Ahora que el público griego se ha mofado de los acreedores internacionales de Grecia al votar “no” en un referéndum sobre su más reciente oferta de rescate financiero, las negociaciones con Grecia sobre nuevos rescates deberían ser rápidamente concluidas. Alexis Tsipras, el primer ministro izquierdista de Grecia, intentó audazmente utilizar el voto para fortalecer su posición frente a estos acreedores. ¡Estaba en esencia cacheteando a quienes están, en efecto, dándole dinero a su país, en virtud de que no están dando lo suficiente! Es hora de dejar que Grecia se meza libremente en el viento.
A largo plazo, esta política de “amor duro” beneficiará a Europa, al sistema financiero mundial e incluso a la propia Grecia, aunque no sin una gran cuantía a corto plazo de padecimiento auto-infringido. ¿Pero una cesación de pagos griega y el abandono del euro como moneda no provocaría un efecto dominó respecto de otros países financieramente débiles lo cual podría causar desastres en la zona euro? Ese resultado es poco probable debido a que las economías de España, Portugal e Italia han mejorado un poco y el Banco Central Europeo ha ofrecido “hacer lo que sea necesario” para apoyar a estas naciones mediante la adquisición de sus bonos—probablemente también un error, pero España y Portugal han hecho al menos algunas reformas económicas sustanciales, de las cuales Grecia está ahora renegando. Así que el contagio financiero del colapso total de la pequeña economía griega, que representa tan sólo el 2 por ciento del PIB de la zona euro, debería ser limitado.
Otras naciones, como Irlanda, Letonia y Eslovaquia, también han tenido que extraer a sus pueblos del oscurantismo de la sobrerregulación y someterse a dolorosos programas gubernamentales de austeridad que elevaron temporalmente el desempleo. Si a Grecia se le permite renegar de los términos de su rescate, estas otras naciones también podrían reincidir—por ejemplo, el movimiento anti-austeridad de España podría también resultar fortalecido.
Sin embargo, sorprendentemente, economistas de izquierda como Paul Krugman en su reciente artículo en The New York Times, endilgan la culpa a los acreedores internacionales por no validar la grosera irresponsabilidad financiera de larga data de Grecia mediante la cancelación de parte de su deuda:
La campaña de intimidación—el intento de aterrorizar a los griegos cortando la financiación bancaria y amenazando con un caos general, todo con el objetivo casi descarado de empujar al actual gobierno de izquierda a que abandone el poder—fue un momento vergonzoso en una Europa que afirma creer en los principios democráticos. Si esa campaña hubiese tenido éxito, habría establecido un terrible precedente, incluso si los acreedores fuesen coherentes.
Y encima, no lo eran. Lo cierto es que los autodenominados tecnócratas de Europa son como los médicos medievales que insistían en desangrar a sus pacientes—y cuando su tratamiento enfermaba más aun a los pacientes, exigían aún más sangría. Un voto por el “sí” en Grecia [basado en el rescate financiero propuesto por los acreedores] hubiese condenado al país a años de más sufrimiento bajo políticas que no han funcionado y en verdad, dada la aritmética, no pueden funcionar; la austeridad seguramente contrae a la economía más rápidamente de lo que reduce la deuda, de modo tal que todo el sufrimiento no sirve para nada.
En primer lugar, incluso si los acreedores estaban tratando de deshacerse del irresponsable y arrogante gobierno griego, ellos no lo son; tan solo desean tratar de cobrar una parte del dinero que se les debe—en este punto, ¿quién podría culparlos? Además, la orientación económica keynesiana de Krugman, la cual considera erróneamente que el estímulo fiscal del gobierno genera una verdadera prosperidad en la economía privada, desea apuntalar artificialmente a la economía griega de modo tal que pueda pagar sus deudas. Pero en el largo plazo, la verdadera prosperidad tiene que ser ganada mediante reducciones de los aun costosos programas gubernamentales, incluidas las jubilaciones—las de los griegos siguen siendo elevadas para los estándares de Europa del Este—y más reformas económicas que desregulen la economía y los mercados laborales griegos. Tal austeridad en el corto plazo es dolorosa, pero es lo único que va a hacer que Grecia retorne a un genuino crecimiento económico—en vez de una prosperidad artificial mediante un nivel elevado de azúcar gubernamental temporal, que empeora las cosas en el largo plazo. Por desgracia, al parecer los largamente despilfarradores griegos tienen que aprender esta lección de la manera más ardua.
Y los estadounidenses pueden tener que llegar a hacer lo mismo si el dólar sigue siendo despojado de su estatus como moneda de reserva del mundo. Esa muleta ha permitido al gobierno de los Estados Unidos acumular una deuda pública siempre creciente—que actualmente se ubica en unos descomunales 8 billones de dólares (trillones en inglés). Y esta condición como una inmensa nación deudora en realidad podría eventualmente provocar una huida del dólar como moneda de reserva hacia la moneda de una nación acreedora, como el yuan chino. Por lo tanto, los estadounidenses deberían aprender de la calamidad de la irresponsabilidad financiera griega curando la suya propia de antemano—recortando sustancialmente el gasto público en todos los ámbitos (tanto el gasto en defensa como el interno)—o enfrentar un eventual cataclismo financiero.
Traducido por Gabriel Gasave
Digámosle No a la irresponsabilidad financiera griega
Ahora que el público griego se ha mofado de los acreedores internacionales de Grecia al votar “no” en un referéndum sobre su más reciente oferta de rescate financiero, las negociaciones con Grecia sobre nuevos rescates deberían ser rápidamente concluidas. Alexis Tsipras, el primer ministro izquierdista de Grecia, intentó audazmente utilizar el voto para fortalecer su posición frente a estos acreedores. ¡Estaba en esencia cacheteando a quienes están, en efecto, dándole dinero a su país, en virtud de que no están dando lo suficiente! Es hora de dejar que Grecia se meza libremente en el viento.
A largo plazo, esta política de “amor duro” beneficiará a Europa, al sistema financiero mundial e incluso a la propia Grecia, aunque no sin una gran cuantía a corto plazo de padecimiento auto-infringido. ¿Pero una cesación de pagos griega y el abandono del euro como moneda no provocaría un efecto dominó respecto de otros países financieramente débiles lo cual podría causar desastres en la zona euro? Ese resultado es poco probable debido a que las economías de España, Portugal e Italia han mejorado un poco y el Banco Central Europeo ha ofrecido “hacer lo que sea necesario” para apoyar a estas naciones mediante la adquisición de sus bonos—probablemente también un error, pero España y Portugal han hecho al menos algunas reformas económicas sustanciales, de las cuales Grecia está ahora renegando. Así que el contagio financiero del colapso total de la pequeña economía griega, que representa tan sólo el 2 por ciento del PIB de la zona euro, debería ser limitado.
Otras naciones, como Irlanda, Letonia y Eslovaquia, también han tenido que extraer a sus pueblos del oscurantismo de la sobrerregulación y someterse a dolorosos programas gubernamentales de austeridad que elevaron temporalmente el desempleo. Si a Grecia se le permite renegar de los términos de su rescate, estas otras naciones también podrían reincidir—por ejemplo, el movimiento anti-austeridad de España podría también resultar fortalecido.
Sin embargo, sorprendentemente, economistas de izquierda como Paul Krugman en su reciente artículo en The New York Times, endilgan la culpa a los acreedores internacionales por no validar la grosera irresponsabilidad financiera de larga data de Grecia mediante la cancelación de parte de su deuda:
En primer lugar, incluso si los acreedores estaban tratando de deshacerse del irresponsable y arrogante gobierno griego, ellos no lo son; tan solo desean tratar de cobrar una parte del dinero que se les debe—en este punto, ¿quién podría culparlos? Además, la orientación económica keynesiana de Krugman, la cual considera erróneamente que el estímulo fiscal del gobierno genera una verdadera prosperidad en la economía privada, desea apuntalar artificialmente a la economía griega de modo tal que pueda pagar sus deudas. Pero en el largo plazo, la verdadera prosperidad tiene que ser ganada mediante reducciones de los aun costosos programas gubernamentales, incluidas las jubilaciones—las de los griegos siguen siendo elevadas para los estándares de Europa del Este—y más reformas económicas que desregulen la economía y los mercados laborales griegos. Tal austeridad en el corto plazo es dolorosa, pero es lo único que va a hacer que Grecia retorne a un genuino crecimiento económico—en vez de una prosperidad artificial mediante un nivel elevado de azúcar gubernamental temporal, que empeora las cosas en el largo plazo. Por desgracia, al parecer los largamente despilfarradores griegos tienen que aprender esta lección de la manera más ardua.
Y los estadounidenses pueden tener que llegar a hacer lo mismo si el dólar sigue siendo despojado de su estatus como moneda de reserva del mundo. Esa muleta ha permitido al gobierno de los Estados Unidos acumular una deuda pública siempre creciente—que actualmente se ubica en unos descomunales 8 billones de dólares (trillones en inglés). Y esta condición como una inmensa nación deudora en realidad podría eventualmente provocar una huida del dólar como moneda de reserva hacia la moneda de una nación acreedora, como el yuan chino. Por lo tanto, los estadounidenses deberían aprender de la calamidad de la irresponsabilidad financiera griega curando la suya propia de antemano—recortando sustancialmente el gasto público en todos los ámbitos (tanto el gasto en defensa como el interno)—o enfrentar un eventual cataclismo financiero.
Traducido por Gabriel Gasave
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