50 años de una revolución
Recién nombrado el gabinete de la Presidenta Michelle Bachelet, lo que más llamó la atención en los analistas internacionales fue la globalización de sus ministros por sus posgrados en las más famosas universidades de Estados Unidos y Europa.
El destacado columnista y ganador del Premio Pulitzer, Andrés Oppenheimer, decía desde Miami que «un 70% de los nuevos ministros habla inglés»… mientras «en la mayoría de los demás países sudamericanos menos del 10 por ciento habla alguna lengua extranjera». Estos comentarios, que pudieran parecer anecdóticos, reflejan una de las innovaciones más revolucionarias que explican en parte el desarrollo de Chile durante los últimos 30 años.
¿A qué innovación me refiero? Esta semana se celebran 50 años desde que la Universidad de Chicago y la Pontificia Universidad Católica firmaran el convenio que permitió que muchos economistas chilenos estudiaran en esa prestigiosa universidad norteamericana, la mayor productora de Premios Nóbeles en Economía del mundo.
Esta misma semana participé en un panel con quien ha sido uno de los mayores impulsores de la formación moderna de los economistas chilenos, me refiero a Arnold Harberger el denominado «padre de los Chicago Boys». Así, desde fines de la década del 50 impulsado por el referido convenio, que posteriormente se extendió a la Universidad de Chile y que a partir del gobierno militar, gracias a un sistema de becas que continúa hasta hoy y que fuera promovido por el joven ministro Miguel Kast, cientos de profesionales se han preparado en las universidades más calificadas del mundo desarrollado. Si hay algo que diferencia a Chile del resto de América Latina es precisamente esta inversión de elite en capital humano y la posibilidad de que esa elite asumiera responsabilidades públicas y privadas en un ambiente libre y abierto.
Su impacto ha sido múltiple. Uno de los más significativos es su efecto en la calidad de nuestras políticas públicas. Estas han tenido que pasar por una evaluación técnica sofisticada y exigente. Gracias a estas políticas el país ha aprendido que la inflación es mala y ha sabido construir instituciones para controlarla.
Se ha creado un mercado de capitales profundo y de largo plazo que financia supercarreteras a 20 años plazo. Se ha sido líder mundial en idear fórmulas para resolver el problema previsional en sociedades cada vez más longevas. Se ha mostrado al mundo que naciones con cultura católica también pueden desarrollarse gracias a la economía de mercado.
La otra consecuencia de esta inversión en capital humano se ha producido en las empresas. Gracias al efecto directo e indirecto que el acuerdo de Chicago tuvo en la enseñanza de negocios en el país (junto a otras reformas que han permitido un sistema universitario competitivo e integrado al mundo) miles de profesionales han sido formados con las más modernas técnicas y han contribuido a preparar a nuestras empresas para competir en el exigente mundo global. Pero eso no es todo, también esta revolución ha impactado en el mercado de las ideas. Ha demandado mayor calificación en sus intelectuales y responsabilidad en las propuestas de los expertos.
Siempre que un extranjero me pregunta dónde está la diferencia que ha permitido a Chile dar el salto que lo distingue de América Latina en materia de desarrollo económico y social, menciono como elemento clave esta revolución del capital humano que se inicia con los denominados Chicago Boys.
Sin embargo, como todavía queda mucho por avanzar en materia de desarrollo, cabe preguntarse si estamos haciendo otras innovaciones para mejorar el capital humano nacional. Recordemos que los resultados del Simce y otras pruebas muestran que nuestra realidad de capital humano en educación básica y media es mala.
Hay ejemplos notables de innovación exitosa en gestión y aprendizaje en diversos establecimientos escolares del país. Sin embargo, eso no basta. Se requiere que esas experiencias se extiendan y masifiquen. Para ello la regla de oro es siempre la misma: promover la competencia, la información, la libertad de elección y la libre iniciativa de las personas.
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