los ahorros internos y las reservas del Banco Central. O que incluso más impuestos fueron establecidos sobre los agricultores, esos verdaderos héroes de la historia de Argentina, que han seguido siendo visionarios, tecnológicamente avanzados y productivos a pesar de todo. La mitad del déficit fiscal del año pasado ha sido financiado con el dinero de las pensiones nacionalizadas y las reservas del Banco Central.
Las consecuencias pueden verse claramente: La economía argentina no crecerá más del 2 por ciento este año, según estimaciones internas de JP Morgan, aunque las estadísticas oficiales, que han sido denunciados por el FMI, inflan las cifras.
A efectos de tratar de frenar la fuga de capitales y la pérdida de reservas, el gobierno ha establecido controles no vistos en América Latina desde Velasco Alvarado en Perú y Salvador Allende en Chile. En el aeropuerto, ha habido momentos en los que perros no apuntan sus hocicos a la cocaína sino a los verdes dólares, y las empresas que precisan importar están obligadas a exportar algo para compensar la pérdida de divisas. Esto significa que los importadores de Porsche se han visto obligados a vender vino y la gente de BMW ha tenido que vender arroz. Huelga decir que, en este tipo de clima, la toma de posesión gubernamental de YPF, filial del gigante energético español Repsol, era inevitable. Fue la consecuencia de los estragos provocados por los controles de precios.
En síntesis, la Argentina ha dilapidado el billón de dólares aportado por la bonanza de los productos agrícolas desde que el difunto esposo de la Sra. Kirchner, Néstor, llegó al poder en 2003. El fin de la era Kirchner en 2015 va a llegar demasiado tarde.
Lo que aún no queda claro es qué va a reemplazarlo. La oposición se extiende por un amplio espectro de movimientos y líderes populistas que incluyen a disidentes así como figuras más razonables de centro-izquierda y centro-derecha que no desean reformar las bases del sistema por temor a alienar a las masas. Mientras tanto, aquellos que tienen una comprensión mucho mejor de lo que realmente se necesita todavía no han demostrado que pueden hacer una diferencia en las urnas.
Traducido por Gabriel Gasave
El comienzo del fin de la era Kirchner
Justo cuando la presidente argentina Cristina Kirchner pensaba que todo lo que podía salir mal con su gobierno ya había acontecido, le diagnosticaron un coágulo de sangre en su cerebro. Tuvo que someterse a una cirugía de emergencia y ahora ha recibido la orden de guardar reposo—esto apenas unos días antes de las elecciones legislativas del domingo, que acabarán con sus posibilidades de reformar la Constitución a fin de que le permita postularse de nuevo en 2015.
Como suele ocurrir cuando un líder peronista está en declive, los disidentes han comenzado a cuestionarla, especialmente Sergio Massa, cuya lista es casi seguro que derrote a la liderada por un títere de Kirchner en la provincia de Buenos Aires, la cual representa casi el 40 por ciento del voto nacional. El gobierno también perderá en provincias clave como Santa Fe, Córdoba y Mendoza, además de en la propia ciudad de Buenos Aires. Terminará con mucho menos de la mayoría de dos tercios necesaria en el Congreso para anular los límites constitucionales que impiden al presidente un tercer mandato consecutivo. Esto acelerará la estampida que estamos empezando a ver entre los partidarios y colaboradores de Kirchner, y la lucha interna que ha plagado el gobierno.
Este es el principio del fin del modelo socioeconómico Kirchner, el último de muchos experimentos populistas en la historia argentina. El modelo ha obligado al campo a subsidiar a las ciudades, ordeñando impuestos de la vaca agrícola y repartiendo todo tipo de subsidios a los votantes. Los precios de muchos bienes y servicios se encuentran controlados. De tanto en tanto, las empresas privadas han sido nacionalizadas o vendidas a amigotes presidenciales bajo presión, incluidas las amenazas, las huelgas organizadas por el gobierno y una constante lluvia de vitriolo dirigida a las empresas privadas. (Un circuito cerrado de empresarios evitó la humillación, solo que sus miembros tienden a cambiar de vez en cuando).
No es de extrañar que el gasto público, que representaba el 35 por ciento del PBI hace cinco años, ascienda ahora al 46 por ciento. O que con el fin de financiar el modelo Kirchner, el gobierno tuvo que asumir el control de las pensiones privadas, donde se concentraban los ahorros internos y las reservas del Banco Central. O que incluso más impuestos fueron establecidos sobre los agricultores, esos verdaderos héroes de la historia de Argentina, que han seguido siendo visionarios, tecnológicamente avanzados y productivos a pesar de todo. La mitad del déficit fiscal del año pasado ha sido financiado con el dinero de las pensiones nacionalizadas y las reservas del Banco Central.
Las consecuencias pueden verse claramente: La economía argentina no crecerá más del 2 por ciento este año, según estimaciones internas de JP Morgan, aunque las estadísticas oficiales, que han sido denunciados por el FMI, inflan las cifras.
A efectos de tratar de frenar la fuga de capitales y la pérdida de reservas, el gobierno ha establecido controles no vistos en América Latina desde Velasco Alvarado en Perú y Salvador Allende en Chile. En el aeropuerto, ha habido momentos en los que perros no apuntan sus hocicos a la cocaína sino a los verdes dólares, y las empresas que precisan importar están obligadas a exportar algo para compensar la pérdida de divisas. Esto significa que los importadores de Porsche se han visto obligados a vender vino y la gente de BMW ha tenido que vender arroz. Huelga decir que, en este tipo de clima, la toma de posesión gubernamental de YPF, filial del gigante energético español Repsol, era inevitable. Fue la consecuencia de los estragos provocados por los controles de precios.
En síntesis, la Argentina ha dilapidado el billón de dólares aportado por la bonanza de los productos agrícolas desde que el difunto esposo de la Sra. Kirchner, Néstor, llegó al poder en 2003. El fin de la era Kirchner en 2015 va a llegar demasiado tarde.
Lo que aún no queda claro es qué va a reemplazarlo. La oposición se extiende por un amplio espectro de movimientos y líderes populistas que incluyen a disidentes así como figuras más razonables de centro-izquierda y centro-derecha que no desean reformar las bases del sistema por temor a alienar a las masas. Mientras tanto, aquellos que tienen una comprensión mucho mejor de lo que realmente se necesita todavía no han demostrado que pueden hacer una diferencia en las urnas.
Traducido por Gabriel Gasave
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