Tres años de intolerancia y discordia
La gestión del presidente Néstor Kirchner puso el foco, hasta el momento, en la intolerancia hacia quienes piensan diferente y en sembrar la discordia entre los argentinos. Bajo este contexto, resulta extraño hablar de pluralismo.
Durante el discurso en la Plaza de Mayo, Kirchner habló de pluralismo. En realidad no se entendió muy bien qué quiso decir al respecto, aunque se intuye que quiere convocar a diferentes sectores políticos que piensen parecido a lo que piensa él. Personalmente, hubiese preferido que hablara de tolerancia, particularmente tolerancia hacia quienes piensan diferente, porque el concepto de pluralismo que parece esgrimir el presidente es juntar a todos los que piensen igual a él aunque provengan de diferentes partidos políticos. O sea, una especie de pluralismo partidario con pensamiento único. Una suerte de Alianza, pero con pensamiento homogéneo.
De otra manera no se puede entender la convocatoria de Kirchner al pluralismo dado que, nuevamente, acaba de dar muestras categóricas de su intolerancia hacia quienes no comparten su pensamiento único.
Por ejemplo, el desprecio por el respeto a la ley que mostraron sus seguidores en el Congreso al no dejar asumir a Luis Patti como diputado es una muestra de intolerancia. Le pasaron por encima a todo el orden jurídico y violaron los derechos humanos más elementales haciendo gala de una intolerancia hacia el que piensa diferente.
Otro caso fue el de su seguidora política, María del Carmen Alarcón, a quien echaron de la presidencia de una comisión de la Cámara de Diputados por opinar diferente al presidente en materia agropecuaria. Otra muestra de intolerancia hacia quienes tienen la osadía de decir públicamente lo que piensan.
Los ejemplos de intolerancia son lo suficientemente abundantes como para darse cuenta de que la convocatoria al pluralismo que formuló Kirchner no puede entenderse como una propuesta para debatir ideas. Su convocatoria parece limitarse a buscar en diferentes sectores políticos apoyos de gente que comparta su proyecto hegemónico.
En estos tres años de gobierno, Kirchner ha dado acabadas muestras de sentirse muy cerca de aquellos grupos terroristas que, por las armas, quisieron imponer en la Argentina un gobierno autoritario. Si algún avance se puede señalar en esos grupos que asolaron nuestro país 30 años atrás es que, antes, al que pensaba diferente, le pegaban un tiro. Ahora, o por ahora, utilizan mecanismos menos letales para silenciar a los que piensan distinto, pero no por ello dejan de tener un alto contenido de autoritarismo.
Durante su breve discurso en la Plaza de Mayo, Kirchner también habló de sus logros económicos y, en este campo, también hay bastante tela para cortar.
Por ejemplo, al aumento del PBI se le puede contraponer el incremento de la inflación. En mayo de 2003, cuando Kirchner asumió como presidente, la inflación estaba en el 14,3% anual. A principios de 2004, había bajado al 2,5% anual y ahora la tenemos en el 12% anual. Prácticamente ha vuelto al punto de partida, pero aclaremos que hoy el presidente puede mostrar un Índice de Precios al Consumidor (IPC) del 12% gracias a que desplegó toda la artillería represiva en materia de control de precios.
Kirchner también se ufana de haber renegociado la deuda externa con una quita histórica, como le gusta afirmar. Es cierto, la quita ha sido histórica, y a pesar de ello el nivel de endeudamiento público sigue en niveles similares a los del momento en que se declaró el default. En diciembre de 2001, la deuda pública ascendía a U$S 144.000 millones. Hoy, habiendo cancelado toda la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y hecho una quita histórica a los tenedores de bonos, la deuda pública llega a los U$S 122.000 millones. Haber hecho semejante zafarrancho internacional para terminar con una deuda equivalente al 85% de la que se tenía antes de entrar en el default no luce como un éxito. Se la puede vender como un éxito, pero, en materia de ventas, siempre hay estafas.
También Kirchner suele remarcar que hoy, a diferencia de los 90, la Argentina tiene superávit fiscal, lo cual es cierto. Lo que se olvida de remarcar el presidente es que en los 90 no existían ni el impuesto a los créditos y débitos bancarios ni los derechos de exportación. Ambos impuestos representan el 18% del total de la recaudación. Dicho en otras palabras, si se eliminaran estos impuestos distorsivos, el superávit fiscal se esfumaría. Si a estos impuestos le agregamos la destrucción de los ingresos de los jubilados, que representan el 35% del presupuesto, el superávit fiscal existe a costa de licuarle brutalmente los ingresos a dicho sector. En definitiva, ni el más salvaje capitalista, como lo llamarían los actuales ocupantes de la Casa Rosada, hubiese utilizado semejante mecanismo para equilibrar las cuentas del Estado. Impuestos altamente distorsivos más aniquilamiento de los jubilados y pensionados no son para hacer tanta alharaca, es más, si uno tiene un poco de pudor, se callaría la boca o, al menos, pediría perdón por semejante genocidio económico para con nuestros mayores.
El gobierno también habla de las reservas que tiene acumuladas el Banco Central (BCRA). Es cierto, el BCRA viene aumentando sus reservas, pero a costa de más inflación y de un endeudamiento de corto plazo que cuando Kirchner llegó al gobierno estaba en los $ 6.000 millones y ahora está en los $ 35.000 millones. Kirchner casi sextuplicó la deuda de corto plazo del BCRA, pero, claro, de eso no se habla.
Su modelo productivo tampoco ha demostrado ser muy equitativo. Hoy, la distribución del ingreso es peor que la que le dejó Duhalde en mayo de 2003, y reconozcamos que superar la marca de Duhalde no es nada fácil dado el destrozo económico que hizo en su momento. Superar la marca de Duhalde en la ampliación de la brecha entre los ingresos de los más pobres y los más ricos es casi para el libro de los récords.
Tampoco Kirchner mencionó en su discurso los serios problemas energéticos en que ha sumergido al país por su limitada visión de corto plazo.
En materia económica, Kirchner está resbalando y nos lleva de cabeza a otro Rodrigazo. Es más, no me sorprendería que su ambición de poder hegemónico lo lleve a extender su mandato a tal punto que, finalmente, sea él el que tenga que asumir los costos del Rodrigazo.
En materia de respeto por los que piensan diferentes, Kirchner tiene un cero en su gestión. Y si se lo pudiera calificar con notas negativas tendría en un -10.
Pero lo que resulta más lamentable de estos tres años de gobierno es su constante siembra de odio, resentimientos y revanchismos. Lejos de buscar la concordia y la justicia, se ha empecinado en buscar venganza, desvirtuar la historia y enfrentar a la sociedad.
Equivocarse en la económico es grave, pero tolerable. Ser intolerante es peligroso y abre el camino al autoritarismo. Pero lo que me resulta imperdonable es que alguien utilice el Estado para sembrar la discordia entre los argentinos. Y esto último, en cualquier balance que se haga de un gobierno, es un pasivo que, en algún momento, se paga muy caro.
Nadie puede presentar un balance positivo si su gestión de gobierno se limita a una obsesión casi enfermiza por sembrar la discordia entre hermanos.
Que Kirchner nos lleve de cabeza a otro Rodrigazo no me preocupa tanto. Finalmente lo superaremos como superamos tantos otros desquicios económicos.
Pero dentro de todo hay algo que me da alegría. En esta historia pendular que vivimos los argentinos, cuando se produzca el Rodrigazo, la gente no sólo va a pasar la factura por los errores económicos, sino que, estoy convencido, reclamará concordia y paz luego de esta larga noche de revanchismo, intolerancia, prepotencia, odios y venganzas.
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