Argentina: El problema económico no es solamente económico
La Argentina no podría haberse mantenido en la decadencia sin una población que, mayoritariamente, convalidara la violación de los derechos de propiedad y la destrucción del orden jurídico. Es por eso que los problemas económicos argentinos no se resuelven sin un cambio profundo en las pautas de convivencia.
En 1945, teníamos un ingreso per cápita de 4.356 dólares por año. Hoy, tenemos un ingreso per cápita de 4.300 dólares por año, igual que 60 años atrás a valores constantes. Los últimos 60 años de la Argentina estuvieron influenciados por gobiernos populistas imbuidos de un falso nacionalismo. El intervencionismo estatal, las empresas públicas, la redistribución compulsiva del ingreso, la corrupción, las políticas monetarias expansivas y el endeudamiento para financiar niveles de gasto público crecientes fueron las medidas económicas que predominaron en los últimos 60 años.
Estas medidas generaron una baja tasa de inversión –que, cuando la hubo, fue inversión ineficiente porque no estaba sometida a la competencia internacional–; una fenomenal especulación financiera surgida del endeudamiento estatal como, por ejemplo, ocurrió en el gobierno de Alfonsín y va en camino de reeditarse actualmente; un estímulo por hacer lobby para tener rentas sin competir; una actitud de vivir de la dádiva del Estado desestimulando el trabajo productivo; reiteradas confiscaciones de ahorros; estallidos hiperinflacionarios y demás pestes económicas.
Mientras la Argentina muestra una fuerte vocación por la decadencia, otros países han logrado mejorar notablemente la calidad de vida de sus habitantes, lo cual desmiente que nuestra nación haya sido sometida una conspiración internacional. Cuando uno observa el desempeño de países como España, Irlanda, Chile, Nueva Zelanda y varios de Europa central, puede advertir fácilmente que el problema es enteramente nuestro. No supimos aprovechar las oportunidades que otros sí aprovecharon.
Ahora bien, explicar la decadencia económica argentina desde el campo estrictamente económico es bastante sencillo. Hicimos lo imposible por espantar las inversiones y el ahorro y creamos un sistema en el cual es mejor ganarse el favor del burócrata de turno para generar ingresos que invertir para ganarse el favor del mercado. Pero un sistema económico nefasto como el que venimos padeciendo no se produce por arte de magia. Por ejemplo, quedarse en la falta de inversiones para explicar nuestra decadencia es insuficiente. Un paso más allá nos lleva a explicar que esa falta de inversión también tiene que ver con la inseguridad jurídica. No sólo no hay estímulos para invertir, sino que, además, el que invierte corre riesgos de confiscación como actualmente podemos ver en el caso de los productores ganaderos.
Pero la inseguridad jurídica proviene de un sistema político por el cual los gobernantes, civiles o militares, han considerado que ellos eran la ley y que el orden jurídico tenía que subordinarse a sus caprichos. La crisis económica es, en una primera aproximación, consecuencia de la inseguridad jurídica y ésta, a su vez, de un sistema político por el cual el que gana las elecciones cree que en vez de ser elegido presidente fue nombrado monarca con poderes absolutos.
Mucho se ha hablado de los aparatos políticos y las cajas para ganar elecciones. Sin duda que tanto los aparatos políticos como el manejo arbitrario de los fondos de los contribuyentes pueden tener influencia al momento de ganar una elección. Pese a ello, a mí no me queda tan claro que sean tan decisivos. ¿Por qué? Porque Duhalde, siendo gobernador de la provincia de Buenos Aires, manejaba un infernal aparato político y fondos en abundancia y, sin embargo, su esposa no pudo ganarle a Graciela Fernández Meijide en su distrito. El mismo Duhalde perdió contra De la Rúa en su propia provincia. Sin ir más lejos, Kirchner, con el sello Frente para la Victoria, no logró más del 30% de los votos en la última elección. Y, por favor, que no me digan que hay que sumarle los votos de sus aliados políticos como De la Sota, porque todos sabemos que en política no hay aliados ni lealtades, particularmente en el peronismo.
De manera que los aparatos y cajas tienen algún grado de influencia a la hora de votar, pero no lucen como decisivos a la hora de explicar nuestro fracaso como país.
Sabemos hasta ahora que las malas políticas económicas tienen su origen en la inseguridad jurídica, que esta inseguridad jurídica es fruto de la ausencia de un gobierno limitado o, si se prefiere, de la elección de personas que no respetan el sistema republicano. Pero esas personas o dirigentes no llegan al poder por arte de magia. Son votadas. Es más, los gobiernos militares que tuvimos durante el siglo XX siempre tuvieron el consenso de la población, de los partidos políticos y de los medios de comunicación. Y cuando digo que los gobiernos militares tuvieron el apoyo de la población, políticos y medios, incluyo al del 24 de marzo de 1976.
Si uno sigue agregando eslabones a este razonamiento, llega a un punto en el cual, inevitablemente, tiene que concluir que nuestra larga decadencia se debe a que la mayor parte la población prefiere gobiernos autocráticos a gobiernos fundados en instituciones eficientes. Es decir, parece preferir el autoritarismo a la democracia republicana, dado que acepta o vota a personas que se consideran con el derecho de disponer libremente del patrimonio y del ingreso de la gente.
El resentimiento y la envidia tratan de justificar su caída en el nivel de vida. Yo soy pobre porque el otro es rico; por lo tanto, voto y apoyo a todo aquél que me prometa sacarle a los que más tienen para que me transfiera sus ingresos y patrimonios. La Argentina vive continuamente luchas por la distribución del ingreso porque la mayoría quiere vivir a costa del otro. Los populismos de derecha y de izquierda han encontrado un campo fértil en esta forma de pensar de la gente y hacen su discurso en base a eso.
Cuando Kirchner dice que no se va a exportar carne a costa del hambre del pueblo, está largando una idea que no resiste el más mínimo análisis. Sabemos que es una frase hueca, pero parece rendir sus frutos políticos porque a la gente le encanta que le digan que ellos son pobres porque hay productores avaros.
Cuando el presidente afirma que las privatizadas ganaron mucha plata en los 90, no proporciona un solo dato para demostrar la existencia de esas ganancias sobre el capital invertido, pero políticamente suena bien.
Las reiteradas crisis argentinas, si bien tienen su explicación inmediata en políticas económicas inconsistentes, parecen estar basadas, en última instancia, en la existencia de una sociedad que, en su mayoría, desprecia el Estado de Derecho y cree que sólo basta con que aparezca un autócrata bueno que redistribuya la riqueza en forma justa para que le toque a cada uno lo que le “corresponde”.
Dicho de otra manera, me parece que nuestro problema está en que no tenemos una cultura de la creación de riqueza dentro de un marco de competencia y respeto por el derecho de propiedad, sino que tenemos una cultura del saqueo. Y esta cultura del saqueo es fogoneada por los inescrupulosos populistas de derecha e izquierda que ven una oportunidad inmejorable para apropiarse del Estado y transformarse en déspotas que, cebados por el poder, avanzan en sus locuras hasta que les estalla una nueva crisis en la cara.
En síntesis, la Argentina no podría haber tenido un desempeño tan lamentable sin una población que, mayoritariamente, convalidara la violación de los derechos de propiedad y la destrucción del orden jurídico.
No podemos, entonces, pensar que podemos resolver el problema económico argentino sólo desde la economía. No nos engañemos: mientras la población no cambie su pautas de convivencia va a ser muy difícil modificar la cosas.
Pero, aun sabiendo que, en definitiva, nuestra decadencia económica tiene su origen en los valores que imperan en la sociedad, yo no creo que nuestra caída libre sea irreversible. Finalmente, el nivel cultural del pueblo español en 1975 no era sustancialmente superior al del argentino y España logró salir adelante. Lo mismo ocurrió en Irlanda o en Europa Central después de décadas de destrucción comunista. ¿Qué razones hay para pensar que la Argentina no puede llegar a cambiar como lo hicieron los países mencionados?
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