La India, nueva aliada de EE.UU.
Con motivo de la reciente visita del presidente Bush, la India y Estados Unidos suscribieron un acuerdo histórico sobre cooperación nuclear. Si el Congreso norteamericano lo ratificara, la India dejaría de sufrir el aislamiento, a pesar de ser una potencia atómica de facto que no ha suscripto el Tratado de No Proliferación (TNP). Así, Washington consagraría una doble política: un país amigo es perdonado mientras que otros, como Irán, son condenados.
Este acuerdo constituye un cambio total en la política norteamericana sobre no proliferación, ya que por ley sancionada en 1998, cuando la India realizó sus explosiones, está prohibida toda exportación que facilite la vía nuclear a los países que no se adhieren al TNP.
La convergencia actual se plasma en una agenda que nació con el fin de la Guerra Fría y se consolidó el 11 de septiembre de 2001. Según la lógica Este-Oeste, la India se definió como Estado no alineado fuertemente ligado a la URSS. Un país geopolíticamente cercado por China y Pakistán, vecinos con los que guerreó, buscó en Moscú protección militar y ayuda económica. Cuando la URSS desapareció, la India quedó aislada y huérfana. Tuvo que revisar sus políticas exterior y económica.
La apertura al mundo, la reforma de la economía y el repliegue del Estado fueron ideas asumidas por los principales partidos políticos. La India como potencia emergente quedó consagrada. En este contexto se apoyan los nuevos ejes diplomáticos: estrechar vínculos con Europa, integrarse a los mecanismos asiáticos de cooperación, buscar la distensión con China e ingresar en la OMC son los ejemplos más citados de este nuevo patrón de inserción. Simultáneamente, la dimensión de la seguridad, vital para un país que conoce la guerra y mantiene con Pakistán un litigio en torno de Cachemira, llevó a los sucesivos gobiernos indios a convertir al país en potencia atómica. Esta opción incluye una fuerte dimensión energética, ya que para mantener su elevada tasa de crecimiento no puede depender exclusivamente del petróleo. Esta nueva India supo suscitar atención como socio económico e interés estratégico como garante del equilibrio regional ante Pekín. Por eso, ya en los años 90, Washington inició una nueva relación, básicamente comercial, consagrada con la visita del presidente Clinton.
A partir de los atentados terroristas, la India y los EE.UU. han articulado una compleja agenda. Para ambos países, el terrorismo es una prioridad. El ataque a las torres de Nueva York, los atentados recurrentes en la India a cargo de grupos islámicos y el creciente nacionalismo paquistaní son los vectores de una alianza centrada en la seguridad. La India advirtió que era posible lograr el apoyo norteamericano. Paralelamente, la diplomacia india puso en evidencia los vínculos de su enemigo, Paquistán, con los grupos cercanos a Ben Laden. En otras palabras: el terrorismo islámico fue el desencadenante de una reversión de las alianzas en el sur de Asia que, en verdad, había comenzado en 1999, cuando Israel suministró a la India armas para defenderse de los ataques paquistaníes en la miniguerra de Kargil. Esa relación se mantiene hasta hoy, ya que Israel se ha convertido en un gran proveedor militar, con el apoyo norteamericano.
Los EE.UU. y la India comparten una preocupación: ¿ cómo administrar el creciente ascenso de China como potencia? Si bien es cierto que el litigio limítrofe entre China y la India está controlado, ésta mira con recelo el prodigioso crecimiento del presupuesto militar chino, la construcción de aeropuertos en el Tíbet, la ayuda a Paquistán para la construcción de puertos y la virtual tutela que ejerce China sobre Myanmar (ex Birmania). Esto, sin incluir las fundadas sospechas de una red nuclear que incluye a China, Corea del Norte y Paquistán.
En el mundo islámico, los intereses están próximos. Para Washington, allí está el “arco de crisis” y para la India no deja de resultar problemática la presencia demográfica del islamismo en su territorio. Es segunda en población islámica, después de Indonesia, y la segunda comunidad chiita, detrás de Irán. Esta conexión islámica remite a la división de la India, cuando la mayoría musulmana abandonó el territorio indio para fundar Paquistán. El “choque de civilizaciones” en la India es algo más que una hipótesis y ambas religiones, hinduismo e islamismo, han visto surgir en su seno corrientes fundamentalistas.
Además, en ese “arco”, la India se abastece de petróleo, tema no menor, que explica la prudencia asumida en el caso Irán. También la India y los EE.UU. comparten la preocupación por la eventual desestabilización de dos regímenes: los de Paquistán y Arabia Saudita. En ambos casos, ese escenario pondría bajo otras manos, seguramente cercanas a Al-Qaeda, los secretos nucleares y misilísticos de Paquistán y la renta petrolera saudita.
Esta compleja red de intereses explica el sentido y la naturaleza del acuerdo de cooperación nuclear indoamericano. Se trata de una fuerte apuesta entre la hiperpotencia y una potencia emergente, de naturaleza democrática, capaz de garantizar la estabilidad en Asia y los equilibrios internacionales posteriores a la Guerra Fría. © La Nacion
El autor es vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad Siglo XXI.
- 23 de enero, 2009
- 23 de diciembre, 2024
- 24 de diciembre, 2024
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