La guerra contra Hollywood
Nota: Sobre este mismo tema se recomiendan los artículos ¿Preservación de la Cultura o Cercenamiento de la Libertad? de Wendy McElroy y Racismo y Nación: las culturas alambradas de Alberto Benegas Lynch (h.).
MIAMI.- ¿Liderarán Brasil y Canadá una revuelta continental contra las películas de Hollywood, la música norteamericana y otras formas de influencia cultural de Estados Unidos? ¿Se viene una ola de proteccionismo cultural en América latina?
A juzgar por lo que me dijo en una entrevista el ministro de Cultura de Brasil, el cantante Gilberto Gil, toda la región parece estar moviéndose en ese sentido. Brasil está promoviendo activamente la Convención de las Naciones Unidas para la Protección y la Promoción de la Diversidad Cultural, según la cual los países miembros tienen derecho a «tomar las medidas adecuadas para proteger sus expresiones culturales
La convención fue aprobada en octubre por 148 votos a 2 -EE.UU. e Israel se opusieron- en la conferencia general de la Unesco. Se convertirá en un tratado obligatorio una vez que la ratifiquen 30 países, algo que probablemente suceda pronto.
«Nosotros apoyamos esto muy fuertemente», me dijo Gil durante una visita a Estados Unidos. «No hay que dejarse sofocar por la presencia demasiado inescrupulosa de los productos [culturales] extranjeros.» Cuando le pregunté si Brasil estaba proponiendo que los países latinoamericanos hicieran algo como Francia, que exige que el 40% de todas las películas exhibidas en el país sean producciones nacionales, Gil respondió con un sí condicionado.
«Los países deben buscar la forma de sostener sus industrias», dijo. «Si las cuotas, o sea, la discriminación positiva, pueden servir como un mecanismo de ayuda de defensa del producto nacional, deben ser utilizadas con moderación, con criterio, pero con certeza.»
Varios países de la región ya tienen leyes de contenido nacional, según las cuales cierto porcentaje de sus programas de televisión deben ser producidos localmente. Pero mientras que la televisión está fuertemente regulada por el Estado en casi todos los países, la convención de la Unesco permitiría que estas prácticas se extendieran a otros productos menos regulados, como las películas, la música y los libros.
El gobierno de Bush teme que la convención sea usada para adoptar medidas proteccionistas que vayan mucho más allá de los productos culturales, y que algunos gobiernos la utilicen para restringir lo que sus ciudadanos pueden ver, leer o escuchar.
En un diálogo desde París, la embajadora de los Estados Unidos ante la Unesco, Louise Oliver, me dijo que la convención «podría ser malinterpretada muy fácilmente o usada incorrectamente, dada la vaguedad de su lenguaje». Por ejemplo, el texto de la convención deja a juicio de los países definir qué es una «expresión cultural», señaló.
«En el caso de Francia, ellos han dicho que el vino es la esencia de su cultura. ¿Eso significa que la producción de vino está incluida en esta convención en una forma que les permitiría proteger esa industria?´´, preguntó Oliver. «Brasil puede decir que el café es un tesoro cultural. ¿Cómo saber cuándo un producto es un objeto cultural, y cuándo es un objeto de comercio?´´
Los funcionarios de la Unesco dicen que los temores de Estados Unidos son infundados. «Cuando preparamos esta convención nos aseguramos de que estuviera realmente relacionada con los temas que trata la Unesco: la educación y la cultura, y no el comercio», me dijo Mounir Bouchenaki, un alto funcionario de la Unesco.
Cualquiera que sea el caso, y aun cuando se aplique a productos culturales, la convención podría tener un gran impacto en el comercio mundial. Según la ONU, el comercio cultural a nivel mundial se ha duplicado en la década pasada, y llega actualmente a los US$ 60.000 millones por año. Los Estados Unidos, Gran Bretaña y China representan el 40% de todas las exportaciones culturales del mundo, mientras que América latina y el Caribe, sólo el 3 por ciento.
Mi conclusión: no hay duda de que América latina debe hacer algo para aumentar ese vergonzoso 3% de las exportaciones mundiales de productos culturales. Sin embargo, poner cuotas de contenido nacional podría ser contraproducente. Además de cercenar el derecho de la gente a elegir, y crear un terreno fértil para la corrupción y la censura política, el proteccionismo cultural sólo serviría para crear industrias culturales mediocres y parroquianas, que serían aún menos competitivas.
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