La psicología del autoritarismo
Por Rudolf Hommes
El Tiempo
Con motivo de la celebración de los 150 años del nacimiento de Freud han cobrado nueva vigencia algunos de sus escritos, no tanto los que se referían al comportamiento individual y a los conflictos internos de las personas, sino los que trataban de explicar por qué son tan atractivos los líderes autoritarios, los fundamentalistas y los tiranos para las masas y cómo ejerce tanto poder la personalidad autocrática sobre las mayorías en determinados momentos de la historia. Estas reflexiones, que son de mucha actualidad, constituyen el tema de un interesante artículo escrito por Mark Edmunson, profesor de literatura de la Universidad de Virginia para la revista dominical de The New York Times del pasado 30 de abril, titulado ‘Freud y la urgencia fundamentalista’, que es la fuente de las ideas que se presentan en esta nota.
Edmunson sostiene que la obra relevante de Freud para el análisis de la influencia de las personalidades autocráticas en el poder son libros como La psicología de grupo y el análisis del ego y Tótem y tabú. Él recuerda que en el centro del trabajo de Freud está la descomposición de la psiquis del hombre en id, el agente del deseo que no acepta que se le niegue algo; el superego, que es la autoridad que disciplina al id con severidad, y el ego, que trata de intermediar entre los otros dos. Esta intermediación es particularmente difícil y penosa porque el ego no siempre está consciente de cómo operan los otros dos integrantes y de las amenazas que representan, y porque tiene que operar en un mundo exterior, que es frecuentemente hostil. Para Freud, este conflicto permanente define la vida de las personas y es la fuente de sus ansiedades. Para resolver el conflicto interno y las amenazas del mundo exterior, Freud creía que la humanidad había encontrado un número de soluciones, muchas de ellas intoxicantes, que le permiten hacer más soportable el superego o manejar las otras ansiedades. El alcohol es una de ellas. El amor romántico y apasionado cumple también con el propósito porque el ser amado suplanta al superego, y cuando es correspondido, el amor crea un sentimiento «de mágico bienestar». «Un ser dividido se transforma en uno solo, (temporalmente) feliz», dice Edmunson. De ahí surge la conexión con la política
A Freud le parecía que la relación que forman los pueblos con sus líderes autocráticos es una relación erótica. «¿Qué sucede cuando los miembros de las masas son hipnotizados por el tirano?», pregunta Edmunson. El tirano se toma el lugar del superego. Y calma las ansiedades. «En lo que el superego es inconsistente y frecuentemente inaccesible porque es inconsciente, el líder es claro y absoluto». Promulga un código único, hace a un lado las diferencias y los conflictos entre códigos y valores en competencia, que son una fuente de ansiedad para la psiquis. El líder autocrático, como se toma grandes libertades contra las instituciones y la tradición, también es permisivo. El superego condenaba la violencia, el robo y la destrucción. «El líder las permite, pero en circunstancias prescritas.»
Para que ese líder tenga éxito en remplazar al superego por algo «más sencillo y finalmente más permisivo», tiene que dar la impresión de ser magistral, debe mostrar absoluta confianza y no depender sino de sí mismo… Va a prometer liberar a la gente de su confusión y a proveer unidad de propósito, para sustituir lo que era fraccionamiento y ansiedad. Pero el precio que se paga es alto, porque la simplificación que ofrece el gran hombre va a involucrar inevitablemente odios y violencia. Cuando una sociedad relativamente democrática es amenazada por la violencia y el terrorismo, surge una urgencia de unión y la necesidad de defenderse por cualquier medio. El peligro es que «se vuelvan tan feroces, tan monolíticos y tan unificados como el enemigo» y que busquen su «gran hombre, se cieguen ante sus defectos y dejen de preguntar y de alegar», concluye Edmunson.
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