Ningún demonio
A 30 años del último golpe militar en Argentina
Pasado mañana se cumple otro aniversario del golpe militar de 1976, ocasión que debería ser aprovechada para algo más que el oportunismo político; tendría que servir para la autocrítica y la desmitificación de un pasado que nadie quiere todavía mirar a la cara. Y en ese plano resulta útil para medir responsabilidades recordar un episodio algo anterior, una reflexión de Hanna Arendt de principios de los 60, cuando concurrió a Jerusalén a cubrir para el New Yorker el juicio contra el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann.
Arendt acuñó entonces un concepto que la hizo blanco de numerosas críticas: el de la banalidad del mal. Vio a Eichmann no como una encarnación de Lucifer, sino como un burócrata carente por completo de imaginación que negaba su culpa y que había oficiado de organizador eficiente del exterminio de millones de personas. No había nada demoníaco en él, porque el mal absoluto no existe. El mal forma parte de los seres humanos -opinaba Arendt- y sólo si se admite ese hecho se puede entender el horror del genocidio judío, que dicho sea de paso, no es comparable ni lejanamente con lo ocurrido en la Argentina en los 70, aunque quienes explotan políticamente la cuestión pretendan asimilarlos.
Plantear el asunto en esos términos no significa indulgencia con los que ordenaron o ejecutaron crímenes aberrantes, ni igualar a las bandas guerrilleras -formaciones especiales las llamaba uno de sus famosos mentores, Juan Perón- con las Fuerzas Armadas que actuaron en forma ilegal. Simplemente señala que no hubo ni uno ni dos demonios. Un sector diezmó ferozmente al otro ante la indiferencia del grueso de la sociedad. O dicho de otra manera: el mal no es demoníaco, lo ejercen personas comunes y corrientes. Lo que sucede es que presentar al mal como algo ajeno a los hombres sirve para demonizar a los victimarios y convertir a las víctimas en mártires inocentes.
Aclarado ese punto y en honor a la verdad histórica, convendría puntualizar cuáles fueron las condiciones que permitieron la enorme matanza, más allá de la sociedad que se hizo la desentendida. Esto es, qué actitud asumieron las clases o sectores dirigentes. En primer lugar, el que insensibilizó a la población fue el régimen peronista restablecido en 1973. La guerra a tiros y bombas con centenares de muertos entre la izquierda y la derecha fueron la puerta de ingreso al desastre. Por su parte los políticos de aquellos años tanto de derecha como de izquierda despreciaban la democracia, las libertades individuales y el pluralismo. Muchos dirigentes de izquierda colaboraron con los militares y hubo jueces y fiscales -hoy encumbrados defensores de los derechos humanos- que juraron por los estatutos del Proceso de Reorganización Nacional.
Los intelectuales y los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, no hicieron un papel mucho más lucido. Uno de los escritores más famosos de la Argentina fue a los almuerzos de Videla para salir encantado y elogiando la sensibilidad del militar. Es el mismo que después de que las Fuerzas Armadas se tuvieron que ir encabezó el «Nunca más» con gesto doliente y actitud trágica.
Sería importante recordar además que los militares no se derrumbaron por sus crímenes, sino por el desastre económico que produjeron y por la derrota de Malvinas. No se tuvieron que ir por la resistencia heroica de un pueblo ávido de democracia y libertad, sino por su propia e incurable torpeza.
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