2005: el año del regreso del populismo
Por Manuel Malaver
No puede arrugarse más la cara a la hora de hacer el balance del 2005 para los americanos, pues nos deja, en el Norte nada más y nada menos que las heridas de una de las catástrofes naturales más devastadoras que han asolado el continente, y en el Sur, el regreso, por voluntad de una parte mayoritaria de sus electores, del fenómeno político que hace 15 años fue etiquetado con justa razón como la causa de un colapso que debería recordarse por su virulencia, extensión y crueldad.
Desde luego que hablamos, de una parte, de los huracanes que durante 15 días dieron cuenta a mediados de año de 2000 vidas, la infraestructura física y las instalaciones petroleras de dos estados estadounidenses con costas en el Golfo de México; y de la otra, del regreso del populismo político y económico que por incitación de dos caudillos caribeños, Fidel Castro y Hugo Chávez, ha ido tomando cuerpo, infestando y gangrenando a países como Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay y Brasil.
Tragedias cuyas pérdidas no terminan de cuantificarse en el Norte, y apenas entran en los libros de contabilidad en el Sur, pero que en un caso como en otro entran como dos palancas de retroceso que harán más cuesta arriba la recuperación de la estabilidad y se constituyen en factores de perturbación que arrojan nuevas sombras sobre la impredictibilidad de los fenómenos naturales y la imperfectibilidad del conocimiento humano.
En el expediente de los huracanes porque eran razonablemente predecibles en un área crítica donde la incidencia anual supera la media; y en el del populismo, porque tratándose de América Sur, no se trata solo de la región donde tuvo su auge y caída más reciente, sino también donde las alternativas no resultaron particularmente aptas a la hora de corregir los desequilibrios que prometieron.
Debe subrayarse, sin embargo, que en la tragedia de los estados norteamericanos de Louisiana y Mississippi, se trata de dos entidades que a pesar de estar situados en el corazón del área de formación de huracanes más activa del planeta, por lo menos en los últimos 30 años no sufrieron embates especialmente catastróficos y se colgaron de la ilusión de que Katrina pasaría de largo.
No es el caso del populismo en Sudamérica, huracán, terremoto y tsunami juntos que ya había hecho añicos al proyecto nacional argentino en los años 40, fue minando las expectativas de las democracias que esporádica pero recurrentemente se instalaron en el subcontinente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y fue el santo y seña que dio paso a las dictaduras militares que entre los 70 y los 90 asolaron el Sur con guerras sucias, hiperinflación y violaciones gigantescas de los derechos humanos.
Y muy acusadamente en Argentina, Uruguay y Brasil, zonas de desastres en las cuales, después de décadas de fracasos, se aspiró lideraran un cambio hacia gobiernos menos autoritarios, más democráticos, con tendencia a la preservación cuidadosa del estado de derecho y economías menos estatizadas, más abiertas, competitivas y decididas a insertarse en el mercado global.
Alternativa en la que confiaron por unos pocos años, menos de una década, pero corrieron a desechar en cuanto percibieron algunos desajustes, ciertos retrasos, como si se tratara de un mecanismo de reloj, de profecías que de no cumplirse debían renegarse, optando, no por la búsqueda de propuestas que corrigieran las imperfecciones, sino por la vuelta al pasado puro y simple.
En circunstancias de que en el mundo la ola democrática y aperturista se imponía de manera tumultuosa e incontenible, que en Europa y América partidos de izquierda como los partidos socialistas francés, español y chileno habían experimentado y reajustado la llamada modernidad para hacerla abierta, competitiva y social y se habían colocado a la cabeza de los países que habían renunciado a dos pasados, tanto el del socialismo, como el del capitalismo reacios a pensar y sentir en términos humanos.
Que es la lección que tiende a aprenderse en el nuevo despertar de Asia, donde China e India abren sus economías y sus sociedades, se ponen a la cabeza del crecimiento económico mundial y se dirigen a reducir la pobreza, democratizarse, modernizarse y globalizarse.
Es una apuesta del individuo contra el estado, del sector privado contra la economía estatal, de la economía abierta contra la cerrada, de la globalidad contra el parroquialismo, de la interdependencia contra la autarquía.
No son por cierto los valores que han prevalecido en Cuba durante los últimos 47 años, ni los que campearon en América del Sur en las décadas finales del siglo 20, ni los que navegan a toda vela en la Venezuela chavista, ni los que calienta los motores en Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay y Brasil y pronto veremos naufragar a mar abierto, encallar y sumergirse en las profundidades como ya sucedió una vez.
Y que tal como sucede en la actualidad con los restos del “Titanic”, deben ser analizados, estudiados y evaluados, pero no para concluir en las causas del desastre que ya son conocidas y sufridas hasta la saciedad, sino para explicarse las razones de por qué el populismo puede emerger del fondo de los sufrimientos de millones de personas, reconstruirse, recomponerse y seguir su viaje como si nada.
Y con el aplauso de políticos, intelectuales, expertos, líderes obreros y empresariales, religiosos y comunicadores que es como si actuaran con un bisturí para extirpar, como en el caso de los enfermos de Alzheimer, sus recuerdos más recientes.
Y el apoyo de millones de electores que corren a votar por los populistas, constituidos en más de 60 por ciento por los más pobres, los que le deben su pobreza y exclusión al populismo, pero salen a respaldarlo y a renovar un pacto cuya trayectoria y resultados se conocen sin apelaciones.
¿Cómo puede explicarse tamaño fenómeno, tan insólita paradoja, tan irrefrenable deseo de reincidir en errores fatales, frescos, dolorosos y que deberían estar tatuados en el ánimo de quienes claman por sed de bienestar, igualdad y justicia? ¿Cómo convenir que en el orden de los asuntos humanos también se puede optar por perder, hundirse en el “Titanic” y repetir a escala real el mito de Sísifo que los griegos redujeron a las irracionalidades e improbabilidades humanas?
No hay respuestas fáciles a estas interrogantes, a enigmas cuyas respuestas no están por cierto en las academias y universidades, en los foros y simposios, en las conferencias y seminarios, sino en esas calles polvorientas latinoamericanas, ciudades, plazas y campos donde el mestizaje no termina de resolverse a favor del futuro, la interdependencia y la modernidad.
Parte de una dimensión vieja, caduca, antigua, vetusta, cuya permanencia es siempre preferible a la irrupción de lo nuevo, de los riesgos, a la juventud que es siempre ingreso al misterio de la vida, del parto, del amanecer y del nacimiento.
Creo, sin embargo, que el 2005 conoció una primera y refrescante aproximación al tema con la publicación de 4 textos fundamentales, “Rumbo a la Libertad” de Álvaro Vargas Llosa ( Grupo Editorial Planeta), “La democracia defraudada” de Andrés Benavente Urbina y Julio Alberto Cirino (Grito Sagrado. Buenos Aires) “La democracia traicionada” de Carlos Raúl Hernández y Luís Emilio Rondón (Rayuela. Caracas) y “Dos Izquierdas” de Teodoro Petkoff. (Alfadil. Caracas)
Antes en el 2001, Carlos Alberto Montaner había publicado “Las raíces torcidas de América Latina (Plaza y Janes. Barcelona).
Páginas de angustia, de asombro, de estupefacción de hombres de letras y de acción que intentan avanzar en la salida de un laberinto donde se juega el futuro de un continente cuya naturaleza pareció destinada en otro momento a transitar por otro itinerario.
Creo también que en los medios de Venezuela se libra la misma lucha y que en la construcción de las respuestas son inexcusables las consultas a politólogos, sociólogos, historiadores y comunicadores, como Aníbal Romero, Trino Márquez, Manuel Caballero, Ibsen Martínez, Rafael Poleo, Elías Pino Iturrieta, Manuel Felipe Sierra, Oswaldo Barreto, Antonio Sánchez García, Agustín Blanco Muñoz, Alberto Barrera, Milagros Socorro, Antonio Cova, Argelia Ríos y tantos que no nombro por razones de espacio y tiempo.
A todos ellos, y a mis colegas periodistas, en el comienzo de un nuevo año, como en el poema de T.S. Elliot, un “Adelante Viajeros”.
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