Perú: todos los demócratas frente al autoritarismo colectivista
En pocas semanas Perú habrá elegido un nuevo presidente. Grosso modo, aunque no voten exactamente de esa manera, el electorado está fragmentado en tercios ideológicos. Un tercio respalda a Ollanta Humala, el candidato neopopulista de corte autoritario, a quien se suman diversas fuerzas de la izquierda carnívora, mientras los otros dos tercios, con sus matices, forman parte de una misma familia política, en la que se inscriben los socialdemócratas, los democristianos y algunos sectores de centroderecha. En las próximas elecciones de fines de mayo, Alan García, el candidato socialdemócrata de ese mayoritario aunque mal avenido segmento de la población, ex presidente (1985-1990), líder del APRA, abogado y eficaz orador, tendrá que enfrentarse al ex militar golpista Ollanta Humala.
Alan García tiene en contra un poderoso elemento: no acertó en su primer periodo presidencial. Tal vez era muy joven. Apenas tenía 35 años cuando llegó al poder. Cinco años más tarde dejó al país en medio de una severa crisis económica. También, es justo recordarlo, fue un demócrata que respetó las libertades y no afectó sustancialmente las reglas de juego. Se veía a sí mismo, y veía a su partido, como una expresión latinoamericana del socialismo democrático. Su norte ideológico eran el alemán Willy Brandt o el español Felipe González, no Fidel Castro ni los aparentemente poderosos soviéticos. Alan García formaba parte del sistema y provenía de un partido, el APRA, con el que Haya de la Torre, su fundador, desde los años veinte, tras romper con el comunismo, se había propuesto la tarea de modernizar Perú dentro de los esquemas de conducta occidentales. Ni Haya (que era un anglófilo decidido) ni sus seguidores deseaban destruir a Estados Unidos o a Europa occidental: lo que pretendían era emularlos.
Esa es la gran diferencia entre Alan García y Ollanta Humala. Humala, como Hugo Chávez, como Evo Morales y como Fidel Castro, en el terreno político es un enemigo de los valores políticos de las democracias occidentales y en el económico es un colectivista convencido y confeso. Si Humala ganara las elecciones, el ultranacionalismo y el indigenismo, unidos al estatismo y al rechazo al mercado, a lo que se agrega su carácter intolerante, antisemita y homofóbico, inevitablemente desembocarían en un gobierno autoritario, improductivo y crecientemente militarizado que sólo puede traerle dolor y miseria al pueblo peruano.
No entender las características de este conflicto –la república liberal frente al colectivismo autoritario antioccidental– fue lo que arrastró al desastre a venezolanos y bolivianos. En los años noventa, como ha demostrado el ensayista venezolano Carlos Raúl Hernández, adecos, copeyanos y masistas fueron incapaces de comprender el peligroso fenómeno del chavismo y se destrozaron sin compasión, franqueándole la puerta del poder al militar golpista. Incluso, diez meses antes de las elecciones de 1998, Chávez era un candidato sin posibilidades, pero la familia democrática venezolana se suicidó en masa, como en un ritual macabro. En el 2005 el arco democrático boliviano incurrió en el mismo o parecido comportamiento político, facilitando que en pocos meses Evo Morales saltara del 20% del respaldo electoral a más del 50.
Ahora es la sociedad peruana la que ha sido colocada ante el mismo precipicio. ¿Será capaz Alan García de armar una coalición con las otras fuerzas democráticas del país? Realmente, necesita ese apoyo para, primero, ganar las elecciones, y luego para tener una mayoría en el Congreso y poder darle estabilidad y eficacia a su gobierno. Dado el inmenso peligro que acecha, no debería ser difícil pactar unos acuerdos mínimos en materia económica –fundamentalmente sensatez y transparencia en el gasto público y lucha contra la inflación–, respaldar sin vacilaciones el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y la Unión Europea, y desarrollar entre todas las fuerzas democráticas una enérgica política de combate a la miseria, principal problema material y moral que afecta al país.
Pero esa alianza democrática debe llegar más lejos, como ocurre en el vecino Chile, y mantenerse firme al menos mientras dure el espasmo imperial del neopopulismo colectivista. Durante los próximos diez o quince años toda América Latina, y muy especialmente la región andina, sufrirá los embates de esa nefasta y empobrecedora tendencia. El eje La Habana-Caracas-La Paz, aunque Castro, Chávez y Evo a veces den la impresión de que actúan en un episodio de los tres chiflados, desarrolla una agresiva ofensiva de conquista latinoamericana y cuenta para ese empeño con los miles de millones de dólares que genera el petróleo venezolano. Es la hora, pues, de que los peruanos cierren filas. No hacerlo sería una imperdonable irresponsabilidad.
Abril 30, 2006
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