Todo el alboroto en los medios de comunicación respecto de la mordaz crítica de Bob Gates al presidente Barack Obama y el vicepresidente Joe Biden en su nuevo libro de memorias, Duty: Memoirs of a Secretary at War (Deber: Memorias de un Secretario de Defensa en Guerra), ha sido un fiasco. Obama puede ser criticado legítimamente por su deplorable política de acumular aún más cadáveres de soldados estadounidenses en una escalada de la guerra de Afganistán que él evidentemente no creía que funcionaría pero, sin embargo, este dato no es una noticia. En su libro de 2010, Las guerras de Obama, Bob Woodward, después de entrevistar a los participantes de la administración Obama en la toma de decisiones en torno a las guerras en Irak y Afganistán, alude a este mismo hecho preocupante.
Y los medios de comunicación parecieron describir a esta crítica como suave en comparación con la que Gates le hizo al vicepresidente Biden. Gates criticó a Biden por “envenenar el pozo” con las fuerzas armadas y estar “equivocado en casi todos los temas principales de política exterior y seguridad nacional en las últimas cuatro décadas”.
Si Biden estaba equivocado acerca de abogar por una rápida retirada de los EE.UU. de Afganistán (e Irak) y Obama se equivocó al adoptar la escalada afgana sin creer en ella, entonces la única opción viable que quedaba, de acuerdo con la línea de razonamiento de Gates, era evidentemente escalar y emocionarse con ello. Cuando Obama asumió el cargo, más de siete años de guerra intratable en Afganistán ya habían dificultado las cosas para cualquiera, excepto el más entusiasta en el ejército. Siete años después de la escalada de la Guerra de Vietnam, el presidente Richard Nixon estaba concluyéndola y se encontraba en las últimas etapas de la consecución de un acuerdo de paz con los comunistas. La Guerra de Afganistán es con mucho el conflicto más largo de los Estados Unidos, y los militares han tenido tiempo suficiente para “ganarlo”.
Los medios han retratado a la impresión de Gates de la escalada de Obama de la guerra de Afganistán como “cínica”. Podría ser mejor llamada, “temerosa”. En el libro de Woodward, éste retrata la escalada como el acto de doblegarse de un nuevo presidente socialdemócrata al poderoso grupo de interés que constituyen las fuerzas armadas.
Y poderosas son. Las acusaciones tras la Guerra de Vietnam de que los soldados fueron injustamente vilipendiados luego de regresar a casa de la guerra han tenido un efecto duradero en la sociedad estadounidense. Ahora, incluso las personas que se oponían a la guerra afgana—la mayoría de los estadounidenses—hacen grandes esfuerzos para colmar de elogios a los efectivos que regresan. Por ejemplo, a pesar de que las guerras recientes no han salido tan bien, los soldados y veteranos que retornan son a menudo aclamados en eventos deportivos como si fuesen héroes victoriosos. Aunque hasta cierto punto algunos sectores de la sociedad estadounidense menospreciaron a los reclutas forzados durante la Guerra de Vietnam a su regreso, ello fue muy injusto, dado que muchos probablemente no deseaban participar en el conflicto de Vietnam en primer lugar. Sin embargo, a causa de esa guerra, las fuerzas armadas estadounidenses son actualmente voluntarias y han sido extremadamente bien remuneradas en comparación con ocupaciones similares en el sector civil. Además, ¿pueden los estadounidenses criticar la mala política mientras al mismo tiempo alaban a quienes la llevan a cabo?
Uno puede argumentar de manera convincente que las fuerzas armadas estadounidenses en realidad no han defendido el país desde la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, los militares han sido una fuerza de proyección de una potencia neo imperial utilizada por los políticos estadounidenses para mantener un imperio informal de alcance global, que tiene poco que ver con la seguridad de los EE.UU. y meramente genera un terrorismo vengativo contra objetivos de los EE.UU.—algunos dentro del territorio estadounidense. Si existen escépticos acerca de esta lógica, deberían leer los escritos de Osama bin Laden.
¿Y qué de la afirmación de que los militares estadounidenses “defienden nuestra libertad”? Dado el hecho de que el intervencionismo en el extranjero conduce a un terrorismo vengativo, el cual a menudo acarrea luego la constricción de las libertades civiles estadounidenses (que es lo que el término abstracto “libertad” significa en realidad), tal vez no sea tan así.
Pero incluso si tales críticas a las tropas son exageradas, ¿por qué la adulación a los militares parece desparramarse sobre los altos mandos militares, los cuales han sido groseramente incompetentes en las dos últimas grandes guerras? En Irak y Afganistán, los generales tuvieron que volver a aprender de la manera más dura todas las lecciones de la guerra de contrainsurgencia que se olvidaron tras la debacle en Vietnam.
Sin embargo, después de toda esta payasada, Gates critica a cualquier político, como Biden, que se muestre escéptico de la astucia burocrática de los altos mandos militares y a menudo le falta el respeto sus jefes políticos—por ejemplo, la crítica pública del comandante en Afganistán David Petraeus del plan de Obama para la eventual retirada de ese país y la flagrante insubordinación de su predecesor Stanley McChrystal.
Y, por cierto, ¿no se supone que Gates era un supervisor político de Obama de los servicios militares, no un portavoz cooptado por generales resentidos ante la “falta de respeto” de sus jefes? ¿Quién dirige el espectáculo aquí? En una república, los civiles se supone que deben estar a cargo, y se supone que las fuerzas armadas están para defender modestamente al país, no para ser una exaltada fuerza de ataque imperial similar a las legiones romanas. La veneración de los militares y sus líderes huele a patriotismo marcial al estilo alemán o ruso, no al patriotismo republicano (r minúscula en inglés) de los fundadores de los Estados Unidos, que eran profundamente suspicaces de los ejércitos permanentes y que se retorcerían en sus tumbas frente a la adoración actual de los militares.
Tal militarismo es peligroso para el país y es incluso malo para los militares. Después de todo, uno sospecha que los estadounidenses prodigan elogios a los militares en gran parte debido a la culpa por permanecer impávidos y permitir que sus políticos envíen a las fuerzas armadas a guerras sin sentido en antros foráneos. Si los estadounidenses desean mostrar verdadero respeto por sus fuerzas armadas, entonces deberían exigir la restauración de la república estadounidense y el desmantelamiento del imperio de ultramar que la socava. De lo contrario, los Estados Unidos seguirán el camino de la República romana—siendo aniquilados por el imperio.
Traducido por Gabriel Gasave
Las memorias de Bob Gates ilustran acerca de cuán militaristas se han vuelto los EE.UU.
Todo el alboroto en los medios de comunicación respecto de la mordaz crítica de Bob Gates al presidente Barack Obama y el vicepresidente Joe Biden en su nuevo libro de memorias, Duty: Memoirs of a Secretary at War (Deber: Memorias de un Secretario de Defensa en Guerra), ha sido un fiasco. Obama puede ser criticado legítimamente por su deplorable política de acumular aún más cadáveres de soldados estadounidenses en una escalada de la guerra de Afganistán que él evidentemente no creía que funcionaría pero, sin embargo, este dato no es una noticia. En su libro de 2010, Las guerras de Obama, Bob Woodward, después de entrevistar a los participantes de la administración Obama en la toma de decisiones en torno a las guerras en Irak y Afganistán, alude a este mismo hecho preocupante.
Y los medios de comunicación parecieron describir a esta crítica como suave en comparación con la que Gates le hizo al vicepresidente Biden. Gates criticó a Biden por “envenenar el pozo” con las fuerzas armadas y estar “equivocado en casi todos los temas principales de política exterior y seguridad nacional en las últimas cuatro décadas”.
Si Biden estaba equivocado acerca de abogar por una rápida retirada de los EE.UU. de Afganistán (e Irak) y Obama se equivocó al adoptar la escalada afgana sin creer en ella, entonces la única opción viable que quedaba, de acuerdo con la línea de razonamiento de Gates, era evidentemente escalar y emocionarse con ello. Cuando Obama asumió el cargo, más de siete años de guerra intratable en Afganistán ya habían dificultado las cosas para cualquiera, excepto el más entusiasta en el ejército. Siete años después de la escalada de la Guerra de Vietnam, el presidente Richard Nixon estaba concluyéndola y se encontraba en las últimas etapas de la consecución de un acuerdo de paz con los comunistas. La Guerra de Afganistán es con mucho el conflicto más largo de los Estados Unidos, y los militares han tenido tiempo suficiente para “ganarlo”.
Los medios han retratado a la impresión de Gates de la escalada de Obama de la guerra de Afganistán como “cínica”. Podría ser mejor llamada, “temerosa”. En el libro de Woodward, éste retrata la escalada como el acto de doblegarse de un nuevo presidente socialdemócrata al poderoso grupo de interés que constituyen las fuerzas armadas.
Y poderosas son. Las acusaciones tras la Guerra de Vietnam de que los soldados fueron injustamente vilipendiados luego de regresar a casa de la guerra han tenido un efecto duradero en la sociedad estadounidense. Ahora, incluso las personas que se oponían a la guerra afgana—la mayoría de los estadounidenses—hacen grandes esfuerzos para colmar de elogios a los efectivos que regresan. Por ejemplo, a pesar de que las guerras recientes no han salido tan bien, los soldados y veteranos que retornan son a menudo aclamados en eventos deportivos como si fuesen héroes victoriosos. Aunque hasta cierto punto algunos sectores de la sociedad estadounidense menospreciaron a los reclutas forzados durante la Guerra de Vietnam a su regreso, ello fue muy injusto, dado que muchos probablemente no deseaban participar en el conflicto de Vietnam en primer lugar. Sin embargo, a causa de esa guerra, las fuerzas armadas estadounidenses son actualmente voluntarias y han sido extremadamente bien remuneradas en comparación con ocupaciones similares en el sector civil. Además, ¿pueden los estadounidenses criticar la mala política mientras al mismo tiempo alaban a quienes la llevan a cabo?
Uno puede argumentar de manera convincente que las fuerzas armadas estadounidenses en realidad no han defendido el país desde la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, los militares han sido una fuerza de proyección de una potencia neo imperial utilizada por los políticos estadounidenses para mantener un imperio informal de alcance global, que tiene poco que ver con la seguridad de los EE.UU. y meramente genera un terrorismo vengativo contra objetivos de los EE.UU.—algunos dentro del territorio estadounidense. Si existen escépticos acerca de esta lógica, deberían leer los escritos de Osama bin Laden.
¿Y qué de la afirmación de que los militares estadounidenses “defienden nuestra libertad”? Dado el hecho de que el intervencionismo en el extranjero conduce a un terrorismo vengativo, el cual a menudo acarrea luego la constricción de las libertades civiles estadounidenses (que es lo que el término abstracto “libertad” significa en realidad), tal vez no sea tan así.
Pero incluso si tales críticas a las tropas son exageradas, ¿por qué la adulación a los militares parece desparramarse sobre los altos mandos militares, los cuales han sido groseramente incompetentes en las dos últimas grandes guerras? En Irak y Afganistán, los generales tuvieron que volver a aprender de la manera más dura todas las lecciones de la guerra de contrainsurgencia que se olvidaron tras la debacle en Vietnam.
Sin embargo, después de toda esta payasada, Gates critica a cualquier político, como Biden, que se muestre escéptico de la astucia burocrática de los altos mandos militares y a menudo le falta el respeto sus jefes políticos—por ejemplo, la crítica pública del comandante en Afganistán David Petraeus del plan de Obama para la eventual retirada de ese país y la flagrante insubordinación de su predecesor Stanley McChrystal.
Y, por cierto, ¿no se supone que Gates era un supervisor político de Obama de los servicios militares, no un portavoz cooptado por generales resentidos ante la “falta de respeto” de sus jefes? ¿Quién dirige el espectáculo aquí? En una república, los civiles se supone que deben estar a cargo, y se supone que las fuerzas armadas están para defender modestamente al país, no para ser una exaltada fuerza de ataque imperial similar a las legiones romanas. La veneración de los militares y sus líderes huele a patriotismo marcial al estilo alemán o ruso, no al patriotismo republicano (r minúscula en inglés) de los fundadores de los Estados Unidos, que eran profundamente suspicaces de los ejércitos permanentes y que se retorcerían en sus tumbas frente a la adoración actual de los militares.
Tal militarismo es peligroso para el país y es incluso malo para los militares. Después de todo, uno sospecha que los estadounidenses prodigan elogios a los militares en gran parte debido a la culpa por permanecer impávidos y permitir que sus políticos envíen a las fuerzas armadas a guerras sin sentido en antros foráneos. Si los estadounidenses desean mostrar verdadero respeto por sus fuerzas armadas, entonces deberían exigir la restauración de la república estadounidense y el desmantelamiento del imperio de ultramar que la socava. De lo contrario, los Estados Unidos seguirán el camino de la República romana—siendo aniquilados por el imperio.
Traducido por Gabriel Gasave
AfganistánDefensa y política exterior
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