El «fin de las crisis» no es real
Por Aldo M. Abram
La Nación
Cuando el Gobierno decidió utilizar las reservas internacionales para pagarle al Fondo Monetario Internacional, advertí que más allá del avasallamiento institucional que significaba, no era prudente. Se debilitaba al Banco Central de la República Argentina en su capacidad de enfrentar una corrida cambiaria o bancaria.
Si bien no era esperable una crisis en el corto plazo, éstas por lo general no se prenuncian. Recomendé que volvieran a recomponer las reservas rápido, ya que el escenario económico internacional se complicaría hacia mediados de 2006.
Hasta ahora, la autoridad monetaria compró gran cantidad de divisas (más de 5000 millones de dólares) y hoy está más sólida. El 2 de abril, en una columna en estas páginas y frente a la prédica de muchos economistas y analistas sobre «el fin de las crisis», expuse que a partir de este segundo trimestre las turbulencias externas se agravarían y eso complicaría también a la Argentina.
Hace tiempo, en el tercer trimestre de 2005, el entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, se presentó en el Congreso de su país y dijo que todas las grandes crisis de la historia fueron precedidas por grandes auges de confianza.
Además, agregó que estaba preocupado por la posibilidad de haber generado un aumento tal del optimismo y la bonanza en los mercados que derivara en una crisis que tuviera que enfrentar su sucesor. Lo bueno de esta declaración es que en ese momento ni siquiera se conocía el nombre del actual presidente de la Fed, Ben Bernanke. Esto quita sustento a las responsabilidades que se le adjudican por la volatilidad actual de los mercados.
¿Qué nos trajo hasta acá? Para superar un incipiente estancamiento económico, la Reserva Federal de Estados Unidos llevó las tasas de interés al 1 por ciento en 2003. Esto coincidió con un fuerte aumento de la demanda de crédito por el creciente déficit del gobierno estadounidense, que la Fed se vio obligada a proveer emitiendo dólares para que la tasa no subiera. La exitosa reactivación adicionó una suba de la demanda de financiamiento por parte del sector privado, que nuevamente se proveyó con un aumento de la oferta de moneda.
El problema es que todos demandaban crédito para gastar y no para atesorar divisas. Por ende, no es de extrañar que la oferta excediera la demanda y el dólar se desvalorizara fuertemente desde 2001. A mediados de 2004, ante las presiones inflacionarias, la autoridad monetaria de Estados Unidos empezó a subir gradualmente sus tasas de referencia. Sin embargo, esta alza puede haber llegado demasiado tarde y sido demasiado lenta para evitar el crecimiento del excedente de emisión. Por ello, la continua desvalorización del dólar que en 2005 potenció una caída de su demanda y la cobertura con oro.
Lamentablemente, las fuertes ganancias que se hicieron en los mercados financieros y el incentivo de la actividad económica de esta abundancia de liquidez llevaron a los analistas e inversores a predicar el fin de las crisis. ¿Quién quería ver hacia adelante un mundo donde no fuese tan fácil ganar dinero o en el que las economías no crecieran tanto? Por ello, las turbulencias en los mercados continuarán de la mano de una mayoría de analistas e inversores que siguen empeñándose en encontrar en cada señal la posibilidad de mantener un enorme excedente de liquidez y no pagar las consecuencias.
Sin embargo, les guste o no, las tasas subirán por lo menos otro medio punto y todos aquellos activos financieros e inmobiliarios que tuvieron un «boom» gracias a los excedentes de fondos verán recortar sus valores de la mano de una caída de la liquidez mundial.
No solamente nuestros políticos parecen haberse tentado con «el fin de las crisis». Tampoco el sector privado parece estar atento para preverlas. Quizás hoy estemos mejor posicionados para enfrentar mercados internacionales más turbulentos. Les hicimos pagar nuestra deuda a los acreedores, con una enorme quita, y a nuestros hijos y nietos, ya que «pateamos» su vencimiento para dentro de 30 años o más.
Tormenta o tifón
Por lo tanto, en el corto plazo con los actuales niveles de ahorro estatal se puede manejar la deuda pública. Sin embargo, no conviene que se sigan escuchando los «cantos de sirena» de algunos en el Gobierno que buscan mayores aumentos de gasto o utilizar las reservas de libre disponibilidad para seguir precancelando deuda con organismos internacionales o con el Club de París.
Además, es necesario obligar a las provincias a mantener la austeridad aun ante el año electoral que se aproxima. Seguimos esperando que la Argentina navegue, sin demasiado daño, en un mar embravecido. Pero ¿qué pasaría si la Reserva Federal tuviera que subir las tasas al 6,50% o más para contener la baja del dólar? La tormenta podría transformarse en tifón y nuestra capacidad de supervivencia dependerá de la solidez con la que encuentre a nuestro barco.
El autor es economista, socio y director general de la consultora Exante
- 23 de julio, 2015
- 4 de septiembre, 2015
- 28 de enero, 2025
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