El cuento del gallo pelado
Cuenta Paul Johnson que le informaron a Jorge IV que su peor enemigo había muerto. "¿No me diga que finalmente ha muerto Carolina?", interrogó sorprendido el rey (aludiendo a su mujer, por lo menos oficialmente) a lo que el informante respondió: "No su majestad, ha muerto Napoleón".
He aquí un malentendido. En América latina, salvo contadas excepciones, parecería que estamos metidos hasta el tuétano en un tejido espeso de malentendidos y conversaciones entre sordos. El segundero pasa rápido y no tenemos siete vidas como los gatos. ¿Estaremos destinados a repetir lo mismo ad náuseam una y otra vez? Si fueran errores, pero por lo menos nuevos, tendrían la ventaja de generar debates que estimulan la imaginación. Pero repetir y repetir produce bostezos que entumecen al más despabilado e inquieto de los mortales.
Tomemos por caso lo que ha ocurrido con la carne vacuna en la Argentina. Las autoridades del momento -seguramente con la mejor de las intenciones- decretaron la suspensión de las exportaciones "para que bajen los precios internos". Esto ha sido probado en reiteradas oportunidades a lo largo de la historia local y siempre con el mismo resultado nefasto. En primer lugar, una de las razones centrales del aumento de precios es la emisión monetaria para adquirir dólares, lo cual se pretende neutralizar parcialmente con un crecimiento adicional de la deuda estatal. A pesar de esto, la suspensión de marras en definitiva elimina clientes con lo que es fácil prever próximos faltantes que harán subir los precios aun más.
Pero lo curioso del asunto es que seriamente se hace referencia a las reces "para exportación" sin advertir que esto sólo es posible si hay manipulaciones gubernamentales de diversa índole en el sector externo. De lo contrario, el precio interno sería igual al externo. No hay forma de que el mercado discrimine entre clientes extranjeros y nativos, del mismo modo que no diferencia entre Pedro y Juan. Si el precio es distinto en Mendoza que en Salta el arbitraje elimina las diferencias comprando donde es más barato y vendiendo donde es más caro. Si no se puede operar de esa manera es porque hay aduanas interiores o porque en algún punto aparecen vallas infranqueables interpuestas por el aparato estatal, sea por subsidios directos o indirectos, tipos de cambio preferenciales o lo que fuere.
Tal vez algunos ganaderos puedan eventualmente objetar estas conclusiones porque pretenden un dólar "alto" a pesar de las retenciones, pero de lo que se trata es que puedan asignarse los siempre escasos factores productivos del modo más eficiente, con independencia de los favores que circunstancialmente reclame uno u otro sector.
En todo caso, éste es sólo un ejemplo de la tozuda y machacona reiteración en el error que, a veces, exaspera hasta al más pacífico de los ciudadanos. Es que no hay magias en economía. Seguramente sería atractivo que los problemas se pudieran arreglar con la mera expresión de deseos y con el decreto o decretazo. Pero, lamentablemente, las cosas no son así. Existen nexos causales que no pueden ignorarse sin pagar un precio muy alto. Las noticias pasan rápido y cambian de cariz, mi idea aquí es a simple título de ilustración y no es para detenerme en este ejemplo.
En última instancia, tal vez se persista en el error -que siempre paga de modo especial la gente más necesitada- porque los liberales no hemos sido lo suficientemente claros en la transmisión del mensaje. Tal vez tengamos que hacer mejor los deberes y revisar y pulir nuestros discursos. En realidad, el problema no son los gobernantes -aunque sea muy higiénica la crítica para mantenerlos en brete- aparentemente el problema es más bien de formación y escaso trabajo de las estructuras neuronales, de lo contrario la gente no se impresionaría favorablemente cuando un gobernante pretende bajar precios con alaridos más o menos histéricos. Esto es lo mismo que pretender la eliminación de la temperatura rompiendo el termómetro. Hay que tomarse el asunto con calma y analizar las causas de los males con un poco más de enjundia.
Hay una explicación de este cuadro latinoamericano que hoy va de la tiranía de la isla-cárcel cubana hasta el militar truculento que las juega de candidato peruano, pasando por todo tipo de gestos y piruetas folklóricas incluyendo peligrosas verborragias e incontinencias verbales que soplan con fuerza desde el Orinoco. La explicación es lo que se ha hecho -o más bien deshecho- en la década de los noventa en nombre de los mercados abiertos, la competencia y las privatizaciones. Conviene ponerse en los zapatos de los izquierdistas de buena fe que vivieron y constataron tanto desquicio. Subas incesantes en el gasto público, astronómicos incrementos en la deuda gubernamental y déficit fiscal incontenible, en el contexto de la liquidación de todo signo de división de poderes y organismos de control, justicia en gran medida regida por las órdenes del ejecutivo, "robos para la corona", corrupciones de toda índole y una agraviante farandulización del poder. Esto y no un movimiento mecánico explica la vuelta del péndulo.
Muchos dirán sin duda que en distintos lares empeoraron algunas cosas desde entonces. Es cierto, lo cual no justifica que se corra una carrera suicida a ver quién incurre en más desatinos. Agárrense fuerte porque no es de extrañar que en ciertos países de la región los gobiernos futuros próximamente hablarán de "la herencia recibida" por lo que hoy se está gestando. En esto consiste la decadencia. Con estos espejos, siempre lo que ocurría antes nos parecerá mejor.
Tengamos en cuenta que estos sucesos tienen lugar en un mundo bastante convulsionado, lo cual constituye una razón adicional para no consumir tiempo en acrobacias demagógicas que ponen en jaque a tantas vidas que merecen respeto y un destino acorde con sus legítimas aspiraciones. Tal vez los peligros más graves que hoy acechan al mundo son, en primer término, la absurda manera de enfrentar al terrorismo, en verdad otorgándole una victoria anticipada por medio de las detenciones sin juicio previo, las escuchas telefónicas, la intromisión en el secreto bancario y demás violaciones de las libertades individuales, además del inadmisible asalto "preventivo".
En segundo lugar, la contraproducente prohibición de las drogas que no sólo agravan el drama de la drogadicción sino que la convierten en una tragedia para los que deciden no intoxicarse, en este caso con consecuencias más funestas aun que las organizaciones criminales que creó la llamada ley seca. En tercer lugar, la preocupante tensión en China continental entre islotes de inversiones privadas y la garra burocrática del ex aparato comunista, de la que da cuenta Guy Sorman en su libro sobre China, de próxima aparición. Por último, el ambientalismo fundamentalista que, vía la "subjetividad plural" y los "derechos difusos", apunta a la eliminación del derecho de propiedad, con lo que se agravan notablemente los problemas de polución.
Sin embargo, a pesar de lo apuntado, en América latina y en el mundo hay motivos para ser moderadamente optimistas debido a la cantidad de entidades y personas que, en distintos puntos, se ocupan de investigar, estudiar y difundir los principios y las ideas sobre las que se funda una sociedad abierta. No hay más que leer algunas tesis universitarias para constatar el aserto en cuanto a cambios de rumbo que se gestan en el microcosmos de la cultura, un desafío que apunta a un parto que puede repetir con más vigor algunas de las experiencias felices de antaño.
Si no somos deterministas, no tenemos por qué resignarnos a la regresión. El rumbo depende de nuestros esfuerzos cotidianos. En este sentido, considero pertinente destacar muy especialmente los fértiles esfuerzos realizados por Alvaro Vargas Llosa, quien ha establecido una potente institución en Washington que contribuye al debate abierto de ideas y propuestas para abrir avenidas conducentes a la prosperidad de nuestra región latinoamericana.
Cuando éramos niños, nos preguntaron muchas veces: "¿Quiere que le cuente el cuento del gallo pelado?". Si uno respondía "bueno" nos decían: "No le digo que diga bueno, le pregunto si quiere que le cuente el cuento del gallo pelado". Cuando uno replicaba "sí" para introducir una variante, el interlocutor insistía: "No le digo que diga sí, pregunto si quiere que le cuente el cuento del gallo pelado" y así sucesivamente, no había forma de entrarle al asunto. No había diálogo posible. Esto está pasando hoy. Al repetir recetas anacrónicas y perimidas estamos contándonos el cuento del gallo pelado. Hay que salir de la trampa y retomar sendas que han dado resultado y que nos sacarán de encima el pesado lastre que llevamos. No está a nuestro alcance corregir los acontecimientos mundiales, pero por lo menos pongamos un poco de entusiasmo para enmendar lo que tenemos a mano. Como escribió Einstein: "Los problemas no pueden resolverse con quienes los han creado".
El autor es presidente de la sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias.
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