La fiesta inolvidable del “Líder Querido” de Corea del Norte
El Jefe de Estado de Estado norcoreano festejó su cumpleaños con una celebración monumental a la que asistieron representantes de varios países, muchos de ellos emparentados con el nepotismo.
Como sucede regularmente -todos los años- en el país que hoy es realmente el paraíso del “culto a la personalidad”, o sea en la extraña Corea del Norte, se acaba de celebrar el día del cumpleaños del “Líder Querido”.
Me refiero a Kim Jong-il, el actual Jefe de Estado de ese país, e hijo del “Gran Líder”, Kim Il-sung, de quien en su momento heredó el cargo.
El “Gran Líder”, pese a haber fallecido hace rato ya, sigue no obstante ostentando pomposamente un “cargo político” que presuntamente lo hace institucionalmente “inmortal”, el de “Presidente Eterno” de Corea del Norte.
Su hijo, Kim Jong-il, pese a su rara apariencia, ha cumplido ya 64 años. No obstante suele circular con un proverbial atuendo que pareciera pertenecer a un estilo espartano, o, más bien, al del Chavo mexicano.
Como era de esperar, ya se habla de su sucesor: Kim Jong-nam, de 34 años, que puede bien ser pronto su heredero. A este personaje ya se lo llama “el pequeño general”. Es el mismo individuo que -fascinado por lo norteamericanos y hace ya algunos años- trató -sin éxito- de ingresar al parque de diversiones Disneylandia, de Tokio, con un pasaporte falso. Sus dos hermanos menores, Kim Jong-chol, de 25 años, y Kim Jong-woong, de 23, al parecer intrigan activamente para poder reemplazarlo en el orden sucesorio.
Y a este sistema de gobierno le llaman, curiosamente, democrático.
Nosotros, que alguna vez (no hace mucho) tuviéramos un político que amaba (como muchos) poder ser llamado el gran “líder de los argentinos” y que también viviera en medio de un lamentable culto a su personalidad, desde que casi no había rincón del país que no llevara su nombre o el de su esposa, y todo era un verdadero mar de retratos y bustos de sus respectivas personas, no llegamos, sin embargo, al exceso de pretender inmortalizarlo. Pero faltó poco.
Regresemos a Corea del Norte.
La enorme fiesta, como lo hacemos también nosotros, tuvo lugar en la plaza central de la ciudad de Pyongyang, la capital. ¿Dónde, si no? Con alegres desfiles civiles complementados con amenazadoras y masivas presencias militares, y mil otras celebraciones, todo transcurrió en un ambiente de colorida, aunque no necesariamente divertida, “kermesse”. El onomástico oficial fue televisado por la red oficial (la única) en una transmisión que duró 24 horas seguidas, lo que configura el sueño de muchos políticos hecho realidad. Hasta Fidel Castro, con sus aburridas charlas de muchas horas, quedó comparativamente hecho un auténtico pigmeo.
Tres niños, de asombrosas voces angelicales, recordaron cantando paranoicamente a la multitud reunida que cuando el “General” Kim Jong-il nació, bajó triunfalmente del cielo a través de nubes que se abrían a su paso.
Increíble, porque la historia sugiere que, en rigor, nació en Siberia, durante el exilio forzado de su padre.
Como cabía esperar, el discurso del “líder” incluyó una serie de amenazas incendiarias a los Estados Unidos, según él empeñados hostilmente en tratar (sin éxito) de paralizar el “legítimo” programa nuclear de los norcoreanos.
Durante el transcurso del larguísimo acto, se leyeron reiteradamente mensajes de felicitación de los jefes de Estado de Rusia, Laos, China y Benin. Como para sugerir que el país no es efectivamente un paria Nosotros no figuramos, porque tenemos las relaciones interrumpidas desde aquel episodio en el que aparentemente los norcoreanos pusieron fuego al edificio de su embajada para tratar de cobrar el respectivo seguro. Porque de lo contrario, en una de esas…
Entre los invitados hubo todo un cambalache compuesto por personajes muy diversos, que incluyeron al gobernador del Estado de la Florida, Jeb Bush, hermano de don George W.; a Raúl Castro, el hermano de Fidel, hoy el hombre fuerte de Cuba; a Gamal Mubarak, al hijo del presidente de Egipto, cuyo padre acaba de dilatar la democratización de su país; y al joven Seif Kadaffi, el hijo del “líder” máximo de Libia, el ahora arrepentido colaborador de Occidente. Un feo denominador común, no sorpresivo: el del nepotismo, fenómeno antipático en el que nosotros tenemos, sin demasiado margen para la duda, el campeonato latinoamericano.
Una fiesta “inolvidable”. O, más bien, patológica.
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