El buen negocio de recibir inmigrantes
DiarioExterior.com – IEEP
Los inmigrantes no son bienvenidos en ninguna parte. Lo sé de primera mano. He emigrado tres veces en mi vida (a Estados Unidos, a Puerto Rico y a España) y en todas las oportunidades he escuchado las mismas cinco quejas:
– Los extranjeros nos quitan los trabajos.
– Aceptan sueldos más bajos y perjudican a los trabajadores locales.
– Cometen la mayor parte de los delitos.
– Abusan desproporcionadamente de nuestros servicios sociales.
– No cumplen con las leyes ni con las reglas de convivencia social de nuestra comunidad.
Por eso me pareció fabuloso escuchar a Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM), decir exactamente lo contrario en una conferencia dictada en la Florida International University de Miami el pasado 3 de abril, en el preciso momento en que decenas de miles de inmigrantes ilegales hispanos se manifestaban en las calles de veinte ciudades norteamericanas para solicitar permisos de trabajo y residencia.
Según esta abogada y política, ex ministra de Educación y ex presidenta del Senado, la región que ella gobierna es la más rica de España y ha alcanzado un treinta por ciento más de ingreso per cápita que la media de la Unión Europea, como consecuencia, fundamentalmente, del trabajo incesante de la riada de inmigrantes que, literalmente, ha invadido la CAM en los últimos seis años hasta alcanzar el 15 por ciento del censo.
Gracias a los inmigrantes –la mayor parte de ellos ecuatorianos, colombianos, argentinos, dominicanos, rumanos y magrebíes– el número de personas que contribuyen al seguro social ha aumentado sustancialmente en beneficio de una población que envejecía peligrosamente sin aportar suficientes reemplazos a la fuerza laboral. Y esa presencia masiva, lejos de disminuir los salarios reales de los trabajadores o de aumentar el número de españoles desempleados, había provocado el efecto contrario: más transacciones comerciales, más capital creado y acumulado, más empresas pequeñas y medianas, más ofertas de trabajo. Mientras en la Unión Europea la tasa de desempleo se sitúa muy cerca del 10 por ciento, en Madrid es la mitad.
La historia brillantemente contada por Esperanza Aguirre se ha verificado mil veces. Los alemanes, escoceses, irlandeses, italianos, polacos –cristianos y judíos– hicieron grande y poderoso a Estados Unidos. Los bolsones de prosperidad que uno encuentra en Honduras, Guayaquil o Panamá no se explican sin el enérgico aporte de turcos y hebreos. Los japoneses son el componente étnico más dinámico de la economía brasilera o peruana. La edad de oro de Argentina fue la de la llegada de millones de italianos, gallegos y judíos centroeuropeos ansiosos por reconstruir sus magulladas vidas. Venezuela fue uno de los países de mayor crecimiento sostenido a lo largo del siglo XX mientras mantuvo sus puertas abiertas a la inmigración portuguesa, española e italiana.
Jamás perjudican un cerebro o dos brazos con ganas de trabajar. Existe el fuego del inmigrante. Lo he comprobado. Lo he visto repetidas veces. Es esa necesidad casi neurótica de esforzarse en crear y acumular riquezas rápidamente porque se tiene la sensación de que el tiempo transcurrido en nuestro país de origen ha sido inútilmente malgastado. Por supuesto, para los países receptores de inmigrantes es más conveniente darle la bienvenida a un neurocirujano que a un humilde peón agrícola, pero ambos recién llegados son un buen ´´negocio´´ para la nación que los acoge. El neurocirujano trae en su cabeza y en la destreza de sus dedos una educación y una práctica que valen millones de dólares, pero el recogedor de tomates hace también un aporte neto al sitio que lo recibe. Generalmente es una persona joven, hombre o mujer, que va a desempeñar un trabajo que ya nadie quiere hacer en las sociedades desarrolladas.
El argumento nacionalista contra los mexicanos –ochenta por ciento de los inmigrantes ilegales– no se sostiene. La idea de que se mantienen emocionalmente vinculados a su país de origen y no se integran en la sociedad americana no se confirma en la práctica. Es al revés: luchan por integrarse. Los residentes legales se hacen ciudadanos tan pronto pueden. Sus hijos ya son raigalmente norteamericanos. Los nietos (lamentablemente) apenas hablan español, privándose con ello, por cierto, de las ventajas del bilingüismo y del biculturalismo, dualidad que suele aportar una forma más rica y profunda de entender la realidad.
Francamente, no buscar una solución inteligente y acelerada para abrirles espacio a los inmigrantes ilegales, más que un castigo a los violadores de las leyes me parece una absurda medida punitiva contra el propio pueblo norteamericano
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