El cobre, el loto y el día de la madre
Centro de Políticas Públicas – Universidad del Desarrollo
El Mercurio
El aumento increíble en el precio del cobre nos tiene impresionados a todos. El cierre del viernes a prácticamente cuatro dólares la libra constituye un hecho sin precedentes, histórico, y que eleva las exportaciones chilenas y el superávit fiscal a niveles insospechados. Los cálculos indican que el nivel de recursos extras que acumulará el gobierno fruto de estos excedentes estará en el orden de los diez mil millones de dólares. Mucho se ha discutido sobre el tema, básicamente centrándose en argumentos de tipo macroeconómico, pero a mi juicio la esencia está en cómo aprovechará Chile estas excepcionales circunstancias para dar de verdad un salto al desarrollo y para sacar de la pobreza a los tres millones de compatriotas que todavía están en esa situación. Pero, vamos por parte.
Lo primero que me parece claro afirmar es que Chile es hoy un país más rico que antes. Podrá haber muchas teorías sobre lo que pasará con el precio del cobre en el futuro, y está claro que precios de este nivel no van a durar para siempre. Pero también es cierto que esta bonanza puede llevar el precio aún más arriba, y que las tasas de crecimiento de China e India aseguran al menos un par de años de precios altos. Parece, entonces, que el precio del cobre de largo plazo, con el que proyectamos todas nuestras cuentas, subió, y que Chile dispone, entonces, de un nivel de riqueza mayor.
Esto es como si Chile se hubiera ganado el Loto. Cuando una persona se gana el Loto, y lo hemos visto muchas veces en las historias reales, gastarse la plata así no más le significa la mayoría de las veces volver a los mismos niveles de antes. Lo sensato es ahorrar ese dinero y, para que dure “para siempre”, comenzar a gastar sólo los intereses. Más aún, en el caso de un país, esto permite compartir esta riqueza “extra” con las futuras generaciones. Sin embargo, eso supone que la familia está viviendo una situación de normalidad y no está experimentando una pobreza extrema, porque, si es así, debería primero utilizar una parte de esos dineros en salir de esa situación, y luego continuar gastando los intereses (los pobres no pueden esperar, ¿o sí?). Entonces, me parece que la discusión que estamos teniendo en Chile respecto a invertir estos recursos extras en el extranjero, en dólares, al estilo del “fondo Noruego”, para no continuar deprimiendo el tipo de cambio, está muy bien en términos “macro”, pero esto debe conciliarse con otro aspecto:
¿Cómo hacemos para que este verdadero “loto” que nos hemos ganado como país nos sirva para dar un salto de calidad que permita verdaderamente reducir fuerte la pobreza y disminuir la desigualdad social? ¡Qué triste sería que los más pobres vieran que el país y su gobierno se llenan de plata y ellos siguen igual! Hasta ahora ni siquiera el ritmo de crecimiento del empleo ni de la economía muestran un dinamismo que sea notorio para los más pobres.
Estoy convencido que la discusión tiene que enfocarse ahora en cómo aprovechar estas circunstancias excepcionales para darle un golpe decisivo a la pobreza, siendo al mismo tiempo sensatos, responsables y cuidando todos los efectos macroeconómicos correspondientes. Y se puede. Personalmente, creo que la clave está en la educación. Esta es la oportunidad precisa para hacer la revolución educacional que Chile está esperando por tantos años. La educación cumple todos los requisitos. Primero, es una inversión, es decir, no solo mejora la situación hoy, sino que hace crecer el “capital humano” permitiendo así un mayor desarrollo en el futuro. Segundo, si se concentra en los más pobres no sólo les va a permitir superar su situación, sino que es la única vía para mejorar en forma permanente la distribución del ingreso, es decir, achicar la diferencia entre ricos y pobres. En tercer lugar, los desembolsos se van dando a través del tiempo, lo que permite atenuar cualquier impacto macroeconómico. Cuarto, si se hace bien, a través de un sistema que genere los incentivos adecuados, puede permitir incluso aumentar el nivel de ahorro del país.
En concreto, propongo que destinemos mil dólares a cada uno de los tres millones de pobres de este país. Esto significa tres mil millones de dólares, o el treinta por ciento de los recursos adicionales que acumulará el gobierno este año. Que esos dineros sean depositados en cuentas individuales, que pueden ser manejadas por las propias AFP u otras entidades, a nombre de la madre, sea ésta jefa de hogar o no. Por ejemplo, en una familia clasificada en situación de pobreza y que la integren cuatro personas, la cuenta de la madre tendrá cuatro mil dólares. Incluso, parece conveniente incentivar el esfuerzo familiar a través de un sistema parecido al subsidio de vivienda. Por ejemplo, si la familia ahorra cien dólares, el gobierno pone entonces los primeros quinientos.
Estos dineros solo podrían ser gastados en educación. De todo tipo, desde preescolar a universitaria. Así muchas familias pobres podrán elegir a qué colegio particular subvencionado, por ejemplo, desean enviar a su hijo. Así, las mujeres en situación de pobreza pueden dejar a sus hijos en buenas salas cunas o en lugares donde les den buena educación preescolar mientras ellas entran al mercado laboral.
De paso, esta fórmula mejorará fuertemente nuestro sistema educacional, porque generará verdaderos incentivos y competencia. La gente más pobre podrá elegir de verdad. No como hoy, que tiene que conformarse con el colegio municipal más cercano. Alguien me podría decir, ¿y por qué esta plata no se la gasta el gobierno a través del sistema educacional actual? La respuesta es obvia: porque hasta ahora se ha gastado eso y más, y el nivel de educación no mejora en nada. Dejemos que ahora sea la gente la que elija. Y sobre todo, que elijan las propias mamás. Un sistema como este es el mejor regalo que les podemos hacer en su día.
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