Ahí vamos, hermanitos latinoamericanos
Nuestro socialismo abolivianado, "a la Chávez", mira las utilidades, y trata de meter la mano y poner restricciones, en un mundo competitivo, que reduce impuestos y controles.
La Concertación lo hizo bien al comienzo, cuando siguió la línea de libertad, Estado impersonal, apertura, privatizaciones. Hacia fines de los años 90, comenzó a volver al pasado, sobrerregulando en energía, telecomunicaciones, salud, educación y, sutilmente, en todos los emprendimientos. Los impuestos han subido, así como los costos y trabas ligados a inspectores, municipios, superintendencias y ministerios.
Los enormes activos fiscales se congelaron para el desarrollo, y la apertura de oportunidades y espacios de libertad, para trabajar y progresar, se sustituyó por la clásica redistribución populista, de pobres resultados y altos y variados costos, como ocurre con la mala educación -después de un enorme gasto y un dirigismo cercano al totalitarismo- y el fomento de la inactividad laboral, con interminables restricciones, como la más reciente, a las subcontrataciones.
Nuestro socialismo abolivianado, "a la Chávez", mira los balances, oportunidades y utilidades, y trata de meter la mano y poner restricciones, en un mundo competitivo, que reduce impuestos y controles. Es una regresión conocida, que termina en un bajo desarrollo y un emparejamiento empobrecedor. Es una expropiación sutil de libertad, activos y oportunidades, que no se percibe, pero que opera como los francos robos de propiedad del pasado, tan populares en América Latina.
El prohibicionismo laboral, de la "comida chatarra", educacional, del cigarrillo, drogas, transporte, construcción, restoranes, lugares de esparcimiento, etcétera, son costos reales e inútiles, al igual que las crecientes "protecciones positivas", que encarecen y judicializan todo, denigran y discriminan a las personas, reducen la productividad y atentan contra la libertad, sin la cual es imposible el desarrollo. Al ciudadano se le puede convencer, educar y formar, pero nunca forzar con leyes represivas, que llegan hasta la comida, el trabajo y el sexo.
El desarrollo chileno ha caído, desde tasas del ocho por ciento anual, a algo en torno al cinco por ciento, medido a costo de factores, como debe ser. La tasa de inversión está como en el 23 por ciento, lejos del 30 anterior, medida a precios corrientes, como debe ser. En cada nuevo gobierno de la Concertación, el ritmo de crecimiento baja, culminando en el tan aplaudido de Lagos.
Es verdad que sufrimos la crisis asiática -mucho menor que las anteriores del petróleo y de la deuda- y que se la superó, aunque peor que otros países afectados. Pero nuestras cifras recientes son "de regulares pa’ malas", sobre todo considerando el elevado crecimiento mundial y el altísimo precio del cobre.
En el popular gobierno anterior, de mucho discurso y faroleo, se eludieron los temas complicados, como el educacional, la agenda pro crecimiento, el energético (algo mejorado al final), el mercado de capitales, las telecomunicaciones, el empleo, lo ambiental y, en general, el de abrir oportunidades. El actual deberá enfrentarlos, pero, ¿cómo, en un ambiente de conformismo fatal, de grupos de poder detrás de privilegios y de la plata del cobre, de mayor gasto público, de programas sociales como los fracasados del pasado y de un socialismo paralizante -que no habla de desarrollo-, al que, finalmente, concurren la llamada derecha, radicales, pepedés y pedecés?
¿Habrá que esperar que el cobre caiga y tengamos otra crisis, para emprender reformas de libertad, las únicas que realmente conducen al progreso de todos?
¿O somos, finalmente, los picantes socialcorporativistas latinoamericanos de siempre?
- 23 de julio, 2015
- 25 de noviembre, 2013
- 7 de marzo, 2025
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