Mientras viajaba recientemente de ciudad en ciudad en Rusia bajo el hechizo de la Copa del Mundo, me acosaba una pregunta: ¿Son la Rusia de Vladimir Putin, la China de Xi Jinping, la Turquía de Recep Tayyip Erdogan y la Arabia Saudí de Mohammed Bin Salman modelos políticos para otros?
Los cuatro son "exitosos" a su manera. Si bien hablan mal de Putin en las grandes ciudades de Rusia, lo idolatran en las más pequeñas y en el campo, y el sistema le ha permitido hasta ahora mantener el poder y ampliar su huella global. Él es lo que deseaba ser: un zar. Su popularidad personal duplica a la del gobierno ruso: El Primer Ministro Dmitri Medvédev y compañía son culpados de todo lo que está mal, jamás él. Tal vez eso es lo que el presidente Donald Trump encuentra tan atractivo.
En China, Xi ha inscrito su nombre, su doctrina y su marca personal en la constitución, algo que nadie, excepto el presidente Mao, había intentado antes. Lo que China tiene en común con el régimen de Rusia es el uso del nacionalismo como aglutinante social, y del capitalismo de Estado y de amigos como generadores de suficiente prosperidad como para evitar que se abran grandes grietas en el monolito del poder.
En Turquía, Erdogan también ha utilizado el nacionalismo (y, como Putin, la lucha contra el terrorismo o los separatistas ampliamente acusados de terrorismo) para crear cohesión. En su caso, otro factor es el islam. Erdogan utiliza con frecuencia la religión musulmana para justificar los ataques contra algunos de sus oponentes secularistas.
Pero no la ha utilizado -aún no- para librar una guerra contra el laicismo popular con el que Ataturk, el fundador de la moderna Turquía, marcó su país y que muchos turcos siguen abrazando. Bajo Putin la religión es un factor sólo en la medida en que la Iglesia Ortodoxa ayuda a sostener el establishment; en Turquía, Erdogan se ha convertido en la voz del islam.
En Arabia Saudita, la fuerza impulsora del nuevo autoritarismo es la modernización. Parece paradójico que alguien que, como Bin Salman, intenta modernizar el país -incluyendo la expansión del papel de la mujer y el fin de la dependencia económica del petróleo- utilice métodos brutales para hacerlo. Pero no es la primera vez en la historia moderna. Ataturk de manera similar empleó métodos de mano dura para modernizar Turquía en las décadas de 1920 y 1930.
Lo que estos regímenes entienden es algo que los comunistas y los populistas extremos nunca hicieron: que el autoritarismo, acompañado de suficientes dosis de empresa privada, torna viable el autoritarismo.
Si los “chavistas” en Venezuela hubieran sido un poco más maquiavélicos, habrían aplastado a la oposición, incluida la otrora vibrante prensa libre, sin nacionalizar la economía ni ahuyentar a todo el capital extranjero, causando así el infierno económico y social que ahora los pone en peligro.
Putin, Xi, Erdogan y Bin Salman nunca permitirían que el capitalismo de libre empresa cree polos de poder independientes, pero tampoco eliminarían a la empresa privada porque ésta alimenta sus regímenes.
Esto plantea un reto para aquellos de nosotros que apoyamos las sociedades libres.
La atracción fatal autoritaria
Con muchas democracias liberales experimentando crisis de liderazgo, confundidas sobre sus creencias, identidades y roles en el mundo, y menos comprometidas con los valores que las hicieron lo que actualmente son, los modelos autoritarios de gobierno atraen a mucha gente. Parecen funcionar. Pero, ¿lo hacen?
Los hechos apuntan a otra parte. Las democracias liberales del mundo, basadas en el estado de derecho y las economías de mercado, han sido mucho más exitosas que los regímenes autoritarios.
El autoritarismo no constituye un “modelo” porque no se descansa en un conjunto de valores. Descansa en un conjunto de prácticas malignas cuyo objetivo es mantener el poder en manos de unos pocos ungidos.
La Copa Mundial, debo decir, estuvo muy bien organizada por sus anfitriones rusos, porque si hay una cosa que los autoritarios hacen bien es organizar las vidas de los otros. Pero organización y libertad no son lo mismo.
Si el autoritarismo es un modelo, es uno defectuoso. Aquellos que actualmente se encuentran bajo su hechizo precisan entender el precio que pagan.
Traducido por Gabriel Gasave
Cómo los autoritarios usan el capitalismo para fortalecer sus regímenes opresivos
Mientras viajaba recientemente de ciudad en ciudad en Rusia bajo el hechizo de la Copa del Mundo, me acosaba una pregunta: ¿Son la Rusia de Vladimir Putin, la China de Xi Jinping, la Turquía de Recep Tayyip Erdogan y la Arabia Saudí de Mohammed Bin Salman modelos políticos para otros?
Los cuatro son "exitosos" a su manera. Si bien hablan mal de Putin en las grandes ciudades de Rusia, lo idolatran en las más pequeñas y en el campo, y el sistema le ha permitido hasta ahora mantener el poder y ampliar su huella global. Él es lo que deseaba ser: un zar. Su popularidad personal duplica a la del gobierno ruso: El Primer Ministro Dmitri Medvédev y compañía son culpados de todo lo que está mal, jamás él. Tal vez eso es lo que el presidente Donald Trump encuentra tan atractivo.
En China, Xi ha inscrito su nombre, su doctrina y su marca personal en la constitución, algo que nadie, excepto el presidente Mao, había intentado antes. Lo que China tiene en común con el régimen de Rusia es el uso del nacionalismo como aglutinante social, y del capitalismo de Estado y de amigos como generadores de suficiente prosperidad como para evitar que se abran grandes grietas en el monolito del poder.
En Turquía, Erdogan también ha utilizado el nacionalismo (y, como Putin, la lucha contra el terrorismo o los separatistas ampliamente acusados de terrorismo) para crear cohesión. En su caso, otro factor es el islam. Erdogan utiliza con frecuencia la religión musulmana para justificar los ataques contra algunos de sus oponentes secularistas.
Pero no la ha utilizado -aún no- para librar una guerra contra el laicismo popular con el que Ataturk, el fundador de la moderna Turquía, marcó su país y que muchos turcos siguen abrazando. Bajo Putin la religión es un factor sólo en la medida en que la Iglesia Ortodoxa ayuda a sostener el establishment; en Turquía, Erdogan se ha convertido en la voz del islam.
En Arabia Saudita, la fuerza impulsora del nuevo autoritarismo es la modernización. Parece paradójico que alguien que, como Bin Salman, intenta modernizar el país -incluyendo la expansión del papel de la mujer y el fin de la dependencia económica del petróleo- utilice métodos brutales para hacerlo. Pero no es la primera vez en la historia moderna. Ataturk de manera similar empleó métodos de mano dura para modernizar Turquía en las décadas de 1920 y 1930.
Lo que estos regímenes entienden es algo que los comunistas y los populistas extremos nunca hicieron: que el autoritarismo, acompañado de suficientes dosis de empresa privada, torna viable el autoritarismo.
Si los “chavistas” en Venezuela hubieran sido un poco más maquiavélicos, habrían aplastado a la oposición, incluida la otrora vibrante prensa libre, sin nacionalizar la economía ni ahuyentar a todo el capital extranjero, causando así el infierno económico y social que ahora los pone en peligro.
Putin, Xi, Erdogan y Bin Salman nunca permitirían que el capitalismo de libre empresa cree polos de poder independientes, pero tampoco eliminarían a la empresa privada porque ésta alimenta sus regímenes.
Esto plantea un reto para aquellos de nosotros que apoyamos las sociedades libres.
La atracción fatal autoritaria
Con muchas democracias liberales experimentando crisis de liderazgo, confundidas sobre sus creencias, identidades y roles en el mundo, y menos comprometidas con los valores que las hicieron lo que actualmente son, los modelos autoritarios de gobierno atraen a mucha gente. Parecen funcionar. Pero, ¿lo hacen?
Los hechos apuntan a otra parte. Las democracias liberales del mundo, basadas en el estado de derecho y las economías de mercado, han sido mucho más exitosas que los regímenes autoritarios.
El autoritarismo no constituye un “modelo” porque no se descansa en un conjunto de valores. Descansa en un conjunto de prácticas malignas cuyo objetivo es mantener el poder en manos de unos pocos ungidos.
La Copa Mundial, debo decir, estuvo muy bien organizada por sus anfitriones rusos, porque si hay una cosa que los autoritarios hacen bien es organizar las vidas de los otros. Pero organización y libertad no son lo mismo.
Si el autoritarismo es un modelo, es uno defectuoso. Aquellos que actualmente se encuentran bajo su hechizo precisan entender el precio que pagan.
Traducido por Gabriel Gasave
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