Un día, tendrá que escribirse un estudio importante acerca del perverso placer que las administraciones de los Estados Unidos tienen en promover la demagogia latinoamericana. Podría citarse como un ejemplo a Evo Morales—el izquierdista, jurásico cultivador de coca anti-norteamericano que casi ganó la presidencia boliviana. Él es la meticulosa creación del gobierno estadounidense.
En 1998, los Estados Unidos «urgieron» a Bolivia poner en práctica el «Plan Dignidad» en la región de Chapare. Los militares bolivianos arrancaron miles de acres de plantaciones de coca. El año pasado, las plantaciones de la hoja de coca fueron reducidas de cerca de 100.000 acres a 7.000 acres (otros 24.000 acres son cultivados legalmente en otras partes del país). Decenas de miles de familias perdieron su sustento durante la noche, incapaces de vender con beneficios las piñas y las bananas por las cuales procuraron sustituir los arbustos de coca valuados en $400 millones. El resultado fue la rebelión—choques violentos con el policía, algunas personas asesinadas, otras lesionadas.
El gobierno boliviano envió a una fuerza expedicionaria de soldados veteranos pagados y entrenados por los Estados Unidos. Como podía esperarse, esta fuerza ahora soporta una acusación de atroces violaciones a los derechos humanos. ¿Resulta extraño que Morales, hijo de pastores andinos, casi llegara a la presidencia defendiendo el derecho de cultivar hojas de coca y denunciando a los matones yanquis?
¿Qué pueden los Estados Unidos mostrar a cambio? La oferta de cocaína en el mercado estadounidense no ha disminuido—informes oficiales muestran que los precios en la calle son los mismos.
Las consecuencias de esta política van más allá de un demagogo cultivador de coca en la política boliviana y del fracaso del gobierno de los Estados Unidos para contener la provisión de cocaína.
La causa de los mercados libres en América latina está ahora en discusión, en parte debido a que los Estados Unidos se la pasaron prometiendo, y no concedieron a tiempo y sin pesadas condiciones, el acceso a sus mercados para los productos andinos.
Las acciones del gobierno de los Estados Unidos, particularmente los subsidios agrícolas internos que totalizan $50 mil millones—o el 21 por ciento del ingreso de la industria agropecuaria—contradicen tan seriamente a las promesas del libre comercio que muchos en Bolivia están ahora fustigando la idea misma del libre comercio. A que estamos en esto, razonan, ¿por qué no comenzar a cuestionar a todo el proceso de reformas de los años 90 que convirtió a las empresas estatales en monopolios privatizados?
Esta clase de retórica, junto con el estrago gratuito causado por las políticas contra la droga y la incapacidad de las políticas respaldadas por los Estados Unidos para reducir la pobreza, es lo que ha convertido a Morales en una fuerza política formidable. Ciego a todo, Washington se dedica simplemente a denunciar a los radicales que sus políticas han creado—y bombeando más dinero en un foso sin fondo.
La situación no es muy diferente en Colombia y en el Perú. El Plan Colombia fue aclamado a finales de la década como una panacea contra los traficantes de drogas y las guerrillas marxistas, combinación que estaba devastando a un país con muchos recursos naturales y la más emprendedora clase comerciante de América del Sur.
Bajo el programa de $1,3 mil millones, los consejeros de Estados Unidos entrenaron a tropas Colombianas y proporcionaron dinero para helicópteros Black Hawk y otro equipamiento.
Miles de acres de hojas de coca fueron rociados desde aire entre 1999 y 2001. Entre un cuarto y un tercio de un total de 400.000 acres de plantaciones de coca fueron suprimidas. ¿El resultado? Las plantaciones de coca se mudaron al Perú; la oferta no disminuyó. Después de un tiempo, los arbustos de coca comenzaron a saltar de regreso a Colombia. Ahora están nuevamente creciendo en Bolivia; el 95 por ciento de los arbustos que ahora están siendo eliminados fueron plantados recientemente.
A todo ello, el Congreso y la administración Bush concluyeron que el fracaso del Plan Colombia fue por un problema de grado—y un nuevo paquete de $900 millones fue aprobado para continuar la misma política.
El único motivo por el cual no hay ningún Evo Morales aun en Colombia es que las organizaciones terroristas han sacudido tanto a la población que los votantes optaron por un hombre que encarna un mensaje de duro y resuelto contra ese ataque: Alvaro Uribe.
El caso del Perú es revelador. Decidiendo que las políticas de línea dura de Alberto Fujimori y su monje negro, Vladimiro Montesinos, eran la forma correcta de combatir al terrorismo y a las drogas, Washington aceptó que el Estado de Derecho, la libertad de la prensa y otras minucias podían ser dejadas de lado. Más de $ 110 millones de los contribuyentes de Estados Unidos fueron vertidos en el Perú. Por un tiempo, los incentivos otorgados a los campesinos para la substitución de cosechas redujeron los cultivos de coca en un 60 por ciento.
Pero esas plantaciones, por supuesto, terminaron en Colombia. Algunos años más tarde, con el Perú en una profunda recesión, la garra de la dictadura aflojándose y las fuerzas de Estados Unidos ayudando a impulsar a las plantaciones desde Colombia, la coca retornó con el vigor de antes. Ahora, Washington ha triplicado la cantidad de dinero dedicado a la erradicación de la coca en el Perú.
Los campesinos de allí se encuentran arrancando las plantas de café, los árboles de cacao y otras cosechas, y las están substituyendo con coca, que es tres veces más provechosa. Ahora que el marxista Sendero Luminoso hace su reaparición, los barones de la droga pagan ahora a los terroristas a cambio de protección, y con ese mismo dinero los terroristas compran su alimento a los campesinos.
Como en Bolivia, el sentimiento anti-norteamericano está creciendo en el Perú—y aquellos de nosotros que deseamos buenas relaciones entre los Estados Unidos y América latina, así como políticas que expandan la libertad, estamos enfrentando una época muy dura. No hay, por supuesto, garantía de que si la política de los Estados Unidos cambiase, estos renovados izquierdistas latinoamericanos que han regresado aparentemente del mundo de los muertos volverían a sus sepulcros. Pero las actuales políticas de los Estados Unidos están alentando claramente un fenómeno muy desagradable del necrofilia política.
De regreso de la muerteCon la ayuda de los EE.UU.
Un día, tendrá que escribirse un estudio importante acerca del perverso placer que las administraciones de los Estados Unidos tienen en promover la demagogia latinoamericana. Podría citarse como un ejemplo a Evo Morales—el izquierdista, jurásico cultivador de coca anti-norteamericano que casi ganó la presidencia boliviana. Él es la meticulosa creación del gobierno estadounidense.
En 1998, los Estados Unidos «urgieron» a Bolivia poner en práctica el «Plan Dignidad» en la región de Chapare. Los militares bolivianos arrancaron miles de acres de plantaciones de coca. El año pasado, las plantaciones de la hoja de coca fueron reducidas de cerca de 100.000 acres a 7.000 acres (otros 24.000 acres son cultivados legalmente en otras partes del país). Decenas de miles de familias perdieron su sustento durante la noche, incapaces de vender con beneficios las piñas y las bananas por las cuales procuraron sustituir los arbustos de coca valuados en $400 millones. El resultado fue la rebelión—choques violentos con el policía, algunas personas asesinadas, otras lesionadas.
El gobierno boliviano envió a una fuerza expedicionaria de soldados veteranos pagados y entrenados por los Estados Unidos. Como podía esperarse, esta fuerza ahora soporta una acusación de atroces violaciones a los derechos humanos. ¿Resulta extraño que Morales, hijo de pastores andinos, casi llegara a la presidencia defendiendo el derecho de cultivar hojas de coca y denunciando a los matones yanquis?
¿Qué pueden los Estados Unidos mostrar a cambio? La oferta de cocaína en el mercado estadounidense no ha disminuido—informes oficiales muestran que los precios en la calle son los mismos.
Las consecuencias de esta política van más allá de un demagogo cultivador de coca en la política boliviana y del fracaso del gobierno de los Estados Unidos para contener la provisión de cocaína.
La causa de los mercados libres en América latina está ahora en discusión, en parte debido a que los Estados Unidos se la pasaron prometiendo, y no concedieron a tiempo y sin pesadas condiciones, el acceso a sus mercados para los productos andinos.
Las acciones del gobierno de los Estados Unidos, particularmente los subsidios agrícolas internos que totalizan $50 mil millones—o el 21 por ciento del ingreso de la industria agropecuaria—contradicen tan seriamente a las promesas del libre comercio que muchos en Bolivia están ahora fustigando la idea misma del libre comercio. A que estamos en esto, razonan, ¿por qué no comenzar a cuestionar a todo el proceso de reformas de los años 90 que convirtió a las empresas estatales en monopolios privatizados?
Esta clase de retórica, junto con el estrago gratuito causado por las políticas contra la droga y la incapacidad de las políticas respaldadas por los Estados Unidos para reducir la pobreza, es lo que ha convertido a Morales en una fuerza política formidable. Ciego a todo, Washington se dedica simplemente a denunciar a los radicales que sus políticas han creado—y bombeando más dinero en un foso sin fondo.
La situación no es muy diferente en Colombia y en el Perú. El Plan Colombia fue aclamado a finales de la década como una panacea contra los traficantes de drogas y las guerrillas marxistas, combinación que estaba devastando a un país con muchos recursos naturales y la más emprendedora clase comerciante de América del Sur.
Bajo el programa de $1,3 mil millones, los consejeros de Estados Unidos entrenaron a tropas Colombianas y proporcionaron dinero para helicópteros Black Hawk y otro equipamiento.
Miles de acres de hojas de coca fueron rociados desde aire entre 1999 y 2001. Entre un cuarto y un tercio de un total de 400.000 acres de plantaciones de coca fueron suprimidas. ¿El resultado? Las plantaciones de coca se mudaron al Perú; la oferta no disminuyó. Después de un tiempo, los arbustos de coca comenzaron a saltar de regreso a Colombia. Ahora están nuevamente creciendo en Bolivia; el 95 por ciento de los arbustos que ahora están siendo eliminados fueron plantados recientemente.
A todo ello, el Congreso y la administración Bush concluyeron que el fracaso del Plan Colombia fue por un problema de grado—y un nuevo paquete de $900 millones fue aprobado para continuar la misma política.
El único motivo por el cual no hay ningún Evo Morales aun en Colombia es que las organizaciones terroristas han sacudido tanto a la población que los votantes optaron por un hombre que encarna un mensaje de duro y resuelto contra ese ataque: Alvaro Uribe.
El caso del Perú es revelador. Decidiendo que las políticas de línea dura de Alberto Fujimori y su monje negro, Vladimiro Montesinos, eran la forma correcta de combatir al terrorismo y a las drogas, Washington aceptó que el Estado de Derecho, la libertad de la prensa y otras minucias podían ser dejadas de lado. Más de $ 110 millones de los contribuyentes de Estados Unidos fueron vertidos en el Perú. Por un tiempo, los incentivos otorgados a los campesinos para la substitución de cosechas redujeron los cultivos de coca en un 60 por ciento.
Pero esas plantaciones, por supuesto, terminaron en Colombia. Algunos años más tarde, con el Perú en una profunda recesión, la garra de la dictadura aflojándose y las fuerzas de Estados Unidos ayudando a impulsar a las plantaciones desde Colombia, la coca retornó con el vigor de antes. Ahora, Washington ha triplicado la cantidad de dinero dedicado a la erradicación de la coca en el Perú.
Los campesinos de allí se encuentran arrancando las plantas de café, los árboles de cacao y otras cosechas, y las están substituyendo con coca, que es tres veces más provechosa. Ahora que el marxista Sendero Luminoso hace su reaparición, los barones de la droga pagan ahora a los terroristas a cambio de protección, y con ese mismo dinero los terroristas compran su alimento a los campesinos.
Como en Bolivia, el sentimiento anti-norteamericano está creciendo en el Perú—y aquellos de nosotros que deseamos buenas relaciones entre los Estados Unidos y América latina, así como políticas que expandan la libertad, estamos enfrentando una época muy dura. No hay, por supuesto, garantía de que si la política de los Estados Unidos cambiase, estos renovados izquierdistas latinoamericanos que han regresado aparentemente del mundo de los muertos volverían a sus sepulcros. Pero las actuales políticas de los Estados Unidos están alentando claramente un fenómeno muy desagradable del necrofilia política.
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