No conviene banalizar la historia
Hay muchos lugares donde han ocurrido hechos centrales de Occidente que no guardan las señales imprescindibles para que la memoria perdure. La zona de las Torres Gemelas es un ejemplo de esos olvidos peligrosos.
Ninguna señal ni advertencia especial recibe al viajero que se dirige a visitar el emplazamiento de la zona cero de las Torres Gemelas de Nueva York, destruidas en los críticos y decisivos minutos de la mañana del 11 de setiembre del año 2001.
Los neoyorquinos aconsejan desplazarse en metro hasta la estación de Chambers Street en Manhattan y recorrer a pie unas cuantas manzanas, recomendación que pongo en práctica. Nada denuncia la proximidad al lugar salvo la presencia de un solitario vendedor callejero —camerunés, por más señas— que vende llaveros con la efigie de las Torres Gemelas, camisetas del cuerpo de bomberos de Nueva York y un álbum fotográfico del acontecimiento en el que se han eliminado las imágenes de las víctimas humanas.
Al doblar la esquina por Cortland Street se desemboca en un amplio espacio vacío cercado por una valla en cuyo interior apenas se aprecia movimiento alguno, aunque de hecho se procede a erigir un nuevo complejo cuya construcción se prolongará hasta 2009: se trata de la nueva Torre de la Libertad y otras edificaciones e instalaciones y servicios.
A primera vista, reina la normalidad en las inmediaciones: la St. Paul’s Chapel —donde George Washington elevaba sus oraciones cuando Nueva York era la capital de Estados Unidos y en cuyo interior se refugiaron y reposaron a lo largo de la jornada del 11-S los afectados por el atentado y los miembros del cuerpo bomberos— sigue impertérrito en su lugar; los hoteles, cafés y oficinas cercanas desempeñan como de costumbre su actividad cotidiana. No se venden recuerdos, no se ven placas conmemorativas ni ha finalizado aún la erección del monumento a las víctimas.
Esta aparente calma se extiende en la ciudad de Nueva York. En relación con las secuelas inmediatas del 11-S, llegó a temerse que empresas y residentes abandonaran la ciudad. Al cabo de un año, sin embargo, rebrotaron las tendencias apuntadas antes del 11-S: disminución del índice de delitos, aumento de la cifra de turistas, animación del ambiente teatral de Broadway…
Llegó a afirmarse que los neoyorquinos mostraban mayor deferencia en el trato con sus conciudadanos. Cabe hablar del mismo factor alentador en el caso de la economía mundial, otro objetivo potencial de los atentados de Nueva York: ha seguido creciendo vigorosamente, invulnerable al parecer frente a las amenazas y mayor inquietud concerniente a la seguridad y el transporte.
La historia tiene armas suficientes para limitar, e incluso trivializar, los ámbitos y espacios donde se desarrollan acontecimientos importantes: la vía de Sarajevo donde el asesino nacionalista serbio Gavrilo Princip mató al archiduque Francisco Fernando en junio de 1914 y donde los nacionalistas serbios erigieron un museo y veneraron una reproducción de las huellas del asesino ha visto cambiar su nombre de Princip por el de calle Ovala, en tanto se ha suprimido el museo y tan sólo resta una pequeña placa; el puesto polaco en la península de Danzig desde donde Hitler lanzó la Segunda Guerra Mundial al amanecer del 1ø de setiembre de 1939 posee un pequeño museo; los restos del muro de Berlín han desaparecido casi por completo de las calles de Berlín y sólo un pequeño museo recuerda el puesto de control Charlie.
Hay quienes discuten el significado histórico de un emplazamiento o lugar, así como de los acontecimientos que allí tuvieron lugar: la violencia islamista mata en todo el mundo menos personas que los accidentes de tráfico, el sida o el cáncer de pulmón —arguyen, añadiendo que la incidencia de acciones de calado en ciudades occidentales ha sido relativamente baja.
Sin embargo, transcurridos más de cuatro años de los atentados de Nueva York cabe oponer otro razonamiento: el de que el 11-S constituyó una encrucijada decisiva en la historia internacional contemporánea, desencadenando determinados procesos y dinámicas que distan de haber alcanzado su conclusión.
Es posible que el hecho de que tal realidad no tenga su correspondencia visible en la zona cero en la actualidad no revista mayor importancia. Ahora bien, que no se refleje en su día en el monumento conmemorativo en construcción y en los principales debates en los Estados Unidos en los próximos años resulta mucho más grave. Porque la distorsión y tergiversación que ha entrañado la respuesta al 11-S y las reacciones subsiguientes no descansan en ninguna exageración alarmista de este episodio, sino en el vil y espantoso fracaso de los políticos y otros líderes de opinión en Estados Unidos a la hora de entender las causas —y consecuencias— de los atentados de Al Qaeda.
Fred Halliday es Politólogo, London School of Economics.
- 28 de marzo, 2016
- 23 de julio, 2015
- 5 de noviembre, 2015
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