La fútil fascinación latinoamericana con una balanza comercial favorable
Imaginemos que al pasar oyésemos a un padre aconsejarle a sus hijos que “cuanto más se esfuercen en estudiar y más bajas calificaciones obtengan, más beneficioso será para ellos”. O que escuchásemos a alguien vanagloriarse respecto de que “cada vez sus jornadas laborales son más largas y extenuantes, pero felizmente en canje por su trabajo recibe menos bienes y servicios.” Posiblemente, nos plantearíamos seriamente acudir a un facultativo para que revise nuestra capacidad auditiva.
En los hechos, idénticas situaciones reñidas con la lógica tienen lugar cuando desde los medios de comunicación y desde los palacios gubernamentales se nos apabulla constantemente con la noción de que las naciones de América Latina deben maximizar su capacidad exportadora y reducir sus importaciones al mínimo posible.
En tal sentido, leemos por estos días la noticia que con beneplácito da cuenta de que el Ministerio de Planificación de Brasil estima que esa nación cerrará el año con un superávit en su balanza comercial de $39.100 millones de dólares. En síntesis, el país está mejor dado que vende más de lo que compra.
Por su parte, Ecuador, Colombia y el Perú se encuentran debatiendo la celebración de un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos a fin de ampliar sus mercados. El Perú, cuyo intercambio comercial con los EE.UU. ronda actualmente los $7.000 millones, espera poder inclinar algo en su favor la balanza comercial tras el acuerdo de marras. Estas intenciones tampoco han sido ajenas a la reunión de ministros de agricultura del hemisferio celebrada en Guayaquil, destinada a adoptar una agenda hemisférica 2006-2007 que contemple la eliminación de las “distorsiones” en los intercambios comerciales.
Un caso paradojal es el de la Argentina. Este país mantuvo durante más de una década un tipo de cambio fijo, que al establecer un precio para el dólar artificialmente bajo, desalentaba dramáticamente las exportaciones. Tras la devaluación del peso en enero de 2002, el actual gobierno ha adoptado un sesgo netamente exportador y enarbola como sus antecesores en la década de 1940 un modelo de sustitución de importaciones. El país, que en los primeros siete meses del año tuvo un superávit de $6.726 millones en su balanza comercial, celebra que las exportaciones de este año se acercarían a los $40 mil millones. No obstante, es un permanente motivo de inquietud el desfavorable balance comercial bilateral con Brasil, su principal socio comercial en el Mercosur. Se suele señalar con gran contrariedad que en 2004 los argentinos adquirieron automóviles brasileños por valor de $2.570, mientras que las ventas argentinas de vehículos al Brasil ascendieron tan sólo a los $1.238 millones, situación que se espera revertir con futuros acuerdos entre ambas naciones.
Al margen de señalar que ni la pampa ni la selva ni los Andes compran y venden, sino que las transacciones comerciales siempre tienen lugar entre individuos específicos, los que circunstancialmente residen a un lado y otro de las fronteras políticas, resulta un ejercicio útil analizar estos eslóganes pro-exportadores, según los cuales curiosamente cuanto más entregamos y menos recibimos, mejor nos encontramos.
Pese a lo insólito de la misma, esta creencia no es original. Los mercantilistas en el siglo 16 ya sostenían que en toda transacción comercial había una parte que resultaba beneficiada y otra que llevaba las de perder. Según esta visión, el vendedor era quien resultaba favorecido pues a cambio de los productos o servicios que ofrecía, recibía dinero, lo que para esa corriente de pensamiento constituían la fuente de la verdadera riqueza.
A tal punto estas ideas se encuentran fuertemente arraigadas en la gente común, que a menudo el acto de comprar es visto casi como una desgracia, sin advertir que el adquirente gana subjetivamente al recibir a cambio de su dinero aquellas cosas de las cuales le sería imposible autoabastecerse.
Mientras las necesidades humanas sigan siendo infinitas y los recursos para satisfacerlas siempre escasos, cuantos más recursos estén a nuestra disposición, mejor será nuestra calidad de vida. Esos recursos disponibles serán aquellos bienes y servicios que producimos o que compremos a otros menos los que a su vez vendamos a terceros. Así, cuanto más elevadas sean nuestras compras y más reducidas nuestras ventas, mayor disponibilidad de recursos habrá.
Si de colocarnos en una situación ideal se trata, el paradigma para cualquier país de la región sería el de importar todo el tiempo, sin tener que vender al exterior ni tan siquiera una bolsa de soja o un barril de petróleo.
Ahora, como lamentablemente nadie nos ha de regalar nada, tendremos que vender (exportar) a efectos de poder luego comprar (importar).
Cuando las citadas ideas mercantilistas se encontraban en pleno apogeo y las naciones europeas procuraban incrementar al máximo sus exportaciones, el ingreso de divisas fue tan grande que el continente fue azotado por una fuerte inflación. Del mismo modo, regresando al caso de la Argentina, el gobierno emite casi a diario pesos para adquirir dólares en el mercado y así elevar su cotización a fin de favorecer las exportaciones. La base monetaria se ha incrementado un 16,4% en los últimos doce meses y la Argentina es el único país del mundo en cual la tasa de inflación se duplicó en el último año, pasando de 4,9% a 9,6%.
Tal vez se logre así que la Argentina exporte más automóviles. Lo que seguro no se conseguirá es que más argentinos puedan tener uno.
- 14 de enero, 2025
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